En el pensamiento del Papa actual es relevante la opción preferencial por los pobres. Trataremos de dar un marco teórico a la cuestión en base a la literatura convencional sobre el tema. Aunque a menudo se cuestiona el enfoque individualista del homo economicus como protagonista excluyente de la teoría económica moderna, la solidaridad y el altruismo han comenzado hace tiempo en la literatura a ser discutidos con rigurosidad.
La pobreza y la política social han ocupado a los teóricos más relevantes de la disciplina económica. Desde los orígenes con Platón y Aristóteles destacando la virtud de la pobreza a las modernas contribuciones de Amartya Sen, pasando por clásicos, marxistas, keynesianos, austríacos y neoclásicos, la discusión ha sido rica y ha provisto variados puntos de vista en relación a las causas de la pobreza y los mecanismos que deberían implementarse para reducirla.
En lo que sigue se intenta una breve reflexión en torno de la evolución histórica de las nociones de pobreza y política social desde la perspectiva de la economía, sin que ello implique la negación de la naturaleza multidimensional del fenómeno. Esta reflexión es precedida por la motivación para hacer este trabajo y por una digresión acerca de la relación entre el habitual individualismo metodológico adoptado por la ciencia económica y el creciente rol que se le asigna a la solidaridad en las sociedades contemporáneas.
Motivación
El nivel de solidaridad de una determinada sociedad se concibe en relación inversa a la población que vive en situación de indigencia o de pobreza. El factor que más influye en la reducción de la pobreza, en la observación empírica, es el crecimiento sostenido. 1300 millones de personas viven en condiciones de pobreza en la actualidad mientras sociedades opulentas participan de una cultura de exceso de consumismo. Lo nuevo de la pobreza que advertimos cotidianamente es que ahora podemos, con muchos más medios, eliminarla, como señaló alguna vez Martin Luther King. Los países centrales han virtualmente derrotado la pobreza.
Los hechos empíricos son muy auspiciosos respecto a la erradicación de la pobreza en el mundo debido al crecimiento pero el proceso es lento y desarticulado y en algunas regiones especialmente tardío.
No es éste el ámbito para hacer una historia de la pobreza pero ésta es necesaria para entender a fondo el problema. Vamos a una gran síntesis de los enfoques en juego. Básicamente dos posiciones polares plantearon políticas.
La alternativa colectivista fue una solución extrema frente al problema de la pobreza.
Consideramos que, ya obsoleta, fue eficaz relativamente pero con deficiencias marcadas en el logro de la eficiencia productiva.
El liberalismo radical, por otra parte, se opuso siempre a la coordinación de la vida social propia del racionalismo constructivista del Estado. El rol del Estado consiste en todo caso para esta perspectiva en eliminar todo aquello que lesione el orden espontáneo del mercado y éste mismo reducirá la pobreza (ver Benegas Lynch, “La reducción de la pobreza”). El liberalismo social de Rawls en una posición más ecléctica y moderada plantea que las disfunciones de interacción entre los agentes y ciertas fallas del mercado deben ser corregidas mediante una acción redistributiva del Estado. En cierto sentido en Rawls se acepta el Estado como un “mal necesario”, según la expresión célebre de Paine.
Las posiciones fatalistas respecto a la pobreza han quedado obsoletas. El optimismo de Marshall resultó estar más en lo cierto que el pesimismo de Malthus. Las opiniones optimistas representadas por Schumpeter preveían una declinación de la pobreza con el avance del tiempo.
Otros autores anticipaban una dinámica de dualismo en la cual la pobreza de un grupo social sería compatible con la abundancia u opulencia de otro. En la visión de Kuznets cabe considerar que puede darse muchas veces una dinámica de crecimiento con incremento inicial en la desigualdad sin que se manifieste el proceso de “trickle down” (derrame).
Por ejemplo en la opinión de Lord Robbins se concibe la idea de igualdad como un objetivo deseable y se presentan alternativas que es difícil de compatibilizar entre si. Las mismas son igualdad de propiedad, de remuneración y de oportunidades. Son todas posiciones que estimulan analizar el tema de modo integral.
Desde 1400 a 1800 el PIB per cápita se duplicó en Europa mientras que desde entonces hasta el comienzo del siglo 21 se multiplicó por 14.
En particular la pobreza argentina revela un fenómeno creciente y se estima que alcanza a 25% de los hogares. Esto vuelve un mito el que seamos un país rico.
La pobreza debe entenderse como privación de capacidades básicas y no solamente como ausencia de ingresos que es el criterio normal como se la suele concebir. La falta de ingresos es una razón bien válida pero no es la fundamental en la posición de Amartya Sen expresada en “Desarrollo y libertad”. La posición de Sen se refiere al derecho a bienes sociales básicos.
