Adónde fue a parar la renta de la soja

    Por Rubén Chorny

    El boom de la soja ya fue. Igual que sucedió con el resto de los commodities latinoamericanos, –que resplandecieron al promediar la década anterior– repartió crecimiento económico y restañó heridas sociales, pero hoy su cotización empezó a palidecer.
    “Está en US$ 350 y el futuro a mayo a US$ 300, con lo cual el mercado mismo está diciendo que puede bajar, aunque no se trate de una verdad revelada”, admite el “Rey de la Soja”, Gustavo Grobocopatel, quien accede a trazar un resumido balance de este ciclo de bonanza del sector agrícola: “Hoy exporta unos US$ 30.000 millones por año, de los que 8.000 millones le quedan al Estado como retenciones, más una cantidad parecida en otro tipo de impuestos directos e indirectos. Si se los multiplica por los últimos 6/7 años, estaríamos hablando de US$ 200.000 millones generados, de los que el aporte al fisco sumó algo así como US$ 70/80.000 millones”.
    ¿Vaca lechera, gallina de los huevos de oro? Pese a que las estimaciones para esta campaña merodean los 50 millones de toneladas, empalman con una pendiente en los precios internacionales del otro lado del hemisferio que se traslada a la próxima siembra austral.
    La mala noticia ya empezó a correr en la Tesorería Nacional: por primera vez en la década se tiene la certeza de que la tributación de la soja revertirá este año la tendencia progresiva que traía desde 2000/2001, cuando de generar US$ 890 millones, llegó con escalas a 9.200 millones en 2009/2010, que podrían quedar como la marca máxima. Por las dudas, los adelantos del Banco Central le ayudan a cubrir la diferencia en la financiación del sector público.
    La vorágine de quintales y dólares se tragó las advertencias del veterano ex ministro de Agricultura peronista Lucio Reca cuando el Gobierno profundizó la intervención en los mercados del trigo y del maíz a partir de 2008, mediante la fijación de cupos, haciendo crecer la siembra de soja hasta 2013 pero en desmedro de la expansión del área cultivada de la agricultura toda, de la producción y de los rendimientos, sensiblemente inferiores a los valores alcanzados entre 1990 y 2007. “Todo esto ocurrió en un clima de fuerte demanda externa por alimentos, que la Argentina no está aprovechando plenamente”, se lamentó Reca.
    Las cifras le dieron la razón: en pleno conflicto entre el Gobierno y el campo por la resolución 125, en 2008, la soja cubría 50% de la superficie sembrada, y ahora abarca 75% aunque con los precios en baja: les dejó apenas 25% al trigo, maíz, sorgo, avena, girasol…, y al ganado.
    Sin embargo, continúa siendo la principal producción agrícola y fuente de divisas para el país, además de haber contribuido en la década con 61% promedio de la caja fiscal. Claro que para ello a esta cosecha le faltan los US$ 2.500 millones que debería haber aportado el trigo y que no va a llegar a los 500 millones.
    El problema estructural que se presenta puede sintetizarse en que más de 70% de lo que embarca son granos a granel, que dejan en números redondos unos US$ 300 la tonelada; luego vienen la harina, que bajó a US$ 430 dólares la tonelada, y en menor proporción, el aceite, que devenga US$ 600 la tonelada, y el biodiésel, casi 700.
    Se ve por algunas góndolas europeas una salsa de soja de 350 cl a más de 2 euros, que equivaldría a 6 euros o más por litro: llevándolo a toneladas, representaría US$ 8.300 millones, o sea que multiplicaría 27 veces y media el precio del poroto a granel. Pero es una gota en el océano.

