Nueva versión de “El Gran Juego”

    Lo que hacen los juegos es crear y fomentar en los niños el instinto natural humano de conquistar y dominar. Lo que hace el cine es reflejar esa realidad que se ha puesto de manifiesto durante todo el desarrollo de la humanidad, desde sus inicios hasta ahora. Si nos limitamos solamente a las últimas centurias, no podemos dejar de mencionar al Imperio Ruso, que entre 1791 y 1917 abarcó grandes zonas de los continentes europeo, asiático y hasta norteamericano.
    El Imperio Ruso, que había conquistados los terrenos comprendidos entre el Mar báltico y el Océano Pacífico, rivalizaba con el Imperio Británico que, mediante posesiones de ultramar que llamaba colonias, dominios, protectorados, se había convertido en la potencia más grande del mundo por esos años. Era lo que se llamó “El Gran Juego”, o sea la rivalidad de dos potencias que luchaban por el control de Asia central y el Cáucaso.
    Poder y legitimidad están también en juego en el Mar de la China, una vía clave para ganar parte del comercio con el mundo. Muchas de las islas, archipiélagos y arrecifes son objetos de reclamos superpuestos. Sin embargo China insiste en que su posición es la predominante y está tratando de reforzar su posición construyendo con arena islas artificiales, y sobre ellas aeropuertos y fortalezas.
    Esto es en parte una forma de demostrar su poderío naval. China está creando islas porque puede. Ocuparlas coincide con su estrategia de dominar los mares más allá de sus costas. Hasta hace poco, los buques de guerra estadounidenses navegaban por allí con total naturalidad; hoy testean la decisión china y comprueban si se pueden encontrar en aguas hostiles.
    Estados Unidos no se pronuncia sobre quién es dueño de las islas, pero insiste en que China debería establecer sus reclamos mediante una negociación o mediante el arbitraje internacional.


    Vladimir Putin

    El verdadero Gran Juego

    En la versión del siglo 21, “El Gran Juego”, en cambio, se está dando entre Rusia y China. Khorgos es una ciudad china que está enclavada muy cerca de la frontera con Kazakhstan (que alguna vez fue parte del Imperio Ruso) y es el punto fronterizo que China ambiciona transformar en su puerta de acceso a Occidente.
    La Rusia de Putin, si bien no intenta reconstruir la URSS, procura mantener su área de influencia a través de la mancomunidad de naciones que alguna vez integraron el cosmos soviético.
    Pero Khorgos es apenas uno de los proyectos destinados a hacer realidad el sueño de China de crear una nueva Ruta de la Seda (como hace dos milenios). El plan cuenta con todo el apoyo del presidente Xi Jinping porque afirmaría definitivamente la autoridad y la influencia de su país sobre extensas regiones del Asia central, de Medio Oriente, de Ãfrica y hasta del extremo sur de Europa.
    China cuenta con millones y millones de dólares para invertir, y si su estrategia tiene éxito, ese dinero serviría para reformar las ex economías soviéticas de Asia central, actualmente agobiadas por el desplome de los precios de los commodities. Pero que regiones o estados que hace no mucho formaban parte de la mancomunidad rusa comiencen a depender cada vez más de China, especialmente en un momento en que la economía de esta última plantea algunos interrogantes, no es algo que atraiga mucho a a los países del Asia central. Y el lanzamiento de un plan de integración regional pone a Beijing en dirección a un choque frontal con Moscú, que está usando todas sus artes diplomáticas para lograr una Unión económica Eurasiana.
    Por su parte China –vista con los ojos de un especialista en la región, Raffaello Pantucci– “en forma consciente o inconscientemente, está construyendo un imperio. Está invirtiendo en una región frágil fronteriza con Afganistán sin darse cuenta de que no va a poder impedir que sus negocios la arrastren hacia los asuntos políticos y militares. No creo que se haya parado a pensar en lo que eso significa a largo plazo”, dice el experto.
    El presidente Xi, por su parte, ve a Kazakhstán como el punto ideal para inicial el trazado de un cinturón económico que vuelva a la vida las antiquísimas rutas comerciales entre China y Occidente.


