ANÁLISIS | Entrevista
Por Javier Rodríguez Petersen

Héctor Méndez
Foto: Gabriel Reig
En febrero, en plenas vacaciones y en medio de un fenomenal ruido en la Unión Industrial Argentina (UIA) por las discusiones internas, Héctor Méndez terminó de sacudir el tablero con su renuncia a la presidencia de la entidad. Como si hubiese sido calculada, su salida, al tiempo que amplificó el debate, ayudó a poner fin a las discusiones.
Su mandato terminaba apenas dos meses después y fue completado por Miguel Acevedo (AGD). Todo terminó en una sucesión parecida a la prevista en la que se respetó el acuerdo de alternancia entre las dos líneas internas de la organización –Industriales y Celeste y Blanca– y que llevó otra vez a la conducción de la UIA a José Ignacio de Mendiguren.
Como nuevamente presidente de la UIA, De Mendiguren ha hablado profusamente durante los últimos tiempos y sus posturas son bien conocidas. Pero escuchar las opiniones de Méndez –quien lejos de alejarse de la entidad sigue integrando el Directorio y acaba de ser nombrado como presidente de la Celeste y Blanca– es revelador, tanto para ver en qué parecen estar todos de acuerdo como para descubrir matices y algunas diferencias profundas.
El actual y el ex presidente coinciden, por ejemplo, en señalar como uno de los principales problemas de la industria argentina la pérdida de competitividad, no impulsar una devaluación y reclamar soluciones a los desafíos de inversiones e infraestructura; pero Méndez, además, se queja abierta y vehementemente de la protección aduanera a los productores de insumos básicos.
La renuncia de Méndez siguió a un debate sobre si la UIA debía abandonar el acuerdo de alternancia y convocar a elecciones. De fondo sonaba el enfrentamiento, menos público, entre algunos que pretendían darle a la entidad un perfil más crítico para con el Gobierno y otros que buscaban lo contrario. Se habló de presuntas presiones del Poder Ejecutivo. Y la llegada de De Mendiguren fue leída al mismo tiempo como un acercamiento al diálogo con el Gobierno y como un posicionamiento de mayor confrontación.
Sin embargo, Méndez asegura que “el acuerdo (de alternancia) nunca estuvo en duda” y que si se pensó eso fue por “imaginación de la prensa o lecturas particulares de alguien”, ya que “nunca adentro se dijo que fuéramos a elecciones”. Asimismo, atribuye el conflicto exclusivamente a la línea de Industriales: “Hubo problemas dentro de los que tenían que elegir al presidente, pero era de ellos; nosotros solo acompañamos”.
Regresado de Italia –adonde viajó por negocios– el industrial cuenta con cierta admiración sobre cómo la presidenta de la Cofindustria (Confederazione Generale dell’Industria Italiana) se plantó ante la dirigencia para advertirle que debían escuchar la voz de los empresarios: “Señores políticos, somos nosotros los que traccionamos”.
–Que eso no pase acá, ¿no es responsabilidad de los empresarios?, ¿no tienen un problema de representatividad?
–Sí, absolutamente. Lo que tenemos es parte de los que hemos sabido conseguir. No pasa esto en Brasil ni en Chile. A lo mejor tenemos que hacer un mea culpa. En algunos casos hemos sido muy contemplativos; hemos permitido, años atrás, que se golpeara a la industria nacional siendo, si no complacientes, por lo menos indiferentes. Esas cosas se pagan y cuesta recomponer la voz del empresariado firme, fuerte, con derechos, como corresponde.
–¿Hay además un problema de fragmentación en esa representatividad?
–La Unión Industrial es muy fuerte acá, tiene mucha representatividad. Pero (es verdad que) afuera hay estructuras que contienen a todos los gremios (empresarios), no es el Grupo de los Seis o el Grupo de los Ocho, es la Cofindustria, la alemana (Deutschen Industrie), la CEOE española (Confederación Española de Organizaciones Empresariales). Y lo mismo pasa en Brasil, con la CNI (Confederação Nacional da Indústria) y la FIESP (Federação das Indústrias do Estado de São Paulo).