Desafiar al individualismo
Axelrod en 1986 plantea el altruismo como una decisión estratégica que persigue acrecentar la ganancia en un juego que se caracteriza por ser repetitivo. Se trata de un altruismo calculador de largo plazo, aunque la expresión suene contradictoria. Dentro del altruismo se ubican diferentes posiciones que incluyen desde enfoques propios de la psicología de la Economía a la denominada economía de la comunión que últimamente se ha puesto más en relieve con el planteo de reciprocidad y don (Ref: Encíclica Deus est Caritas).
La idea de base es desafiar el pensamiento neoclásico tradicional sesgado hacia el individualismo. No es necesario en algunos enfoques altruistas recurrir a la moral para interpretar la conducta de los individuos.
Lo presentado en esta sección son dilemas de política pública y razonamientos no coordinados de autores que estimulan la reflexión sobre el tema. Vamos entonces primero a los fundamentos.
Homo Economicus y Solidaridad
El homo economicus es el protagonista por excelencia de la teoría económica moderna, un agente que maximiza su bienestar sujeto a ciertas restricciones. En su naturaleza destaca la posición individualista que prima en el pensamiento económico. Sin embargo, múltiples acciones cotidianas resultan de difícil racionalización si se sostiene que los individuos sólo persiguen su propio bienestar sin preocuparse por la situación social de su entorno. El propio Adam Smith llama la atención a este punto en su Teoría de los
Sentimientos Morales:
Por más egoísta que se quiera suponer al hombre, hay evidentemente algunos aspectos de su naturaleza que lo llevan a interesarse por la suerte de los demás de tal modo que la felicidad de estos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, salvo el placer de verla. De este tipo es la piedad o compasión, emoción que experimentamos ante la miseria ajena, cuando la vemos o la imaginamos de manera muy vívida. El que con frecuencia el dolor ajeno nos haga padecer es un hecho tan evidente que no requiere comprobación; porque este sentimiento, igual que las demás pasiones de la naturaleza humana, en modo alguno se limita a los virtuosos y humanitarios, aunque quizá estos lo experimenten con la sensibilidad más exquisita. El mayor rufián, el transgresor más contumaz de las leyes de la sociedad no carece del todo de este sentimiento.
Una defensa similar de la solidaridad desarrolla Paul Samuelson en un editorial, que cita Guerra (2002):
¿No hay nada gratuito? Qué disparate. Una ley científica con sólo cuatro mil millones de excepciones. Si fuese verdad eso, ningún miembro de la especie humana sobreviviría ni siquiera una semana.
Y en la misma línea se expresa Lucas (1992):
La basura que yo tiro en las calles supone una contribución insignificante al resto, entonces ¿por qué molestarse en usar un contenedor? Lo que yo doy al pobre no tiene un efecto significativo comparado con la pobreza total del mundo, entonces ¿por qué dar algo? Mi voto no afectaría al resultado de una elección, entonces ¿por qué gastar mi tiempo esperando la cola para votar? Esta opinión seduce porque tiene mucho de verdad. Pero una sociedad en la que todo el mundo enfoca todos los asuntos de esta manera, no podría continuar.
Las últimas dos citas, frases de reconocidos autores neoclásicos, no constituyen una negación de la hipótesis del homo economicus. Por el contrario, permiten recordar que el homo economicus es una hipótesis metodológica, un instrumento para el estudio. Como discute Ferullo (2001) no se trata de describir fielmente al hombre, sólo proveer de una unidad de análisis capaz de conducir la investigación científica. Basta recordar la clásica tesis de Milton Friedman, lo que importa no es el realismo de los supuestos de una teoría, sino su capacidad de realizar predicciones que se verifiquen en la realidad. En sus propias palabras:
La única prueba decisiva de validez de una hipótesis es la comparación de sus vaticinios con la experiencia… La evidencia de un hecho nunca puede probar una hipótesis, únicamente puede evitar el que sea desaprobada, que es lo que en general expresamos cuando decimos que la hipótesis han sido confirmada por la experiencia.
No resultan entonces acertadas las críticas que cuestionan al empleo del homo economicus desde una perspectiva filosófica o moral pues este agente ficticio no pretende constituir un modelo ético de la conducta humana. Sólo aspira a simplificar el análisis de modelos cada vez más complejos que buscan explicar el comportamiento.
Por otra parte, tampoco resulta improbable incorporar nociones de solidaridad en la teoría económica moderna. Desde que la función de utilidad del agente puede perfectamente incorporar como argumentos la sat