A la búsqueda de un enfoque macroeconómico consistente

    Por Gabriel Caamaño Gomez y Evelin Dorsch (*)

    “La primera lección de la economía es la escasez: Nunca hay suficiente de cualquier cosa para satisfacer plenamente a todos aquellos que la desean. La primera lección de la política es descartar la primera lección de la economía”.
    Thomas Sowell


    Gabriel Caamaño Gomez
    Foto: Gabriel Reig

    El régimen monetario/cambiario que hace un culto de la consistencia, la transparencia y la “accountability” para generar confianza y, a la larga, construir una reputación positiva.
    Las ventajas en ese sentido son claras. Cuando existe credibilidad y confianza, que en buena parte implican sustentabilidad y previsibilidad, las expectativas se alinean naturalmente a los anuncios de política. Y, consecuentemente, se puede ir lidiando con los shocks, superando restricciones o aplicando reformas estructurales de forma mucho más ordenada y menos traumática.
    En el caso actual de la economía argentina, tenemos una nueva administración al frente del Poder Ejecutivo Nacional, la de Mauricio Macri, que recibe de su predecesora una muy mala herencia macroeconómica. Una que en el plano fiscal es de las peores desde el retorno de la democracia y que en el plano monetario no está tan lejos.
    Para colmo de males, esa terrible herencia se combina, por un lado, con un fuerte deterioro del contexto internacional, dado el cambio de signo del ciclo de liquidez mundial, lo que termina complicando aún más la situación y acortando los tiempos. Y, por el otro, con un contexto político y social muy polarizado y con claras dificultades en el plano legislativo, lo que muy probablemente dificultará y dilatará la implementación de muchas medidas.
    Puntos a favor en tanto, son el perceptible cambio de ánimo del mercado luego del resultado electoral, situación reforzada por la exitosa implementación de las primeras medidas. Y un hecho inédito: el Poder Ejecutivo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de la Provincia de Buenos Aires y la Nación estarán en manos de dirigentes que no solo pertenecen al mismo espacio político; además, formaron parte de un mismo gobierno durante más de ocho años.
    Es decir, existe una tremenda oportunidad para coordinar políticas que beneficien directa e inmediatamente a más de la mitad de la población del país. Especialmente en el caso del conurbano bonaerense, una región densamente poblada, caracterizada por altísimos niveles de pobreza e indigencia y con inmensas falencias en áreas claves como la infraestructura vial, transporte, seguridad, cloacas, agua potable, salud, educación, etc.
    Ante semejante panorama, con sus luces y sombras, el desafío económico de la nueva gestión puede sintetizarse en ajustar y normalizar la balanza de pagos e implementar un esquema de políticas económicas consistente, de forma que ambas instancias den pie a un proceso de desarrollo sustentable. Todo ello, sin que se produzca en el mientras tanto un evento de ajuste desordenado o crisis.
    Fácil decirlo, pero tremendo desafío lograrlo.
    En ese sentido no podemos dejar de subrayar, primero que una parte importantísima de la tarea ya se hizo rápida y eficientemente. Y, segundo, que aún resta lo más importante de cara al mediano y largo plazo y lo más difícil en términos políticos: el ajuste fiscal.
    La resolución del frente fiscal es, en última instancia, lo que va a permitir la implementación de una política monetaria realmente enfocada en la inflación, un esquema cambiario que realmente asegure flexibilidad desde el punto de vista real e, incluso, un programa de reinserción internacional coherente y sostenible.
    Esto no es un tema menor. Pues, lo largo de los últimos cincuenta y cuatro años de nuestra turbulenta histórica económica, han existido los más diversos ejemplos de esquemas de política macroeconómica. Muchos basados en esquemas de tipo de cambio fijo o cuasi–fijo y los menos en esquemas de tipos de cambio flotante. Algunos con mayor pretensión de inserción internacional y otros más aislacionistas. Con mayor o menor nivel de participación e intervención del Estado, etc.


    Evelin Dorsch
    Foto: Gabriel Reig

    Denominadores comunes

    Pero, todos con dos denominadores comunes: su manifiesta falta de sustentabilidad y su imposibilidad de equilibrar el frente fiscal en el mediano–largo plazo. Al respecto, vale la pena resaltar qué en los últimos 54 años, el sector público nacional sólo tuvo resultado financiero positivo en once ejercicios. Es decir, uno de cada cinco. La mayoría de los cuales, se registraron luego de crisis por balanza de pagos de diversa envergadura, que fueron las que hicieron el trabajo sucio del ajuste.
    Moraleja: si hay algo de lo que carecieron esos planes económicos, fue de consistencia.
    Por eso mismo, el concepto de consistencia, en sus dos dimensiones básicas, será una constante en el desarrollo de las secciones de este anuario. La interna, que tiene que ver con cómo se acoplan entre sí las distintas dimensiones del esquema de política económica en cuestión. No sólo en un sentido estático, sino también dinámico. Es decir, y sobre todo en el caso de los planes graduales, cómo se van hilando en el tiempo las distintas políticas y medidas.
    Y la consistencia externa, que tiene que ver con el nivel de flexibilidad del esquema. Es decir, su capacidad de adaptación ante distintos shocks internos o externos. Elemento clave, porque la rigidez de los esquemas de política económica, sea la misma de origen o adquirida en el transcurso de su implementación, es una de las principales causas de su falta de sustentabilidad. Situación amplificada, porque siempre existen resistencia y supuestas buenas razones para no modificar o ajustar los esquemas de política que fueron exitosos en un determinado contexto externo, cuando, justamente, el último deja de estar vigente.
    Dicho eso, nos interesa explicitar nuestro plan de trabajo: primero, realizaremos un pormenorizado análisis de los que serán, a nuestro juicio, los siete desafíos macroeconómicos más importantes del actual gobierno. Cada uno de los cuales será abordado en detalle en las primeras siete secciones, haciendo especial hincapié en la determinación del punto de partida (herencia) y lo que se puede inferir de las primeros anuncios y medidas de la nueva conducción económica.
    1- Lidiar con un contexto internacional menos favorable.
    2- Cortar con medio siglo de desequilibrios y asimetrías fiscales.
    3- Refundar el BCRA y estabilizar la moneda.
    4- Normalizar la balanza de pagos.
    5- Retomar la senda del crecimiento.
    6- Desarrollar el sistema financiero.
    7- Crear trabajo genuino y reducir la pobreza.

    En tanto, en la última sección nos ocuparemos de analizar las perspectivas internacionales y de política económica para lo que resta de 2016, utilizando ambos elementos para elaborar el balance de riesgos y el escenario macroeconómico base.

    (*) Economistas. Consultora Ledesma.

