<table border="1" cellspacing="1" cellpadding="1" width="500">
<tbody>
<tr>
<td><strong>Deudas y desbordes fiscales </strong>
<p>Si uno se remite a las últimas cuatro décadas, los superávit fiscales constituyen una rareza. Desde los años ´70 los déficits fueron creciendo hasta llegar a niveles muy altos a comienzos de los ´90 y luego Clinton se despidió con algunos superávits significativos. Pero desde la llegada de Bush (hijo) el déficit regresó alcanzando cifras sin precedentes: US$ 160 mil millones en 2002, 380 mil millones en 2003, 412 mil millones en 2004. <br />
La combinación de recortes tributarios a las empresas e incrementos de gastos militares no fueron compensados con mayores ingresos aportados por la reactivación. En consecuencia la deuda pública que había frenado su empuje hacia finales de la era Clinton, avanzó incontenible y ahora toca los US$ 8 billones-millones de millones- integrando una duda total (pública, personal y empresaria) superior a los US$ 37 billones, equivalentes a más de tres veces el PBI de Estados Unidos y superior al PBI mundial. <br />
Luego del enfriamiento económico de 2001 la Casa Blanca consiguió con estos desequilibrios, la reducción de la tasa de interés y una política de crédito fácil para impulsar el consumo y hacer subir el ritmo de crecimiento… pero también logró expandir el déficit comercial, las deudas y una burbuja especulativa mucho más grande que la desinflada a comienzos de la década actual. <br />
Esto ha hecho a Estados Unidos mucho más dependiente del ahorro internacional. Los ingresos de capitales externos oscilan entre US$ 2000 y 3000 millones diarios; sin ellos el Estado no cerraría sus cuentas, las empresas no conseguirían sostener sus inversiones y los consumidores no podrían seguir gastando al ritmo actual. Resultado: las deudas privada y pública de los norteamericanos con el exterior rondaban en 2004 los US$ 4,5 billones (en 1995 llegaban a 1,5 billones) y los bancos centrales extranjeros que en 2003 compraron 14 % de los bonos a largo plazo del Tesoro adquirieron 28 % en 2004 (11).</p>
<p> </p>
</td>
</tr>
</tbody>
</table>
<p>Aunque la crisis no tiene porque comenzar necesariamente en Estados Unidos, en los otros dos espacios de alto desarrollo (el “segundo nivel” de la jerarquía global) se han ido acumulando tensiones que podrían desencadenar turbulencias de alcances mundiales. <br /><br />Es posible localizar entonces al sexto detonador en Europa, esto aparece como un escenario demasiado osado pero no es así, Alemania, su motor económico, se aproxima al crecimiento cero (menos de 1 % en 2005 según el último pronóstico del FMI) y este año hubo que registra allí la irrupción de una crisis política cuyo contexto está conformado por una desocupación significativa, el desencanto de los habitantes de la ex RDA (que recientemente protagonizaron una importante ola de protestas sociales) y el agotamiento de los beneficios de la expansión hacia Europa del este. <br /><br />En Francia la situación no es demasiado mejor e Inglaterra, que este año verá caer fuerte su tasa de crecimiento, es el país de Europa donde la burbuja inmobiliaria ha penetrado con mayor intensidad, Italia por su parte crecerá 0 % en 2005 (pronóstico del FMI). La ilusiones en torno de la consolidación de la Unión Europea se han enfriado como lo demostraron las últimas elecciones regionales. Impactos externos como la previsible desaceleración de la economía norteamericana o la continuación del proceso de suba del precio del petróleo pueden desatar la recesión europea. <br /><br />El séptimo detonador se encuentra en Asia del Este e incluye principalmente a Japón y China. Ambos han acumulado enormes reservas (mas de US$ 1,5 billones de dólares) y son extremadamente sensibles tanto a los vaivenes del mercado estadounidense como a los precios del petróleo. China esta atrapada por su “éxito” como economía exportadora y en su interior crecen las desigualdades sociales y la legitimidad cultural de su sistema de poder ha entrado en declinación. Una pausa en su crecimiento podría desatar antagonismos internos de la magnitud de su peso demográfico. <br /><br />Japón ha podido preservar su estabilidad durante los últimos quince años pese al estancamiento económico y en los últimos meses ha vuelto a crecer, pero esa expansión depende mucho de variables globales ingobernables (costos energéticos, dinamismo de las economías de su región, evolución de las importaciones de Estados Unidos, etc).</p><p> </p>
