El sueño de la Gran Rusia tropieza con obstáculos

    Si eso ocurriera, podría terminar como Boris Yeltsin a quien Putin empujó del poder. Su accionar puede generar tensiones y hasta enfrentamientos graves en diferentes frentes, pero no parece que el programa de Putin sea exitoso.

    Este es uno de los nuevos aliados estratégicos –el otro es China (ver página 12 de esta misma edición)– que asegura haber elegido el Gobierno argentino, en un giro geopolítico que no guarda relación con los diez meses de gestión que le quedan.

    Vale la pena revisar el pasado reciente y las circunstancias que han modelado la actual situación en Rusia, para entender mejor el futuro desarrollo de los acontecimientos.

    El presente de Rusia está plagado de malas noticias y el futuro se presenta incierto. Tal vez sea esa la razón por la cual los últimos discursos del presidente Vladimir Putin estén cada vez más cargados de referencias históricas para acompañar la retórica fuertemente anti occidente.

    La economía del país venía sufriendo por las sanciones dispuestas por las grandes economías occidentales por la beligerancia de Moscú en el caso de Ucrania.

    Pero el desmoronamiento del precio del barril de petróleo –de US$ 115 hace seis meses a poco menos de US$ 60 ahora– crea certezas de nuevas y profundas dificultades. El convenio energético con China es muy relevante y estratégico (US$ 800.000 millones hasta 2030), pero no alcanza a compensar la caída en los ingresos por exportaciones energéticas y sus efectos no se sentirán de inmediato.

    La historia reciente

    En marzo de 2014, luego de un referéndum muy controversial, Rusia anexó Crimea. En Donetsk y Lugansk, dos ciudades al este de Ucrania, surgieron movimientos separatistas pro-rusos que luego expandieron su control territorial dentro de Ucrania.

    Esos hechos motivaron una ronda de sanciones contra Rusia en Estados Unidos, a las que luego se sumaron la Unión Europea (UE), Australia y Japón. Luego ocurrió la trágica caída del vuelo de Malaysia Airlines el 17 de julio sobre territorios rebeldes y la Unión Europea aplicó sanciones más duras. Rusia contestó prohibiendo las importaciones agrícolas de Australia, Canadá, UE, Noruega y Estados Unidos.

    Aunque en septiembre el Gobierno de Kiev aceptó un cese del fuego por entender que era poco probable que lograra una decidida victoria sobre los separatistas, las hostilidades continuaron y en noviembre, activistas rusófilos llamaron a unas elecciones ilegales en las autoproclamadas República Popular de Donetsk y República Popular de Lugansk. Eso generó una redoblada condena de Estados Unidos y la UE.

    Las negaciones entre Rusia y Estados Unidos están hoy en su punto más bajo desde el final de la Guerra Fría, estima la consultora IHS en un trabajo titulado “¿Hacia adónde va Rusia?”. La administración Obama, dice allí, parece decidida a aumentar la presión sobre el Kremlin: eliminó el tratamiento preferencial al comercio otorgado en administraciones anteriores y reclama que Rusia ratifique el acuerdo de Minsk, que busca una solución pacífica al conflicto en Ucrania. Putin respondió acusando a Estados Unidos de pretender replantear el mundo en beneficio propio.
    Ahora, la frágil tregua acordada gracias a los esfuerzos de Alemania y Francia, inspiran una cuota módica de optimismo.

    Internamente, la política del Gobierno de Putin está dando nuevo impulso a un “capitalismo de Estado” dominado por un puñado de grandes empresas estatales y con las decisiones controladas por un pequeño círculo de ex miembros de los servicios de seguridad, policía y fuerzas armadas, los llamados siloviki.

