Agenda de la sustentabilidad para los próximos 15 o 20 años

    Por Sebastián Bigorito (*)

     

    La trascendencia de estos tres “drivers” –y su combinación nada casual– es proporcional al impacto que han tenido a escala geopolítica. A su vez, el efecto posterior sobre los gobiernos nacionales y la agenda corporativa es de tal magnitud que por ello debemos analizarlos como sucesos / procesos y no hechos puntuales y aislados.

    Los vértices de este “triángulo pos-2015” han dado a luz a la mismísima agenda de sustentabilidad para los próximos 15 o 20 años.

    Estos son:

    1. Los ODS de las Naciones Unidas.
    2. El Acuerdo de París sobre Cambio Climático.
    3. La Encíclica Papal “Laudato Si”.

    Solo para mostrar un ejemplo de la conexión (¿deliberada?) entre estos tres hitos vamos a señalar el hecho inédito de que en septiembre pasado Su Santidad estuvo presente –junto a varios jefes de Estado– en la Asamblea General de la ONU donde fueran aprobados los cada vez más famosos ODS (Objetivos para el Desarrollo Sustentable). En diciembre además el Papa dijo “presente” durante la COP 21 (Conferencia de Cambio Climático) en donde se sellara el ambicioso acuerdo de París sobre Cambio Climático.

    Intimidante para algunos y estratégico para otros, la presencia del Papa Francisco en ambos foros internacionales no puede ser vista como un mero gesto diplomático, sino como una acción coherente con lineamientos que la reciente Encíclica (el tercer vértice del triángulo) hace respecto de las problemáticas sociales y ambientales de escala global.

    En el corto plazo, la presencia del Sumo Pontífice y el eco de su Encíclica han convertido a los Objetivos de Desarrollo de la ONU en una máxima ética y moral, blindándolos de toda crítica política por parte de aquellos países menos amigos de los acuerdos multilaterales. Respecto del Acuerdo de París sobre Cambio Climático, el mero rumor de su presencia generó una fuerte presión sobre los decisores políticos para que flexibilizaran históricas posiciones reactivas respecto de la agenda climática, logrando que 195 países firmaran el Acuerdo de París. Ahora habrá que ver si la reciente visita del Papa al Congreso de Estados Unidos ablandará el corazón de algunos senadores republicanos al momento de ejecutar localmente lo que Obama firmara en París.

     

    La encíclica Laudato Si

    El principio de Río, “Contaminador – Pagador” fue mutado por el Papa en una nueva máxima “Contaminador – Pecador”, con un peso adicional ético/moral sobre las inconductas ambientales por parte de las empresas.

    Respecto de la Encíclica, no hay tema de la agenda de sustentabilidad que haya quedado fuera de ella: de allí su particular extensión. Aborda en profundidad, y en algunos puntos con rigor científico, temas que van desde el cambio climático pasando por los residuos, la contaminación, pérdida de biodiversidad, hasta el acuciante problema del agua. También se enfoca en la pobreza extrema, la pérdida de calidad de vida, la cultura del desecho, el deterioro de las sociedades y la desigualdad creciente. El abordaje de la cuestión social y su integración con la ambiental reafirma que la sustentabilidad debe ser una ecuación ambiental, social y económica. Es el mismo enfoque que Naciones Unidas hace con respecto a los ODS 2030: lo social y lo ambiental ya no corren por carriles separados.

    En esta consonancia con el concepto trifásico de la sustentabilidad, la encíclica explica el concepto de ecología integral como el equilibrio entre el ambiente natural y el ambiente humano y social. De hecho, el Papa afirma que la degradación ambiental tiene como causa una degradación social y humana previa, que le da origen. En este caso, realiza una crítica a la “divinización del mercado” y la lógica imperante del consumo irracional y la cultura del desecho. Es así que la encíclica propone generar la reflexión y la discusión lejos de los dos extremos que explícitamente ilustra: a) el mito del progreso a cualquier costo, y b) el conservacionismo ecológico extremo donde cualquier tipo de intervención productiva humana es indeseada. Desde ese centro deben delinearse escenarios de desarrollo económico inclusivo dentro de los límites planetarios.

     

    Cambio climático y el acuerdo de París

    En diciembre del año pasado, mientras los argentinos consultábamos por tercera o cuarta vez los padrones electorales, el mundo y la sociedad global celebraban el “éxito” por el acuerdo sellado en París, en el marco de la COP 21 (Conferencia de las Partes número 21).

    Se llama COP 21 justamente porque hubo previamente 20 conferencias plenarias y casi un centenar de reuniones intermedias, es decir que estamos hablando de una negociación que lleva ya 21 años y que, salvo ensayos de éxito relativo como el Protocolo de Kyoto, recién llega a algún consenso significativo entre la mayoría de los países. Si existen más de una veintena de acuerdos internacionales ambientales, ¿por qué este no logró avanzar en más de 20 años?

