Una nueva agricultura es posible

    Por Florencia Pulla


    Michael Mack
    Foto: Gabriel Reig

    Alrededor del mundo, el simple acto de comer se ha vuelto más caro. Como resultado de vaivenes en el clima pero también por su relación estrecha con el mercado financiero –en donde la palabra “commodity” es bien conocida por los argentinos que cosechan soja y tienen un ojo puesto en Chicago– hoy se destinan más y más recursos a la acción simple y milenaria de poner alimentos en la mesa.

    Y podría ponerse peor: la población mundial no deja de crecer –según cifras de la ONU se podría llegar a 10.000 millones en 2050– y las pujantes clases medias de países antaño considerados subdesarrollados pretenden consumir al mismo ritmo que sus pares occidentales productos con un alto impacto ambiental como carnes y granos.

    Ante este escenario alarmante, la comunidad científica internacional está de acuerdo: la solución la traerá la tecnología. En el caso de la agricultura, las tendencias son dos: el uso más eficiente de agroquímicos y la modificación genéticamente posible de alimentos. Aunque, claro, ser quién se encarga de comunicarlo no siempre es una tarea popular.

    En su paso por la Argentina, Mike Mack –como se lo conoce entre ejecutivos y periodistas– habló en exclusiva para Mercado sobre las dificultades de crear modelos de negocios que piensen a la agricultura como una actividad más sustentable –incluso si pareciese que va, en un principio, en contra de sus ganancias– y de la pelea sin cuartel contra quienes los piensan como los malos de la película.

    –Es difícil pensar a Syngenta como una empresa de tecnología pero lo que venden –mejores semillas y agroquímicos para mejorar la eficiencia por hectárea– es tecnología pura. ¿Qué efecto tiene la innovación sobre lo que se conoce como la “nueva agricultura”?

    –Como actividad humana, la agricultura no es algo nuevo. La primera evidencia arqueológica del uso de pesticidas, incluso, tiene más de 5.000 años. Pero fue recién en este siglo que la industria –porque es una industria– empezó a desarrollarse como la conocemos. En los años 70 recién se empezó a trabajar en serio en el control de plagas, en la elección de ciertos cultivos por sobre otros, en la tarea de modificar el ADN de alimentos… La tecnología ayudó a los productores a ser, si se quiere, más productivos yendo incluso en contra de los deseos de la naturaleza que puede ser implacable.

    –Y sin embargo, a usted se lo citó diciendo que los productores agropecuarios deberían usar menos agroquímicos y pesticidas. ¿Cómo explica estas declaraciones a los accionistas de una compañía que, en definitiva, vende esa tecnología?

    –La ambición que tiene Syngenta es producir más alimentos pero utilizar menos tierra cultivable. Hace 40 años los pesticidas mataban insectos pero también mucho más. Hoy son más específicos y ayudan a que los cultivos duren más tiempo. Entonces no es algo raro pensar que en el futuro se va a poder cultivar más utilizando menos recursos. De hecho, debería ser una ambición de todas las empresas del sector porque, en definitiva, el productor gana más dinero si aumenta su productividad. Si se habla de seguridad alimentaria es importante entender que no se trata de volumen sino de riqueza: los productores pobres son los que peor pueden hacer uso de los recursos. No hay que olvidarse de que este no es un problema de logística –de mover granos de acá para allá– sino de crear sustentabilidad para que las personas sigan eligiendo el campo por sobre la ciudad, hacia donde se dio un gran éxodo. Por ejemplo, los granos deben venderse a un precio correcto y el trabajo no debe ser infantil… nadie debería romperse la espalda trabajando en el campo si existe tecnología para hacerlo más fácil.

    –¿Qué dice, entonces, de la controversia que existe en el uso de agroquímicos y de la inclusión cada vez más masiva de productos modificados genéticamente?