    Manguera cruzada
    Europa propinó otro golpe al valor agregado de la soja cuando cerró la importación de combustible verde producido en las refinerías del polo para sustituirlo por tambores de aceite que sus obreros elaboran. Hasta China se dedicó a reemplazar harinas y aceites que nos compraba por el grano sin procesar.
    La consecuencia es que las plantas en Rosario quedaron con capacidad ociosa, resignando mano de obra calificada, mientras los importadores de otras latitudes se apropiaban de ese valor diferencial para dar trabajo a sus habitantes.
    La soja es una cadena de valor integrada por una red de productores, contratistas rurales, empresas de insumos (semillas, fitosanitarios y fertilizantes), industrias procesadoras (harina, aceites y biodiésel) y logística portuaria, quienes así como en pleno auge invertían en maquinarias, tecnología, almacenamiento, transportes, elevadores, en las economías regionales, consumían y se capitalizaban, en estos días se los ve haciendo cuentas entre tipo de cambio oficial, blue, retenciones, etc., y se cambian reservas en granos como si fuesen billetes verdes extraídos del colchón.
    Lucio Castro, director de Integración Global y Desarrollo Productivo del Área de Desarrollo Económico de CIPPEC, resalta que “a escala internacional se ve que, a pesar de seguir siendo bueno en comparación con los que veíamos en los 90 y por supuesto en los 80, el ritmo de crecimiento está estancado, la pendiente es casi cero y la expectativa es que los precios vayan gradualmente bajando en la próxima década. Más allá de retenciones o no, para toda la región aparece como un desafío seguir financiando niveles muy importantes de la expansión del gasto, sobre todo el social”, redondea.
    En el caso argentino está claro que si el Estado pudo aumentar en forma significativa el gasto fue gracias a que el crecimiento del producto dio margen para aplicar impuestos extraordinarios y elevar la presión tributaria, infiere el economista de CIPPEC. Es que en la década 2002-2012, el PIB se expandió a un ritmo promedio anual de 7,1%, que fue del 7,5% en la industria manufacturera. Superó inclusive al resto de Latinoamérica, cuyos principales recursos de exportación, en general, subieron mucho más de precio que la soja. Mientras su valor promedio anual trepó 217% desde el ingreso de China a la OMC (2001) y hasta 2012, el hierro de Brasil aumentó 406%, el cobre de Chile, 407% y el oro de Perú, 873%.
    El escenario pinta distinto. Los productores de zonas marginales, a estos precios y con los costos actuales no, podrán hacer soja, vaticina el líder de Los Grobo, quien estima para la campaña que viene una reducción de superficie agrícola entre 1 millón y uno y medio de hectáreas.


    Lucio Castro

    La oleaginosa dorada
    En el libro El aporte de la cadena de soja a la economía argentina, del economista Luciano Cohan, se vincula directamente el crecimiento exponencial de la actividad agroindustrial argentina en las últimas cuatro décadas con la transformación cualitativa y cuantitativa de su estructura, su patrón tecnológico y su forma de organización, en cuyo corazón identifica a la cadena de valor de la soja, que incrementó su facturación 380% en 10 años y reflejó su importancia en la recaudación fiscal, que creció desde 1,6 hasta 8,4%.
    En cifras, la secuencia del desglose de esa notable expansión sería: de facturar US$ 4.700 millones en la campaña 2000/2001 a US$ 9.450 millones en 2003, 22.400 millones en 2009/10 y entre 24,5 y 26.000 millones en 2013 provenientes de 20 millones de hectáreas, que equivalen a 60 % de las tierras con implante agrícola del país.
    En el último ciclo analizado por Cohan (2009/ 10), representó 5,8% del PBI, lo cual alcanzaría y sobraría para amortizar: o el total de los subsidios a la energía y el transporte, o déficit fiscal o la asistencia del Banco Central al Tesoro, según las estimaciones del economista Hernán Lacunza.
    Los volúmenes totales del complejo sojero son contundentes: de acuerdo con el cruce de las informaciones del Indec y de la Cámara de la Industria Aceitera, el acumulado de liquidación por exportaciones del complejo oleaginoso en la década 2003-2012 ascendió a US$ 170.560 millones, con un superávit comercial en ese lapso de US$ 128.451 millones, lo que equivale a decir que sin la soja y sus derivados, a la administración kirchnerista le hubieran faltado US$ 42.109 millones para ejecutar su política.
    El sojero es el principal complejo exportador nacional, con 26% de ventas totales al mundo, y nutre a las 10 comercializadoras de granos que están entre las 15 top del país.
    En el plano internacional, la Argentina es hoy el tercer productor mundial de soja, detrás de EE.UU. y Brasil. Este año se calcula que aportará unos 54 millones de toneladas a la oferta mundial, de la que es el tercer exportador mundial de poroto, con 13 millones de toneladas, el primero de harina y de aceite, respectivamente, y lo estaba siendo también del biodiésel hasta que la Comisión Europea, su principal comprador, lo bloqueó, con lo cual se rumbea hacia destinos alternativos, como Puerto Rico, o ampliar la provisión al principal importador, Estados Unidos.
    Las exportaciones de granos de soja –principalmente a China– llegarán este año a entre 10 y 11 millones de toneladas frente a los 6 millones del 2012, mientras que las de la harina derivada serán de 26 millones de toneladas, por encima de los 22 millones del año pasado.
    “El año pasado se embarcaron 3,7 millones de toneladas de aceite y este año prevemos entre 5 y 5,2 millones. Tendrá como destino principal India, seguido por otros países del sudeste de Asia y naciones de Latinoamérica como Perú, Colombia y Venezuela.
    La desaceleración sojera deja la resolución de la extensión de la frontera agrícola al exhumado Programa Estratégico Alimentario, que plantea extender la superficie que se siembra (entre 34 y 35 millones de hectáreas) hasta 42 millones de hectáreas para elevar la actual producción de 100 millones de toneladas de granos a 157 millones.
    Interesa al circuito agroproductivo que ya ha demostrado su sensibilidad a los cambios climáticos, sequías o inundaciones, como en Chaco y Formosa, Santiago del Estero o Jujuy.

