Migraciones y cambio climático

    Se avanza y se retrocede. De pronto la sociedad alemana –y la austríaca–, se conmueven y abren sus fronteras a estos desesperados del Medio Oriente y del norte de Ãfrica, en especial, los sirios en este momento.
    Pero de inmediato, cuando se ven invadidos por multitudes de gente diferente, cierran de nuevo sus fronteras y la tensión y el drama recomienza. Y todo indica que este es un proceso que podrá tener diferentes derivaciones y experiencias, pero que sin duda durará por largo tiempo.
    El fenómeno tiene tal repercusión emocional en los medios y en la gente, que oscurece otro lado del problema. Los estudiosos que se dedican a analizar el tema migración en forma sistemática, confirman un dato sorprendente: refugiados y gente que busca asilo en todo el mundo, por razones humanitarias, políticas o por catástrofes naturales, son apenas entre 10 y 15% del total de las corrientes migratorias.
    Sin duda la atención se concentra en el medio millón de refugiados que asedia Europa durante los últimos meses, o en los dos millones de sirios instalados en Turquía. Sin embargo, advierten estos especialistas, sería una simplificación suponer que estos masivos desplazamientos se deben exclusivamente a la desintegración de estados preexistentes, debido a conflictos religiosos, ideológicos o étnicos.
    Hay certeza de que en el fondo aparece una razón más profunda y persistente: el cambio climático. El calentamiento del planeta juega un rol decisivo que todavía crecerá en importancia en el futuro.
    En términos comparativos, la migración se está accelerando. En América latina, y en la Argentina en particular, sigue fresco el recuerdo de cómo los inmigrantes fueron los grandes impulsores del movimiento globalizador del siglo 19. En cambio, el actual proceso de globalización se ha caracterizado por barreras crecientes contra inmigrantes sin educación, oficio o profesión. Excepto por un breve periodo que siguió al derrumbe de la Unión Soviética, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945), el flujo de emigrantes comparado con la población mundial se mantuvo estable en alrededor de 3%. Lo llamativo como advierte un trabajo de Brookings Institution –firmado por Jaime de Melo– es que la migración de sur a norte triplicó la registrada de norte a norte en los últimos 50 años.

    Los factores climáticos
    La historia enseña que durante los tiempos medioevales, la migración era la única protección contra los desastres naturales. Mucho más cerca, en las primeras décadas del siglo pasado, el proceso creciente de aridez en vastas zonas de Estados Unidos llevó al desplazamiento de dos millones y medio de personas.
    Sin ir más lejos en esta línea de razonamiento, más allá de la tragedia de la guerra civil en Siria con sus efectos devastadores, no hay que perder de vista que la fuerte sequía de los últimos cinco años –en una agricultura que utiliza agua de modo intensivo– contribuyó de modo decisivo a agravar el problema. Las temperaturas han subido en todo el Mediterráneo oriental. Iraq, nada ajeno a este fenómeno, ha contribuido con un millón y medio de emigrados. Los desplazamientos en Siria representan 20% de la población urbana y se calcula que puede aumentar en 50% durante los próximos ocho años.
    La conclusión es que las presiones migratorias pueden aumentar. Tanto las diferencias de ingresos entre países ricos y pobres, desigualdad en los niveles educativos y la tasa de crecimiento demográfico deben considerarse en estas proyecciones.
    Se supone que toda la población de Ãfrica será de 2.000 millones de personas para 2040. Lo primero que ocurrirá –como está pasando ahora con los sirios– es que la tasa de emigrantes africanos calificados, educados, profesionales, crecerá de 16% en 2000, a 20% en 2025, y a 23% en 2050. Y como naturalmente Europa está más cerca de Ãfrica que Estados Unidos, está claro cuál será el imán para estos emigrantes.
    Hay evidencia científica sobre los cambios climáticos que se avecinan, en algunos países en particular o determinadas zonas del planeta. Temperaturas extremas y fuertes lluvias incidirán sobre el rendimiento agrícola, muy especialmente en los países de bajos ingresos. Se calcula que a finales de este siglo la temperatura promedio aumentará en 4 grados, con lo que las tierras agrícolas explotables se desplazarán 1.000 kilómetros desde la línea del Ecuador, y el nivel del mar aumentaría en 70 centímetros.
    Los optimistas señalan que, habida cuenta que 72% de la población global y 90% del PBI mundial ocupan apenas 10% de la tierra disponible, hay margen para que la gente de otros lugares se desplace. Claro, si se lo permiten.

