Es una certeza repetida: la aceleración del cambio –en todos los órdenes de la vida y el conocimiento– es tan vertiginosa que aturde y desplaza a los recuerdos de la memoria. Cualquier persona nacida sobre la mitad del siglo pasado, guarda recuerdos, imágenes, episodios de acontecimientos centrales como la Segunda Guerra Mundial, la guerra civil española, los frecuentes golpes de estado en la Argentina, y el ascenso indetenible de Perón al poder. Del mismo modo, tienen vivencia de las ideas que moldearon el pensamiento político, económico y social a lo largo de su existencia.
Este fenómeno se ha vuelto extraño. Tal vez el primero en explicarlo en forma explícita fue el historiador británico Eric Hobsbawn. Decía que una generación había dejado de transmitir los hechos de su época a la siguiente y que eso ha creado una brecha insalvable. Solo existe el presente (o acaso el pasado muy cercano) y el futuro es una mera proyección del presente.
Un profesor de historia de un colegio secundario contaba que había preguntado a un alumno sobre la guerra de las Malvinas. El alumno le explicó “que el gobernador Vernet no tuvo refuerzos de Rosas y nada pudo hacer”. El profesor insistió: “No, no esa guerra. La de 1982”. La respuesta: una vaga idea de que algo había ocurrido entonces, pero sin mayor precisión.
El pasado –lejano o reciente– se ha convertido en historia o en leyenda. Todo ello a una velocidad sin precedentes. Un contexto que viene de perillas para la constante “reconstrucción del relato”.
El año pasado, en su programa PPT, Jorge Lanata explicó y recordó cómo había creado y dirigido por años el diario Página 12. No fue una actitud narcisista. Con su habitual sagacidad, el periodista había percibido que, para mucha gente y de toda edad, el diario había comenzado en 2003 con los Kirchner (cuando en realidad fue fundado en 1987).
Y el proceso aumenta su aceleración. En menos de una generación, el incesante avance de la globalización con mayor dispersión en el foco geográfico donde se sitúan nuevos actores y procesos, han alterado drásticamente las estructuras de pensamiento que prácticamente permanecían inalterables desde la Revolución Industrial. Ello implica que ya no sabemos de dónde venimos. Con resultados calamitosos y peores perspectivas aún. Se ha perdido contacto con una centuria de pensamiento social. Ya no se discuten conceptos que se han olvidado, y que eran objeto de debate permanente entre intelectuales de algunas décadas pesadas.
Una reevaluación necesaria
Esa es la esencia del pensamiento del historiador inglés Tony Judt, autor –entre otras obras– de Reappraisals: Reflections on the Forgotten Twentieth Century.
El libro revive aspectos relevantes del mundo “perdido”, y recuerda lo importante que ellos son todavía para el presente y para el futuro. Revela también como al olvidar el pasado, y el debate entre el ascenso y la caída del Estado en los asuntos públicos, hemos reemplazado a la historia por una herencia. Cómo han triunfado los creadores de mitos sobre la verdad que puede guardar la memoria colectiva.
Como afirma Judt de forma persuasiva, hemos ingresado “en la era del olvido”. Recuerda que hemos perdido contacto con tres generaciones protagonistas del debate político, social y del propio activismo social. Insiste en dos temas centrales: la responsabilidad de los intelectuales y el papel central de las ideas.
Para el autor, con mucha confianza y muy poca reflexión hemos puesto al siglo 20 detrás nuestro, –en especial las fechas más cercanas– sin analizar la caída del comunismo y la disolución de la Unión Soviética en 1989, o poco después la desastrosa intervención militar estadounidense in Iraq. Y algunas ideas en boga, como la definitiva hegemonía de EE.UU., el triunfo de Occidente y aquello que se dio en llamar “el fin de la historia”. Como también “el inevitable triunfo del capitalismo y mercado libre, y lo irreversible del proceso globalizador”.
En síntesis, la nueva convicción de que nada de lo ocurrido antes –que pertenece ya a la historia– habrá de repetirse.
No se trata solamente de que fallemos en aprender algo del pasado. También que todos los escenarios económicos, prácticas políticas, conducta geopolítica y estrategias internacionales, no tienen nada que ver con el pasado.
Es decir, este nuevo mundo tiene, naturalmente riesgos y oportunidades pero que no reconocen precedentes.
En la voz de Tony Judt, lo sorprendente es que el atentado contra las torres gemelas en 2001, o todos los conflictos que le han seguido, hasta llegar hoy al de Siria y buena parte del Oriente medio, niega la continuidad de ideas y antecedentes, se prefiere olvidar antes que recordar, rechazar la continuidad y exaltar la novedad en cada ocasión.
Lo que no deja de ser una temible imprudencia. El pasado reciente tiene mucho que ver con la actualidad y seguramente por unos años más.