El debate fue alterado por la decisión unilateral de China. A fin de noviembre decidió crear una zona de exclusión aérea –que no puede ser sobrevolada sin permiso previo– sobre una zona del Mar del Este, que incluye a unas pequeñas islas cuya soberanía discute con Japón. Un día antes, dos bombarderos (desarmados) estadounidenses sobrevolaron esa zona de defensa aérea exclusiva, en abierto desafío.
Todas las aeronaves comerciales japonesas vuelan por esa zona y siguen haciéndolo, lo que a todas luces aumenta la intensidad del conflicto territorial que enfrenta a las dos grandes economías asiáticas.
Hasta ese momento la discusión pasaba por estos ejes.
Uno decía: ya no se cuentan barcos ni misiles. El poderío militar abandona el primer plano para ceder paso a otra dimensión de poder. La geopolítica hace lugar a la geoeconomía. En ese juego, China se queda atrás frente a un Occidente que no cede poder económico.
El otro se esbozaba de esta manera. El Trans-Pacific Partnership Agreement (TPP) es un acuerdo de libre comercio que se está negociando entre nueve países: Estados Unidos, Australia, Brunei Darussalam, Chile, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. Pero en verdad –advierte su mejor analista, el ensayista estadounidense Clyde Prestowitz–, es la evidencia de la declinación de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo. Según el escritor, el corazón de las negociaciones no es realmente el comercio sino una especie de promesa que hace Estados Unidos a los países de la región de que sigue vigente su compromiso con ellos. Que no los abandonará militarmente.
La intención de Beijing es clara: disminuir la influencia de la Armada de EE.UU. en el Pacífico occidental, donde ha sido la fuerza dominante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Con la primera óptica, estamos en el ámbito de la geoeconomía. Con la segunda, en el de la geopolítica.
El escenario global
Hay tres grandes grupos de negociaciones en curso. Ellos prometen dibujar los contornos del mundo post occidental, fijar el punto de equilibrio entre los estados avanzados y los emergentes y acotar el lugar de China en el mundo. En ese proceso se decidirá qué se puede salvar del actual sistema multilateral. La alternativa está entre los arreglos globales abiertos y un orden económico creado alrededor de bloques competidores (ver Mercado de septiembre 2013, “El gran juego”).
El foco estaba –hasta ahora– centrado en el comercio. La conclusión exitosa de las conversaciones por la Asociación Trans Pacífico reforzaría la integración económica de Estados Unidos con gran parte del sudeste asiático. Un acuerdo paralelo Transatlántico sobre comercio e inversión reinyectaría cohesión a las relaciones de Washington con Europa. Junto con esos pactos regionales, la Unión Europea está negociando acuerdos bilaterales con India y Japón. Para completar este rompecabezas, Estados Unidos y la Unión Europea están en conversaciones con más de 20 economías para liberalizar comercio y servicios.
El dibujo aparece con nitidez. Occidente abandonó la idea del gran multilateralismo que definió la posguerra. Lo que más sorprende es que cada uno de estos nuevos acuerdos propuestos dejaría a China al margen. La exclusión de la segunda economía del mundo no es una coincidencia.
Es que China fue la gran ganadora de la economía global abierta. Estados Unidos se pregunta ahora por qué habría de expandir acuerdos que dan poder a su rival. La respuesta estadounidense siempre fue la de acercar a China a un sistema basado en reglas mientras reforzaba viejas alianzas como una póliza de seguros. El énfasis ahora está puesto en la prevención.
Prestowitz cree que en todo esto se esconde un significado más profundo. China es una especie de nuevo sol en el sistema solar y todos los planetas, o sea los países, están reajustando sus órbitas. Les preocupa, especialmente a los del Sudeste asiático y el Pacífico, que puedan quedar fijados en la órbita china sin un contrapeso que les permita algo de libertad de acción. Desde la perspectiva de los países asiáticos, Estados Unidos es el contrapeso, una expresión de la hegemonía del país en el Sudeste asiático y el Pacífico. Otra vez, más geopolítica que geoeconomía.
Los Gobiernos occidentales tendrán que hacer grandes esfuerzos para evitar la ruptura de las diversas conversaciones. Necesitan el crecimiento prometido por la mayor apertura de mercados. Si fracasan el precio será alto. Esta es –tal vez– la última oportunidad de Occidente para retener el poder económico.
