Las
cifras inversas —valor del dólar en euros— marcan retrocesos
de 38 y 17%. Al respecto, debe tenerse presente un mal hábito de
estadígrafos: confundir alza del euro con baja del dólar.
Pese
al sesgo triunfalista de esta visión (que ve en el dólar
un reflejo directo de Estados Unidos como superpotencia militar), el análisis
admite que —por el momento— las expectativas apuntan hacia un
euro firme. Para no hablar del franco suizo ni la libra esterlina. Ésta
alcanzó un pico de US$ 1,945 en diciembre y el dólar cedió
a FS 1,13 terminando el año.
También
está el yen. Desde el piso marcado por el euro en dólares
(mediados del 2001) hasta fines del 2004, la divisa norteamericana cedió
sólo 18,8% en yenes, o sea la mitad de su declinación ante
el euro. En esos dos años y medio, el Banco del Japón (central)
destinó alrededor de US$ 34.400 millones a tasas actuales para
intervenir en el mercado frenando el yen. Mejor dicho evitando que el
dólar cediese por debajo de ¥ 102. Durante los ’80, ese
precio llegó a abismos de ¥ 0,84.
Finalmente,
cabe fijarse en una mensura más amplia del dólar: su valor
en relación con una canasta de monedas que elabora la Reserva Federal.
Sobre esa pauta, el dólar ha cedido apenas 15% desde julio del
2001. Esta declinación fue amortiguada por la paridad fija de 8,28
yüan por dólar, que neutralizó parcialmente el impacto
de otras divisas en el indicador general.
Eso
significa que, si Beijing flexibilizara su paridad cambiaria —algo
todavía poco plausible al empezar el 2005—, el dólar
podría caer ampliamente ante el yüan (por ejemplo, de 8,28
a 5,50). Esto sí que llevaría la divisa referencial al menor
valor relativo desde que existen paridades flotantes (enero de 1971).
¿Superpotencia
= superdólar?
Pese
a esos antecedentes, el autor de este análisis, Jonathan Fürbringer
—experto allegado al partido Republicano— tiene una postura
optimista. Así, cree que no se repetirán los vastos ataques
contra el dólar vividos durantes las crisis petroleras de 1973-5
y 1979-81, cuyos contextos económicos y financieros "eran
más volátiles". Recordando que, por entonces, "el
dólar no dejó de ser divisa referencial", postula que
mantendrá el predominio por las siguientes razones:
1)
Estados Unidos es y será la única superpotencia. Ello presupone
supremacía cambiaria (pero, a diferencia de hace 20 años,
es la economía más endeudada del planeta).
2)
Este año probablemente crezca más (3 a 3,3%) que la Eurozona
o Japón (2,5% ambos, en términos de PBI).
3)
Fürbringer descarta "desbordes inflacionarios como los ocurridos
en los ´70. La globalización no los permitiría".
Es verdad: la globalización tiende a promover deflación.
4)
El analista supone que los incentivos para invertir en Estados Unidos
siguen siendo fuertes. Pero sólo toma en cuenta el rinde para letras
de Tesorería a dos años (alrededor de 3%), comparado con
2,25% en Alemania y 1,15% en Japón a fin de diciembre.
En
esas circunstancias, sin embargo, "disminuir presiones contra el
dólar y reordenar relaciones en el mercado global supera la capacidad
de cooperación entre las principales economías. China debiera
revaluar 50% el yüan, a lo cual se resiste. Japón, con su
cultura tan espartana —el ahorro interno iguala casi al PBI norteamericano—
y su población que envejece, tendría que largarse a gastar.
La Unión Europea, por fin, debiera elevar el techo de los déficit
fiscales, flexibilizar políticas monetarias y elevar tasas".
Demasiado pedir, confiesa el analista.
¿La hora de abandonar
la divisa referencial?
"¿Quién
cree aún en un dólar fuerte?", se pregunta Robert Rubin
—secretario de Hacienda bajo William J. Clinton— en una conversación
con el semanario londinense The Economist donde aparece el título
inicial. Por supuesto, el autor de "Trabajo de las naciones"
llevó a cabo políticas pro dólar sólido en
su momento. Pero hoy, cuando John Snow (ocupa el mismo cargo) dice apoyar
un dólar fuerte, nadie le cree.