–El empresariado local, ¿se plantea esto en sus conversaciones?
–No. Acá hay más tendencia a la diáspora que a otra cosa. Surgen nuevas cámaras. Hay mucho personalismo. La Argentina no se caracteriza por trabajar en forma unida.
–¿Y eso no le patea en contra al empresariado?
–Sí. Pero es así. Hace muchos años, había una novela que protagonizaba Alberto de Mendoza que se llamaba “Primero yo”. Primero yo, muy argentino. Primero yo…
–Hoy da la sensación de que en el Directorio de la UIA se profundizaron las diferencias entre moderados y menos moderados.
–La Argentina pasa por un período de fragmentación institucional que se ve también en la política y en la CGT. ¿Por qué esta fragmentación no puede darse entre los empresarios? Es producto de que hay distintas opiniones, sectores que están pensando en un determinado camino y otros que piensan en otro. En el fondo, todos quieren lo mismo: una industria fuerte y sólida, algunos con unos mecanismos y otros con otros, pero todos son industrialistas. Lo que sucede es que se mezcla la política y eso es complicado. Y, por otra parte, cuando hay cierto avance del Estado en la gestión privada, cuando hay sindicatos muy fuertes, eso provoca cimbronazos en la dirigencia empresarial.
–Esto parte también de una relación más difícil con el Gobierno, por lo menos de una parte del empresariado.
–Hay algunos sectores que están más enfrentados y otros que están más complacientes, lo cual puede ser criticable… Yo podría criticar que se politice la relación, pero es difícil dejar de ser ciudadano porque uno es dirigente. Yo diría que mientras no haya situaciones que afecten a la industria se va a optar por el camino del diálogo; en cuanto la afecten, se van a plantear de otra manera.
–¿Y se está llegando a situaciones que afectan a la industria, por ejemplo con la designación de directores en las empresas por parte de la Anses?
–Y, esas son cosas que generan conflictos, como ciertas medidas sindicales, los piquetes y bloqueos (a las fábricas), medidas impositivas muy difíciles de cumplir, persecuciones que a lo mejor en el mundo también se dan, o un tipo de cambio que se hace difícil para mantener la competitividad, contratos no precisos… hay muchas cosas para identificar.
–Nombró unas cuantas cosas…
–Y podría nombrar más.
–¿Esto es anticipo de que puede haber una mayor conflictividad empresarial?
–No. Yo creo que el Gobierno va a ir resolviendo los problemas. Parte del Gobierno tiene conciencia de que hay cosas que corregir. Lo que pasa es que el Gobierno tiene que escuchar también a los empresarios. Creo que lo decía (Winston) Churchill, que algunos veían en los empresarios un león para domar; otros, una vaca para ordeñar y nadie los veía como lo que son, el duro percherón que arrastra a la sociedad.
–¿Sienten que tienen receptividad en el Gobierno?
–Hay receptividad. Y algunos actores tienen sensibilidad.
–¿Cómo ve el tema de los directores de la Anses?
–Estoy de acuerdo en que el derecho a designar directores es un principio irrenunciable de los accionistas. En lo que no estoy de acuerdo es en el mecanismo que se utilizó. Si a usted le dicen que le van a colocar cinco directores, usted piensa si toma o no toma la plata (de la venta de acciones). Pero si le dicen “tome que no coloco a nadie”, usted la toma y después le colocan (directores), hay un cambio en las reglas de juego, un accionar no previsto. “Agárrela con la mano que no es penal”, “¿Seguro?”, “Seguro”, la agarra y… “Penal”… no la hubiese agarrado. Las empresas tienen que decidir qué quieren hacer sabiendo las reglas. Y si no es así, ¿por qué (el Gobierno) no deja que recompren las acciones quienes no quieren tenerlo de socio?
–¿Cuáles diría que son los aciertos y desaciertos de estos ocho años de gestión kirchnerista?
