Osvaldo Cado
Foto: Gabriel Reig
Por Osvaldo Cado (*)
Es en el marco del desafío intelectual que plantea esta edición de Mercado, historias similares a esta se me cruzan por la cabeza. Enquistados en el pasado, no tenemos manera de reinventarnos para salir de casi 80 años de marchas y contra marchas.
No está de más recordar que Colón fue un producto más del Renacimiento, época caracterizada por el desarrollo del comercio mundial y la fusión de culturas. Luego de que Marco Polo vinculara a Europa con Asia, el descubrimiento de América terminaría por conectar al mundo entero. Personajes como Marco Polo, Colón o Magallanes abrieron paso a la modernidad rompiendo los paradigmas de su época. Sin dudas estos procesos suelen tener aspectos positivos y negativos, pero un análisis descontextualizado y parcial no nos permitirá sacar conclusiones que sean útiles para repensar el futuro.
Desde los viajes transoceánicos hasta el día de la fecha, avances científicos y tecnológicos han marcado un rumbo que no tiene retorno: el avance de la globalización y de la universalización. Esto nada tiene que ver con ideologías. Es un cambio que ya se está produciendo y que marca una nueva etapa histórica, como en su momento la caída de las monarquías o el paso de la economía agraria a la industrial.
En este sentido, cualquier idea en torno a “La reinvención de la Argentina” debe necesariamente incorporar como variable fundamental esta tendencia profunda e irreversible. Como mencioné anteriormente, todo gran cambio trae consigo cosas positivas y negativas, pero su inevitabilidad obliga a incluir este tema en la agenda del sector público y privado cuando se piensa en un plan de largo plazo que nos saque definitivamente de la urgencia que nos impone la coyuntura.
En este marco, la economía también está mostrando señales de lo que se viene. La gradual menor relevancia de las “posesiones” de una Nación, algo típico de la era industrial, está dando lugar a lo que podríamos llamar “la era del conocimiento y la información”, donde lo determinante será aquello que los ciudadanos sepan hacer y cómo pueden mejorarlo. Se observa con total claridad el pasaje de un esquema enfocado en la producción estandarizada y de altos volúmenes, a otro donde prima la generación de valor.
Adaptarse a nuevas tendencias
La noción del desarrollo nacional basado en la “gran empresa” con estructuras piramidales centralizadas es una categoría que en algunos años será historia. Debemos entender que hoy las empresas son una fachada, detrás de la cual se mueven una multitud de unidades descentralizadas en un mundo cada vez más conectado. Los países exitosos serán aquellos que se adapten a esta tendencia y puedan proveer las mejores soluciones para los problemas cotidianos.
Este proceso no será sencillo. Nos pone frente a un desafío cultural importante, en un país que se ha acostumbrado y aceptó durante los últimos años discursos retardatarios y que reivindican ideas en proceso de extinción. Discursos que apelan más a lo emocional y a la tendencia natural del hombre a quedarse con lo conocido que, creo en nuestro caso, es “lo malo conocido”. Quizás sea este, hoy por hoy, el obstáculo más importante.
Por supuesto que también habrá que repensar o reinventar la idea que tenemos hoy de la educación. Un sistema educativo moderno debe girar en torno a la conceptualización de problemas y a la forma de obtener soluciones.
Sin dudas estamos hablando de cambios estructurales tan “históricos” como la realidad que se avecina. Es indudable entonces la relevancia y el protagonismo que debe tener el Estado articulando una discusión de tamaña envergadura y en su rol intransferible de igualador de oportunidades donde, cuestiones como la salud, la seguridad y la protección de los sectores más vulnerables debe ser prioritario.
¿Están preparados los partidos políticos para enfrentar este escenario? Me arriesgo a pronosticar que si hiciese esta pregunta en la calle me encontraría con respuestas negativas. Pero lo que los argentinos tenemos que entender es que los partidos políticos y sus representantes son tan conservadores como aquellos que los votamos. Entonces lo que realmente debemos preguntarnos es: ¿estamos los argentinos preparados para enfrentar este escenario?
(*) Osvaldo Cado es economista.