“Esta coyuntura es clave en la historia argentina”

    Nicholas Shumway

    Por Rubén Chorny

    Hoy catedrático en Houston, Texas, Nicholas Shumway puso el punto final del libro La invención de la Argentina en los movimientos populares de la primera mitad del siglo XX, y apenas esbozó el advenimiento del peronismo en una reciente obra titulada Historia personal de una pasión argentina.
    Mercado reconoce una deuda intelectual con Shumway. Fue a partir del título de su obra que surgió el eje temático que domina esta edición aniversario: “La reinvención de la Argentina”.
    En la entrevista virtual desde su oficina de la Universidad de Rice repasó esta etapa kirchnerista del movimiento peronista y analizó si, así como se intentó una invención de la Argentina en el siglo 19, el cambiante contexto mundial invitaría a una reinvención.

    –Justo cuando el mundo experimenta uno de los cambios más grandes de la historia, ¿cree que ese proceso afecta o afectará al ciclo iniciado por la Argentina cuando empezó a organizarse como país y nación?
    –El momento actual brinda la oportunidad de un gran cambio en el orden mundial. Los nuevos mercados y potencias asiáticos, junto con las llamadas economías emergentes, representan una radical redistribución del poder económico. También representan una sorpresiva reconfiguración del capitalismo que, en lugar de ser “tardío” como dicen mis amigos filo marxistas, es un nuevo fenómeno que necesitamos entender.
    ¿Quién, por ejemplo, se habría imaginado que un nuevo modelo del capitalismo aparecería en nada menos que la China comunista? La tecnología también ha alterado lo que significan las fuerzas armadas. EE.UU. sigue siendo la máxima potencia militar del mundo –a un costo altísimo e insostenible–, pero esa potencia que habría sido definitiva en guerras anteriores parece cada día menos eficaz para los conflictos actuales.
    Aunque algunos siguen delirando sobre las fuerzas siniestras del imperio, en este momento no hay ningún Gobierno ajeno a la Argentina, sea británico o yanqui, que pueda presionar al Gobierno argentino como se hizo en momentos anteriores.

    –¿Dónde ubica a la Argentina en este mundo reorganizado?
    –En este momento el país está frente a una coyuntura clave en su historia. Las oportunidades actuales incluyen un compromiso con la democracia que se ha mantenido firme desde que Alfonsín asumió el poder a fines de 1983. Ya sé que los críticos de las clases gobernantes, sobre todo los antiperonistas, pueden señalar ejemplos en los que los procesos democráticos institucionales supuestamente se han subvertido. Sin embargo, las formas democráticas se han mantenido. Y que yo sepa, casi nadie está abogando por abandonar la constitución, la institucionalidad, y el compromiso actual con los procesos democráticos, aunque existen tendencias preocupantes: por ejemplo, los ataques del kirchernismo a la independencia jurídica.
    La Argentina, en esta coyuntura, está viviendo un momento de creciente prosperidad, parecida en muchos sentidos a la época dorada de 1880 a 1930. La demanda mundial por productos agropecuarios que la Argentina produce mejor que nadie sigue aumentando y hasta los pronósticos más conservadores no prevén una disminución en esta demanda.
    Entonces estamos viendo una oportuna combinación de elementos: Gobierno estable, independencia en el foro internacional y una nueva prosperidad nacional.

    –¿Qué hacer con esta oportunidad que señala?
    –Mucho depende de las decisiones que tomen los Gobiernos de los próximos 10 ó 20 años, y del apoyo que consigan del electorado. Tal vez, la decisión más importante será económica. Y esto me lleva a mirar al peronismo y lo que significa en la Argentina de ahora: los Kirchner, sobre todo Cristina y sus adeptos (pienso en los intelectuales K), se han esforzado por insertarse en una genealogía de lo que podría llamarse un peronismo ortodoxo. Su visión de la historia es de un revisionismo absoluto, adobado con una buena dosis de mística, por ejemplo, su devoción a Evita. La manipulación de la imagen de Evita se asemeja más a una devoción a una santa que a una figura histórica.
    Otra indicación de cómo esa visión revisionista está ocupando espacios intelectuales argentinos se ve en la extrañísima selección de héroes destacados en La Galería de Patriotas Latinoamericanos, cuya apertura formó parte de los festejos del bicentenario. Cinco argentinos aparecieron allí: José de San Martín, Manuel Belgrano, Hipólito Yrigoyen, Eva Duarte de Perón, y Juan Domingo Perón. No discrepo con la selección de ninguna de esas figuras, pero por Dios, ¿dónde están Moreno, Rivadavia, Alberdi, Sarmiento, Mitre, Urquiza y Roca? ¿Acaso no fueron patriotas que también desempeñaron un papel importante en la historia del país?