<p><strong>Un futuro incierto </strong></p>
<p>Es prudente detener aquí el listado de los posibles detonadores. Son siete, número que seguramente permitiría a algún psicólogo medianamente ilustrado detectar una cierta connotación bíblica, aunque si uno se sumerge en el “tercer nivel” global, el de los países subdesarrollados (emergentes o declinantes) encontrará seguramente otros detonadores no menos peligrosos que los señalados. <br />
Baste pensar en el área de países islámicos, franja que se extiende desde el Océano Atlántico en el norte de África hasta el Pacífico atravesando los estados árabes, los de Asia Central, llegando a Indonesia y que alberga a unos mil quinientos millones de habitantes, actualmente sacudidos por la estrategia militar de Estados Unidos. <br />
Hay que pensar en América latina y la Europa del este, por ejemplo en Rusia, que todavía puede dar algunas sorpresas. Aunque se puede volver a ascender a los niveles superiores y detectar otras áreas de crisis potencial. En síntesis, la facilidad que encuentra actualmente un especialista en prospectiva para localizar probables focos de turbulencia tal vez estaría indicando que por sobre esas localizaciones (parciales) se sitúa una dinámica global de crisis que estaría llegando a su momento de bifurcación. <br />
</p>
<table border="1" cellspacing="1" cellpadding="1" width="500"><tbody><tr><td>Dependencia externa <p>Todo lleva a otra tendencia visible: la expansión incesante de los desequilibrios externos. El balance comercial se fue degradando. Todavía en los años ´60 era positivo pero al comenzar los ´70 aparecieron algunas cifras negativas -al comienzo modestas -, y en 1977 se produjo el primer gran déficit de US$ 27 mil millones, que trepó a US$ 57 mil millones en 1983 y a US$ 109 mil millones en 1984. Persistió por lo general en esos niveles durante el resto de la década y en la mayor parte de la siguiente y en 1998 saltó a US$ 165 mil millones, comenzando una vertiginosa carrera ascendente: 378 mil millones en el 2000, 494 mil millones en el 2003, 617 mil millones en el 2004 (6), arrastrando en su caída al balance de cuenta corriente (7) cuyo déficit llegó a representar 5,7 % del PBI norteamericano en 2004. <br />En el pasado los ingresos de las inversiones en el exterior contrarrestaban en parte los desequilibrios comerciales que Estados Unidos pagaba entregando dólares, es decir con un costo directo ínfimo, pero con el correr del tiempo esos papeles se fueron transformando en activos norteamericanos en manos extranjeras que produjeron beneficios que en una porción significativa salían al exterior. Hacia 1950 los activos en el exterior de los estadounidenses equivalían a cerca de 11 % de su PBI y a comienzos del 2005 llegaban a 36 %, indicador de la expansión global de esa economía; pero paralelamente crecieron los activos de extranjeros en Estados Unidos. Si también los comparamos con el PBI norteamericano veremos que representaban 6 % en 1950, 22 % en 1985 y 78 % en 2005 (8): dos dólares en activos norteamericanos poseídos por extranjeros contra un dólar de activos en el exterior en manos norteamericanas. Sin embargo el balance entre ingresos y egresos de fondos de esas inversiones sigue siendo todavía favorable a los Estados Unidos (9)… pero cada vez menos. En 1960 ese saldo representaba 70 % de las entradas de fondos por inversiones en el exterior, pero en 1980 había bajado a 40 %, en 1992 a 22 % y en 2004 oscilaba entre 9 % y 10 % (ver el gráfico: “ Estados Unidos: Declinación del saldo de negocios con el exterior”). <br />Este panorama se ve agravado a causa de la creciente dependencia energética. Desde comienzos de los 1970 viene cayendo la extracción interna de petróleo; en consecuencia la economía es cada vez más sensible a los vaivenes de una producción mundial que estaría llegando a su cenit, lo que acelera la suba de los precios (10). <br /> </p></td></tr></tbody></table><p> </p>
