<p>Por Osvaldo Cado (*)<br />
(Economista de Prefinex)<br />
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Vuelto de mis vacaciones, luego de dos semanas de muy pocos diarios y nada de televisión, me encontré con una agenda mediática y política bastante diferente (no esperaba menos, Argentina es vertiginosa por donde se la mire). Hartos del conflicto por las reservas del Banco Central, se volvió a poner el ojo en la cuestión inflacionaria. Por tres días, y hasta el momento que empecé a escribir esta nota, escuché a muchas personas (de las que saben) hablando de inflación y, debo decir esto: me preocupé.<br />
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Me cansé de escuchar sobre la responsabilidad del estímulo fiscal y monetario (cambiario) sobre la actual dinámica de los precios. En lo personal no tengo dudas, creo que ambos fenómenos están sobreestimados. Quizá fueron buenos argumentos entre 2005 y 2008, conjuntamente con los galopantes precios de los <em>commodities</em>, pero una inflación de 15% a la par de un derrumbe de la demanda agregada de 6% durante el último año es la prueba incontrastable de que hoy la evolución de los precios tiene una dinámica que se explica a si misma.<br />
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Los billetes y monedas en circulación crecerán este año 20%, el PIB se expandirá 5%, pero ningún analista que esté en sus cabales cree que en 2010 la inflación será de 15%. El tipo de cambio se depreciará este año aproximadamente 12%, pero nadie en su sano juicio piensa que la inflación será de 12%. El mundo entero se está enfrentando a agujeros fiscales de entre 5 y 10 puntos del producto, y a pesar de ello preocupa más la deflación que la inflación. Es claro que hay severas inconsistencias en el análisis de aquellos que juzgan a la política fiscal y monetaria como dinamizadores del actual proceso inflacionario.<br />
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Para los que todavía caminamos la calle, es inquietante observar como en los grandes centros urbanos, a lo largo unas pocas cuadras, encontramos valores muy dispares para los exactos mismos bienes y servicios. Todavía más inquietante es ver como a pesar de ello el consumidor no constata precios, solo entra, compra y se va. Es difícil en la Argentina de hoy saber que es caro y que es barato. Hay desconcierto. En este contexto, los individuos ya no muestran su malestar frente a aquel que oferta el bien o servicio, sino que simplemente arman su canasta de consumo diaria, generalmente con sesgo alcista, y reclaman una justa recomposición salarial. A partir de aquí comienza un círculo difícil de detener.<br />
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Está claro que ordenar la política fiscal (tarifaria) y un manejo más previsible de la política monetaria son partes de una eventual solución, pero medidas sustentables en este aspecto solo pueden tomarse si se atacan frontalmente las expectativas. La irresponsabilidad de la dirigencia política argentina nos vuelve a poner en una situación donde solo la existencia de reglas claras e inquebrantables puede devolver la credibilidad sobre el peso. <br />
La normalización del INDEC y la instrumentación de un esquema de metas de inflación deben ser el punto de partida de un proyecto estabilizador. Caso contrario nos tendremos que acostumbrar a convivir con inflaciones de dos dígitos o, lo que es lo mismo, una Argentina más pobre y desigual.<br />
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(*) Osvaldo Cado es economista de Prefinex.<br />
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En materia de inflación, son las expectativas, estúpidos
Es inquietante observar como en los grandes centros urbanos, a lo largo de unas pocas cuadras, encontramos valores muy dispares para los exactos mismos bienes y servicios. Todavía más inquietante es ver como a pesar de ello el consumidor no constata precios, solo entra, compra y se va.