    Xi Jinping

    La Nueva Ruta de la Seda

    Claramente la política exterior de China en lo comercial es volver a crear una Nueva Ruta de la Seda, esta vez para llevar y traer muchísimo más que el producto del gusano de seda.
    Así describe un historiador chino que vivió en el siglo I antes de Cristo: los legendarios excedentes de su país “revientan en depósitos con el producto de sus cosechas, los cofres ya no alcanzan para guardar tesoros y oro que valen miles de miles de millones.” Se refería a la bonanza de la dinastía Han cuando se produjo la primera gran expansión China hacia el sur y el oeste y al establecimiento de rutas de comercio, que se extendía desde la anciana capital Xián hasta la antigua Roma.
    Dos milenios más tarde se está produciendo la expansión de los excedentes otra vez. No hay red de seguridad para sus US$ 4 billones (millón de millones), las reservas en moneda extranjera más grandes del mundo y de graneros rebosantes. China tiene enormes excedentes de propiedades inmobiliarias, cemento y acero.
    Después de 20 años de rápido crecimiento, Beijing está otra vez mirando más allá de sus fronteras para encontrar oportunidades de invertir y comerciar y para lograrlo recurre a la vieja metáfora de su antigua grandeza imperial: la Ruta de la Seda. Y así, crear una versión moderna de aquella legendaria ruta se ha convertido en el núcleo de la política exterior del presidente Xi Jimping. El recurso es bueno, porque la connotación no es ni agresiva ni de poderío militar. Ni político. Solo intercambio comercial.
    Hace dos años Xi Jinping hablando en Astana, la capital de Kazakhstán recordó la figura del diplomático que ayudó a China a abrir el comercio con el mundo en el segundo siglo antes de Cristo: Shang Quian, y en ese mismo discurso dijo que la Ruta de la Seda ha recuperado su vitalidad.
    Otros encuentran paralelos entre la puja por influencia entre los imperios ruso y británico en el siglo 19. A medida que China expande su influencia en partes de la ex Unión Soviética, Asia central podría convertirse en el foco de un nuevo “Gran Juego” entre Beijing, Moscú y posiblemente también Irán, Turquía y los países occidentales.
    Pero la realidad es esta: después del fracaso en Afganistán los países occidentales tienden a retroceder en la región y la capacidad de Rusia para invertir en la región está dañada por la recesión económica. De manera que el “Gran Juego” está dejando solamente a un jugador con posibilidades: China. Las inversiones chinas son la última posibilidad de que esos países eludan la recesión que podría amenazar la paz política.
    Estamos hablando del comercio entre China y Kazakhstán, Kirguistán, Tajikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, que creció de US$ 1.800 millones en 2000 as US$ 50.000 millones en 20103, según cifras del FMI. Esto quiere decir que China es un socio comercial en la región más grande que Rusia.
    En Kazakhstán, las empresas chinas son dueñas de aproximadamente un quinto de la producción petrolera del país. En Turkmenistán, poseen la cuarta reserva de gas del mundo. Ya no es Gazprom sino China el primer comprador de gas turkmeno. El gasoducto que va de China a Asia central, abierto en 2009 significa la mayor ruta de exportación de energía que no controla Moscú.
    Este dominio económico significa que muchas veces parecería que es China, y no Rusia, el cliente más importante de los Gobiernos de Asia central. Después de que Kazakhstán permitió que su moneda flotara libremente en agosto, generando una inmediata devaluación de más de un quinto, su primera prioridad fue tranquilizar a Beijing.
    Cuando Kajikistan, el país más pobre de la región, vio que su banco central casi no tenía más reservas, firmó un swap con el Banco Popular de China por US$ 500 millones.
    Pero viajar por la nueva ruta de la seda no es una empresa tranquila. En la región hay más afinidad cultural con Rusia y Turquía que con China y predomina mucha sospecha ante los nuevos socios.
    ¿Y Estados Unidos?
    Desde el otro lado de los océanos Estados Unidos observa atento lo que está ocurriendo en Asia central, en el Mar de la China y en Siria, todos lugares conde cada vez es más evidente que hay un cambio en las relaciones de poder desde el colapso de la Unión Soviética.