    –¿No es positivo someter la historia a revisión cuando se hace política?
    –Bajo la influencia del revisionismo, el pensamiento de viejos intelectuales peronistas como Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche de pronto están de moda, con nuevas y lujosas ediciones de sus obras completas. Veo que Hernández Arregui, un intelectual setentista que hizo mucho para reciclar el pensamiento de Scalabrini y compañía, también está de moda. Por un lado esto me agrada, porque a Scalabrini lo veo como una figura clave en el pensamiento político argentino. Pero es un pensamiento que insiste en el excepcionalismo argentino según el cual las doctrinas tradicionales sobre instituciones republicanas y economías modernas no funcionan, o por lo menos, no tienen aplicación en un país tan excepcional como la Argentina.

    Excepcionalismo
    –¿Cómo se trasplanta ese excepcionalismo?

    –Tanto Scalabrini como Jauretche creían que la Argentina necesitaba desarrollar ciencias propias, una sociología, antropología y ciencia económica verdaderamente argentinas. Será por eso que muchas políticas del Gobierno actual están encuadradas dentro de un concepto excepcionalista y no se entienden fuera de la Argentina. Las decisiones económicas de los Kirchner –control de precios, subvenciones innecesarias, nacionalizaciones y política cambiara arbitraria por ejemplo– no tienen sentido para la gran mayoría de los economistas.
    Pero como esa gran mayoría de economistas no “sienten” lo argentino, los K les prestan poca atención y fácilmente los descartan por motivos que apelan a algo de Marx, algo de Keynes y mucho de conversación de bar de la esquina. Y cuando las cosas andan mal, los K, igual que los peronistas de antaño, pueden acusar a los sospechosos de siempre: la oligarquía antiargentina y cipaya, los vendepatria, el imperialismo, etcétera.

    –Siendo este un proceso kirchnerista que se intenta diferenciar del peronismo tradicional, ¿cree que terminará desplazándolo, lo sucederá o será absorbido, como ocurriera con las fuerzas revolucionarias que lo integraron en sucesivas etapas?
    –La pregunta señala que no existe un solo peronismo, pues figuras tan dispares como López Rega, los montoneros peronistas, Menem, y ahora Cristina y muchos de sus detractores reclaman ser peronistas. Tal vez, la definición más sucinta que conozco del peronismo me fue dada por Carlos Saúl Menem cuando visitó la Universidad de Texas invitado por el Instituto de Estudios Latinoamericanos que yo dirigía en ese momento.
    En una conversación privada, le pregunté cómo sus políticas neoliberales encajaban con el peronismo histórico. Su respuesta: “Nicolás, el peronismo no es una doctrina y no es un programa económico. Es una forma de gobernar”. Ese comentario de Menem me ha permitido vislumbrar alguna coherencia en los diversos movimientos rotulados de “peronistas”.

    –Pero el peronismo tiene doctrina y se vincula con lo nacional y popular…
    –El genio de Perón no fue su originalidad, sino su capacidad de tomar ideas de varios movimientos y convertirlos en herramientas para mantenerse en el poder. Ser un poco de todo para todos. De ahí su flirteo con el nacionalismo aristocrático de Manuel Gálvez y compañía, al mismo tiempo que coqueteaba con el populismo forjista. De ahí su alianza con el catolicismo, en los primeros años de su presidencia, y con la izquierda de los años 60 y 70, no obstante sus innegables antecedentes fascistas.
    Al principio, Perón parecía simpatizar poco con el caudillismo místico que lo veía como una reencarnación de Rosas e Yrigoyen, pero más adelante se apoderó de esa narrativa mística, no porque lo creyera sino porque le resultaba útil. Lo que vemos entonces no es una doctrina clara y coherente, sino lo que Menem acertadamente describió como una forma de gobernar.

    Institucionalidades
    –¿Y cuál sería esa forma de gobernar?

    –Que lo importante es mantenerse en el poder, sin abandonar las apariencias de las instituciones liberales, pero al mismo tiempo sin dejar que esos procesos institucionales impidan el manejo del poder. Para mantenerse en el poder, no hay que preocuparse demasiado por las inconsistencias y contradicciones. Es útil y permisible toda herramienta retórica, ideológica o práctica aunque resulten incompatibles entre sí. Lo mismo la institucionalidad: si resulta útil, hay que defenderla. Si no, búsquense formas para hacer las cosas de otra manera.
    De ahí el tan mentado corporativismo del peronismo, pues el apoyo de sindicatos, industriales dependientes del Estado, empresas adictas a subvenciones estales, empleados sin responsabilidades claras, piqueteros, fuerzas armadas y a veces la Iglesia misma resultan más confiables y manejables que las imprevisibles instituciones republicanas.