    Esta tendencia a mirar hacia adentro alienta un creciente sentimiento nacionalista y anti occidental en la población. También crea un entorno más hostil a las firmas occidentales que operan allí.
    A medida que se deterioran los lazos con Occidente, Rusia busca fortalecer relaciones con mercados emergentes y aumenta las exportaciones de petróleo y gas a China para reducir su dependencia del mercado europeo. Afianza también las relaciones bilaterales a todo lo largo de su frontera occidental y sur con Armenia, Bielorrusia, Kazakshstan y Kyrgyzstan mediante la ampliación de la Unión Económica Eurasiana.


    Merkel y Hollande

    Los desafíos económicos

    El último año fue borrascoso para la economía rusa. Las sanciones impuestas por Occidente generaron brusca caída de las exportaciones, aumento de la inflación y fuga de capitales. A eso se sumó la caída de los precios del petróleo y gas, que aportan casi la mitad de los ingresos estatales. Esos dos golpes provocaron una depreciación del rublo de 40% y fue necesaria la intervención del Banco Central para apuntalar la moneda.

    Antes de la recesión global de 2008, el crecimiento económico ruso estaba entre 6% y 8% anual. En 2013 cayó a 1,3%. En 2014 hubo estanflación para algunos y recesión para otros.
    Para activar el crecimiento, Rusia necesita diversificar su economía y alejarla de su dependencia de la energía. Eso requiere una masiva inversión de capital. El progreso tecnológico creció lentamente, la infraestructura es antigua y la capacidad productiva obsoleta en sectores no energéticos. Todo eso limita el potencial de crecimiento de la producción económica.

    Además, el país tiene problemas de capital humano. Uno de los problemas centrales en su capacidad para modernizar es la carencia de habilidades gerenciales en los sectores público y privado.

    Además, la población decrece y envejece, algo que reduce la fuerza laboral, afecta el desarrollo de nuevos negocios, aumenta los costos de salud y los montos por jubilaciones que el Estado deberá pagar en los próximos años.

    El sector de la pequeña y mediana empresa, motor de crecimiento en Occidente, está poco desarrollado. Los desafíos que afrontan las Pyme –corrupción y burocracia– desalientan la instalación de nuevos negocios. No solo los extranjeros sino también los locales dudan en hacer inversiones en el actual clima.

    Salvo unos pocos casos de éxito, como Pepsi y Procter & Gamble, la sensación general entre los inversores es negativa. Esa sensación creció luego de algunos casos recientes de alto perfil que pusieron de manifiesto la escasa protección de los derechos de propiedad privada y los derechos de los socios minoritarios, la falta de imparcialidad judicial, la manipulación impositiva y los regímenes regulatorios que favorecen los intereses de las empresas estatales o amigas del Kremlin, los obstáculos burocráticos para las start-up y la corrupción generalizada.

    En consecuencia, Rusia no ha podido detener la hemorragia de dinero que se fuga del país. Durante la última década solo dos años –2006 y 2007– registraron entrada neta de capital, gracias al entusiasmo por invertir en todos los mercados emergentes. 

    Algunos acontecimientos recientes sirvieron para desalentar aún más a posibles inversores y por lo tanto generaron más fuga de capitales. Primero, a principios de 2014 los inversores internacionales se volvieron cada vez más reacios a los mercados emergentes y a Rusia en particular debido a la inestabilidad en Ucrania.

    Luego en marzo llegaron las sanciones, primero impuestas contra algunos particulares, sus bancos asociados y vehículos de inversión, pero después ampliadas a una serie de bancos estatales, empresas energéticas y otras.  La incertidumbre generada por todo esto, más la posibilidad de medidas retaliatorias por parte de Rusia, motivó más fuga de capitales.

    Dependencia del petróleo y el gas

    El tercer golpe a la economía tuvo lugar con la caída en el precio internacional del petróleo crudo. Durante la segunda mitad de 2014, el precio del crudo Brent –al que los precios rusos están ligados pero con un descuento de unos US$ 2 a 3 por barril– cayó más de 30% a menos de US$ 80 el barril a final de noviembre.