    Si bien todos los acuerdos ambientales tienen implicancias en aspectos comerciales y económicos, el de cambio climático tiene en su propia esencia impactar en las economías a través de la descarbonización de la misma. Subyace en este acuerdo la diversificación de las matrices energéticas con incremento de las energías renovables, pero también el desacople de la intensidad energética del crecimiento económico (eficiencia), impacto que será mayor o menor en función del grado de tecnología de procesos productivos y de la matriz energética de cada país en cuestión.
    Es decir que la adecuación de determinados países a los objetivos que se disparen por el compromiso climático de París puede resultar, en muchos casos, en mayores costos para las estructuras productivas de bienes y servicios. Esto implica discusiones de tenor geopolítico entre países que ya tienen economías avanzadas y sin pasivos sociales, contra países en vías de desarrollo con grandes deudas sociales y plataformas productivas y energéticas con bajo nivel tecnológico.

    Lo que logró que luego de 21 años se llegue a este acuerdo “firmable” es que el mismo exige esfuerzos para la reducción de emisiones de carbono (energías más limpias, eficiencia, forestación), pero también atiende a las necesidades de reconversión tecnológica de los países en vías de desarrollo. De esta manera, prevé mecanismos de acceso al financiamiento para la reconversión tecnológica, como también para la realización de las obras de infraestructura que se precisan para “adaptarse” a los cada vez más onerosos efectos del cambio climático, tales como inundaciones crecientes, cambios en los regímenes de lluvias, sequías prolongadas y otros eventos extremos.

    Para el sector empresarial en nuestro país esto representa –según la actividad y el sector– oportunidades y desafíos, ya que el compromiso de los Gobiernos hacia afuera va a desencadenar acciones concretas hacia adentro. Por un lado, grandes obras de infraestructura van a requerir de articulación entre lo público y lo privado. Pero, principalmente, los esfuerzos de reducción de emisiones (eficiencia e inversiones tecnológicas en los procesos productivos) van a requerir de un diálogo permanente entre Gobiernos y empresas, si lo que se pretende es que estas adecuaciones –que implican mayores costos– tengan el menor impacto en las ecuaciones de costos de los procesos productivos. Sobre todo en el comienzo de la curva de aprendizaje, hasta que se generen niveles óptimos de competitividad. Lo mismo sucede con la incorporación gradual de las energías renovables en la matriz energética.


    Sebastián Bigorito

     

    Objetivos de Desarrollo Sustentable

    Se trata de 17 Objetivos que en materia de desarrollo social, ambiental y de marcos institucionales las Naciones Unidas presentó en septiembre de 2015 luego de un proceso de elaboración de más de dos años de duración, y que deberán ser cumplidos por los países firmantes para el 2030.

    Los ODS son en realidad la continuación –evolucionada– de un conjunto de objetivos previos llamados ODM (Objetivos de Desarrollo del Milenio) que fueran presentados por la ONU en el 2000 y con culminación en 2015. Es decir, los ODS nacen cuando culminan los ODM (2015).

    Los ya culminados ODM y su discutible éxito/fracaso ha sido más una lección aprendida que una discusión en sí misma. De hecho los ODS (los nuevos) existen justamente por el consenso de que los resultados de los ODM (los viejos) han sido lo suficientemente estimulantes como para comprometer al mundo con un nuevo programa de desarrollo que integre los avances obtenidos en los últimos 15 años. Analicemos rápidamente algunos logros de estos objetivos 2000-2015:

    • La cantidad de personas que viven en pobreza extrema se ha reducido en más de la mitad, cayendo de 1.900 millones en 1990 a 836 millones en 2015.
    • El porcentaje de personas con nutrición insuficiente en las regiones en desarrollo cayó a casi la mitad desde 1990, pasando de 23,3% a 12,9% en 2016.
    • La cantidad de niños en edad de recibir enseñanza primaria que no asistió a la escuela cayó a casi la mitad, pasando de 100 millones en el año 2000 a aproximadamente 57 millones en 2015.
    • Muchas más niñas asisten ahora a la escuela que hace 15 años. Las regiones en desarrollo en su conjunto han alcanzado la meta de eliminar la disparidad de géneros en la enseñanza primaria, secundaria y terciaria.
    • La tasa de mortalidad de niños menores de 5 años ha disminuido en más de la mitad, bajando de 90 a 43 muertes por cada 1.000 niños nacidos entre 1990 y 2015.
    • Desde 1990, la tasa de mortalidad materna ha disminuido en 45% a escala mundial y la mayor parte de esta reducción ocurrió a partir del año 2000.
    • Al 2014 más de 71% de los nacimientos en todo el mundo fueron atendidos por personal de salud capacitado, lo que significa un aumento a partir de 59% de 1990.
    • Son 147 los países que han cumplido con la meta del acceso a una fuente de agua potable, 95 países han alcanzado la meta de saneamiento y 77 países han cumplido ambas.
    El “vaso medio lleno” en los logros arriba enunciados se complementan con una cantidad de problemáticas sociales y ambientales que aún persisten, a pesar del descenso global de la pobreza. La existencia y/o aumento de la brecha de equidades es aún inquietante, tanto entre sociedades ricas y pobres, entre zonas urbanas y rurales, como especialmente en temas de género.
    • Unas 800 millones de personas viven en pobreza extrema y sufren de hambre.
    • Más de 160 millones de niños menores de 5 años tienen una altura inadecuada para su edad, debido a una alimentación insuficiente.
    • Actualmente, 57 millones de niños en edad de asistir a la escuela primaria no lo hacen.
    • Unos 16.000 niños mueren cada día antes de cumplir los 5 años, la mayoría por causas prevenibles.
    • Casi la mitad de los trabajadores del mundo todavía trabaja en malas condiciones y rara vez cuenta con los beneficios vinculados a un trabajo decente.
    • En cuestión de igualdad de género, por ejemplo en América latina y el Caribe, la proporción entre mujeres y hombres en hogares carenciados se ha elevado de 108 mujeres por cada 100 hombres en 1997, a 117 mujeres por cada 100 hombres en 2012.