    A falta de verdes, buenos son los bushels

    Los productores y acopladores retienen soja por más de US$ 6.000 millones, de acuerdo con los últimos datos disponibles. Prefieren ir vendiendo en cuentagotas las más de 11 millones de toneladas que se reservaron a medida que necesitan el efectivo.
    Hacen caso omiso de cuentas como las que realizó el investigador Nicolás Zeolla, del Centro de Estudios Económicos y Sociales “Scalabrini Ortiz” (CESO) tomando los valores de granos a futuro del Mercado a Término de Buenos Aires (MTBA): el precio de una tonelada de soja para la próxima cosecha se cotizará 27% menos que en mayo de este año y en descenso, pérdida a la que debería restarse la devaluación.
    El presidente de Confederaciones Rurales Argentinas: Rubén Ferrero, los justifica: “Todos los productores se resguardan, y es necesario hacerlo para afrontar los grandes gastos”, sostuvo y resaltó: “Es importante que la sociedad sepa que el productor argentino gasta e invierte por año cerca de $270.000 millones”.

    Rosario, o la nueva Chicago

    En 10 años, la costa rosarina atrajo la mayor parte del boom sojero y captó en la ciudad millonarias inversiones en edificios y un movimiento comercial inusitado. El crecimiento urbano se refleja en un reporte de la Fundación del Banco Municipal que muestra una dinámica y desarrollo constructivo muy importante entre enero de 2000 y diciembre 2011: en 11 años se autorizó un total de 8.119.633 metros cuadrados que equivalen a 4,5% de la superficie total de la Ciudad, y a 6,8% nada más que de la urbanizada.
    En el trabajo premiado el año pasado, Ladrillos Verdes, Federico Accursi relaciona la renta agrícola con el sector de la construcción en la ciudad de Rosario y plantea que existe una correlación con el precio de la soja de un año después. Este resultado estadístico es difícil de interpretar en términos económicos. Una hipótesis podría ser que los inversores del sector de la construcción prevén un precio futuro de la soja y se adelantan al mismo.
    La fiebre de obras y consumo en Rosario actualmente está aplacada. Pese a ser una de las mayores regiones agroexportadoras del mundo, hoy tiene una capacidad ociosa de 25% debido a menores compras chinas de aceite y harina que compensó con más embarques de porotos. El año pasado había más demanda (local) para biodiésel –que usa como insumo el derivado de la soja– pero el bloqueo europeo actual lo neutralizará.
    El Polo de Rosario se extiende 50 km más arriba, hay 25 plantas: desde Timbúes al norte de Rosario, Santa Fe a Ramallo en el noreste de Buenos Aires, se transforma 85% de la cosecha de soja en aceites, harinas y pellets. La capacidad de molienda total de las 25 plantas ubicadas sobre el margen del Paraná asciende a 142.800 toneladas por día, constituyéndose en el mayor polo aceitero del mundo. En ese corredor se ubican los mayores productores multinacionales del negocio aceitero: desde Noble (China), Dreyfus (Francia), Toepfer (Suiza), Cargill (EE.UU.) y las locales Molinos, Vicentín, Aceitera General Deheza, Bunge, ACA y Nidera, entre otras.