<p>Por Jorge Beinstein</p>
<p>En una nota publicada en agosto último Stephen Roach, economista jefe de Morgan Stanley, alertaba sobre la inminencia de la “primera crisis energética de la era de la globalización” y los numerosos puntos débiles de la economía norteamericana ante el fenómeno (1). Sin embargo un mes mas tarde y en la misma newsletter, Roach colocaba en el primer nivel de peligrosidad al déficit del balance de cuenta corriente de Estados Unidos (2). <br />
<br />
Por su parte <em>“The Economist” </em>apuntaba también en agosto hacia otro detonador: la burbuja inmobiliaria mundial con centro en Estados Unidos, cuyo desinfle sería inevitable a no muy largo plazo (3), tema en el que también insisten una amplia variedad de analistas, aunque durante este año esa publicación también ha estado poniendo el acento sobre el déficit de cuenta corriente, la deuda pública, el déficit fiscal y otros males de la superpotencia. <br />
<br />
Una rápida recorrida por las principales fuentes de información económica internacional nos llevaría a engrosar la lista de amenazas con la fragilidad del dólar, el circulo vicioso comercial-financiero establecido entre Estados Unidos y China (el primero acumulando deudas y déficits y el segundo dólares y bonos del Tesoro norteamericano) o la desaceleración de la Unión Europea (donde el motor alemán aparece con crecientes dificultades económicas, sociales y políticas). Y mirando más allá de la economía asoman las consecuencias del fracaso de la ocupación de Irak que podría desatar una reacción en cadena; por ejemplo enlazando la caída del dólar con la reconversión de grandes reservas dolarizadas hacia otras monedas, el encarecimiento recesivo del crédito en Estados Unidos y la contracción de su consumo interno impactando sobre la demanda global. <br />
<br />
Agregando pesimismo el FMI acaba de repronosticar a la baja la tasa de crecimiento de la economía mundial para el 2005; la de Alemania caería a 0,8%, la de Italia a 0 %, Inglaterra pasaría de 3,5 % (previsión anterior) a 1,9%, Estados Unidos no superaría 3,5 % y Japón 2 %. El Fondo diversifica las culpas: Katrina, los déficits norteamericanos, la suba del precio del petróleo… (4). <br />
<br />
La incertidumbre aumenta cuando son recordados los errores de previsión que antecedieron a la última megacrisis desatada a partir del shock petrolero de 1973-1974. Los pocos economistas de renombre convencidos de que se avecinaba una crisis mundial de gran envergadura apostaban en su mayoría a las turbulencias monetarias agravadas desde 1971 cuando el presidente Nixon decidió no entregar más oro a cambio de dólares, sepultando así el sistema monetario construido luego de la Segunda Guerra Mundial. <br />
<br />
</p>
<p>De todos modos esas previsiones eran marginales, la mayoría aplastante de economistas, políticos y comunicadores endiosaban los mecanismos keynesianos capaces de controlar cualquier perturbación seria. Cuando la crisis estalló casi todos pronosticaron el comienzo de una era de mayor regulación estatal del mercado en Occidente acompañada por el fortalecimiento internacional del bloque soviético, pero ocurrió lo contrario. El keynesianismo clásico entró en declinación, emergió triunfante el neoliberalismo y las desregulaciones de todo tipo, la URSS desapareció… en síntesis, se produjo una enorme bifurcación que no entraba en la visión conservadora de los expertos. <br /><br />Una sorpresa similar