    –La tecnología que existe hoy es mejor pero existe desde hace varias generaciones. Que hayan perdurado significa que es, de alguna manera, segura. Y los alimentos genéticamente modificados han sido parte de la dieta humana por mucho tiempo. Si queremos ser más productivos, es decir, que se produzca más en menos porciones de tierra, este debe ser el camino porque utiliza menos recursos y afecta menos la biodiversidad del planeta.

    –Pero desde el punto de vista del consumidor, quizás el riesgo es percibido como mayor.

    –El negocio de los agroquímicos es relativamente pequeño, solo 100.000 millones, comparado con el negocio alimentario, que es de 10.000 billones (millones de millones). Entonces si nosotros, que somos un negocio relativamente pequeño podemos ayudar a esa otra industria, de la que dependen tantas personas para comer, lo vamos a hacer. En principio porque percibimos que no hay riesgos: en definitiva, hay menos personas con hambre y hay menos personas enfermas. Pero en el fondo del debate es necesario preguntarse: “¿a quién hay que creerle?”. Nuestra industria está regulada y la industria alimentaria también. Y está bien que así sea porque se trata de la seguridad del consumidor a la hora de alimentarse. Pero si no creen que los reguladores estén haciendo bien su trabajo, es bastante más grave. Si la verdad que decidimos creer para consumir y vivir mejor viene solamente de una búsqueda rápida en Google, los problemas son peores de lo que creemos.

    –El programa de sustentabilidad que tiene Syngenta –Good Growth Plan– es bastante ambicioso, incluso auditado externamente, y tiene como objetivo mejorar la productividad con el uso de tecnología ¿Otras empresas del sector, que también tienen los recursos, deberían seguir esta línea?

    –El Good Growth Plan que tiene Syngenta nació, de alguna manera, con la escalada de precios que sufrieron los alimentos en 2008. Había muchos países con graves problemas internos, con saqueos, porque cuando sube el precio de los granos sube el precio de alimentos muy básicos, como el pan. Varios organismos internacionales se dieron cuenta de que el problema de la seguridad alimentaria no se iba a resolver solo, entonces volvió a estar en agenda. Para una empresa como la nuestra, esa es una buena noticia porque implica un mejor diálogo con otros actores importantes, especialmente los políticos. La industria alimentaria hoy es global y tiene problemas globales que deben resolverse en conjunto.

    –El problema también es financiero. El precio de ciertos productos es más el resultado de cierta especulación que de los vaivenes climáticos.

    –Sí, es cierto. Pero a la vez los efectos climáticos tienen un impacto fundamental en las cosechas. Si hay una inundación o una sequía, la suerte de ese productor puede ser muy distinta. La naturaleza no es un factor menor por más que el precio de los commodities afecte otros, de la economía doméstica. Cuando percibimos que el tema de la seguridad alimentaria se hacía más frecuente en el diálogo de políticos y empresarios, nosotros empezamos a preguntarnos qué podíamos hacer; queríamos tener una cadena de producción segura que contribuyera a la sustentabilidad medioambiental. ¿Qué podíamos hacer para restaurar la tierra que ha sido degradada por la agricultura intensiva? ¿Cómo podíamos capacitar a los productores para que usen la tecnología disponible inteligentemente? No queríamos darle un sermón ni a los Gobiernos ni a los reguladores ni a los consumidores. Queríamos que la agricultura del siglo 21 sea todo lo que puede ser.

    –Tiene sentido desde el punto de vista del negocio. ¿Si se produce mejor, habrá mayores ganancias para el sector?

    –Precisamente. Y el Good Growth Plan es un compromiso enorme. En un principio establecimos porciones de tierra de referencia y otras a las que pudimos proveer de toda nuestra tecnología. A finales de año se va a determinar a cuál le fue mejor y por qué. Somos de la idea de que a nuestro grupo le va a ir mejor y si logramos que se llegue a una mejor cifra de producción, ganamos todos. Porque significa que puede hacerse.

