Comencemos por Asia. El test será temprano. China no dejará pasar la ocasión. Quiere romper el cerco comercial y militar que concibió la diplomacia estadounidense con Barack Obama.
Le interesa saber si puede tener como cierto los viejos dichos del Presidente electo sobre Japón y Sudcorea –que deben atender a su propia defensa–, o si el indicio real es la llamada telefónica que hizo a los líderes de esas dos naciones para garantizarle que el compromiso de defensa sigue intacto.
Tal como ocurrió cuando George W. Bush estaba en el poder, en 2001, se puede producir un incidente de tipo bélico que probará la decisión y firmeza del nuevo mandatario.
La estrategia oficial estadounidense era, hasta ahora, la contención de China con dos herramientas: el Tratado Comercial Transpacífico con 12 naciones ribereñas de ese océano (posibilidad que parece haberse diluido) y fuerte presencia naval en el sudeste asiático, especialmente protegiendo a Japón, Sudcorea y Filipinas, patrullando el llamado Mar de la China.
Beijing nunca aceptó ambas estrategias. La primera ha desaparecido. En cuanto a la segunda, correrá el mismo camino si las promesas electorales de Trump se confirman en la realidad.
Mientras tanto, Japón y Corea del Sur han hecho público que avanzarán en el camino de contar con armas nucleares que garanticen su seguridad e independencia.
La alianza atlántica en la incertidumbre
Las consecuencias del Brexit decidido por los votantes británicos fue una severa conmoción para la Unión Europea. La consagración presidencial de Donald Trump es un violento shock. Catástrofe le dicen algunos.
Para muchos observadores, la Alemania de Ãngela Merkel –al menos por ahora– es la única parte relevante que resiste de un mundo que parece colapsar. Por más de 75 años, la unidad de acción transatlántica, fue la piedra basal del rumbo de Occidente, en todos los órdenes, sea en defensa, en comercio o en disminuir el impacto climático.
Esta es la etapa que parece estar llegando a su fin. La Organización del Atlántico Norte, OTAN, fue la salvaguarda europea frente al amenazante expansionismo soviético, que ahora parece renacer con el sueño imperial de Rusia dirigida por Vladimir Putin.
Si Estados Unidos, como lo ha pregonado Trump, se refugia en el aislacionismo más extremo, es mucho lo que está en juego. Los europeos estarán solos para contener la agresividad rusa, y los esfuerzos realizados en Medio Oriente por acompañar a Washington, serán inútiles. Como los muertos y las pérdidas incurridas en Iraq y Afganistán.
Ni hablar del famoso tratado de libre comercio entre ambos lados del Atlántico. Los europeos están preocupados como no lo estaban en varias décadas.
¿Quién gana la pulseada con la Opep?
La organización petrolera ha sido blanco preferido del nuevo presidente. ¿Qué dijo? Que EE.UU no puede ser rehén de la decisión de un precio bajo para perjudicar al shale oil and gas del país. Que, si es preciso, debe dejar de comprar a los sauditas y “tomar” el crudo de Iraq.
En teoría, al aumento de producción y la enorme baja en el precio del barril de crudo favorece a Estados Unidos, un claro exportador. Pero también apunta a dejar fuera del mercado la producción del shale oil cuando todo indicaba que el país se dirigía a lograr la autosuficiencia energética.
La Opep, que vende más de un barril de crudo de cada tres que se producen en el mundo, se toma en serio la promesa del flamante mandatario de lograr la independencia energética de Estados Unidos.
No es para tomarlo a la ligera. Con la política desarrollada por Barack Obama durante casi una década, se duplicó la producción petrolera interna y se avanzó en el camino de convertir al país en una gran potencia en gas. De modo que, aunque falta mucho para lograr el autoabastecimiento, no es para dejar de lado esa posibilidad.
Precisamente la reducción sustancial en el precio del crudo por parte de la Opep, apunta a que las explotaciones shale sean antieconómicas y no valga la pena perforar y explotar, cuando esa actividad es bastante más cara que la convencional.
Sin embargo, no está claro que la estrategia de la Opep tenga el futuro garantizado. Las operaciones marginales quedaron abandonadas o suspendidas. Pero en las áreas centrales –como en Texas– la actividad intensa continúa. Más aun, la nueva tecnología disponible promete reducir más los costos y lograr que la actividad sea rentable aun cuando el barril de crudo, en el mundo, estuviera en US$ 40.