sucedió en la época de la primera guerra mundial una de cuyas principales víctimas fue el capitalismo liberal considerado entonces eterno por los formadores de opinión de Occidente. Ahora que se ingresa en una era de alta inestabilidad predominan nuevamente los errores de percepción; el grueso de los medios de comunicación (administradores del “sentido común”) dan por sentado que el esquema neoliberal es inamovible mientras que una minoría crecientemente influyente apunta hacia un cierto retorno del pasado keynesiano; es casi seguro que ambos se equivocan. <br /><br /> </p><table border="1" cellspacing="1" cellpadding="1" width="220" style="width: 220px; height: 167px"><thead><tr><th scope="col">Los siete detonadores</th></tr></thead><tbody><tr><td><strong>Primero:</strong> Desajuste financiero global <br /><strong>Segundo</strong>: Declinación del dólar <br /><strong>Tercero: </strong>La guerra de Irak <br /><strong>Cuarto: </strong>La crisis energética <br /><strong>Quinto:</strong> La burbuja inmobiliaria. <br /><strong>Sexto:</strong> La Unión Europea <br /><strong>Séptimo:</strong> Japón y China <br /> </td></tr></tbody></table><p><strong>Declinación productiva </strong></p><p>Como la economía mundial gira en torno de Estados Unidos (su consumo interno sobredetermina la evolución de la demanda mundial) resulta útil observar las grandes transformaciones (y desequilibrios) que allí se están produciendo. <br />En primer lugar aparece una sorprendente combinación de elitización social, consumismo y declinación de la cultura productiva. Desde la Segunda Guerra Mundial se había afianzado la desconcentración de ingresos y a lo largo de los años ´60 y ´70, el 1% más rico de la población acaparaba aproximadamente 8 % del Ingreso Nacional, pero en torno de 1980 cambió la tendencia y se desarrolló un proceso de rápida concentración actualmente en curso. En el 2000 ese 1 % ya absorbía 16 % del Ingreso Nacional (ver el gráfico “Estados Unidos: concentración de ingresos”). Contrariamente a lo que enseña la ortodoxia económica la concentración por arriba no engrosó la corriente del ahorro y la inversión sino la del consumo que en términos reales creció a 4 % anual entre 1985 y 2003 mientras que el PBI lo hacía a 2,2 % (5). <br /> </p>
<p>La tasa de ahorro personal se fue contrayendo hasta llegar ahora a niveles negativos (ver el gráfico "Caída del ahorro personal en Estados Unidos") sin ser compensada por el ahorro empresario y estatal que también declinaron. En consecuencia el ahorro nacional neto (empresario, público y personal) que representaba en promedio 7,5 % del ingreso nacional en el período 1960-2000 cayó a 1,5% durante 2001-2005, y por ende, las inversiones fueron crecientemente financiadas por capitales externos. <br /><br />Paralelamente se expandió el comportamiento especulativo en detrimento de la cultura productiva. Entre 1952 y 1979 (época keynesiana) los ingresos financieros representaron en promedio 10 % del ingreso de las familias pero entre 1980 y la actualidad (hegemonía neoliberal), dicho porcentaje casi se duplicó. Hay que recordar que cuando ocurrió la crisis de 1929 entre 3 % y 4 % de la población estadounidense estaba involucrada en negocios bursátiles; esa cifra rondaba 50 % hacia el año 2000. <br /><br />Frente a ello se reducía la masa de obreros industriales, y no se trató de un fenómeno exclusivamente estadounidense, aunque sin embargo, en ninguno de los países desarrollados el mismo se manifestó de manera tan aguda. Por otra parte la flexibilización laboral alentada a partir de la presidencia de Reagan (1981-1989) deterioró a largo plazo la cultura empresaria de importantes segmentos de trabajadores frenando el dinamismo de los procesos innovadores industriales. <br /><br />La competitividad ganada en el corto plazo por las empresas (desaceleración de las presiones salariales) fue perdida en el mediano y largo plazo al hacerse más caros y menos creativos los sistemas de innovación. Los productos norteamericanos comenzaron a ser cada vez menos competitivos frente a los de países desarrollados como Alemania o Japón que podían ofrecer mayor calidad y en ciertos casos también mejores precios, pero también frente a bienes tecnológicamente menos sofisticados fabricados por naciones emergentes como China con bajos costos (principalmente salarios).