    Lo que el boom dejó

    • En 10 años, la Argentina disminuyó seis veces la pobreza y ocho veces la indigencia (que quedaron en 14,1 y 1,9%, respectivamente), los guarismos más bajos de la región. En el mismo lapso, Venezuela y Colombia las redujeron una vez y media mientras Brasil, Chile y Uruguay la bajaron dos veces, según extrajo Cepal de las encuestas de hogares.
    • Sobre el desarrollo regional, el Banco Mundial revela que, de 24% de la población que formaba parte de la clase media hace nueve años, totalizando 9,3 millones de habitantes, en 2009 pasó a ser 46%, con 18.6 millones, o sea 25% de los argentinos.
    • Se crearon 5 millones de puestos de trabajo y el desempleo cayó a 6,9%. El índice de equidad es el mejor de América latina, y la inversión en salud, educación, ciencia y cultura rompió récords históricos.
    • Asignación Universal por Hijo, más de 1.500 escuelas, 3 millones de netbooks de Conectar Igualdad, la protección de los jubilados y el empleo son otros de los logros esgrimidos durante la bonanza sojera.
    • Anses pasó de administrar 5 puntos del PIB de 2002 a 12,3. Más que se duplicó lo que se transfiere a jubilados, asignaciones familiares, universales y a toda la seguridad social.  

    Gustavo Grobocopatel, presidente de Los Grobo

    Hasta el “Rey de la Soja” debió ajustarse la corona

    Tras el boom sojero de la década, desde el principal grupo productor prevén una reducción de la superficie agrícola. Y es porque hoy los márgenes del negocio cambiaron: la productividad promedio del país es de 3.000 kilos y la media de costos para un campo arrendado está en 2.800/2.900 kilos.


    Gustavo Grobocopatel

    Reconoce que la soja tuvo mucho que ver en el fantástico crecimiento de Los Grobo, el grupo que preside, que en un año administra 250.000 hectáreas, recoge 2,6 millones de toneladas de granos y embolsa US$ 550 millones. Pero Gustavo Grobocopatel aclara que “veníamos creciendo antes del llamado boom de los commodities y lo estamos haciendo en otras geografías con servicios. Estamos más emparentados con los cambios que hubo en la agricultura en los últimos 20 años, que pasó de un sistema más antiguo, digamos industrial, a uno más tecnológico y más complejo que algunos economistas llamaron agricultura de servicios”.
    Calcula que la soja es 50% de la actividad de la compañía, pero advierte que el foco está puesto en los servicios. “Proveemos al productor servicios financieros, de logística, de transferencia tecnológica que van más allá de la soja, y que abarcan a cualquier tipo de grano”, explica.
    Dada la posición de liderazgo, cuando se supo que los “reyes de la soja” levantaban campamento en Brasil, muchos interpretaron que era el preludio al réquiem del commodity alimenticio, aunque en realidad “fue porque surgió una oportunidad a partir de que una empresa que era socia nuestra, Mitsubishi, hizo una oferta y la decisión que tomamos fue enfocarla más como una oportunidad que como un cambio de estrategia. Pensamos que los Grobo tienen que estar en Brasil y en el corto plazo lo concretaremos”, señala. Por de pronto, se quedaron en San Pablo con un molino y una distribuidora de harinas.

    –¿Qué es el boom de la soja?
    –Una transformación en el sector agropecuario como nunca había tenido. Habría que remontarse a fin del siglo 19 para encontrar algo de estas características. El salto tecnológico fue enorme. Cuando terminé la carrera de Agronomía, hace 30 años, había mucha tierra improductiva o mal trabajada, pero ahora se ven campos que tienen tecnología o una productividad a la altura del mundo, que colocaron a la agricultura argentina en el más alto nivel global. Antes se producía menos a mayor precio, ahora bajó el precio pero se produce más.

    –¿Cuál es entonces la perspectiva?
    –El panorama actual es que los precios de los soft commodities, como los granos, van a estar firmes a mediano y largo plazo. Es porque la demanda continúa creciendo a tasas muy altas y la oferta tiene dificultades para hacerlo. Vamos a tener precios en un rango relativamente alto, diría por los próximos 10/20 años, pero con volatilidad, subas y bajas. Por ejemplo, actualmente el valor de la soja está en US$ 350 y el futuro a mayo a 300, con lo cual el mercado mismo está diciendo que puede bajar. No es una verdad revelada. Si se nos presentara una sequía en un mes o en Brasil o si hubiera alguna novedad desde el punto de vista financiero, los precios también podrían subir.

