Una investigación periodística de Gwynn Guildorf apareció publicada en Quartz con este título: “El dominio global de los blancos fue posible gracias a la papa“. Lo que relata no es una teoría peregrina suya sino, justamente, una “investigación sobre numerosos trabajos de historiadores y economistas sociales que interpretan lo que significó la incorporación en la dieta europea de este tubérculo llevado de América por los conquistadores expañoles.
La historia de la papa y de cómo salvó de la hambruna al mundo occidental ha fascinado a muchos autores desde tiempo. Tal vez uno de los primeros que estudió el tema fue el economista escocés Adam Smith en su inmortal obra “La riqueza de las naciones“. Smith escribió sobre la papa: “Ningún alimento puede brindar una prueba más decisiva de su calidad nutritiva o de ser especialmente adecuado para la salud de la constitución humana”.
Smith establecía una conexión poco reconocida incluso en nuestros días: que la mejora en productividad laboral, el aumento de la población y la migración hacia otras latitudes fueron posible gracias a la papa.
El historiador canadiense William H. McNeill (1917-2016) planteaba que “el aumento de la población europea que posibilitó la papa permitió a un puñado de naciones europeas afirmar su dominación sobre la mayor parte del mundo entre 1750 y 1950”.
Europa en decadencia
Mirado retrospectivamente, dice Guildorf, podría parecernos que Europa estaba inevitablemente destinada a dominar el mundo. Pero no fue así. En realidad, una mirada a la Europa de los años 1600 muestra todo lo contrario.
Entre los siglos IX y XIV la población europea se duplicó. Pero para los años 1300 el continente tenía más gente de lo que sus suelos podían alimentar, una situación empeorada por la llegada de la Peste Negra. Aunque la población comenzó a recuperarse en los años 1500 el continente todavía dependía de los granos que se habían desarrollado poco desde la era neolítica. Las hambrunas eran frecuentes y graves. La escasez de tierra desataba guerras que dejaban todavía más hambrienta a la población. Los campesinos llegaban a matar a sus hijos para no tener que alimentarlos.
Cuando se iniciaba el año 1600 el continente ya atravesaba una profunda reducción demográfica. “Europa no podía, con la agricultura que tenía, alimentar a sus clases bajas ni tampoco sostener los ambiciosos planes de sus clases altas”, escribe el historiador Alfred Crosby en “Germs, Seeds and Animals”. Todo esto sugiere que el continente estaba encaminado hacia el fracaso de su civilización.
Pero entonces, desde los Andes de América del sur, a través del océano en galeones españoles, llegó la papa.
De droga afrodisíaca a cultivo milagroso
La historia de este tubérculo comienza hace más de 4.000 años en los Andes cuando los locales en las planicies de las alturas domesticaron papas salvajes y seleccionaron variedades que podían sobrevivir las heladas nocturnas que mataban otras plantas. Los fósiles arqueológicos datan de hace 4.000 años y fueron encontrados en las orillas del Lago Titicada. Eran tiempos anteriores al imperio Inca en los Andes peruanos y de allí se extendieron al resto de América.
Los primeros cronistas españoles advirtieron la importancia del tubérculo para el Imperio Inca. Los Incas habían aprendido a preservar la papa para tiempos de sequía deshidratándola y convirtiéndola en una sustancia que llamaron chuñu. El chuñu se podía guardar hasta 10 años. Además de usar el alimento como comida básica, los Incas pensaban que la papa facilitaba el nacimiento de los niños y la usaban para tratar heridas.
La civilización Inca terminó cuando los españoles invadieron a mediados del 1500; no así el cultivo de la papa. Los conquistadores usaban el excedente para alimentar a los esclavos que trabajaban en las minas de plata.
Trasladaron el novedoso cultivo a Europa pero no les resultó fácil introducirla. A diferencia de otros cultivos americanos, como el maíz, su atractivo no fue inmediatamente evidente. Al principio, las clases altas la consideraron un afrodisíaco.
Entre los campesinoso, acosados por el hambre, la aceptación fue más rápida. Pronto le descubrieron sus virtudes. Las papas eran una fuente de energía mucho mejor que los alimentos existentes hasta el momento en Europa. Rendían de dos a cuatro veces calorías por acre. Eran más baratas que el pan y, a diferencia de los granos, iban directo de la tierra al plato ahorrando mucho trabajo previo. Con muy poca tierra y casi cero capital se las podía cultivar.
Además, eran más nutritivas. Con un solo acre plantado con papas y la leche producida por una vaca se podía alimentar una familia entera, dándole todas las vitaminas y micronutrientes para una dieta saludable. Eran lo suficientemente ricas en vitamina C como para terminar con el escorbuto que asolaba al continente europeo.