    Gas y petróleo representaban casi dos tercios del valor total de las exportaciones en 2013. En 2014 ese sector aportó 50% de los ingresos del presupuesto federal. El impacto de precios mucho más bajos podría llevar a la economía a la recesión, estima IHS.

    La economía depende de que suban los precios para poder hacer frente a las prioridades de gastos de Putin, de modo que los precios actuales obligarán al país a recortar los planes de gastos o a operar con más déficit de presupuesto.

    Pero hay más: la misma industria petrolera nacional necesita precios más altos para poder compensar los altos costos de exploración y producción. A medida que declina la producción de los viejos yacimientos en Siberia Occidental –la zona central de la industria que genera la mayor parte de la producción nacional– las petroleras deben ir alejándose hacia otras regiones para asegurar crecimiento de volumen.

    Además está la necesidad de invertir en infraestructura de rutas, oleoductos y gasoductos para monetizar los nuevos yacimientos.

    Las sanciones impuestas por Occidente, especialmente las que afectan el desarrollo de plataformas offshore en el Ártico, añaden una nube más al oscuro panorama del sector petrolero.

    Desafíos de gobernanza

    La consolidación de las facciones conservadoras en la cúpula de la política desde la vuelta de Putin a la presidencia fue acompañada por un deterioro de la independencia del poder judicial y de la protección de la propiedad privada. Lo primero se advierte en la fusión de la Suprema Corte y la Corte Suprema de Arbitraje (Comercial) aprobada a principios de 2014. El sistema de cortes comerciales es visto como más independiente, mientras que el sistema de cortes generales es casi siempre el que hace cumplir las decisiones del poder ejecutivo.

    Con respecto a la protección de la propiedad privada, el arresto en septiembre de 2012 del multimillonario Vladimir Yevtushenkov, el accionista mayoritario del conglomerado Sistema –y la confiscación en octubre de sus acciones en la petrolera Bashneft, una compañía perteneciente a Sistema–, indican que el Gobierno está dispuesto a expropiar activos por motivos políticos.
    Esta tendencia plantea un riesgo para los inversores extranjeros. Las empresas corren cada vez más riesgos de sufrir la intervención del Gobierno, a menudo bajo la forma de cambios regulatorios introducidos para  inducirlas a retirarse del mercado. Un indicio de esto son las múltiples inspecciones sanitarias y multas aplicadas a la cadena de restaurantes McDonald’s en todo el país.

    Hacia el 2018 

    Rusia enfrenta dos escenarios posibles para lo que queda del mandato de Putin, que termina en 2018. El primero es “más de lo mismo”. O sea, fortalecimiento del estado central, concentración de poder económico en manos de los grandes monopolios controlados por el Estado y grupos financiero-industriales amigos del Kremlin. Luego, seguir reforzando la influencia de Rusia en Eurasia, por el este girar hacia China y por el sur hacia Turquía, Sudáfrica y Brasil. Probablemente no se haga mucho para resolver los problemas económicos y sociales que sufre la población y los aprontes de reformas podrían quedar atrapados en la inercia de la burocracia.  Este es el escenario que parece más probable.

    El escenario alternativo podría llamarse “de renovada reforma”. Sería renovada porque cuando Putin ascendió al poder en el año 2000 presentó una lista impresionante de reformas económicas tendientes a aumentar la liberalización del mercado. Esos planes se fueron diluyendo, postergando o abandonando gradualmente. Cuando Dimitri Medvedev asumió la presidencia en 2008, él también puso en marcha una ambiciosa agenda de reformas. Los escasos progresos logrados, dieron marcha atrás cuando Putin regresó al poder. 

