<p>Entretanto, los costos asociados al efecto invernadero son apreciables. En 2007, Oxfam International –una de las mayores y más respetadas organizaciones no gubernamentales– publicaba el primer estudio sobre impacto financiero de la contaminación atmosférica en países subdesarrollados, vía sequías, inundaciones, cosechas arruinadas, extinción de especies, déficit hídrico y enfermedades.<br />
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Los daños acumulados llegan a US$ 50.000 millones anuales. En el mundo desarrollado, los seguros se han encarecido notablemente –de 20 a 400%–, reflejando tornados, inundaciones masivas y otros efectos de la inestabilidad climática.<br />
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Un informe sobre los efectos económicos del fenómeno, comisionado en 2006 por Gran Bretaña a Nicholas Stern <em>(London School of Economics),</em> concluyó que –si no se actúa drásticamente, los efectos del recalentamiento global serán catastróficos. El analista los compara con una suma de ambas guerras mundiales y la depresión de los años 30.<br />
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<p><strong>Otra “real realidad”</strong><br />
No es posible alcanzar aquel 80-20% con el presente sistema industrial ni con los modelos corrientes de <em>management</em>. Se precisan cambios profundos en mentalidad, tipos de combustibles o energía, etc., particularmente en las economías centrales y emergentes. <br />
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Por ello, la innovación básica será decisiva. Urge repensar y replantear estructuras, tecnologías, organizaciones y la relación entre humanidad y naturaleza. Para empezar, la creciente aceptación del desafío 80-20% entre científicos, empresarios y dirigentes políticos es señal de que la burbuja industrial toca sus límites. De hecho, Internet parece signo de que existen actividades y negocios “no contaminantes”.<br />
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Naturalmente, ir más allá de la burbuja secular no implica volver a una sociedad preindustrial. Por el contrario, surgirán ideas, presunciones y principios diferentes. Yendo a la naturaleza, por ejemplo, aparece la helioenergía como futura opción dominante.<br />
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Abandonar la burbuja significa vivir con los “ingresos propios” en materia de energía y combustibles: fuentes solares, eólicas, mareomotrices, hídricas y otros recursos renovables. A diferencia de los combustibles fósiles, no generan humo, escapes ni desechos peligrosos.<br />
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En un mundo posburbuja, autos, celulares, computadoras, edificios, electrodomésticos, etc., serán 100% reciclables, reprocesables o fáciles de arreglar. También habrá otras actitudes respecto de las brechas sociales internas y brechas entre países por ingresos, en un planeta cada vez más interdependiente. Esto sería imposible si 85% de ingresos siguiese en manos de 15% de la población.<br />
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Gobiernos, instituciones y empresas deberán aceptar la necesidad de legar una biósfera sostenible a las nuevas generaciones. Obviamente, la era posburbuja exige innovaciones básicas en una escala y a un ritmo nunca vistos. Ello explica que algunos sectores prefieran soluciones estrechas, verticales, tales como excesos regulatorios que, en definitiva, tratan de simplicar problemas múltiples o complejos.<br />
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Como en la primera revolución industrial, el sector privado debe desempeñar un papel decisivo. Particularmente, actualizando estructuras, prácticas de <em>management</em> y modelos de negocios. Volviendo a Suecia, aparece el ejemplo de Per Cardtedt, que heredó de su padre una importante concesionaria Ford-Volvo en el norte del país.<br />
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Tras varios años en Brasil, donde asistió a la primera cumbre ecológica (Río de Janeiro, 1992), se centró en un problema: ¿cuánto tiempo sobrevivirá la era industrial a costa de combustibles fósiles baratos? Por entonces, el barril de crudo costaba apenas US$ 15. <br />
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Sus indagaciones lo pusieron en contacto con una fundación, interesada en difundir autos a etanol en el mercado sueco aplicando su experiencia en Brasil. No era fácil. En un país tan frío –se decía–, los motores no arrancarán. Tampoco había gasolineras que ofrecieran el biocombustible.<br />