Originarias de las alturas andinas, las papas crecían en climas fríos mejor que los cereales básicos hasta el momento. Como podían ser cultivadas en llas tierras que cada tanto de dejaban descansar de otros cultivos, a la vez que combatía las malezas la producción de papa llegó a complementar la de granos. Las que sobraban se destinaban a alimento de cerdos y otros animales, poniendo así la proteína de la carne al alcance de los campesinos que antes apenas si conseguían algo de carne. Eso, a su vez, significó más estiércol, o sea fertilizante para la tierra arable y así favoreció la producción agrícola todavía más.
Dicen algunos historiadores que la difusión de la papa significó una reducción de los conflictos, porque muchas gherras se libraban por la posesión de tierras cultivables. Al aumentar la productividad de las tierras, es posible que se haya reducido el incentivo para derramar sangre en busca de más.
En opinión de McNeill, la difusión de la papa limitó drásticamente las consecuencias destructivas del conflicto. Los costos y la dificultad de transportar las raciones de los soldados de un lado a otro significaba que los ejércitos robaban comida a los campesinos que vivían cerca de las contiendas, lo que significaba que las largas campañas militares por lo general venían acompañadas de la hambruna de los campesinos.
Las papas cambiaron eso. Las familias que huían podían acarreala con mucha más facilidad que los granos. Y los soldados que hurgaban buscando comida preferían extraer los alimentos que afloraban de la tierra en lugar de excavar buscando raíces.
Impacto en la demografía
La teoría de Crosby es que la papa ayudó a evitar una crisis demográfica que parecía inevitable en los años 1600 y que habría necesitado varias generaciones para recuperarse. En cambio, la papa ayudó a preparar la economía con la riqueza y la fuerza de trabajo necesaria para generar la Revolución Industrial.
Se suele pensar que el surgimiento de Europa resultó de la Revolución Industrial y, en menor medida, el salto en la agricultura científica conocido como la Revolución Agrícola. Sin embargo, el sorprendente renacimiento de Europa es anterior a esos dos acontecimientos y la papa tuvo una participación importante.
Cuando, de pronto, las reservas de alimentos en Europa eran más abundantes, más nutritivas y más seguras, los campesinos vivieron más años y tuvieron familias más grandes. La población saltó de 126 millones a 300 millones para 1900 ( y eso sin contar la emigración masiva). Cuando la población creció hasta superar la cantidad de personas que cultivaban la tierra, esta vez nadie murió de hambre. Lo que hicieron fue mudarse a las ciudades. La papa explica el crecimiento de las poblaciones y el crecimiento de la urbanización entre 1700 y 1900, según la crónica de varios historiadores.
McNeill dice que es gracias a estas tendencias se produjo la rápida transformación industrial en el norte de Europa. La mayor población también permitió formar los grandes ejércitos imperiales que obligaron a pueblos distantes a comprar productos europeos y a producir materias primas para sus industrias. Pero la exportación que más contribuyó a alterar el mundo fue de personas.
El tsunami de los blancos
El boom poblacional que generó la papa pervirtió al planeta de otras maneras. Entre 1820 y 1930, unos 50 millones de europeos – casi un quinto de su población – migró hacia países del Nuevo Mundo. El “tsunami blanco” que abandonó Europa entre 1840 y la Primera Guerra Mundial fue “la mayor ola de humanidad que jamás cruzara los océanos y probablemente la mayor de todos los tiempos”, escribe Crosby en “Ecological Imperialism”. Esos civiles fueron las tropas de choque del nuevo régimen global. Gracias a las sucesivas explosiones poblacionales debidas, en gran medida, a la papa, los blancos ganaron 30 millones de kilómetros cuadrados de tierra, muchos de los cuales todavía controlan. El área del mundo donde se asentaron era 22% en 1750; doscientos años más tarde, era 36%.
En una especie de inversión del milagro de la papa que hizo posible su migración, los inmigrantes europeos florecieron cultivando los granos del Viejo Mundo en sus nuevas tierras. La abundancia resultante aumentó las tasas de natalidad. A través del comercio y el imperialismo, esos excedentes alimentaron y generaron la Revolución Industrial en Europa y, finalmente, la Revoución Industrial en Estados Unidos que llevó a ese país a apoderarse del del dominio global occidental.
Esto ayuda a explicar por qué la papa ya no es el cultivo más importante, en realidad, no lo es desde 1965. Pero su legado perdura. Los excedentes del tsunami blanco (o caucásico como también se lo llama) que una vez alimentaron la industrialización de Europa ahora alimentan el mundo.