China está comenzando a advertir que la dejan atrás. Los riesgos de fragmentación de las reglas del comercio internacional son evidentes. Esto podría convertirse en una competencia entre occidente y el resto. Dejar a China al margen pondría en peligro el actual tejido del sistema global. Además, la historia está llena de ejemplos de cómo conflictos comerciales terminan convirtiéndose en conflictos más serios.
México revoluciona otra vez al mundo petrolero
Es difícil absorber los cambios en el escenario mundial, en lo político y en lo económico. Tanto por la velocidad como por la intensidad de las transformaciones.
Hasta hace pocos años, Estados Unidos estaba sediento de petróleo y el Oriente medio era el centro de su obsesión y del despliegue de gran parte de su poderío militar.
Ahora, desde el surgimiento de la explotación de shale oil y gas, la gran potencia reduce sus importaciones y su dependencia. Es probable que en 10 a 20 años pueda lograr el autoabastecimiento y hasta darse el lujo de algunas exportaciones.
La región de Levante será cada vez tema central de inquietud para China, que debe asegurarse su abastecimiento de energía.
Para tranquilizar, Washington afirma que no se desentenderá de su papel orientador en la seguridad de los flujos en el mercado petrolero mundial. Pero no consigue que muchos le crean. Todos advierten que las estadísticas dicen que para 2015, EE.UU. será el mayor productor mundial de crudo.
Pero hay otro protagonista histórico en el ámbito petrolero, que hace un siglo provocó un fuerte debate que determinó una línea a seguir para muchas economías, especialmente del mundo en desarrollo. Los recursos naturales para el Estado y su gestión a cargo de empresas estatales, como el caso de la mexicana Pemex, fue la consigna que hizo escuela. La mayoría de los socios de la OPEP –a la que nunca perteneció México– siguió este modelo de gestión y operación.
Hoy, México puede encender, otra vez, un debate de la misma intensidad que el de aquel entonces, y fijar tendencia. La nacionalización del petróleo y el gas en 1938 fue un grito de independencia de las por entonces más poderosas multinacionales petroleras. Y Pemex se convirtió entonces en un modelo a seguir.
La gran novedad es ahora la iniciativa gubernamental para modificar los artículos 27 y 28 de la constitución del país, para permitir que compañías extranjeras puedan asociarse en cualquier etapa del negocio, exploración, extracción, o refinación. Puede ocurrir que el proyecto no logre las mayorías parlamentarias requeridas. Pero si lo lograra y además exhibiera éxitos en su marcha, el contagio sería inmediato.
Del nacionalismo heroico del siglo pasado a una economía más abierta es una instancia prometedora para todos los que quieren terminar con la burocracia, la ineficiencia y hasta la corrupción. Todo el sector energético puede ser replanteado y reformulado en una variada gama de países productores.
Tabletas y smartphones transforman los negocios
Es vertiginoso. La transformación se percibe día a día. Cambia el modo de hacer negocios, la relaciones de los empleados con sus empleadores, el vínculo entre vendedores y compradores.
Según la predicción de Cisco, en pocas semanas más, cuando termine este año, el número de artefactos o devices conectados a Internet superará al total de la población mundial. Para la consultora McKinsey, ya rebasa los 12.000 millones. La data que se transmite a escala global se duplica cada 20 meses y los pagos efectuados a través de teléfonos móviles superará US$ 1 billón (millón de millones) en poco tiempo más.
Otra encuesta revela que 93% de las empresas de Estados Unidos y Gran Bretaña tienen tabletas y smartphones conectados a sus redes corporativas y que 67% de ellas permiten a sus empleados el uso de artefactos personales en el trabajo (aunque traiga nuevos problemas en materia de seguridad). La tradicional distinción entre trabajo en la oficina y el tiempo libre en la casa, prácticamente se ha esfumado.
Las predicciones de IDC son concluyentes: en este cuarto trimestre del año la venta de tabletas y teléfonos inteligentes será, por primera vez, superior a la de computadoras personales. Han pasado solamente tres años desde el lanzamiento del iPad de Apple.
Las ventas anualizadas de PC todavía serán superiores a las de las tabletas hasta 2015.
Viene una nueva etapa –sin Apple– donde proliferarán tabletas y teléfonos inteligentes que no costarán más de US$ 350. Un exhaustivo informe sobre la situación en la Argentina, a partir de la página 98.