    Ingreso en el siglo 21

    Por Miguel Ãngel Diez

    Fue un indicio relevante. Después de una década de ausencia intencionada, un Presidente argentino estuvo en la reunión anual de Davos. Es la cita anual de la élite global. Mandatarios, funcionarios, empresarios y académicos de todo el mundo se juntan una vez al año en este discreto spa suizo. Para algunos es un gigantesco operativo de relaciones públicas; para ser vistos; para establecer vínculos; para mantener difíciles negociaciones.
    Para otros es la oportunidad de pasar revista a la agenda del futuro, avizorar los temas que moldearán el mundo del porvenir, percibir cuáles serán las grandes corrientes de pensamiento que dominarán el escenario global durante los próximos años.
    Posiblemente, en esta oportunidad al menos, Mauricio Macri se encontró inscripto en el primer grupo: imperiosamente debe hacer que la Argentina reingrese en el siglo 21.
    El centro del escenario estuvo reservado para cuestiones como: ¿Son reales las cifras de la economía china o están maquilladas por su gobierno? ¿Hay riesgo inminente de un colapso bursátil global? ¿Europa logrará reactivar su economía y lidiar a la vez con el inmenso problema de los refugiados? ¿Seguirá al alza el valor del dólar en el mundo y qué incidencia tendrá sobre el aumento en las tasas de interés estadounidenses? ¿Hay modo de combatir el terrorismo y el fundamentalismo religioso? ¿Pasó la hora de los países emergentes? ¿Se puede detener el avance internacional del narcotráfico?
    Las respuestas son de vital importancia para nuestro país y su nuevo gobierno y establecerán de qué modo podemos insertarnos en el escenario internacional y conjurar dificultades y desafíos que plantea la realidad global.
    Los argentinos creemos estar bien informados, y en efecto, diariamente recibimos diluvio de datos. Pero entender el mundo, tener en claro cuáles son las principales corrientes de pensamiento que moldean lo que acontece, es muy distinto.
    En Davos se prestó atención a lo que ya se llama “la cuarta revolución industrial”: inteligencia artificial, robótica, la “Internet de las cosas”, los vehículos que se autoconducen, la impresión 3D, biotecnología, big data y algunos temas más que extienden el listado.
    También se pasó revista a los peligros de esta nueva visión –que en buena parte ya es realidad– como el desempleo masivo generado por la robótica, el potencial abuso de la ingeniería genética y las armas cibernéticas, sin mencionar el terremoto sobre los negocios establecidos.
    Para los empresarios, además, el desafío es inmenso. Cada milisegundo, un cliente descarga una aplicación de Apple, que vende 1.000 iPhones, iPads o las Mac, cada dos minutos, y lanza un nuevo producto cada cuatro semanas.
    Facebook es el mayor generador de contenidos del mundo y no es dueño de un solo medio; Uber, que conecta taxis y viajeros por todo el planeta, no tiene un solo automóvil. Alibaba –ya más grande que Amazon– no tiene un solo producto en inventario; y Airbnb (que alquila habitaciones, departamentos y casas en multitud de países) no tiene una sola propiedad inmueble. Todas estas empresas valen miles de millones de dólares.
    Hay nuevos modelos de negocios que aparecen súbitamente y de modo vertiginoso pueden terminar con negocios sólidamente instalados.
    Tal vez cuesta creerlo. Pero el mundo extraña la época –no tan lejana– en que una sola superpotencia como Estados Unidos, fijaba el rumbo de la economía global y se ocupaba de prevenir y conjurar las crisis financieras.
    A veces, los problemas eran inmensos, pero entonces Washington recurría a Europa y a Japón, y entre los tres grandes actores fijaban un derrotero.
    Pero nada de eso ocurre ahora. Estados Unidos está muy concentrado en reactivar su economía de modo firme, después de la crisis –la verdadera gran Depresión de 2008, no la de 1930– . Europa lucha por salvar el euro y toda la arquitectura de la eurozona. Japón no logra superar sus problemas y la política de quantitive easing (inyectar recursos líquidos en el mercado cada mes comprando bonos y títulos) que tan bien le sirvió a Washington, no les está funcionando y el estancamiento continúa.
    ¿Puede ser China la gran esperanza? De ninguna manera. El crecimiento se desacelera, hubo devaluación, caída bursátil y menor demanda de productos mundiales. Pero sobre todo, no tiene el menor interés de enfrentar el paquete que viene junto con convertirse en líder internacional en el campo económico y financiero.
    Esta excepcional situación en la que nos toca vivir hizo decir al ensayista Ian Bremmer que (ni G3, ni G7, ni G 20) esta es la hora de G Cero. No hay un país o bloque de países con el potencial o la voluntad de imprimir una dirección a la agenda internacional. Es la primera vez que esto ocurre en los últimos 70 años.
    Este es el nuevo mundo bravo con el que debe convivir la Argentina y su gobierno en el futuro previsible.