Hace dos años, cuando el precio del barril de los productores de la organización estaba en US$ 100, fue la explosión del shale oil and gas, dentro de EE.UU, con una producción que crecía anualmente en un millón de barriles. Ahora, por lo menos por el momento, no hay nueva actividad, pero la explotación continúa, más lenta, a pesar de lo desventajoso del precio interno contra el que tiene el barril en el mundo, incluso con una reducción de 10% en la extracción, con relación a 2014.
Pero ese retroceso le ha costado caro a los miembros de la Opep, en especial a los países árabes que han contraído deudas para nivelar el enorme gasto fiscal, o en otros casos, como Venezuela y Nigeria que han quedado al borde del abismo.
A finales de noviembre, los 14 miembros de la Opep se reúnen en Viena. La idea dominante es que el precio del crudo debe volver a subir (bajando los actuales niveles de producción). Para eso se baraja la idea de llevar el barril a US$ 65, con lo cual mejoraría bastante la posición de los miembros del cartel, y aparentemente no sería fácil reactivar la industria shale.
Ese cálculo puede naufragar con Trump en el Gobierno. Ha prometido eliminar todas las regulaciones que impiden explorar y perforar vastas áreas dentro de Estados Unidos. Aunque todo dependerá de la adhesión que genere esta política entre los inversionistas que se requieren, y que no parecen estar muy entusiasmados. Pero la producción de shale oil and gas, podría mejorar de modo importante.
En consecuencia: la Opep podría perder market share e ingresos, sin ningún beneficio a cambio.
Tecnología, un sector inquieto
Entre los sectores de la actividad económica más preocupados con el advenimiento de Donald Trump al poder, está el de tecnología. Para muchas de las firmas de vanguardia, es una verdadera pesadilla.
Si cumple con lo dicho en campaña, podría impedir u obstaculizar la inmigración de entrepreneurs exitosos y técnicos de primer nivel que vienen en bandadas a Silicon Valley y toda la costa del Pacífico.
Apple ha sido blanco de las invectivas del candidato. Tanto por fabricar los iPhone en China, como por no colaborar con el FBI que pretendía acceso al encriptado del software de estos celulares (en la investigación de un caso por terrorismo).
Muchas firmas temen una anunciada medida antitrust. Blanco frecuente de las invectivas del entonces candidato ha sido Amazon. Le prometió expresamente dificultades.
Para todo el sector fue otra advertencia: se beneficiarán con recortes impositivos, siempre que retornen a Estados Unidos la enorme cantidad de dinero que mantienen en el exterior: US$ 2,5 billones (millón de millones).
Quiénes sufrirán
No solo los estadounidenses tienen motivos para preocuparse por el futuro rumbo económico del electo Presidente. Lo poco que se sabe de la futura política económica es que avanzará sobre dos carriles. Uno, proteccionismo comercial con alza en los aranceles de ingreso de bienes y servicios (aunque la Organización Mundial del Comercio quede herida de muerte). El otro, estimular la demanda interna a como dé lugar.
Recortes impositivos se implementarían para persuadir a las grandes corporaciones a repatriar montañas de dinero que tienen colocadas en distintas plazas financieras mundiales. Los estímulos a la demanda se traducirán en mayor déficit fiscal y en más alta inflación.
En el caso de la Argentina, hay dos inquietudes sobre el futuro desarrollo de los acontecimientos. La primera, temor ante el proteccionismo comercial que puede obligar a buscar nuevos productos para algunas de nuestras exportaciones. La segunda, el encarecimiento de las tasas de interés que tornará más oneroso endeudarse.
Pero nadie con la zozobra de México. El solo anuncio de la victoria de Trump derrumbó al peso y presagia que el Banco Central eleve de modo significativo las tasas de interés, complicando más el ya problemático escenario interno.
Pero lo decisivo es qué pasará con el NAFTA, el acuerdo comercial de libre comercio que regula el comercio bilateral de US$ 580.000 millones anuales. Un acuerdo histórico, que sentó precedente en todo el mundo, y cuya misma existencia puede estar ahora amenazada.