Por Rubén Chorny
Paritarias 27, inflación 25, dólar oficial enfilado hacia esa convergencia de final de mandato, con las exportaciones de valor agregado en su peor momento de los últimos años, las importaciones acotadas por el estricto control de cambios y el reacomodamiento en baja de la economía nacional y las dificultades del país para acceder a financiación internacional blanda destinada a la inversión productiva.
Cualquiera sea el Gobierno que asuma en diciembre, no podrá apartarse de esta foto de colofón del ciclo iniciado tras la crisis de 2001, que desde 2003 viene signado por la administración del matrimonio Kirchner. Ni tampoco del panorama fiscal legado con sus repercusiones inflacionarias.
Pero el denominador común de cualquier proyecto que se acometa en el nuevo período será la competitividad del sector externo y la ecuación que dé el puntapié inicial: la paridad cambiaria que pone los precios de lo que se exporta e importa y los costos internos que fijan el valor de la producción tanto para poder entrar en otros mercados como para no exponer a la industria local a la penetración de sustitutos externos.
Al debate sobre devaluar y cuánto para reposicionar variables una vez relevado el Gobierno le falta un capítulo: el de los incrementos salariales que surgirán del cierre de los convenios colectivos y la incidencia que tendrán en la competitividad de los patrones para exportar empleo.
Los datos que aporta la nueva publicación de PwC, Economic GPS, en su primera edición, son reveladores de la pérdida de competitividad que ha tenido la industria manufacturera después de 2011, cuando la productividad laboral retrocedió 0,1%, con un costo medio de mano de obra en los productos de 22,4% que repercutió negativamente sobre las manufacturas de origen industrial en –8,7%.
Se habla de atraso cambiario acumulativo en los períodos 2008–2011 y 2012–2014 teniendo en cuenta que la productividad estuvo por debajo del costo medio por trabajador y que determinó en consecuencia un alza del costo laboral por unidad de producto, que descolocó a la industria.
La mano de obra en las exportaciones
Bajo la conducción económica de Axel Kicillof se aplicaron dos correctivos para intentar revertir la decadencia exportadora: un salto devaluatorio en el verano de 2014, que la inflación fagocitó en el mismo año, y un tope de 27% a las paritarias en 2015.
La idea es bajar la incidencia de la mano de obra en cada unidad de producto, al hacer que los aumentos salariales vayan por debajo de la inflación y que con ello se registre una mejoría en la productividad de las empresas que supere el costo medio por trabajador.
La opción hubiera sido devaluar para mantener los ingresos del sector exportador en términos de divisas mientras que licúa su costo laboral por unidad de producto en los mismos términos.
Pero como a largo plazo la única fuente genuina de competitividad es un incremento sostenido en la productividad, la apuesta de Kicillof consistió en atacar la especulación cambiaria mediante controles y un fortalecimiento de las reservas (gracias al acuerdo financiero con China) y frenar una eventual escalada de los sueldos en paritarias, fogoneada en el año electoral por los gremios opositores.
Claramente, según el informe de PwC, tanto en el período de Néstor Kirchner, como en los dos siguientes de Cristina Fernández de Kirchner, el costo laboral por unidad de producto fue de menor a mayor abriendo una brecha con relación a la productividad laboral, porque los salarios de la plantilla en términos reales crecieron por encima de los valores de referencia para competir en el exterior.
A lo largo del período 2004–2014, el costo salarial promedio por empleado definido en términos reales fue en aumento, aunque la incidencia del costo laboral por unidad de producto no se haya incrementado en igual proporción debido a que a lo largo del período creció la productividad laboral, con excepción de 2009.
No obstante, consigna el informe de PwC, como los aumentos salariales en términos reales (medidos como costo salarial medio por trabajador) fueron mayores que el incremento de la productividad (la cantidad de bienes que produce un trabajador), el peso del costo salarial en cada unidad de producto (costo laboral por unidad de producto) creció.
En términos generales, como regla, dado que el costo laboral medio por unidad de producto está afectado directamente por el costo laboral medio e inversamente por la productividad laboral, cuando el costo laboral crece a una tasa mayor que la de la productividad, el costo laboral por unidad de producto aumenta y resigna competitividad internacional.