    La presión de los costos
    –¿Les dan o no los números a los productores?

    –El número que hace el productor se compone de varios elementos: el de los precios, que es muy importante, pero el de los costos impacta mucho y uno de los temas es la presión impositiva que tiene la Argentina, que comparada con otros países torna los costos más altos para producir y ello podría dejarlo afuera. Producir soja puede ocurrir en nuestro país o en otros. Sin ir más lejos, en los últimos cinco años la producción de soja creció más en Uruguay, Paraguay o Brasil que en la Argentina, que tuvo un comportamiento creciente, pero muy poco, a costa de otros cultivos como el maíz o el girasol.

    –¿Cabría entonces esperar una merma en la siembra si los precios siguen bajando?
    –Este nivel de precios, donde va a impactar más va a ser la renta del productor. Si bajan vendrá la crisis con la salida del sistema de muchos, porque no es lo mismo en Salta que en Pergamino. Los de zonas marginales, a estos precios y con los costos actuales no podrán hacer soja. Estimo que habrá una reducción de superficie agrícola entre 1 millón y uno y medio de hectáreas, que son las marginales.
    En la zona centro, para tener una idea, si la productividad promedio del país es de 3.000 kilos, la media de costos para un campo arrendado está en 2.800/2.900 kilos, o sea que 95% del producto se lo llevarían diversos costos. A los de las zonas marginales, ni hablemos de qué puede pasarles, pero también a los de las centrales; el único cultivo que les quedó rentable es la soja. Así que si dejara de serlo, tampoco les quedarían alternativas, porque el maíz ya no es alternativa, ni el trigo, que cada vez se produce menos. Si hubiésemos resuelto el problema del trigo hoy tendríamos US$ 2.000 millones más en exportaciones, y si ahora mismo no se toman medidas que estimulen al productor a sembrar trigo, seguiremos con el problema.

    La ruta de la renta
    –¿Adónde fue a parar la renta de la soja?

    –El destino que el productor le ha dado a la renta cambió con los años. En los primeros tiempos, cuando la presión impositiva era menor, el productor se dedicó a invertir en tecnología, como siembra directa, mejores maquinarias, infraestructura: en crecer. Reinvirtió muchísimo en eso, en crecer. Aumentaron la superficie y la productividad, en los últimos 20/35 años se triplicó la producción de granos en la Argentina, todo lo cual se hace con base en inversión y la hicieron los productores. Después el productor empezó a compartir parte de esa renta con otros sectores, especialmente con el Estado, que hoy prácticamente se lleva 80% de la utilidad que le queda al productor. Decidió aplicarla a través de diversas formas en mecanismos de redistribución social.

    –¿Qué le dio al país y qué obtuvo a cambio?
    –El impacto del crecimiento se derramó sobre la sociedad en general. A través del aporte del sector, de la redistribución de la riqueza generada, se pudo sostener toda la inversión social que se hizo especialmente en los últimos 12 a 13 años.
    Contribuyó hasta este momento a nivelar la balanza del comercio exterior (si no hubiese estado este boom sojero, seríamos un país ultradeficitario) pero además le da a la Argentina un lugar en el mundo: la importancia hoy se la da la producción de granos, de proteína, de soja. Nos sitúa en la escena mundial y si estamos en el Grupo de los 20 no será por importancia política, sino ser productores de alimentos.
    Es decir, ha dado mucho más que dinero. Pero como contrapartida, cuando uno hace el balance y ve lo que el Estado le devolvió al productor, es muy poco: en el interior no hay carreteras ni autopistas, la infraestructura no es de buena calidad, en muchos de los pueblos del interior el agua no es potable, a veces porque tiene arsénico. Hay un desafío muy grande en servicios públicos, la salud, la educación. Este déficit sería necesario compensarlo en los próximos años. Me parece que más allá de la discusión de si hay que cobrar más o menos impuestos, habría que debatir cuáles serían los bienes públicos que genera el Estado a partir de la recaudación de impuestos.

    Alberto Fernández

    Hoy el campo está “sojizado” y con los precios en caída

    Ex jefe de Gabinete en las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner aclara que el boom de la soja no duró 10 años ininterrumpidos, sino que fue de 2004 a 2007. En 2008 vino el conflicto, la Presidenta se enojó con el campo y dejó de prestarle atención, reseña.