¿Por
qué? Porque, mientras tanto, presiona a China y otros países
para que revalúen sus monedas contra ese mismo dólar. Tampoco
se presta atención a las periódicas declaraciones de George
W. Bush en favor de su "compromiso con un dólar sólido".
Sin pelos en la lengua, Rubin define esas expresiones oficiales como "encaminadas
a que un grupo de ingenuos siga comprando dólares hasta que sea
demasiado tarde".
Claro,
después aparece Alan Greenspan —presidente de la Reserva Federal
próximo a retirarse—, cuyas opiniones se toman más
en serio, presumiendo que el dólar tenderá a ceder. Lo dijo
casi cerrando la campaña electoral y lo repitió antes de
las fiestas. "Dado el déficit en cuenta corriente externa,
en algún momento el mercado ya no querrá elevar sus tenencias
en dólares", advirtió nuevamente al promediar enero.
Emperador
sin ropa
Cada
vez que Greenpan tiene esas salidas, el euro quiebra récords en
dólares y el Banco del Japón debe comprarlos para detener
la apreciación del yen. El jefe de la Reserva Federal viene expresándose
desde octubre con mediana claridad. Tácitamente, reconoce lo que
los analistas sensatos percibían desde mucho antes: el emperador
está desnudo (y tal vez sin corona).
Hasta
hace pocos meses, su postura era diferente: el déficit de pagos
norteamericano, en continua expansión, no es problema, pues los
capitales fluyen libremente por el mundo y Estados Unidos es una plaza
muy atractiva. Más tarde, empezó a admitir que los inversores
"demandarán un dólar más barato, activos más
accesibles o ambas cosas para continuar financiando nuestros déficit".
Pero,
subraya The Economist, el factor fundamental es que esta partida
viene jugándose desde el colapso del sistema de Bretton Woods,
en 1971, y se termina. La función del dólar como unidad
de reserva mundial va agotándose paulatinamente. Paradójicamente,
porque se ha hecho demasiado popular en los últimos tiempos.
Alguien
que cree verdaderamente en el dólar fuerte y, al revés que
los norteamericanos, se juega por él es Junichiro Koizumi, primer
ministro japonés. Por cuenta de su cartera, el banco central ha
comprado más dólares que ningún otro emisor en la
historia: a fines del 2004, acumulaba US$ 850.000 millones en reservas
internacionales, mayormente dólares.
El
ejemplo de Japón determina las políticas de Surcorea, Taiwán,
China y el resto de la zona. Hablando semanas atrás con el "Financial
Times", el vicepresidente del Banco Popular de China (central), Li
Ruogu, insistía en que Estados Unidos no logrará forzar
una revaluación del yüan. "Primero, Washington debe poner
en orden su propia casa". Por supuesto, Beijing imita a Tokio y junta
dólares.
A
fin de año, las economías en desarrollo de Asia oriental
y meridional (excepto Japón) sumaban US$ 1,4 billón en reservas,
por lo general dólares: más que el resto del mundo junto
(nuevamente, sin Japón). Gracias a ese bloque, las reservas en
poder de los bancos centrales del mundo subieron de US$ 2 billones en
2000 a 3,5 billones en 2005.
Antes
los países acumulaban reservas en divisas para cubrirse de corridas
contra sus monedas. Pero algunos estados asiáticos han atesorado
demasiado, pues su objeto es diferente: necesitan evitar que sus monedas
suban contra el dólar y seguir compitiendo como exportadores. O
sea, han anclado sus monedas al dólar y de ahí resultan
tan desmedidas reservas.
"Algunos
audaces —apunta Rubin— ven en eso un nuevo Bretton Woods. El
original de 1944 ataba el dólar al oro (a un precio fijado por
los grandes bancos centrales) y el resto de las monedas al dólar".
Esto se derrumbó cuando, en enero de 1971, Richard Nixon —otro
republicano imperial— suspendió la convertibilidad oro-dólar.
Pero "este nuevo BW también parece ir barranca abajo. La cuestión
es si su colapso producirá los efectos globales del anterior".
¿Ahorrar
o no ahorrar?