    –Pero en algunas economías en desarrollo la producción agropecuaria es de bajísimos recursos y no todos pueden acceder a la tecnología que vende Syngenta y sus competidores. Algunos, incluso, dicen que esta nueva agricultura concentra demasiado el mercado, dejando afuera a los jugadores más pequeños. ¿Es así?

    –No me parece que suceda frecuentemente. Hacemos negocios en muchas partes del mundo con esas características –Vietnam o Kenya, por nombrar algunos– y en esas economías hay pequeños productores que son nuestros clientes. Algunos, incluso, tienen unas pocas hectáreas y mantienen a su familia bien. En ese discurso hay muchos mitos. No es cierto que si se es pequeño no se pueda acceder a nuestra tecnología, por un lado, y no es cierto que siendo pequeño no se pueda ganar buen dinero, por el otro. Con la capacidad para tercerizar servicios que existe hoy en el campo los costos se han reducido notablemente. No hay que comprar todas las máquinas disponibles, hoy por hoy, porque se puede alquilar ese servicio sin problemas y generar los beneficios de la escala de esa manera. El verdadero problema no es la tecnología o su precio sino las particularidades de los mercados en desarrollo. En muchas partes del mundo los productores no tienen un mercado al que puedan vender sus productos a buen precio. Van a poder acceder a la tecnología solo si el precio de mercado de su producto es atractivo. Si justo en ese país ese Gobierno decide poner limitaciones en el precio del trigo para no subir el precio del pan, los productores estarán en problemas porque ya saben qué tanto dinero van a recibir al final de la cosecha y eso pone limitaciones respecto a la inversión que harán el año entrante. Y al final del día, eso hace que el crecimiento en general sea más lento.

    –¿Lo que está diciendo es que cuando los Gobiernos regulan quitan incentivos para la inversión?

    –Sí. Si mañana el Gobierno dice que todos los habitantes tienen derecho a un viaje en taxi por día pero que no puede exceder, por decir algo, $5, entonces van a existir muchos menos taxistas y los que queden, seguramente harán pocos arreglos a esos autos. El mercado es lo más importante porque las inversiones siguen a las oportunidades.

    –Hay algunos mercados en desarrollo donde hay fuerte presencia gubernamental pero que fueron elegidos por Syngenta para hacer grandes inversiones. África y Latinoamérica son continentes muy atractivos en este sentido. ¿Cómo ve el desarrollo del negocio allí?

    –Los continentes esconden las historias de diferentes países. Syngenta hizo una inversión muy fuerte en África, es cierto, pero todavía queda mucho por hacer. Siempre nos preguntamos dónde queremos estar en 10 años y qué se necesita para lograrlo. Y lo hacemos con tiempo porque en nuestra industria a veces se necesitan muchos años para que los resultados se vean. Como empresa hay que tener bien en claro qué mercados son potencialmente atractivos y actuar en consecuencia. Entonces para elegir en qué países invertir tratamos de mirar el crecimiento de su clase media, la calidad de su infraestructura y el mercado. Si están esas condiciones, hay potencial y ahí invertimos. Pero África es más que los ocho países en los que estamos. Lamentablemente, no todos están preparados todavía.

    –¿Y Latinoamérica?

    –En Latinoamérica empezamos a invertir hace 20 años. En Brasil y en la Argentina la agricultura está entre las actividades económicas más importantes. La Argentina está entre los países productores de alimentos más importantes del mundo y Latinoamérica como región se dirige en la misma dirección. Todavía hay países en donde la agricultura se practica igual que hace 100 años y en esos mercados hay mucho por hacer. Pero estamos orgullosos de lo que logramos hasta ahora. Hemos enfrentado y salido de economías con serios problemas de deuda o de moneda y hemos sobrevivido. Nuestra inversión en la región y en el país es a largo plazo; no podemos mirar solo la coyuntura.