<p>En <em>Super Sad True Love Story</em>, algo así como “Historia de amor realmente supertriste”, el novelista imagina un futuro no muy distante, donde Estados Unidos –tras irse solo a la bancarrota-, cae en manos de bancos chinos que se ponen a vender billones de dólares en letras del tesoro, precipitan un conflicto armado y el colapso del estado. En vena irónica, Shteyngart (experto en la decadencia de países acromegálicos) genera en el lector una náusea peculiar. <br />
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¿No será que eso ya ocurre? Apunta el politicólogo apelando al columnista Thomas Friedman y un trabajo suyo en el New York Times, “¿Demasiadas hamburguesas?”. Entre Oswald Spengler (1922) y Sinclair Lewis (1935), columnista y novelista describen un futuro de pesadilla. EE.UU. está representado por un adolescente obeso y seguro de sí mismo, que pierde una carrera de obstáculos con un chino. Por ende ¿lo nuestro no se trata de un culto a la decadencia?, inquiere Traub. <br />
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Por supuesto, los futuros especulativos no se tornan generalmente en realidad. Pero pocos apostarían la casa o el condominio a que la ex superpotencia dejará atrás sus rampantes trivialidades cotidianas. Por ejemplo, la adicción a celulares, su mentalidad de pueblo chico o su parálisis política e ideológica, encarnada en el Tea party. <br />
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Ese contexto se refleja, afirma Shteyngart, “en la falta de inversiones críticas, el declive del capital humano, el auge de especulaciones financieras, los banqueros de nuevo multimillonarios, etc. Estos síntomas necesitarán apenas una generación para que la gente clame por dólares cotizados en yüan”.<br />
Friedman y Traub se consuelan suponiendo que, todavía, EE.UU. sigue sin rivales en poder militar o económico y ningún otro –ni siquiera China- aspira a heredarlo. No obstante, recuerdan los columnistas, Washington ya no goza de la deferencia internacional que se le concedía hace un par de decenios. Por otra parte, los chinos tuvieron una tradición de superpotencia que duró desde la caída del imperio Romano –víctima de un déficit imparable, entre otras cosas- hasta la irrupciones rusa, japonesa y del imperio Británico en los siglos XVIII y XIX.<br />
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<p>Como Roma, Bizancio y Beijing, “el país –indica Shteingart- alcanza ya los límites de sus recursos y los compromisos internacionales desbordan sus capacidades”. Traub admite, pues, que “la hegemonía norteamericana se deteriora en términos absolutos y relativos. Hace menos de diez años, obras como Power, terror, peace & war, donde Walter Russel Mead celebraba el triunfo del capitalismo milenarista, eran leídas con avidez”.</p>
<p>Justamente, lo efímero de esos libros debe inspirar cautela ante el auge actual de literatura y periodismo depresivos. Ambos columnistas han encontrado lo que llaman “justo medio” en Frugal superpower: American leadership in a cash-strapped age (“Superpotencia frugal: el liderazgo estadounidense en tiempos de iliquidez”) de Michael Mandelbaum.</p>
<p>El gurú, cuyos pronósticos erróneos de hace algunos años –formulados para el Pentágono- son objetos de ironía por parte de Shteingart, es ambivalente. Sucede que, a juicio de Mandelbaum, “desde la Segunda guerra mundial hasta el fin de la guerra fría, EE.UU, desplegó fuerzas para defenderse a sí mismo y sus aliados. Desde entonces, lo hace por buenas causas en el planeta. Por ejemplo, promover democracia en Levante o detener genocidios. Pero hoy la falta de fondos lo lleva de vuelta a defender el status quo y a abandonar fines filantrópicos (sic)”. Sin duda, Irak, Afganistán-Pakistán, Israel-Palestina o Somalía no parecen buenas causas exitosas.</p>
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