“El arte argentino está subvaluado”

    Por Florencia Pulla

    Comprar bonos. Intercambiar acciones. Decidir si dólar blue o dólar ahorro. Comprar propiedades. Hay diferentes alternativas de inversión y el argentino ha adquirido –a fuerza de crisis cíclicas e inflaciones de más de dos dígitos– la cintura suficiente para encontrar diferentes refugios para el ahorro. Pero son pocos los que piensan en el arte como inversión: la mayoría solo identifica a las obras de grandes maestros y jóvenes promesas con los museos a los que se visita por placer o por curiosidad. El arte es algo que se cuelga en las paredes y que se disfruta todos los días y no, estiman, un lugar abstracto en donde colocar el dinero.
    Así llegó al arte Jorge Calvo, dueño de la galería Witcomb. Ubicada en el centro de Recoleta, atrae más que a turistas: a apasionados del arte, claro, pero a inversionistas y a coleccionistas como él. Aunque su profesión de todos los días no puede estar más lejos del sofisticado mundo del arte –es un industrial del calzado– Calvo sintió, desde siempre, una atracción gravitacional hacia las pinturas más clásicas que luego convirtió también en un negocio en donde las inversiones, no en papeles sino en cuadros, pesan y mucho.

    De calzado a Castagnino

    “Hace más de 30 años que empecé con el mundo del calzado y, con el tiempo, crecimos a una fábrica por lo que, más allá de algunos altibajos, siempre nos fue bien. Al mismo tiempo siempre tuve una gran pasión con el arte y el dinero que venía de los calzados lo usaba para armar mi colección de arte de objetos argentinos que es muy amplia. De hecho, fue porque no tenía más lugar para colgar los cuadros que abrí la galería”, confiesa, entre risas.
    Nacido en el seno de una familia de clase media, no entiende del todo esta atracción por un mundo que, al principio, le era ajeno. “En mi casa nunca hubo cuadros pero siempre me fascinaron. Hay algo del artista que entrega todo, que tiene que poner horas de trabajo y concentración para plasmar una idea en un lienzo que siempre me pareció maravilloso. Y además lo bueno del arte es que está ahí, se puede ver todos los días. Cuando uno compra un obra no solo se convierte en dueño y ve potenciada su inversión sino que, además, lo disfruta todos los días”.
    Su colección, que incluye artistas fetiche como Castagnino, Campanella, Soldi o Presas, fue creciendo en importancia y en valor. Un verdadero coleccionista, Calvo se propuso convertirse además en un buen hombre de negocios, ahora también en el mundo del arte. “Por más que el arte me encante, no estoy dispuesto a perder dinero –reconoce–. Es importante entender que para el coleccionista, la búsqueda no termina nunca. Y entonces a medida que pasa el tiempo uno entiende que la pieza de la que se desprende sirve para comprar otra que quizás en ese momento le atraiga más”. Pareciere que coleccionista se nace: a pesar de que su galería tiene dos salas –una dedicada a los grandes maestros argentinos, que es permanente, y otra, de muestras itinerantes– reconoce que los mejores cuadros, sus joyitas, no están en las paredes del local de Avenida Santa Fe y Rodríguez Peña sino en su propio hogar. “Tengo piezas que están en mi casa que no están a la venta. Lo mejor no se vende porque el coleccionista tiene un lazo emotivo ya creado”.


    Jorge Calvo

    ¿Para invertir hay que saber?

    El arte, entonces, nos ata a un artista; tiene que ver con un estado emocional. Pero también, aparentemente, es un buen refugio para el dinero.
    Según la Asociación Argentina de Galerías de Arte (AAGA) –y que dio cuenta Mercado en su edición de marzo dedicada al mercado del arte– el año pasado se concretaron en el país unas 22.000 transacciones por unos $200 millones. Aunque mucho de ese dinero que viene de familias coleccionistas reconocidas un gran porcentaje de los compradores son inexpertos en el tema. “Hoy 60% de los que compran no tienen en su haber más de una o dos obras y conocen muy poco del tema”, le decía Ignacio Gutiérrez Zaldívar a Rubén Chorny en marzo. Para él no existe un mercado real de inversionistas serios sino que “es gente que disfruta del arte y le gusta convivir con la belleza”.
    Calvo no está de acuerdo. Para él existe un perfil del comprador clásico. “Son hombres mayores de 40 años, profesionales, que se interesan en comprar arte como inversión. Obviamente cuando nos llega una obra de gran jerarquía acudimos a los coleccionistas importantes porque son, después de todo, los compradores de alta gama. Que invierten porque quieren agrandar su colección, más que nada. Pero el mercado se está abriendo a todo un segmento de gente más joven que quiere artistas nuevos y que no hacen grandes inversiones”.
    Para el dueño de Witcomb, sin embargo, este es el momento ideal para hacerse de arte local. “En mi caso soy muy conservador y entonces mi colección tiene más que ver con los grandes argentinos. Y entonces hay opciones de cuadros de Berni muy buenas porque el mercado está híper deprimido. Cuando hay turbulencias económicas el público se retrae y los precios dejan de crecer. El arte argentino hoy es muy barato. Cualquier artista uruguayo o brasileño tiene una cotización más alta. Los vaivenes económicos, las especulaciones, incluso que sea un año de elecciones actúan como limitantes y hacen que el comprador se retire. Entonces para los que puedan –y lo vean– es una gran oportunidad de compra. Los precios no son lógicos”.
    Estima que la baja tiene un piso, también. Y que pronto lo valores de los cuadros de artistas locales pueden repuntar. “Si se ve el mercado en comparación con otros, en donde sí han subido los precios, es realmente bajo el valor. El metro cuadrado de construcción aumentó exponencialmente más que el arte. Pero se tiene que revertir porque la calidad de los artistas argentinos es incuestionable”, apunta.

    Democratizar el mercado

    Las grandes galerías existen pero no son muchas. Su rol es bastante clave en este contexto: dar a conocer nuevos artistas, educar a quien siente curiosidad en el arte, estimular un mercado que mueve dinero pero que podría mover mucho más.
    “En Buenos Aires hay muchas galerías de arte consagradas que tienen grandes obras y que apuestan. Saben que cuando esta incertidumbre económica que estamos pasando decante, el arte argentino debe tender a la alza”.
    ¿Hay vida más allá de las galerías? Sí. “Hay un circuito de exposiciones en donde muchos artistas no tan conocido van popularizando sus trabajos, incluso a través de la web. Es como cualquier producto en donde hay variación de precio de acuerdo a los diferentes segmentos de cliente. En Palermo hay muchos nuevos valores que venden sus obras a precios realmente bajos”.
    El arte, entonces, busca diferentes canales de comercialización. Y ante la negativa de las 300 galerías de exponer sus productos encuentran lugares alternativos de exposición. “Se están haciendo muestras que van directamente del artista al consumidor, sin intermediarios. Y tienen mucho éxito, son muy visitadas estas muestras. Lo que permiten es que más gente pueda acceder a pinturas por muy poco dinero. No se necesita tener una obra de un gran maestro para intercambiar en el mercado y es, en definitiva, una inversión a futuro. Cuando uno compra algo por $1.000, en el pequeño formato de un artista que se inicia, no sabe dónde puede terminar en términos de valor. Marta Minujin es una de nuestras mejores artistas, con obras en el MoMa. Pero hay mucho de su arte, especialmente de su arte en épocas de juventud, que se vendió muy barato y quienes supieron aprovecharlo se han beneficiado”. ¿Cómo reconocer a ese artista joven que luego puede consagrarse? “Hay que tener ojo y corazón”. ¿Nada más? .