</p><p><strong>¿A quién echarle la culpa? </strong></p><p>Los estadounidenses consumen, importan y acumulan deudas como nunca antes lo habían hecho alentados por un gobierno que imprime cerca de US$ 1 billón y medio por año (12). El resto del mundo, en especial los países asiáticos, colocan esos billetes en sus reservas, los cambian por bonos del Tesoro norteamericano contribuyendo a paliar el déficit fiscal de Estados Unidos o invierten allí una parte de sus dólares. A simple vista nos encontraríamos frente a un mega parásito que se alimenta del ahorro y la producción del planeta, sin embargo eso es una verdad a medias; chinos, japoneses, alemanes o ingleses no están haciendo beneficencia a cambio de nada. En realidad lo que hacen es sostener al primer mercado del mundo cuyo desinfle los golpearía duramente. Es el lugar donde chinos y japoneses venden una parte sustancial de sus exportaciones, y donde los europeos colocan grandes masas de capitales. Además la “financierización” de la economía no es un fenómeno exclusivamente norteamericano, ya que se trata de un proceso global. Dos ejemplos: la deuda pública de Japón equivale a 140 % de su PBI y el área más caliente de la especulación financiera, los negocios con derivados (que ascenderían según cálculos recientes a unos US$ 180 billones: cerca de cinco veces el Producto Bruto Mundial) (13) si bien tienen su centro motor en Estados Unidos, conforman una trama donde se mezclan de manera indiferenciada especuladores europeos, japoneses, chinos, latinoamericanos, estadounidenses o rusos.</p><p> </p>
<p><strong>Desajuste financiero global </strong></p><p>Esto nos lleva hacia el primer posible detonador de una futura megacrisis: el desajuste financiero global. <br />El déficit del balance de cuenta corriente de Estados Unidos equivale a 70 % del conjunto de déficits en cuenta corriente del mundo… y la tendencia es creciente. El flujo de fondos externos que sostiene a la superpotencia no puede mantener de manera indefinida su ritmo actual, e incluso antes de declinar podría sufrir algunas fluctuaciones que harían crujir a un sistema sumamente frágil. <br /><br />Es de buen tono en los medios académicos y tecnocráticos hacer referencia a la necesidad de un ajuste fuerte en Estados Unidos apoyado en una marcha forzada hacia el equilibrio fiscal que seguramente enfriaría el consumo y por consiguiente las importaciones, reduciendo en consecuencia el déficit del balance de la cuenta corriente. En realidad se trata de una aspiración de difícil cumplimiento, porque si ello llegara a ocurrir arrastraría hacia la recesión a la economía mundial. Chinos y japoneses se enfrentarían a la contracción de su principal mercado y ellos también entrarían en crisis. <br /><br />Los europeos (en especial los países líderes de la región) no tendrían donde colocar parte de sus exportaciones pero sobre todo una porción sustancial de sus excedentes financieros. Si ahora han entrado en un período de crecimiento bajo, en ese momento caerían en la recesión. En síntesis; si el desajuste sigue, tarde o temprano causará un sacudón financiero grave; pero si es corregido la economía mundial sufrirá una depresión gigantesca.</p><p><strong>El dólar declina </strong></p><p>Estrechamente vinculado al fenómeno anterior pero con vida propia aparece un segundo detonador: el dólar, con su futuro incierto. Viene declinando respecto del euro, del yen y del oro más allá de algunas recuperaciones efímeras. Japón acumula reservas (en su mayor parte dolarizadas) por más de US$ 850 mil millones, las reservas chinas rondan los US$ 700 mil millones, y les siguen otros países asiáticos. Recientemente Corea del Sur anunció su voluntad de diversificar sus reservas; Japón hizo lo mismo; India ya lo viene haciendo y China duda en comenzar el proceso. <br /><br /> </p>