    Responsabilidad y transparencia

    Nunca fue tan fácil como ahora seguir la pista y vigilar la conducta de una empresa. Tanto las redes sociales, como Internet y data analytics lo han hecho posible. Cada vez hay más gente que basa sus decisiones de compra o la opinión que les merece una marca, a partir de esta información.
    Este proceso –según recuerda Juliette Powell en Strategy &– fue denominado responsabilidad radical (Radical Accountability) por Allen Hammond en un artículo publicado en 2001 en Foreign Affairs, lo que demuestra su acierto predictivo. Anticipaba que los ambientalistas tendrían mayor información disponible para exigir mayor conducta ética por parte de las empresas.
    Lo que tal vez no imaginó Hammond es que su prédica, al cabo de década y media, seduciría todavía más a los compradores de productos y servicios. Especialmente entre los millenials, es decir los nacidos entre 1980 y 2000.
    La expectativa hoy es que las marcas sean más transparentes. Con lo fácil que es enterarse por tantos medios sobre la conducta de las marcas, a la gente le importa lo que hacen y cómo eso que hacen puede afectar sus vidas de alguna manera.
    En definitiva, los consumidores –especialmente en las economías más avanzadas– esperan transparencia por parte de las empresas. La mayoría ha visto conveniente utilizar intensamente las redes sociales. Esa práctica tiene grandes ventajas pero también serios inconvenientes. Si un consumidor se hace “amigo” de una marca espera que se comporte como tal y no que lo defraude.
    Es una tendencia firme, que avanza, y que en definitiva puede resultar muy buena para los negocios que satisfagan esas expectativas. Pero también es cierto que hay muchas empresas que no están preparadas para el comportamiento correcto que se espera de ellas. Un caso ilustrativo ha resultado el de alimentos para mascotas. Muchos de ellos tienen un margen alto de ganancias, pero utilizan ingredientes de segunda categoría. Pero ahora los consumidores pueden encontrar fácilmente todos los datos sobre naturaleza de los ingredientes, su calidad y su real precio. Lo que implica sentenciar a las marcas que utilizan esas estrategias. Especialmente los consumidores conscientes rechazan el uso de conservantes, pesticidas y sustancias que preserven esos alimentos en el tiempo. No solo migran a alternativas más saludables, sino que se convierten en implacables detractores a través de esos mismos medios –en especial las redes sociales– de las marcas castigadas, con lo que potencian el efecto negativo.
    Es un buen ejemplo que demuestra las ventajas de lo que se llama también “la transparencia radical”, que no es otra cosa que invitar a los clientes –y facilitarles la tarea– a que conozcan de qué modo hacen negocios, demostrar que no tienen nada que ocultar, y ganar la confianza de ellos. No solamente esas empresas aceptan ser observadas, sino que alientan ser escrutadas.

    El poder disruptivo de las nuevas tecnologías

    La poderosa emergencia de una nueva economía digital cambia las formas en que se hacen los negocios y se desarrollan las organizaciones, especialmente las que están involucradas en mercados emergentes y en desarrollo.
    Es evidente que se opera una reducción en los costos de las transacciones, lo que permite alcanzar nuevos públicos y hasta favorece la inclusión social.
    El impacto de las tecnologías favorece la mejora de la eficiencia, mejoras de escala y aceita el cambio transformacional de las organizaciones.
    Hay tres tendencias en pleno desarrollo que permitirán redefinir cómo ocurrirá el desarrollo global y cuáles serán los esfuerzos que habrá realizar para respaldarlo durante los próximos 10 años.
    La primera es la creciente adopción de servicios de pagos digitales en todo el mundo, cada vez con mayor sencillez y comodidad. La segunda, la constante expansión de la conectividad a Internet –aun en las regiones más distantes del planeta– y la alfabetización digital. La tercera, el creciente aprovechamiento de los datos para favorecer a pobres y excluidos y generar nuevo conocimiento.
    El pasado mes de agosto, la Mesa Redonda anual de la Brookings Institution, analizó las grandes innovaciones que están favoreciendo a estas tres tendencias, además de explorar las implicaciones para inversionistas y Gobiernos, tanto en términos de las enormes posibilidades que se abren, como de los riesgos implícitos en estas tecnologías disruptivas. Todas las intervenciones apuntaron a dar respuesta a estos puntos: qué se puede esperar del modo en que estas tendencias e innovaciones afectarán al mundo de los negocios y a las organizaciones en su enfoque de desarrollo. Cuáles son los riesgos y desafíos que supone la nueva economía digital. Y finalmente, cuáles son las restricciones para que estas innovaciones sean inclusivas y escalables.