    –¿Y cómo hace para conciliar tantos y tan variados intereses de esos circunstanciales aliados, como menciona, y mantenerse en el poder?
    –Lo esencial del sistema peronista es su capacidad para repartir favores. Esto es lo que en última instancia explica las fuertes luchas políticas de los últimos años sobre las retenciones, el control de las reservas del Banco Central y las jubilaciones. Los argumentos visibles a favor y en contra han sido variados y a veces complejos, pero la meta final, y la única que vale, es garantizar que el Poder Ejecutivo nunca pierda su capacidad para comprar y mantener lealtades.
    Lo cual nos lleva de nuevo al comentario de Menem sobre el peronismo como una forma de gobernar. En tiempos anteriores, el poder del peronismo se concentraba en la figura de Perón. Más allá de sus políticas y acciones, el fervor de sus seguidores siempre se apegaba a él mismo. El peronismo moderno es más sutil, pues nadie iguala a Perón como figura carismática. Pero los mecanismos siguen siendo iguales: gobernar depende de crear y cultivar una red de favores recíprocos.

    –Esas redes nunca dan suma ce­ro…
    –Pocas y tal vez ninguna de las medidas adoptadas eran necesarias como política económica. Pero tenían sentido político, pues identificaron al Poder Ejecutivo como el máximo repartidor de favores. Y cuando esa capacidad fue amenazada por falta de recursos, de pronto hubo intentos de subir las retenciones, apoderarse de las jubilaciones y controlar los fondos del Banco Central. Néstor, Cristina, Menem coinciden en un punto: son creadores de créditos políticos que más adelante se pueden cobrar. La próxima gran crisis ocurrirá cuando al Ejecutivo le falte plata.

    –A tu libro La invención de la Argentina le quedó el capítulo peronista inconcluso, ¿serviría como hilo conductor hacia la modernidad de la división entre unitarios y federales que ha narrado?
    –De hecho, aunque hago algunas referencias al peronismo en La invención, no hay capítulo dedicado al tema. Donde sí trato más ampliamente al tema del peronismo es en mi libro de 2011, Historia personal de una pasión argentina, sobre todo en un capítulo llamado “De cómo el liberalismo se volvió una mala palabra”. Pero volviendo a la pregunta, cuando se considera la radical descentralización del poder político en la Argentina y la igualmente radical concentración del poder económico, se puede decir que el país heredó lo peor del federalismo y del unitarismo del siglo 19.
    Políticamente es un país federal –radicalmente federal, pues Neuquén cuenta con el mismo número de senadores que la provincia de Buenos Aires–. Económicamente es un país unitario, porque en última instancia los recursos del Gobierno central los maneja el Ejecutivo. El peronismo prospera en ese sistema, siempre que haya recursos para mantener redes de interés y repartir favores. En pocas palabras, habiendo plata en la caja central, el sistema sigue.

    –¿Y eso sería bueno o malo?
    –And yet, and yet… si la esencia del peronismo en la práctica es mantener lealtades repartiendo favores, hay otra dimensión del peronismo que me parece mucho más saludable: la retórica de proteger a los menos privilegiados y de buscar una verdadera independencia económica en la que el trabajo se premie y se aprecie la dignidad de todas las clases sociales.
    En fin, existe en la retórica peronista un vocabulario que parece orientado hacia más justicia social e incluso hacia una verdadera socialdemocracia. En su apoyo a los derechos humanos, la igualdad matrimonial y la Asignación por Hijo, hemos visto en el kirchnerismo ese lado del peronismo. Ojalá que algún día sea el dominante.

    Los cambios y la oposición

    Shumway alerta sobre los cambios que está impulsando la revolución tecnológica, los que “a la larga marcarán nuestro momento histórico con efectos tan profundos como los que se vieron en la revolución industrial”.
    Agrega que así como han destruido algunas empresas y facilitado la creación de otras, “también han derrumbado Gobiernos –recordemos que la primavera árabe se facilitó con redes sociales– y asustado a otros: por ejemplo, las recientes manifestaciones en Brasil que demostraron que la calle ya no pertenece ni al PT ni a los sindicatos sino a millares de jóvenes con teléfonos inteligentes”.
    Y sentencia: “Si surgiera una oposición eficaz en la Argentina, no me sorprendería que fuera por ese camino. Cambios parecidos han ocurrido en el orden internacional”.