<p>Todos saben que si venden masivamente dólares el precio del billete caerá en picada lo que causaría una contracción catastrófica del valor de sus reservas mucho antes de que puedan reconvertirlas. En consecuencia, intentan una complicada operación consistente en deslizarse muy suavemente hacia otras divisas y activos buscando no provocar el derrumbe del dólar. <br /><br />La debacle podría comenzar impulsada por otros factores, por ejemplo un avance significativo de la desdolarización del mercado petrolero; si una parte importante de importadores y exportadores deja de aceptar dólares privilegiando al euro se produciría una fuerte declinación del dólar con su secuela recesiva en Estados Unidos. Irán anunció recientemente la próxima instalación en Teherán de una bolsa de comercio petrolero funcionando en euros y compitiendo con las de Nueva York y Londres que operan en dólares. Además la creciente convergencia entre China, Rusia e Irán podría derivar en la constitución de un bloque industrial-energético euroasiático que apuntaría hacia la desdolarización de los intercambios comerciales. <br /><br /><strong>Irak, conflicto sin fin </strong></p><p>La guerra de Irak aparece como el tercer detonador potencial de la crisis. Andre Gunder Frank, uno de los economistas más agudos de las últimas décadas, solía insistir en que todo el poderío norteamericano se asienta en dos pilares: el dólar y el Pentágono (14), apoyándose mutuamente en un juego de hegemonía global. El primero de ellos muestra claros signos de debilidad, el segundo, luego de un despliegue mediático inusitado como súper-héroe de la llamada “guerra contra el terrorismo”, ha quedado atrapado en el pantano irakí, pero también en el de Afganistán (que se va irakizando gradualmente). <br /><br />La expansión de los gastos militares norteamericanos no se desató luego del 11 de septiembre de 2001 sino antes (ver el gráfico: “Gastos gastos militares de Estados Unidos”). Uno de sus objetivos principales era el establecimiento del dominio de Estados Unidos sobre los recursos energéticos mundiales, pieza clave de su proyecto imperial. El logro de esa meta le habría permitido resguardar baluartes vitales como el de la hegemonía financiera (y del dólar como moneda universal). Pero el desarrollo de la aventura irakí muestra a una gran potencia alcanzando las fronteras de su “sobre extensión estratégica”, concepto popularizado por el historiador norteamericano Paul Kennedy para señalar como los imperios cuando entran en decadencia se ven obligados a multiplicar sus intervenciones militares en el mundo con el fin de sostener sus conquistas, pero también como el financiamiento de esas intervenciones es cada vez más problemático (las guerras se convierten en multiplicadores de deudas) al mismo tiempo que los despliegues bélicos son crecientemente ineficaces. La solución militar se convierte así en un catalizador de la crisis (15). <br /><br />Una retirada (derrota) de las tropas norteamericanas de Irak afectaría directamente a su poderío económico, empujaría al dólar hacia abajo y seguramente al precio del petróleo hacia arriba, tendría efectos recesivos sobre Estados Unidos que se propagarían globalmente. En consecuencia las tropas estadounidenses no se pueden retirar… aunque tampoco pueden quedarse porque sus posiciones se van deteriorando de manera irresistible.</p><p> </p>
