Anunciada ya hace varios años, ahora en forma indubitable existe un nuevo corazón de la estrategia china, regional y global. Reinventar la milenaria “ruta de la seda” como el gran cinturón económico asiático que se complementará con la “ruta de seda marítima”. Sin hablar de la presencia explícita de la potencia asiática en toda África, y en forma creciente en buena parte de América Latina.
Una estrategia no exenta de riesgos y conflictos. En buena parte de esa vasta geografía hay intereses encontrados con Estados Unidos, Japón, India e incluso Rusia. En cuanto a la actividad en algunos países latinoamericanos y africanos, comienza a haber duda sobre la capacidad de repago de los préstamos concedidos especialmente para desarrollo de infraestructura.
La nueva conducción política china intenta también un giro de calidad en su accionar internacional. No solamente invertir para asegurarse la provision de productos básicos, sino para expandir también la industria y la capacidad de construir infraestructura, que están sobredimensonadas dentro del país.
Así, la tenencia de deuda estadounidense y de otros países, comienza a convertirse en inversión extranjera directa y en capital de un nuevo banco de desarrollo para competir con el Banco Mundial.
Pero nada de esto distrae a China de la ancestral “Ruta de la Seda”, que busca vincular a 65 países con una población de 4.400 millones de habitants, desde el Asia central, el Medio oriente, norte de Africa, Rusia y algo de Europa.
Una ambición que persigue la transformación del actual sistema global.
Vale recorder que la Ruta de la Seda fue una red de rutas comerciales organizadas a partir del negocio de la seda china desde el siglo I a.C., que se extendió por todo el continente asiático, conectando a China, con Mongolia, el subcontinente indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía, Europa y África. Sus diversas rutas, comenzaban en la ciudad de Changan (actualmente Xian) en China, pasando entre otras por Karakorum(Mongolia), el Paso de Khunjerab (China/Pakistán), Susa (Persia), el Valle de Fergana (Tayikistán), Samarcanda (Uzbekistán), Taxila(Pakistán), Antioquía en Siria, Alejandría (Egipto), Kazán (Rusia) y Constantinopla (actualmente Estambul, Turquía) a las puertas de Europa, llegando hasta los reinos hispánicos en el siglo XV, en los confines de Europa y a Somalia y Etiopía en África oriental.
El término “Ruta de la Seda” fue creado por el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen, quien lo introdujo en su obra Viejas y nuevas aproximaciones a la Ruta de la Seda, en 1877. Debe su nombre a la mercancía más prestigiosa que circulaba en ella, la seda, cuya elaboración era un secreto que sólo los chinos conocían. Los romanos se convirtieron en grandes aficionados de este tejido, tras conocerlo antes del comienzo de nuestra era a través de los partos, quienes estaban al tanto de su comercio. Muchos productos transitaban estas rutas: piedras y metales preciosos, telas de lana o de lino, ámbar, marfil, laca, especias, vidrio, materiales manufacturados, coral, etc.
La vieja Ruta de la Seda era una red de rutas comerciales que se abrieron en el siglo 1 AC cuando la dinastía Han china comenzó a comerciar con el Imperio Romano a través de estados intermediarios en Asia Central. El comercio floreció hasta la segunda mitad del siglo 14 cuando se desintegró el Imperio Mongol.
Pero en años recientes la Ruta de la Seda renació en un enjambre de rutas y ferrocarriles que ha creado mercados a través de Asia central.
La estrategia se llama “Un cinturón, una ruta”, e incluye la construcción de más caminos, líneas férreas, puertos, gasoductos y otros proyectos para conectar el centro, sur y sudeste de Asia y Oriente Medio con Europa y crear así demanda para las exportaciones industriales chinas que termine con la capacidad ociosa nacional.