Si eso ocurriera, podría terminar como Boris Yeltsin a quien Putin empujó del poder. Su accionar puede generar tensiones y hasta enfrentamientos graves en diferentes frentes, pero no parece que el programa de Putin sea exitoso.
El presente de Rusia está plagado de malas noticias y el futuro se presenta incierto. Tal vez sea esa la razón por la cual los últimos discursos del presidente Vladimir Putin estén cada vez más cargados de referencias históricas para acompañar la retórica fuertemente anti occidente.
La economía del país venía sufriendo por las sanciones dispuestas por las grandes economías occidentales por la beligerancia de Moscú en el caso de Ucrania.
Pero el desmoronamiento del precio del barril de petróleo –de US$ 115 hace seis meses a poco menos de US$ 60 ahora- crea certezas de nuevas y profundas dificultades. El convenio energético con China es muy relevante y estratégico (US$ 800 mil millones hasta 2030), pero no alcanza a compensar la caída en los ingresos por exportaciones energéticas y sus efectos no se sentirán de inmediato.
El último año fue borrascoso para la economía rusa. Las sanciones impuestas por Occidente generaron brusca caída de las exportaciones, aumento de la inflación y fuga de capitales. A eso se sumó la caída de los precios del petróleo y gas, que aportan casi la mitad de los ingresos estatales. Esos dos golpes provocaron una depreciación del rublo de 40% y fue necesaria la intervención del Banco Central para apuntalar la moneda.
Antes de la recesión global de 2008, el crecimiento económico ruso estaba entre 6% y 8% anual. En 2013 cayó a 1,3%. En 2014 hubo estanflación para algunos y recesión para otros.
Para activar el crecimiento, Rusia necesita diversificar su economía y alejarla de su dependencia de la energía. Eso requiere una masiva inversión de capital. El progreso tecnológico creció lentamente, la infraestructura es antigua y la capacidad productiva obsoleta en sectores no energéticos. Todo eso limita el potencial de crecimiento de la producción económica.
Además, el país tiene problemas de capital humano. Uno de los problemas centrales en su capacidad para modernizar es la carencia de habilidades gerenciales en los sectores público y privado. La población decrece y envejece, algo que reduce la fuerza laboral, afecta el desarrollo de nuevos negocios, aumenta los costos de salud y los montos por jubilaciones que el Estado deberá pagar en los próximos años.
En consecuencia, Rusia no ha podido detener la hemorragia de dinero que se fuga del país. Durante la última década solo dos años – 2006 y 2007 — registraron entrada neta de capital, gracias al entusiasmo por invertir en todos los mercados emergentes. Esta síntesis es lo sustancial del informe que sobre el destino de Rusia publicó Mercado en su edición de marzo de este año.
Rusia enfrenta como este escenario para lo que queda del mandato de Putin, que termina en 2018: “más de lo mismo”. O sea, fortalecimiento del estado central, concentración de poder económico en manos de los grandes monopolios controlados por el Estado y grupos financiero-industriales amigos del Kremlin. Luego, seguir reforzando la influencia de Rusia en Eurasia, por el este girar hacia China y por el sur hacia Turquía, Sudáfrica y Brasil.