Las
crecientes presiones sobre las monedas de Asia oriental derivan sea del
excesivo ahorro interno y el insuficiente consumo en esos países,
sea del insuficiente ahorro y el derroche en Estados Unidos. Naturalmente,
los políticos norteamericanos prefieren la primera interpretación,
pues no los obliga a administrar remedios desagradables. Por ejemplo,
recortar déficit o promover ahorro en entre el público.
"La eterna prosperidad se identifica con la patria, la familia y
la religión", sostenía un personaje de Upton Sinclair…
en 1935.
Sin
duda, gente como Greenspan, Rubin o Koizumi saben que el problema es interno,
no externo. El ahorro individual en Estados Unidos representaba, en septiembre,
apenas 2% de los ingresos personales, un mínimo casi récord.
Eso resulta de un deterioro iniciado en 1981, cuando esa misma proporción
era 12,5%, y explica que el déficit externo en cuenta corriente
haya alcanzado un récord (6% del PBI) y siga creciendo.
En
realidad, los extranjeros ahorran en lugar de los norteamericanos. En
un reciente estudio para la Reserva Federal de Nueva York, los expertos
Matthew Higgins y Thomas Klitgard señalan que Estados Unidos absorbe
más que el ahorro total neto del resto del mundo. Esto hace sospechar
algún error en los números pero, aun así, la economía
norteamericana no puede continuar expandiéndose el ritmo actual
(moderado: poco más de 3% anual) sin apelar al ahorro externo.
Ahora
bien, ¿hasta cuándo el mundo seguirá solventando a
Estados Unidos? Los inversores privados ya empiezan a guardar las billeteras.
Eso patea la pelota al sector público, o sea los bancos centrales.
Concretamente, los de Asia oriental, que afrontan su propio dilema: intervenir
para no revaluar sus monedas puede resultar caro, aunque promueva exportaciones.
También corren un serio riesgo: acumular una masa de dólares
sin estrategias de salida a la vista. En síntesis, esos bancos
centrales tienen demasiados activos en dólares y no pueden desprenderse
de ellos en masa. Si lo hicieran, el dólar se derrumbaría
y sus tenencias en bonos de deuda estadounidense no valdrían gran
cosa. Por supuesto, entretanto, el inmenso mercado segundo global de papeles
habría implosionado en un agujero negro.
Salir
lo antes posible
Obviamente,
el mayor riesgo de un dólar licuado es que los prestamistas pierdan
vagones de liquidez. Como emisor de esa moneda, Estados Unidos puede transferirles
riesgo cambiario, ya que —a diferencia de otros países endeudados—
puede tomar crédito en su propia moneda
Higgins
y Klitgaard calculan que, tomando Singapur como ejemplo extremo, 10% de
apreciación de su moneda contra el dólar generaría
pérdidas monetarias equivalente a 10% del PBI. Por supuesto, tomar
más dólares podría frenar la caída de la divisa
por un tiempo, pero elevando el riesgo de nuevas, mayores pérdidas
y un colapso final.
En
este momento (mediados de enero), Estados Unidos precisa ya casi US$ 2.000
millones diarios de dinero ajeno para seguir gastanto y endeudándose.
Este cuadro se deteriora semana a semana, ya que el país importa
más de lo que exporta —la brecha oscila en torno de US$ 600.000
millones anuales—, lo cual agrava el rojo en su cuenta corriente.
Los
incentivos para abandonar el "cartel oriental" aumentan cuanto
más se elevan las apuestas. ¿Por qué dejar que otro
banco central lo deje a uno pedaleando en el aire? Mejor abandonar el
paño lo antes posible, pues el juego es tan volátil que
acabará en un maremoto cambiario. Entonces, ¿que le pasará
al dólar? Al arder Troya, su hegemonía será puesta
en tela de juicio, porque las finanzas de Estados Unidos se parecerán
más a las de una republiqueta bananera que a las de una superpotencia
sin rivales.
¿Elevar impuestos
no sería la
gran solución?
"John
Snow, secretario de Hacienda, debería tomar el toro por los cuernos.
