En la reunión del G20 celebrada en septiembre pasado en Cairns, Australia, fue evidente la insatisfacción con el actual estado de la economía global. Los ministros de finanzas allí reunidos concluyeron que “el crecimiento de la economía global es desparejo y se mantiene con un ritmo inferior al necesario para generar los puestos de trabajo que tanto hacen falta”.
Es desparejo, por ejemplo, porque junto a casos de notable renacimiento económico, como el de Gran Bretaña, se observa una gran debilidad en su vecina Francia.
Entre los países más pobres contrasta el reciente optimismo en India con las dificultades que atraviesan Rusia y Brasil, dos mercados emergentes prometedores.
Estados Unidos, a punto de ser desalojada por China en la categoría de economía más grande del mundo, parece por fin estar disfrutando de un sólido periodo de expansión. La Reserva Federal, en la reunión de septiembre, manifestó que la actividad económica está “expandiéndose a ritmo moderado” y va camino de cumplir con su mandato de pleno empleo y 2% de inflación. Gran Bretaña y Canadá también crecen a tasas normales de expansión.
Donde todavía persiste la preocupación es en la eurozona. Allí los países no logran reducir el desempleo y el Banco Central Europeo alerta sobre la posibilidad de caer en deflación.
En Japón, la inicial euforia con la “Abenomía” –las políticas económicas del primer ministro Shinzo Abe– se disipó cuando se hizo evidente que si subían los impuestos para ordenar las finanzas públicas, afectarían negativamente el crecimiento económico. Eso renovó las dudas sobre si Japón continuará por ese camino.
Sin embargo, en la economía global actual ya no es el mundo avanzado el que más afecta las tendencias globales. 30% del crecimiento mundial en 2014 se producirá en China y el éxito de su economía es hoy vital para el resto del mundo.
El FMI vislumbra una aceleración de la actividad hacia 2015 pero advierte que una vez más están creciendo los peligros. A la reciente reunión del G20 llevó un mensaje más bien pesimista. Aunque una combinación de menos austeridad, con tasas de interés extraordinariamente bajas y mejores finanzas en bancos y familias aumentaría la expansión global, al fondo le sigue preocupando que las tensiones geopolíticas del Oriente medio y Rusia puedan afectar la actividad económica en otras partes del mundo.
Pero a no exagerar el pesimismo. La recuperación económica mundial es decepcionante para los políticos, pero eso es normal. Un crecimiento en la producción mundial de algo más de 3% es casi idéntico al promedio de los años 80 y 90. Individualmente los países, ricos y pobres, están creciendo a menor ritmo, pero como los mercados emergentes de mayor expansión son ahora mucho más grandes que antes, a la economía mundial en su conjunto no le va peor que de costumbre.
Un enfoque macroprudencial
La crisis financiera mundial demostró que la regulación tradicional, o microprudencial, no basta para garantizar la salud del sistema financiero en su conjunto.
La regulación tradicional permitió el crecimiento irrestricto de las vulnerabilidades financieras que contribuyeron a la crisis financiera mundial y por eso muchos países están optando por una regulación financiera más sistémica, holística, denominada política macroprudencial.
Mientras en las décadas del 90 y 2000 los bancos centrales concentraban su atención en combatir la inflación, ahora reconocen que ese método era demasiado estrecho y que los desarrollos en el sector financiero también importan. La respuesta la encuentran cada vez más en el reciente cambio hacia la política macroprudencial. El objetivo general de ella es limitar el riesgo sistémico: el peligro de que las turbulencias en el sistema financiero puedan desestabilizar la macroeconomía.
De lo que se trata es de usar la regulación de los bancos y otras instituciones financieras para evitar las turbulencias en los ciclos financieros.
Los bancos centrales en países como Gran Bretaña, Suiza, Israel y Nueva Zelanda han sido participantes activos al concentrarse en los riesgos de un mercado inmobiliario demasiado exuberante.