    Es entonces que la comunidad internacional convocada en la Cumbre de Río + 20 (Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sustentable) consideró por consenso imprescindible no desperdiciar la iniciativa de los ODM 2000–2015, sus logros parciales, sus aprendizajes y el concepto de planificación a escala global, y se propuso su “continuidad renovada” con una nueva serie de Objetivos de Desarrollo (esta vez Sustentables en su título) con un horizonte al 2030.

     

    Rol de la empresa

    Si bien los ODS adjudican un papel activo, es necesario que el sector empresarial tome conciencia para poder entonces asumir ese rol adjudicado. Al respecto habría dos grandes responsabilidades que las empresas deben atender: la primera es una acción interna y empieza con un management que tenga claro su propia agenda de RSE y sustentabilidad. Básicamente el primer paso es analizar la relación directa e indirecta que existe entre los 17 objetivos (y sus 169 metas) y los aspectos estratégicos del negocio. No todos los ODS van a ser relevantes o de directa vinculación con la estrategia. Aquí es donde se comienzan a vincular tanto la relevancia de las temáticas como la potencial “contribución” que la empresa (o el sector) puede realizar respecto de uno, dos o más objetivos.

    En esto la materialidad de la actividad/sector incide mucho como punto de partida. Por ejemplo, la vinculación directa entre las empresas de alimentos con los objetivos relacionados con la pobreza o hambre son intensas. Por tanto, desde el desarrollo de nuevos cultivos para empresas de semillas, o bien la reducción de la pérdida de alimentos en los procesos, como también las estrategias de incidencia sobre el consumo responsable o la eficiencia nutricional, son casos que pueden transformarse en líneas de conexión entre los ODS y el giro de la compañía.

    Hay varias herramientas para ayudar a las empresas a realizar estas conexiones: en CEADS –por ejemplo– utilizamos el “SDG Compass” como guía orientadora.

    Sin embargo, a un nivel macro hay otra acción que se espera de las empresas: participar y potenciar las agendas de desarrollo local. Los ODS, como iniciativa de la ONU, son un modelo que cada país debería tomar para adecuar a su realidad local, y a partir de ello identificar líneas de acción para mejorar los indicadores que previamente se hayan construido para ir midiendo el progreso de los ODS priorizados o adecuados localmente.

    El punto es que este trabajo que con los objetivos anteriores (los ODM 2000-2015) era una construcción solitaria de los gobiernos locales, en esta ocasión deberá contemplar el involucramiento del sector privado (empresas y también sociedad civil). Es decir que se deberán recrear los espacios y la arquitectura institucional como para que las compañías puedan participar de este proceso: la empresa ejercerá su rol (¡articulando!) en la planificación, desarrollo o ejecución de políticas públicas.

    Esto no debe confundirse con que las empresas son ahora las responsables de las políticas públicas, puesto que esto es un rol indelegable de los Estados, claro está. Pero sí hay que empezar a tomar conciencia de que los Gobiernos necesitan de la visión del sector empresarial en temáticas emergentes en las cuales las partes por sí solas no pueden generar respuestas de magnitud.

    Conclusiones

    Los ODS de la ONU, el acuerdo de París y la Encíclica Papal han configurado la agenda de sustentabilidad para los próximos 20 años, ya sea desde lo ético, lo programático, como lo relevante. Por primera vez el rol de la empresa en las agendas de desarrollo deja de ser uno de “regulado” para pasar a tener un papel de actor social. Las compañías que puedan vincular su actividad y orientarlas hacia los objetivos de desarrollo estarán contribuyendo al bienestar general, pero también a recuperar una confianza que hoy han perdido y que tanto necesitan. La reconstrucción de confianza además facilitará las posibilidades de articulación con los Gobiernos, y la posibilidad de incidir positivamente en las políticas públicas locales, por lo general en donde se desarrollan sus operaciones. Allí donde hoy se realizan acciones de RSE o de inversión social existe la posibilidad de dar el salto cualitativo para convertirse en un apreciado actor social y no sólo un contribuyente fiscal, o un vecino rico que solamente es aceptado en función de aportes y donaciones que, por no estar encuadradas en políticas de desarrollo, son siempre de bajo impacto aunque onerosas.

    Es el tiempo de honrar la oportunidad histórica de dejar de ser parte del problema para pasar a ser parte de la solución.