    En Siria, por primera vez desde la Guerra Fría, Rusia ha desplegado sus fuerzas lejos de sus tierras para aplastar una revolución y apoyar a un régimen cliente. En las aguas que median entre Vietnam y Filipinas, Estados Unidos está dando señales de que no reconoce los derechos de jurisdicción marítimas de China sobre una cantidad de islas y archipiélagos ejerciendo su derecho a navegar dentro de las 12 millas marítimas que controla un estado soberano.
    Durante los últimos 26 años Estados Unidos dominó la política internacional. El nuevo juego con Rusia y China que se está a abriendo en Siria y el Mar de la China es un indicio de lo que podría pasar n el futuro.
    Pero como siempre, la lucha se da en términos puros de poder. Putin intervino en Siria para aplastar la yihad y afianzar su propia presencia pero también quiere mostrar que, a diferencia de Estados Unidos, en Rusia se puede confiar para que haga cosas en Oriente medio y conquiste amigos ofreciendo a Irak, por ejemplo, una alternativa a Estados Unidos.
    Para que nadie crea, como dijo el senador estadounidense John McCain que Rusia es nada más que una gasolinera disfrazada de país, Putin se propone demostrar que Rusia posee decisión y también tropas y misiles.
    La lucha también es por legitimidad. Putin quiere desacreditar a Estados Unidos como administrador del orden internacional. Estados Unidos dice que el descontento y los abusos del régimen sirio a los derechos humanos descalifican al presidente Bashar Al-assad para el poder. Putin quiere, en cambio, ignorar los derechos humanos a los que ve como una licencia para que Occidente interfiera en países soberanos, inclusive el suyo mismo, si llegara la ocasión.
    Por su parte China dice que en su región, en las disputas por islas o por otras cuestiones, es ella la que fija las reglas.
    No sorprende que esté desafiando el predominio estadounidense. Después del colapso soviético la supremacía global absoluta de Estados Unidos comenzó a parecer normal. De hecho, su dominio llegó a tales alturas que solo porque Rusia retrocedía y China estaba todavía saliendo del caos sufrido durante todo el siglo 20. Aun hoy Estados Unidos –aunque renuente– sigue siendo el único país capaz de proyectar su poder militar en todo el globo.
    Pero todo cambia. Rusia pretende afirmar su poder. Ya anexó Crimea e invadió el este de Ucrania, ambas cosas en violación de la misma ley internacional que Putin dice sostener en Siria. Barack Obama se tranquiliza con la debilidad de la economía rusa y la emigración de sus mejores cerebros.
    Más importantes son las relaciones entre China y Estados Unidos, y también más difíciles de manejar. Para que haya paz y prosperidad ambas deben trabajar juntas. Y sin embargo sus negociaciones están plagadas de rivalidad y desconfianza. Como cada transacción se convierte en una prueba de quién es el que manda, el antagonismo nunca está muy lejos de la superficie.
    La política estadounidense todavía no se ajustó a este nuevo mundo que le desafía. Para los últimos tres Presidentes, la política principalmente implicaba la exportación de los valores estadounidenses, aunque para los países receptores eso as veces se sentía como una imposición. La idea era que los países inevitablemente debían gravitar hacia las democracias, los mercados y los derechos humanos Los optimistas pensaron que hasta China iba en esa dirección.
    Pero en Irak, Afganistán y Medio Oriente en general, la liberación no trajo estabilidad. La democracia no se arraigó y Obama llegó a la conclusión de que había que replegarse (especialmente cuando a empezó a producir shale oil en cantidad). En Libia lideró desde atrás. En Siria se mantuvo al margen. Resultado: cedió la iniciativa a Rusia en Oriente Medio por primera vez desde los años 70.
    El deseo de Obama es que otros países deberían compartir la responsabilidad por el sistema de ley internacional y de fijar la agenda.
    Estados Unidos todavía tiene recursos que otras potencias no tienen. Una red de alianzas y su inconmensurable poder militar.