<p>El 5 de marzo de 2009 la FCa arribó al Reino Unido junto con un recorte de tasas básicas a 0,5% anual. King, el intocable, anunció compras de activos por £ 75.000 millones (US$ 112.500 millones) y fue autorizado por hacienda a repetir el monto, de ser preciso. Un año después, esos £ 150.000 millones se habían usado, más otros 50.000 millones, lo cual totalizaba aquellos £ 200.000 (US$ 320.000 millones) citados al comienzo. <br />
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A diferencia de sus contrapartes, la RF y el BCE, el gobernador del BdeI se mantenía al margen de los medios, aun en lo peor de la crisis sistémica 2006/09. Su mensaje implícito era el mismo: mantener la calma y seguir operando con normalidad en tanto se prueba el nuevo instrumento que, eventualmente, podría dar resultado. Los máximos funcionarios del banco hacían lo imposible para explicar la nueva política. Uno llegó a admitir que no existían límites teóricos para el esquema, pero se despachó con una perogrullada: el recurso se agotaría si el B de I tomase todos los activos británicos disponibles (algo posible pero no probable en una economía de segundo orden).<br />
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King aseguraba que esas acciones eran “procedimientos normales de un banco central”. Pero varios analistas señalaban que el gobernador no sabía si el mecanismo funcionaría con éxito y su calma era engañosa. Durante 2010, la FCa fue llevada, en Gran Bretaña, más allá y más aceleradamente en relación con el tamaño de la economía. Por ende, la nueva pregunta era por £ 200.000 millones: ¿funcionan la flexibilización monetaria y la cuantitativa?”. <br />
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Alrededor de un año luego de lanzarse la flexibilización cuantitativa en el país, la economía salió del bajón y logró un fuerte ritmo de crecimiento (1,2% en términos de producto bruto interno) en el segundo trimestre de 2010. Por cierto, los efectos directos de la FCa parecen poco relevantes. La oferta monetaria amplia (M2) no aumentó, detalle resaltado por King como uno de sus objetivos claves. La moneda mágica del banco de Inglaterra de derramaba por los mercados privados de crédito, aunque los bancos comerciales no la pasasen a las empresas.</p>
<p>Tampoco podrán explicarlo los gestores de la teoría cuantitativa, David Hume y John Stuart Mill (siglos XVIII y XIX). Ambos quedarían muy desorientados ante las actuales medidas de los grandes bancos centrales o el Fondo Monetario Internacional. Mucho más lo estarían ante Estados Unidos o Gran Bretaña, empeñados en el mayor experimento mundial para crear dinero mágico vía “flexibilización monetaria” (FM). En realidad, otra forma de emitir sin respaldo. <br />
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La versión británica del ejercicio data de marzo de 2009 y la norteamericana recién surgió en octubre pasado. Naturalmente, Gran Bretaña –hoy una economía de segunda línea- no quedó sola en un ejercicio derivado de la crisis sistémica (2006/09). Ya este año, a la RF se suman el banco del Japón y el Banco Central Europeo. Ahora, sin embargo, las grandes economías occidentales consideran FM2, otro desborde. <br />
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Sin embargo, mientras tantos emisores apelan otra vez a sus maquinitas mágicas, las experiencias del FMI deparan imprevistas consecuencias en los planos social, político y hasta diplomático. En agosto de 2009, el propio FMI advirtió que la FM no es una panacea ni una maldición, sino “una de tantas medidas para devolver confianza al sistema”, coincidía Alistair Darling, entonces ministro de hacienda británico. <br />
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A criterio de los dos, “política monetaria es por convención el mecanismo para elevar o bajar tasas de interés”. El banco central tiene un tipo básico de corto plazo para prestar a los bancos comerciales.</p>