El costo de las crisis
Al analizar la evolución de estas variables tomando como referencia los períodos 2004-2007, 2008-2011 y 2012-2014, se encuentra que la productividad laboral mostró el mayor incremento en el segundo período, alcanzando 3,4% promedio anual, frente al 2,2% de 2004-2007.
Coincide con el primer mandato de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, con el conflicto con el campo y el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, que hizo entrar en crisis al sistema financiero internacional.
Las secuelas se trasladaron al último intervalo, cuando el crecimiento se desaceleró a 0,8% promedio anual.
Y es en este aspecto cuando el informe advierte que la tendencia a una mayor participación del salario en la distribución del ingreso, que es una consecuencia natural de haber mantenido un crecimiento del costo laboral medio por trabajador por encima del incremento de la productividad (en un contexto de crecimiento del empleo), podría enfrentar un límite dado por la competitividad de la industria manufacturera (medida, por ejemplo, a través de la evolución de sus exportaciones).
Eso mismo se vio reflejado en la caída en la performance exportadora del sector desde 2011, consecuencia de que los tres períodos el costo laboral medio por trabajador estuvo subiendo sostenidamente por encima del aumento de la productividad, lo cual derivó en un aumento del costo laboral unitario evidenciado al detenerse el ciclo de crecimiento “a tasas chinas” iniciado en 2003.
La Argentina, que supo liderar la región hasta 2004, ha ido desacelerando su mejora en la productividad y en la actualidad se ubica en segundo lugar detrás de Chile, cuya trayectoria ha sido la de mayor crecimiento en productividad laboral, medida como producto sobre horas trabajadas.
México registró una mejora continua desde los 80, lo mismo que Brasil y Colombia, pero fue Perú el país con mayor progreso significativo en productividad en los últimos años.
La metodología aplicada por Economic GPS en el trabajo publicado para que el indicador de productividad laboral entre distintos países sea comparable utilizó el PBI medido en paridad de poder de compra (PPP) difundido por el FMI (World Economic Outlook, octubre 2014) mientras que el registro de las horas totales trabajadas se obtuvo de The Conference Board Total Economy Database (enero 2014).
Una de las conclusiones es que la Argentina, a pesar de haber tenido un crecimiento de su producto relativamente alto (que incluye el período de recuperación poscrisis de 2001), no ha mostrado mejoras significativas en la productividad laboral en relación con otras economías.
Más allá de los shocks y cambios transitorios, en el largo plazo el crecimiento sostenido se apoya en el crecimiento de la productividad. Y es justamente la productividad de los factores, entre ellos la productividad laboral, la que da sustento de largo plazo a la competitividad y a una mejora sostenida en el bienestar, concluye el artículo.
Los hacedores de productividad
El sueldo la estructura directiva de una organización no transita por los mismos carriles que los de la mano de obra sindicalizada al momento de calcular los costos de la productividad, sino todo lo contrario: como hacedora de plusvalía.
Sin presiones gremiales, ni las connotaciones políticas de las paritarias, sino con la propia estimación de eficiencia que realizan las empresas privadas, el panorama de ajustes para este año en las remuneraciones a las posiciones jerárquicas promedia 33%, aunque 75% de los encuestados por Mercer en abril último declaran 35% contra 30% del resto.
La distribución del ajuste es decreciente entre la primera parte del año y la última, lo cual indica que la expectativa inflacionaria también va en disminución. El promedio da 19% para el primer semestre y 12% para el segundo.
Las tres cuartas partes de las firmas consultadas por la consultora están por encima de esos valores, ya que 60 de los informantes declaró 24% para la primera mitad del año y 16% para la segunda.
El cuarto restante otorga 15% en el semestre inicial y 10% en el último.
Casi todas las empresas dan un aumento antes de junio y algunas más veces. Pero los meses indicados en la mayoría de los casos son abril y octubre, en línea con los principales convenios colectivos.
La liquidación del impuesto a las ganancias constituye un capítulo aparte para los departamentos de RR.HH. de las empresas, si bien en general son menos las que incrementaron el presupuesto vigente como acción para neutralizar sus efectos en la remuneración efectiva: de 27% que lo había aplicado el año pasado bajó a 18%, pero de 29% saltó a 46% en 2015 la incorporación de beneficios. Hubo una mayor participación empresarial en el reintegro de los gastos, otorgamiento de sumas fijas y asesoramiento impositivo para aliviarles la carga de ganancias a los ejecutivos, lo mismo que cambios en la remuneración variable.