<p><strong>La crisis energética </strong></p><p>El cuarto detonador es la crisis energética en curso que podría desembocar en una estampida inflacionaria y recesiva superior a las de los años ´70. Existe una causa estructural que la provoca; el agotamiento global de las reservas agravado por el hecho de que todas las grandes potencias industriales, las tradicionales y las emergentes, son también grandes importadoras de petróleo. Hacia fines de los años ´90 los pronósticos más serios señalaban que entre 2010 y 2012 llegaríamos a la cima de la extracción (el temible “Peak Oil”), pero se trataba de una evaluación errónea basada en la sobre estimación de las reservas disponibles sobre todo las del Medio Oriente, Asia Central y Rusia. <br /><br />De todos modos esa proximidad hubiera bastado para que al promediar la década actual la combinación (confrontación) de las estrategias energéticas de los países centrales, las grandes empresas petroleras y los especuladores consiguiera hacer subir los precios del combustible. Pero ocurre que ahora sabemos que el período previo al Peak Oil se ha acortado; los yacimientos de la Cuenca del Mar Caspio no son tan generosos como se suponía; muchos de los de Medio Oriente (sobre todo de Arabia Saudita) y Rusia están siendo sobre explotados, y por consiguiente ya nada puede detener la carrera de precios. <br /><br />Existe todavía un bloqueo global de información sobre el tema: cada suba de precios aparece en los medios de comunicación causada por algún factor circunstancial (Katrina, una declaración desafortunada de Bush, alguna turbulencia política en Medio Oriente, etc), pero la realidad no puede ser maquillada de manera indefinida. <br />Además las fuentes energéticas de reemplazo no están libremente disponibles en el corto-mediano plazo como para generar una reconversión rápida. Ello significa que los precios del petróleo seguirán subiendo sin techo a la vista. El fenómeno ya afecta de manera significativa a los costos industriales de los países centrales y en algún momento causará conjuntamente la contracción de los beneficios y del consumo…, el fantasma de la estanflación que muchos creían encerrado en el baúl de los recuerdos de los años ´70 regresaría rejuvenecido.</p><p><strong>La burbuja inmobiliaria </strong></p><p>El quinto detonador es la burbuja inmobiliaria global que según The Economist constituye la burbuja especulativa más importante de la historia, superior de lejos al globo bursátil de fines de los años ´90. En ese momento la suba del valor de las acciones en el conjunto de países desarrollados durante los cinco años anteriores al desinfle representó 80 % de la suma de sus PBI. Ahora de acuerdo a los cálculos de esa publicación el incremento del valor de las propiedades residenciales de esas naciones equivale a más de 100 % de dichos PBI. Haciendo comparaciones parecidas se puede observar que cuando estalló en Estados Unidos la crisis de 1929 la sobrevalorización del mercado bursátil representó 55 % del PBI norteamericano (16). <br /><br />El disparador de esta ola ha sido la política de dinero barato implementada por el gobierno de Bush como salida al estancamiento de 2001. Una avalancha de créditos para la vivienda con tasas de interés muy bajas expandió el mercado de tal manera que en 2004 el valor total de las viviendas residenciales en Estados Unidos llegó a los US$ 15 billones contra 7 billones siete años atrás. ¿A cuanto asciende la burbuja en ese país?. Según estimaciones conservadoras se trataría de unos US$ 3 billones de sobreprecios que podrían esfumarse de un día para otro (16), y si llevamos este cálculo al nivel mundial oscilaríamos entre los US$ 5 y 6 billones, cerca de la mitad del PBI norteamericano: imaginemos que podría llegar a ocurrir si abruptamente ese capital “desaparece”. <br /><br />Para entender el fenómeno debemos retrotraernos a los años ´70 cuando se inició un proceso de “financierización” global que en los ´90 recorrió una sucesión de estallidos de burbujas: Japón al iniciarse la década, Asia del Este en 1997, Rusia en 1998, Estados Unidos en el 2000. Cada desinfle fue sucedido por un globo de mayor magnitud que el anterior, pero la sucesión está arribando ahora a una altura que hace imposible su control. <br />En el segundo nivel</p><p> </p>