<p>Cuando aquél baja, se transfiere al público vía menores costos hipotecarios y, a las empresas, en forma de crédito más barato. Otra manera de entenderlo consiste en imaginar que Gran Bretaña sufre de escorbuto. <br /><br />Un dictador benigno (Mervyn King, gobernador del banco de Inglaterra) sabe que hace falta vitamina C y emplea su monopolio sobre las naranjas para bajar el precio y promover su uso. Eventualmente, las naranjas se regalan, pero el escorbuto persiste.<br /><br />Entonces, apela a la magia para crear naranjas de la nada, alquila una flota de camiones y las distribuye en los mercados. Pero tal es la sobreoferta que también achata los precios de productos derivados; por ejemplo jugos, mermeladas y vitamina C en tabletas. King resuelve por fin el problema del escorbuto. <br /><br />Volviendo a la realidad, se ha inyectado moneda ofreciendo comprar activos –primordialmente, deuda pública- a cualquier tenedor, empleando el efectivo inventado por el banco central. Fondos jubilatorios y aseguradoras, en particular, afrontaban retornos en descenso por retener deuda del gobierno mientras cedían las tasas. Ello los incentivaba a hacer cosas más riesgosas para estimular que los agentes económicos tomasen e invirtiesen. Ése es el mecanismo básico de la flexibilización monetaria o cuantitativa.<br /><br />La FM fue una iniciativa de los bancos centrales. Tras los colapsos de Bear Stearns y Lehman Brothers, septiembre de 2008, estaba claro –en el caso británico- que las tasas básicas, en ese momento a 5% anual, deberían recortarse e ir aproximándose a cero. Paralelamente, el comercio entre economías centrales se desmoronaba con una intensidad no vista desde los años 20. Los puertos estaban repletos de barcos sin carga.</p><p> </p>
<p>El arsenal de instrumentos incentivantes en manos de los emisores tenía que ser ampliado. En este sentido, King recordó que Japón –en una asamblea semestral FMI-Banco Mundial, octubre de 2008- había formulado duras advertencias para que otros no repitiesen los errores nipones de 1991 en adelante.<br /><br />Entonces, el banco de Inglatera empezó a planear cómo emplearía su facultad única de crear dinero para comprar activos. Pero las estructuras institucionales de la economía no habían sido conformadas a medida de la flexibilización. Ésta requiere una relación más estrecha entre gobierno y banco central que la prevista cuando se le otorgaron al emisor (1997) facultades para fijar tipos de interés. El B de I necesitaba que el tesoro le compensase toda pérdida emergente de sus compras de activos. Esto disminuiría la autonomía del emisor y sus credenciales antinflacionarias. <br /><br />Pero, en aquel momento, la inflación era un problema distante, comparada con el colapso sistémico y la subsiguiente recesión. El primer ministro de entonces, Gordon Brown, y Darling trabajaron con el B de I para generar una estructura que preservara la autonomía del emisor, aunque permitiendo que la FM siguiese su curso hacia “facilidades para compras de activos”. <br /><br />En enero de 2009, la oficina del conservador George Osborne, entonces ministro de hacienda en la sombra, sacó un parte sosteniendo que “imprimir moneda es el último resorte de los gobiernos desesperados y se arriesga perder control de la inflación”. Más truculento, Vincent Cable, vocero demoliberal de la futura coalición, invocaba “el espectro de Zimbabwe y su megainflación endémica. En efecto, la FM puede llevar a cualquier país por el camino de Harare”. Exactamente lo que este mes teme la Reserva Federal. <br /><br />Más tarde, empero, la actitud del nuevo primer ministro, David Cameron, fue más medida. Durante la campaña electoral se empapó de economía monetaria vía bitácoras (blogs) del holandés Willem Buiter. Éste subrayaba las diferencias entre FM (volumen neto de compras accesible a los bancos centrales) y flexibilización cualitativa, o sea intentos de reducir tasas en segmentos como deuda hipotecaria o crédito al sector privado. En la jerga econométrica, FCa y FCb. <br /> </p>