Algo que todos los asistentes al World Economic Forum admiten –aunque muchos acaban de descubrirlo- es que un tema poderosamente instalado en los debates actuales, pero sobre todo en la realidad cotidiana, es la falta de equidad, la creciente desigualdad.
Un sentimiento que provoca enojo y violencia y que se ha convertido en la causa principal que ataca y debilita al proceso de globalización, sostenida, en general, por las élites liberales que gobernaron el mundo occidental en las últimas décadas.
En Estados Unidos, lo que fue el sorprendente triunfo de Donald Trump, hace apenas un año, se explica por la creciente desindustrialización del centro del país, y menor cantidad de empleos, con poca calificación. O con gente con poca calificación para optar a más empleos con mayor exigencia. Una realidad con crudos efectos, capaz de hacer crecer una mayoría resentida y con ánimos de que se vuelva atrás en muchas políticas adoptadas durante las últimas décadas.
En Europa, tras el Brexit que votó Gran Betaña, comenzaron a percibirse movimientos populistas, bien de derecha, y muy nacionalistas en diversos países. El más notable es Francia, donde el movimiento de Marine Le Pen obtuvo 33 % de los votos en las elecciones que ganó un recién llegado, Emanuel Macron, aceptable para todas las fuerzas de centro.
Con mayor o menor intensidad esas actitudes se reflejaron en otros países, como Alemania (por primera vez, desde 1945, hay diputados de un partido nazi), Italia, Austria, Hungría, Polonia y República Checa.
En España apareció otro fenómeno, larvado pero virulento, con el movimiento separatista de Cataluña, que dio aire a casos similares en el resto de Europa (como en Escocia, en Bélgica, o en el norte de Italia).
La casi simultaneidad de este fenómeno en ambos lados del Atlántico, hizo que muy pronto, las causas que se consideraron válidas en Estados Unidos, fueran válidas para explicar lo ocurrido en Europa.
Lo que se ha escapado en el análisis, es que en buena medida, la desigualdad en Occidente, ha crecido a lo largo de las últimas tres décadas junto con el crecimiento de los mercados emergentes, especialmente en el caso de China. O dicho de otro modo, la desigualdad se redujo en el viejo “Tercer mundo”, y creció en los que eran los tradicionales países ricos.
Causas de la desigualdad
Precisar los orígenes y causas de este proceso es esencial si gobiernos y los negocios pretenden combatir este desarreglo. Vital además, por la sorpresa y confusión que despertó el descubrimiento de la nueva realidad.
Hay un reciente informe de los organismos técnicos del FMI que arroja luz sobre este momento histórico y suministra pautas para intentar superarlo.
La originalidad del trabajo es que en lugar de poner foco en factores como los geográficos o en desarrollo industrial, lo pone en la desigualdad de ingresos y de oportunidades entre generaciones.
Comprueba así, que en general – y Gran Bretaña es un ejemplo ilustrativo- la generación anterior a la actual, gozó del sistema económico y de las herramientas capitalistas aplicadas tras la Segunda Guerra Mundial, y se benefició de las oportunidades existentes entonces.
Tienen vivienda propia, excelentes jubilaciones, ahorros e inversiones. Todo lo que no puede lograr fácilmente la actual generación que está en el centro de la escena.
En palabras del FMI, en los países de la Unión Europea la falta de equidad se mantuvo estable durante los últimos diez años. En cambio, la inequidad generacional ha crecido fuerte. La participación de los mayores de 65 años y de los que estaban entre los 18 y los 24 años era casi la misma en 2005, alrededor de 20%. En cambio, ahora es de 15% para los mayores, y de 25 años para los más jóvenes.
Ello implica que el sistema de seguridad social fue capaz de proteger a los pensionados durante ese periodo, pero los estados no pudieron hacer nada efectivo por los más jóvenes, justo en tiempos de desempleo y estancamiento de los salarios.
Para achicar la brecha, los países de la UE deberán reformular cómo gastan lo que recaudan con impuestos, asignando menos a los mayores, y más a los más jóvenes. En palabras de Christine Lagarde, directora general del Fondo, “sin una acción enérgica e inmediata, no será posible recuperar a la actual generación”. Por ejemplo, reducir impuestos y aportes a la seguridad social para trabajadores jóvenes, y asignar más recursos a educación y capacitación.