¿Cómo? Volviendo a subir impuestos." Así sostenía,
empezando el año, Stephen Cecchetti, analista asociado al National
Bureau of Economic Research. En verdad, sólo profundizaba anteriores
observaciones suyas y de Paul Volcker (ex presidente de la Reserva Federal).
Al derrumbarse en 1971 el sistema de Bretton Woods (1944), John Connally
—lejano antecesor de Snow—, pronunció una célebre
frase: "El dólar es nuestra moneda, pero sus problemas son
de otros". En los 34 años siguientes, "muchas cosas han
cambiado y ésa es una ellas. Hoy también es un problema
para Estados Unidos".
Para
entenderlo, "debe empezarse con la política de dólar
fuerte practicada en los ´90. Pero la moneda no subía sólo
por lo que dijera Robert Rubin —otro predecesor de Snow—, sino
por las políticas de Clinton y su gobierno". Poco antes de
asumir George W. Bush, "Wall Street vivía un auge, había
superávit fiscal y el déficit de pagos externos en cuenta
corriente reflejaba la afluencia de inversión externa directa (IED)".
Hace
seis años, reducir ese rojo habría tenido efectos negativos
en la IED. "Eso ha ocurrido en los últimos cuatro años,
ya que la demanda de activos en dólares ha ido agotándose
—apunta el experto—, pero igual aquel déficit continuó
subiendo. Lo raro hoy no es que ceda el dólar, sino que casi no
asciendan las tasas, pese sucesivos ajustes en las básicas".
Al comenzar enero, la Reserva Federal dio a entender que seguirá
elevándolas como en el segundo semestre del 2004. Esto frenó
un poco el deterioro del dólar, pero golpeó a Wall Street.
La
clave reside en los bancos centrales de Asia oriental. Según el
Banco de Ajustes Internacionales (Basilea), en el 2003 añadieron
US$ 440.000 millones a sus reservas en dólares, o sea 83% del déficit
estadounidense en cuenta corriente. Japón y China —en particular—
han sido compradores netos de deuda titulizada. "Por ende, japoneses,
chinos y otros vienen financiando los rojos del gobierno Bush desde hace
un tiempo. Tal vez (ironiza el técnico), sea ésa su contribución
a los US$ 2.000 millones semanales que cuesta la ocupación de Irak".
¿Por
qué esos gobiernos se comportan así y cuáles son
las eventuales consecuencias? En la mayoría de los países,
las reservas en divisas no figuran en los libros de sus bancos centrales
sino en las cuentas fiscales o, incluso, en las de alguna entidad completamente
separada. Pero esas entidades publican balances periódicos y ello
significa que una insolvencia técnica sería detectada casi
de inmediato.
Como
es obvio, concluye Cecchetti, "los estados con grandes reservas en
dólares intentan impedir su depreciación. Tampoco les conviene
que los bonos de la Tesorería federal se desvaloricen, pues afrontarían
pérdidas del capital colocado. Puesto que se trata de tenencias
considerables —más de US$ 850.000 en Japón o 540.000
millones en China—, los quebrantos potenciales serían enormes".
Ahora
bien, Washington y algunos aliados europeos (Alemania, Holanda) presionan
para que China revalúe el yüan. Pero "un alza de 10%
representará US$ 50.000 millones en pérdidas de capital
para Beijing. A su vez, un alza de 2% en tasas estadounidenses implicará
pérdidas adicionales de US$ 30.000-50.000 millones".
Mientras
tanto, para que los operadores dejen de castigar al dólar, "el
Gobierno debe emitir —y pronto— signos creíbles de cambio
en sus políticas fiscales. Pero George W. Bush insiste en convertir
las rebajas tributarias de su primer mandato en permanentes y añadir
otras. Juntas, agregarán unos US$ 30.000 millones anuales a la
deuda acumulada. ¿De dónde saldrán los recursos adicionales?".
"Aunque
Washington la halle muy difícil de tragar, la solución —sostiene
Cecchetti— es volver a elevar impuestos. Esto reducirá el
consumo y, así, irán disminuyendo el déficit en cuenta
corriente y la emisión de deuda (bonos). Sólo así
se estabilizará el dólar y desaparecerá el peligro
de una explosiva alza de intereses".
¿QUIERE SABER
MÁS?
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la sección "Los grandes debates económicos" del
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