–Los aciertos son fundamentalmente sociales y económicos. Y los desaciertos, políticos. Algo ha mejorado la distribución, aunque no sé si ha bajado el número de pobres porque es difícil saberlo cuando los índices no son confiables. Hubo un crecimiento importante del sector industrial y el comercio, y esto es beneficioso para los empresarios y la sociedad. En lo social, creo que un problema importante que la Argentina afronta es el karma de mirar para el pasado en vez de mirar para adelante; creo que es un tema complicado que ya deberíamos haber pensado cómo resolverlo.
–¿Por qué, pese al crecimiento de la industria, la Argentina sigue siendo un país que exporta pocos productos industriales?
–Cuando usted exporta granos a US$ 700, el negocio es extraordinario a base de una semillita, agua y sol, y eso tracciona mucho. La Argentina es un gran productor de materias primas, mal que nos pese; no tenemos que pensar “qué desgracia” sino cómo hacer para que eso pueda capitalizarse. El mundo nos lo pide. Somos un país lleno de bondades geográficas y no sabemos cómo resolverlo. Es cierto, además, que hay sectores que han tenido momentos difíciles, falta de integración. Usted puede reconstruir la siembra de un año al otro. Pero no puede hacerlo con el tejido industrial cuando se liquidaron los intermediarios y las industrias intermedias, esos pequeños artesanos (proveedores) que la Argentina tenía por tradición; esa pérdida enorme no se recupera de un día para el otro. En el Gobierno de Arturo Frondizi, hace 50 años, los autos tenían una integración (nacional) de 70%; hoy tiene una integración de 30%… algo hicimos mal. Y aun en este período de crecimiento no hemos podido recuperarnos. Es uno de los desafíos que quedan por delante. Creo que el Gobierno lo sabe. Es muy difícil ser empresario Pyme y ser eficiente cuando las cuatro, cinco o seis materias primas fundamentales tienen un precio argentino 25% por encima de la media mundial. Esto la Presidenta (Cristina Fernández) lo sabe. Ya pasaron años para acomodarse. La protección, ¿cuánto va a durar? Por ejemplo, con los altos aranceles a los productos petroquímicos.
–¿Eso implica devaluar otra vez, una nueva protección cambiaria?
–De ninguna manera, no es cuestión del cambio. Pasa por las condiciones de Aduana, por los mercados reservados. Si le doy a su revista la protección de 17%, para usted ya está. Pero después de un tiempo la protección tiene que ser cero, y si viene la revista de China y usted no puede, se va a jugar los sábados. Pero acá no pasa eso, sigue la protección de hace 30, 40, 50 años, que pasó de 100% a 50 ó 30. Con las materias primas, como la chapa, con valores fuera de mercado, a las Pyme les cuesta mucho ser competitivas. Algunos van a querer matarme por esto…
–Sin esos aranceles, los que producen esas materias primas se quejan de que no pueden competir.
–Pero tuvieron 40 ó 50 años.
–Da la idea de que la discusión entre protección o no es irresoluble. Yo la escucho desde hace 30 años.
–Yo desde hace más tiempo, porque soy más viejo.
–Hace cinco o seis años, entre los empresarios predominaba el optimismo, se veían años de crecimiento. ¿Hoy sigue siendo así o es menos claro?
–Los analistas de la macroeconomía dicen que el Gobierno de (Néstor) Kirchner se basaba en cuatro pilares que hoy no parecen tan sólidos: los superávits gemelos, fiscal y comercial, la (baja) inflación y la cancelación de la deuda. De la deuda se canceló menos de lo que estaba previsto; la inflación es la que uno quiera (por los cuestionamientos a los índices oficiales del Indec), pero el sol no puede taparse con las manos; y los superávits han desaparecido. El panorama es un poquito más complicado.
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Sobre la RSE –Hay una idea de que hoy la sociedad les demanda a los empresarios un mayor compromiso a través de la RSE. ¿Coincide? –Entonces cree que esto es coyuntural… |

