El liderazgo político que exige el desarrollo

    Por Fernando Straface (*)

     

    El desarrollo se logra por acumulación sostenida y no por episodios de bienestar seguidos de depresiones abruptas del crecimiento y la equidad. Lograr la acumulación de desarrollo es difícil y requiere de un liderazgo político comprometido con una visión de mediano plazo que, en el corto, puede resultar exigua como negocio político.
    En materia económica, por ejemplo, es mucho más fácil lograr algunos años de crecimiento extraordinario (sea mediante la virtud, la fortuna o una combinación de ambas) que crecer durante 20 años en forma sostenida a 4% o 5%. De la misma forma, las reformas que amplían el acceso a la educación retribuyen más inmediatamente que los cambios que apuntan a mejorar la calidad.
    La Argentina tiene un déficit de mercado político de largo plazo. El sistema político oferta poco el largo plazo y la sociedad demanda –y premia– menos aún. No hay culpables unívocos. Hay colectivos racionales de ambos lados de la ecuación que, por diversas razones, han hecho del presente inmediato el predictor más importante de sus estrategias y decisiones.
    La crisis de 2001 acortó los horizontes de supervivencia política y redujo las expectativas de bienestar de las familias. Partidos políticos fragmentados, liderazgos personales y volátiles, y un deterioro explícito del vínculo entre política y sociedad moldearon la oferta política en esos primeros años. Salir de la crisis, recuperar la paz social, rescatar de la exclusión a millones de argentinos. No había espacio para mucho más en la oferta política. Era difícil plantearle a la sociedad un camino de progreso social cuando casi 40% de argentinos vivía en la pobreza. La noción de futuro en esos años se limitaba a conseguir un ingreso para subsistir.


    Fernando Straface

    Anclados en 2001

    Sin embargo, el sistema político y una parte importante de la sociedad parecen anclados en la idea de reinclusión post crisis como punto de llegada. El discurso político –tanto en el Gobierno como en la oposición– hace hincapié en asegurar que nada de eso se perderá en las distintas versiones de oferta 2015, lo cual revela el éxito de las reformas. Pero pocos plantean y explican la dificultad que tienen los cambios necesarios para un sendero de progreso individual y social.
    La responsabilidad mayor no es de la sociedad. El recuerdo de 2001 opera como un fantasma que invita a valorar el consumo y la estabilidad de los últimos años como el mayor aspiracional posible. Mientras el sistema político siga anclado en 2001 –o en los 90– como inicio de la historia, será difícil movilizar expectativas en la sociedad que hagan del piso de derechos del presente un umbral de partida para un futuro de progreso.
    El otro factor que acorta expectativas sociales es la inflación. Si el sueldo no alcanza para comprar los mismos bienes de un mes a otro, la demanda inmediata será la protección frente al deterioro continuo, más que un futuro promisorio a mediano plazo. Los recién llegados a la clase media en Brasil transitan más que nunca este desafío.
    El sistema político intuye que no paga bien políticamente una propuesta de gradualismo, esfuerzo y bienestar en el mediano plazo que suponga poner en crisis modelos establecidos. Los nuevos emprendedores políticos y los defensores del statu quo asisten a los programas de interés general surfeando la agenda de la semana. El espacio público se volvió tan inmediato y simple en sus intercambios que no hay lugar para políticos de bajo rating que hablen del largo plazo.
    El mayor desafío para el sistema político argentino, y especialmente los próximos Gobiernos, es reconstruir un mercado político que privilegie el largo plazo y una agenda de desarrollo. El liderazgo político que aspira a gobernar desde 2015 puede contribuir con este objetivo de diversas formas. Primero, enunciando una agenda de prioridades que señalice el largo plazo y, al mismo tiempo, escape de las declaraciones fáciles que proponen reencauzar el país con “dos o tres medidas”.
    Esos políticos deben evitar caer en la trampa del excepcionalismo argentino en sus dos versiones: pensar que las causas del subdesarrollo obedecen a una geopolítica global ensañada especialmente con la Argentina, o bien creer que los argentinos estamos “condenados” a un futuro de grandeza.

    Ofertar largo plazo

    El líder que quiera ofertar largo plazo tendrá el desafío de hacer pedagogía de los determinantes del desarrollo. Deberá trabajar con más y mejor evidencia para demostrar y dialogar con la sociedad sobre la trampa de la satisfacción inmediata sin perspectiva de futuro. Ese líder político mejoraría la oferta de largo plazo si hablara menos de las personas con las cuales compite y mucho más de las políticas que construyen el desarrollo argentino.
    Por su parte, el actual Gobierno haría una contribución importante enunciando diversos temas en los cuales asume una tarea inconclusa. El largo plazo demanda trazabilidad de objetivos y metas. Esta perspectiva de continuidad selectiva también debería ser asumida por la nueva administración en aquellas cuestiones que supongan esfuerzos en períodos largos.
    El desafío es trascender 2015 o 2016 como puerto de nuestras expectativas. Nos puede ir mejor o peor en esos años, pero seguro el desarrollo del país demandará más que una hoja de ruta para rebotar en 2015. Es clave aspirar a un liderazgo que convoque a una visión de país, que sea claro en el esfuerzo y las dificultades para alcanzarla y que tenga la humildad de reconocer que la historia no empieza en 2015 ni termina en 2023.

    (*) Fernando Straface es director ejecutivo de CIPPEC (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento).