<p>Según el principal asesor financiero de Booz & Co. en Londres, “retornaron la intervención de bancos privados o las masivas colocaciones estatales en empresas. Sin embargo, esas realidades no significan necesariamente lo que cierta retórica presume”. Pero el actual desmadre en Grecia, Portugal, España, Irlanda, Hungría o Letonia sugiere lo contrario.<br />
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El experto se atiene a la experiencia histórica de Gran Bretaña. Durante los 35 años posteriores a la Segunda guerra mundial, áreas económicamente tan claves como hidrocarburos, hierro, acero, combustibles, energía, comunicaciones y transportes estaban en manos del estado. Después, desde los años 80, se puso en marcha un drástico programa de privatizaciones y de una docena de conglomerados públicos quedaron apenas los correos. <br />
Margaret Thatcher, Ronald Reagan y sus revoluciones conservadoras cambiaron la filosofía prevaleciente en el pensamiento occidental, en particular el capitalismo anglosajón (Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Canadá). La regulación pasó a ser un mal necesario, pero restringido a correcciones de fallas específicas en los mercados. Pese a turbulencias como las de 1987, 1994/5, 1997/8 o 2000/01, los ortodoxos consideraban toda regulación como un fracaso del mercado. <br />
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Cada país había escogido su lugar en una escala que iba de mercado libre a control estatal. Pero las economías principales –salvo China y Rusia- marchaban rumbo al primer extremo. Entonces sobrevino la crisis sistémica occidental de 2008/09.<br />
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<p>Los hechos de esos dos años han comprometido la fe en los mercados libres, que ya no son virtuosos, sobre todo los especulativos. Ha habido amplia intervención estatal en países como EE.UU., Gran Bretaña, Alemania y otros. Sus gobiernos adquirieron participaciones importantes en bancos, automotrices y otras actividades, a cambio de rescates financieros. Las escandalosas remuneraciones de ejecutivos u operadores irritaron al público y crearon clima favorable a pesadas regulaciones o reformas financieras. <br />
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Resulta entonces natural preguntarse si esta etapa de mayores controles estatales implica que el capitalismo anglosajón se agota. Algunos observadores apuestan a esa posibilidad, otros la rechazan de plano y un tercer grupo cree que se difundirá el modelo socioeconómico escandinavo o francogermano. Vale decir, un estado de bienestar que los neoclásicos detestan más que al capitalismo renano.<br />
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Para entender eso, es preciso examinar el sistema financiero tal como emerge en la actualidad. Quienes han armado rescates los definen como “temporarios”, como reza la reciente ley bancaria británica. El programa norteamericano pro alivio de activos tóxicos (TARP) insiste en que su meta es revender los paquetes adquiridos. <br />
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Mientras tanto, el asesor de Booz & Co. propone “un modelo de gestión mixto. Así, Londres puso en práctica un mecanismo de doble distanciamiento, donde un intermediario –United Kingdom Financial Investment, UKFI- toma los holdings a tesorería. Cada junta tiene el mandato explícito de servir a la sociedad, no a accionistas ni inversores. Fuera del sector bancario, sólo se autorizan auxilios estatales y avales temporarios”.<br />
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Por supuesto, siempre es posible que los responsables de políticas se engañen y reajusten sus horizontes a menor ritmo que los cambios en el contexto. “Pero no parece factible –cree Turnbull- que quieran prolongar el control estatal de una sociedad intervenida. Si bien ha habido grandes fracasos en el sector privado (bancas de inversión), los gobiernos habían tolerado enormes desequilibrios fiscales”.<br />
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Por ejemplo, adoptar metas inflacionarias basadas solo en precios minoristas condujo a la inflación de activos. En relación con ello, EE.UU. y otros países alentaron notoriamente las hipotecas de mala calidad porque les interesaba promoverlas como vía de mejorar recaudación tributaria. <br />
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Para ello crearon un sistema regulatorio con fallas y permitieron a los bancos engañar al público vía vehículos financieros ajenos a los balances, por ejemplo los derivativos. Más tarde, las autoridades fueron lentas en advertir señales de problemas y torpes en reaccionar. Se aferraban demasiado tarde a temores sobre riesgo moral o inflacionario.</p>