    Consecuencias del “más de lo mismo”

    Los costos de ese camino ya están a la vista: la economía se ha detenido. El alto precio internacional del petróleo que aportó fuertes ganancias al Gobierno en los últimos años ayudó al régimen a evitar una reforma significativa. Pero ahora que esas entradas son menores, podría haber descontento social. Mantener el actual curso de acción podría significar un largo periodo de estancamiento económico. Eso contrastaría con el rápido mejoramiento del nivel de vida que se vio en la década pasada y que sirvió para aumentar la popularidad de Putin y se debilitarían el apoyo popular a su Gobierno. La respuesta “estatista” al pobre desempeño económico se caracterizaría por un programa de inversión financiada por el presupuesto y que resultaría en más concentración del control sobre los recursos productivos por las grandes empresas estatales.

    Esta no es una receta para un rápido aumento de la productividad que es la única respuesta al conglomerado de problemas que acosan a Rusia.

    Además,  dada la prioridad que otorga Putin a sus ambiciones geopolíticas –como la anexión de Crimea y el apoyo a los separatistas rusos en Ucrania oriental– y como estas cosas fueron puestas por delante de las preocupaciones económicas, es probable que la inversión en las fuerzas armadas también tenga precedencia.

    El camino de la “reforma renovada”

    El liderazgo político de Rusia es consciente de que el panorama para negocios e inversión no es atractivo mientras el potencial productivo dependa de la inyección de enormes cantidades de inversión de capital. También sabe cuáles son los cambios que hay que hacer para traer de vuelta esa inversión, extranjera o nacional.  Las reformas más inmediatas deben atender problemas de gobernanza y transparencia. Esto requeriría un poder judicial imparcial, la aplicación justa de las leyes impositivas y regulaciones ambientales, garantías a la propiedad privada y los derechos de los accionistas minoritarios y la remoción de obstáculos burocráticos para las empresas nuevas.
    Al mismo tiempo, hace falta menos corrupción en el sector público, incentivos a los emprendedores, junto con menos barreras de entrada  y un sistema bancario bien regulado. Todo eso vigorizaría el sector Pyme. Para atraer inversión extranjera, haría falta una política exterior más flexible.

    Pero es probable que la actual estructura de poder considere que una reforma de este tipo tendría costos demasiado altos: pérdida de influencia de algunos sectores y mayor inestabilidad.


    ¿Caída cercana?

    La estimación que hace Alexander J. Motyl en Foreign Affairs, es que cuanto más se prolongue la guerra rusa contra Ucrania, más probabilidades hay de que colapse el régimen del presidente Putin. Según Motyl, el régimen autoritario que ha construido el líder es muy frágil. Y explica por qué: la ideología neo-zarista de imperialismo ruso, el renacimiento de la ortodoxia y el sentimiento anti occidente que Putin ha impuesto tienen escaso atractivo para los hombres que lo ayudan a gobernar Rusia. Por lo tanto, su capacidad para retener su lealtad depende primeramente de su control de los recursos financieros del país. Dadas las condiciones adversas de los últimos tiempos, en algún momento no muy lejano va a tener que hacer recortes. Con la continuidad de la guerra en Ucrania y su cruzada ideológica antioccidente, reducir el financiamiento militar será imposible. Además, su popularidad se vería seriamente dañada si redujera su apoyo a las clases bajas. La única opción, dice Motyl, sería impedir que sus compinches sigan metiendo la mano en la lata; y eso los alienaría.

    Aunque 85% de los rusos apoyan hoy al presidente, una Revolución Naranja en Moscú (como la que hubo en Ucrania en 2004) no sería descartable. Moscú ya ha vivido demostraciones masivas anti Putin en los últimos años. Ese movimiento no necesita abarcar todo el país para ser efectivo. Las manifestaciones en la capital pueden efectuar un cambio de régimen.

    Otra posibilidad es un golpe de Estado. Los siloviki, como toda Guardia Pretoriana, son un arma de doble filo. Pueden mantenerlo en el poder aplastando a la oposición pero también pueden protagonizar un golpe si llegaran a la conclusión de que sus políticas están debilitando su propia seguridad y riqueza. Putin lo sabe, porque él mismo reemplazó a Boris Yeltsin de esa forma.