<p>Se trata de un trabajo de 60 páginas distribuido en marzo por la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (en inglés UNCTAD). En el cono sur fue saludado con un hondo silencio.<br />
Esta rotunda condena al extinto consenso de Washington (1989) figura en “Crisis económica mundial: fallas sistémicas y remedios multilaterales”.<br />
A criterio de la entidad, sus llamados “en pro de una gestión monetaria y financiera mas rigurosa es hoy más pertinente que nunca”. Ciertos efectos de la crisis sistémica desatada desde las economías centrales “tienen alcance mundial. Su dinámica resulta de las fallas en desregulación local e internacional, los persistentes desequilibrios por falta de un sistema monetario común y las hondas inconsistencias en políticas comerciales”.<br />
Sin duda, se apunta a dos entidades multilaterales: Fondo Monetario Internacional y Organización Mundial de Comercio (FMI, OMC). <br />
En esas condiciones, la tarea esencial es “quebrar la espiral descendente de los precios de activos, influida por la demanda en contracción, y recomponer la capacidad prestadora del sector bancario”. Vale decir, para “dar crédito orientado a la inversión productiva, el crecimiento económico –en términos de producto bruto interno- y evitar a deflación de valores”. <br />
El informe no ahorra ni diluye críticas. “La fe ciega en la eficacia de los mercados desregulados y la ausencia de un sistema monetario apoyado en la cooperación fue fatal. Creó la ilusión de que las especulaciones en diversos segmentos podían dar ganancias inagotables y daban patente para el derroche”.<br />
Se trataba, en suma, de una ficción virtual, donde el dinero se reinventaba a sí mismo vía instrumentos tan complejos o volátiles como los derivativos. Los grandes bancos centrales y el FMI no querían ver la realidad que sólo señalaban economistas serios o el comité de Basilea (Banco de Ajustes Internacionales). Era esa “muerte del dinero real” anunciada por Joel Kurtzman (1993) y ya vinculada a la especulación pura por Charles Kindleberger (1989).<br />
“Tanta disfunción sistémica –apunta el organismo- sólo puede subsanarse mediante una reforma completa que recobre la regulación y donde se confiera papel decisivo a los gobiernos”. Esto es, al sector público, no a banqueros responsables. “Contra la opinión de la sapiencia convencional, el estado está en mejores condiciones de medir y evaluar movimiento de precios en los mercados objetos de las especulación financiera, sobre todo los de futuros y opciones. Los gobierno, claro, no deben vacilar en intervenir si vislumbran desequilibrios importantes”. Máxime ahora, cuando el de Estados Unidos o Gran Bretaña estatizan todo tipo de bancos.<br />
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También se observa el papel y el peso crecientes de inversores financieros en gran escala, dentro de los mercados a término de insumos básicos. Ello ha afectado sus valores y ha aumentado la volatilidad subyacente. “En lapsos de auge económico, como el prevaleciente hasta 2007, se generaban burbujas especulativas en ciertos rubros intangibles, que han estallado tras el colapso de las malas hipotecas y han hecho proliferar de activos tóxicos”.<br />
Por ende, los reguladores -prescribe el documento- deben “obtener datos más completos sobre las transacciones, para entender qué factores definen en cada momento los movimientos de precios. Esto les permitirá intervenir ante operaciones problemáticas y cubrir hueco normativos fundamentales, impidiendo que los abusos en mercados extrabursátiles no regulados -el de derivativos es uno- lleven a la especulación desmedida”.<br />
La inexistencia de un sistema internacional cooperativo, capaz de gestionar fluctuaciones cambiarias, ha generado una desenfrenada especulación con divisas y ha ahondado los desequilibrios mundiales. Como sucedió en el sudeste asiático (1997/8), “la especulación cambiaria y la crisis subsiguiente empujaron varias economías al borde de la quiebra”. En esos días, las recetas del FMI agudizaron los problemas y causaron violencia social.<br />
En relación con esos episodios, la crisis argentina de 1997/2002 y las actuales turbulencias (que por vez primera castigan a EE.UU. tanto como a otros países), “las economías en desarrollo no deben ser objeto de evaluaciones o calificaciones desde los mismos mercados financieros o bursátiles culpables de sus problemas”. Esto una alusión indirecta a agencias como Moody’s o Standard & Poor’s.
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