Por ejemplo, en el mes de junio el Banco de Inglaterra implementó su primer ataque regulatorio importante al mercado inmobiliario desde los años 80 al imponer límites a las grandes hipotecas. Su poderosa Comisión de Política Financiera está por obtener más poderes reglamentarios mientras el Gobierno conservador hace la vista gorda a un nuevo boom de la vivienda en Londres. El banco podría avanzar aún más y limitar la capacidad de endeudamiento de los bancos para impedir los préstamos excesivos.
En Estados Unidos, la Reserva Federal ha sido más cautelosa en cuanto a usar herramientas regulatorias para controlar el ciclo financiero. Sin embargo, hace pocas semanas se supo que el banco central ha creado una nueva comisión de estabilidad financiera para detectar peligros en el sistema. Presidirá la nueva comisión Stanley Fischer, vicepresidente de la FED, quien recurrió ampliamente a medidas macroprudenciales cuando estuvo al frente del banco central israelí.
El atractivo de usar regulación para sofocar los estallidos de bonanza es claro. Muchos bancos centrales desean a toda costa evitar elevar las tasas de interés para impedir el recalentamiento de los activos. Tal es su preocupación por la fragilidad de la recuperación.
El principal objetivo de la política macro-prudencial debe ser reducir el riesgo sistémico. Tal como lo ha definido el G-20, el riesgo sistémico se refiere al “riesgo de interrupción de los servicios financieros producto de la alteración del sistema financiero total o parcial, que potencialmente tenga consecuencias negativas graves sobre la economía real”.
En tal sentido, la política macro-prudencial debe enfocarse en la reducción de externalidades que surgen del accionar de instituciones financieras (y mixtas) individuales.
Instrumentos macroprudenciales
La política macro-prudencial debe enfocarse en la reducción de externalidades que surgen del accionar de instituciones financieras (y mixtas) individuales.
Instrumentos diseñados para abordar el riesgo sistémico, algunos de carácter micro-prudencial han sido utilizados con fines macro-prudenciales.
Por ejemplo:
1) Límites a la exposición al riesgo de liquidez (descalce de madurez).
2) Límites a la exposición al riesgo de moneda (local y extranjera) y a la exposición fuera de balance de operaciones con derivados.
3) Cargo de capital a instituciones bancarias que incrementen la concentración de mercado.
4) Límites a la inversión extranjera (cruza con renta variable) de los fondos de pensiones y compañías de seguro.
5) Límites a la exposición interbancaria.
6) Provisiones dinámicas.
Medidas macro prudenciales cíclicas:
• Requerimientos de capital cíclicos y/o cambios en las ponderaciones por riesgo.
• Límites del ratio Loan-To-Value (LTV), Debt-to-Income (DTI).
• Límites al crecimiento agregado o sectorial del crédito privado. Cargos de Capital.
• Requerimientos de encaje en moneda nacional y moneda extranjera
Otras medidas macro prudenciales (liquidez):
• Acumulación de Reservas Internacionales con el propósito de fortalecer la posición de liquidez internacional de la economía.
• Facilitar el cumplimiento de los requerimientos de encaje a los depósitos en moneda extranjera en un contexto de la crisis financiera global.
Una “depresión controlada”
En su libro The Shifts and the Shocks, Martin Wolf dice que las tendencias anteriores a la crisis financiera de 2008-09 –enormes desequilibrios globales en las cuentas corrientes, creciente desigualdad y escasa propensión a invertir– ya habían creado una demanda débil en los países de altos ingresos. La respuesta de facto de los políticos fue tolerar, si no promover, el crecimiento del crédito. Cuando esto colapsó, fue necesaria una flexibilización extraordinaria de la política: demasiada gente había tomado demasiados préstamos.
Hoy, dice Wolf, hay algunas razones para el optimismo en Estados Unidos y Gran Bretaña. Se vislumbran los comienzos de un retorno a una política más normal, aunque la confianza en la habilidad de esas economías para capear la normalización no puede ser muy fuerte. Podrían hacer falta alternativas más radicales, como metas más altas de inflación y reestructuración de la deuda.
En la eurozona y Japón, sin embargo, el panorama se ve más incierto. En la primera hace falta más acción si se pretende lograr una recuperación compartida. En Japón, el logro de una meta de inflación de 2% todavía no está seguro.