    –¿Hubo un antes y un después de ese conflicto para el boom sojero?
    –Cuando se hizo la 125 la soja tenía una ganancia extraordinaria, en aquel momento, lo que nos planteamos con Lousteau fue la idea de empezar a reducir el gasto porque nos preocupaba la crisis de la burbuja financiera de 2008, que se vislumbraba pero todavía no había asomado. Cuando fuimos a plantear que se empezaran a bajar los subsidios a la energía, recibimos como respuesta que no, que no había que bajar ningún subsidio ni el gasto, sino mejorar los ingresos, y el único sector que de verdad tenía una renta extraordinaria era el campo.

    –¿Qué veían en el Gobierno que hacía el productor con esa renta?
    –Que una parte se había volcado al consumo, otra se había invertido en el sector agrícola, en maquinarias por ejemplo, en tecnología para la producción, y había también una gran inversión inmobiliaria y un gran gasto básicamente en las ciudades que rodean la producción agrícola: Pergamino, los epicentros como Rosario, que tuvo un boom de la construcción impresionante prácticamente derivada del mayor precio de la soja.

    –Pero en medio de la disputa cambiaron las condiciones…
    –Sí, en 2009 hubo una sequía furibunda que el Gobierno desatendió. No se dio ningún auxilio a los productores y prácticamente terminó con la producción de trigo. De ahí en más hubo un gran descreimiento en torno a producir trigo en la Argentina. Y sí creció la producción de soja.

    –¿Se consumó la “sojización” en medio del tira y afloje?
    –En 2008, cuando hicimos la 125, el argumento de preocupación que manejábamos para gravar la soja era que ocupaba 50% de la superficie sembrada, pero resulta que hoy es de 75%, lo que significa que queda 25% para producir trigo, maíz, sorgo, avena, girasol… para el ganado, lo cual demuestra que la política del Gobierno ha sido muy errada, no solo tras la 125, que debió terminarse de otro modo buscando una solución intermedia, sino porque lo que vino después fue una gran de­satención al sector con un resultado final espantoso. Resulta que hicimos la 125 para evitar que el campo se “sojice” y hoy lo está plenamente, para colmo con precios en caída.

    –¿Por qué esta supremacía si el boom de los commodities ya se terminó?
    –La soja había tenido buenos precios y los tiene diría que hasta ahora. Pero también es cierto que el cepo cambiario desalienta la liquidación de las ventas y que hubo una caída en las compras, fundamentalmente en los precios, porque cuando se miran los valores a mayo del año que viene son muy parecidos a los que teníamos en mayo de 2008: US$ 470/480 la tonelada. También esto de­so­rientó mucho. Y significa una merma natural, básicamente por la caída del precio.

    –Antes el conflicto con los productores era fiscal y hoy resurgió por la necesidad de divisas, ¿sigue estando la renta en el centro de la disputa?
    –La Argentina ha cambiado toda su lógica. En 2004/2005, los productores liquidaban los dólares e invertían a plazo fijo en pesos. El problema que había era un excedente en dólares y fue por eso que el Gobierno nacional, para mantener el valor del dólar, los compraba y así se evitaba que bajara. Hoy es todo lo contrario. El que tiene un dólar no se lo lleva ni al banco, lo guarda en su casa. Es el motivo de la caída de las reservas, porque se busca una moneda firme para ahorrar.
    Ya asumida la presidencia por Cristina Fernández de Kirchner salieron del sistema financiero US$ 80.000 millones, básicamente por desconfianza, sin que el Gobierno hiciera absolutamente nada. En un primer momento, no solo tuvo que ver el conflicto con el campo, sino que vino una etapa de “profundización del modelo” que generó mucha desconfianza.
    En ese lugar se inscribe la actitud tomada con la estatización de los fondos de pensión, no por la medida en sí misma, sino por lo que se anunciaba al adoptarla, que era la muerte del capitalismo. Enseguida la inadmisible intervención a Papel Prensa, y luego el cepo, con la serie de medidas que fueron desanimando a los inversores. Hoy se da el caso de que Capitanich se dice preocupado porque no terminan de liquidarse las exportaciones de soja y la pregunta es cómo sucede esta demora si a largo plazo la soja tiende a perder precio. No es que quieran ganancia, sino que no saben qué hacer con los dólares en la Argentina.

    Alejandro Vanoli, de la Comisión Nacional de Valores

    Mercado de capitales con la fuerza de ley

    Federalizar los activos financieros e interconectar a los mercados regionales del país para juntar las puntas entre excedentes y proyectos de inversión es la propuesta legal del Gobierno, pero el productor no aparta la vista de la pizarra cambiaria.


    Alejandro Vanoli

    2013 ya atravesó por el intento de una reforma judicial, preocupaciones por la salud presidencial, elecciones parlamentarias, avances de la ley de medios y hasta un recambio en el gabinete de ministros, pero a días de terminarse la última hoja del calendario restaban ingresar más de US$ 6.000 millones de la cosecha de soja.
    El productor, en general, ha ido esterilizando los hábitos y, cuando el banco cuenta poco y nada en su rutina ante la ausencia de crédito y plazos fijos totalmente alejados de la inflación, solo apela a dos refugios: el billete verde o retener todo lo que pueda el grano.
    No toma en cuenta al mercado de capitales, ni para ahorrar, ni para administrar liquidez en la moneda que rige sus precios.
    El titular del organismo regulador, Alejandro Vanoli, no opina sobre vehículos de captación de los excedentes agrícolas en sí, pero recuerda que el artículo 3 de la reciente ley 26.381 habilita a crear y emitir valores negociables y propicia “una sinergia público-privada que convierta al mercado de capitales en un ámbito percibido por los emprendedores y empresarios de cualquier sector en fuente potencial y privilegiada de financiamiento de sus iniciativas productivas”.

    –¿Por qué la renta agrícola no alimenta, por ejemplo, private equity o aportes de capital de empresas?
    –Si el volumen de operaciones de las Bolsas y Mercados es poco significativo en relación al PBI, si el crédito también en relación al PBI es muy bajo, comparado con países de tamaño equivalente, se trata de consecuencias desgraciadas de la etapa de “financiarización” inaugurada a mitad de los 70 y que estamos dejando definitivamente atrás.

    –¿Qué significa la creación de un mercado de capitales federalmente integrado como propicia la ley?
    –La creación de una “oferta nacional” de activos financieros, hasta ahora segmentada, lo que implica es que –por ejemplo– si un inversor de Santa Fe quiere diversificarse e invertir en proyectos productivos de San Juan encuentre muy difícil obtener información y poder llevar a cabo su pretensión inversora, que es la contracara de una verdadera oferta nacional de fondos prestables, disponible para empresarios y emprendedores de todo el país. Asimismo que lograr mayor liquidez para los activos financieros existentes, puesto que mayor cantidad de inversores significa una mayor probabilidad de hallar una masa significativa de interesados en un activo financiero dado, lo que a su vez le reduce al empresario la “prima de iliquidez”, o sea el costo adicional que el inversor exige por la dificultad para reorganizar rápidamente su cartera cuando las circunstancias o el cambio de sus expectativas así lo requieran.
    La posibilidad de construir carteras de inversión diversificadas baja riesgos y economiza costos, a la vez que la unificación de actividades crea un volumen de operaciones tal que permite “poner en producción” medios que realizan más transacciones a un menor costo unitario.

    –Ya con la ley sancionada, ¿qué se necesita ahora para que crezca el mercado de capitales?
    –El Estado puede y hace mucho, pero sin acompañamiento de la iniciativa privada en la creación de instrumentos financieros ágiles, seguros, adecuados a las necesidades de cada sector, y atractivos para los inversores, corremos el riesgo de que el esfuerzo no resulte todo lo fructífero que el país necesita y ansiamos. Estamos dispuestos a acompañarla.

    –¿Qué más considera que se necesita para que aumente el volumen de negociaciones en la bolsa y el crédito en relación con el PIB?
    –Si aceptamos que las crisis económicas han privado a la Argentina de un mercado de capitales pujante, amplio y profundo, es razonable suponer que el período de estabilidad y fortaleza económica que vivimos (y esperamos se prolongue por muchos años) y la mayor independencia financiera, tanto del sector público como de la economía toda, del flujo internacional de capitales, aunados a la nueva concepción del mercado de capitales como fuente de alimentación de los proyectos productivos del país, y a la esperable y ya señalada reducción del costo global de financiamiento, además de las mayores facilidades para el acceso al mercado para empresas y emprendedores que significan el “régimen Pyme”, deberían permitirnos cambiar las realidades que expresa su pregunta.