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Al cabo, Carstedt localizó en Detroit a un ingeniero de Ford a cargo de un proyecto de coche chico con motor híbrido nafta/etanol. En 1995-8, recorrió toda Suecia por cuenta de la fundación para biocombustibles. Por fin formó un consorcio de 50 municipios, empresas e inversores con el compromiso de comprar los primeros 3.000 autos a etanol o sus mezclas. <br />
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En cuanto al fluido, hacia 2002 ya había cuarenta estaciones que lo vendían. A mediados de 2004 eran cien. Desde entonces hasta fin de 2007, fue añadiéndose ese número cada trimestre. Sin duda, es posible vivir y prosperar fuera de la vieja burbuja.</p>
<p> “Suecia es quizá la economía industrial menos dependiente de combustibles fósiles: apenas 30% de sus necesidades, contra 77% en 1970. En contraste, Estados Unidos cubre 85% de las suyas con petróleo y gas natural. En el país escandinavo, 15% de los vehículos vendidos en 2007 consumen etanol, contra 2% en 2000. Un motor que use este biocombustible emite 85 a 90% menos dióxido de carbono que las máquinas a nafta”.</p>
<p>“Todos los fabricantes suecos, con Scania al frente, ofrecen coches y camiones capaces de emplear etanol, nafta, gasoil y una mezcla”. <br />
Así comienza el análisis de Peter Senge, Bryan Smith y Nina Kruschwitz en <em>“The Necessary Revolution: How Individuals and Organizations Work Together for a Sustainable World” </em>(Doubleday, 2008). <br />
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Podría suponerse que cambios de esta magnitud exigen grandes esfuerzos gubernamentales e involucran millares de personas, altos subsidios y años de costosas investigaciones. Pero en el caso señalado, hasta hace poco no se daban esos presupuestos. En su lugar, innumerables grupos locales se desarrollaron silenciosamente, merced a activos líderes en los sectores público y privado. Esto se relaciona, claro, con la matriz social típica de Suecia.<br />
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El ejemplo vale como modelo de “innovación básica”. O sea, cambios fundamentales que generan industrias, transforman las existentes y replantean sociedades. Fenómenos como electricidad, automotores, aeronavegación o informática implican no sólo tecnologías, sino también una serie de invenciones, prácticas, modelos de negocios y revoluciones en management.<br />
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Durante los últimos años, a medida como ciertos cambios climáticos se tornaban más evidentes, surgió una ola de innovaciones básicas. La estadounidense DuPont, por caso, va substituyendo componentes de origen petrolero por biomasa, entre ellos polímeros de soja o termoplásticos a partir de azúcar. Nike ha reducido sus insumos de carbono en 75% desde 1988.<br />
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Podría suponerse que esos ejemplos y otros son aislados. No es así. Se trata de respuestas relacionadas con un mismo trasfondo: los peligros del efecto invernadero, el aumento de desechos tóxicos y el agotamiento de recursos no renovables, con los hidrocarburos al frente. <br />
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Esta combinación de factores impulsa nuevas ideas y actitudes. Hasta cierto punto, algunos expertos ven hoy la era industrial (desde el siglo 18) como una especie de burbuja, similar a las financieras o bursátiles y tan insostenible a largo plazo como ellas.</p>
<p><strong>Burbujas industriales</strong><br />
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En términos de mercado, “burbuja” es un fenómeno donde los precios de activos –tulipanes holandeses, acciones, bienes raíces, empresas puntocom– desbordan sus valores reales. Cuando estallan, todos se formulan la misma pregunta: ¿por qué ese sobrecalentamiento y su colapso subsiguiente se repiten y castigan a operadores o especuladores en teoría inteligentes y bien informados?<br />
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La respuesta es sencilla. Durante lapsos sobrexpansivos se desarrollan dos visiones, una dentro de la burbuja y otra afuera. Cada una parece ser la única real para cada grupo. A medida como se infla la burbuja, más gente es atraída por sus ilusiones. Eventualmente, quienes están adentro sucumben a ellas y ya no pueden entender a los de afuera.</p>
<p>Basta recordar los debates, en 1997/2000, entre quienes participaban de la burbuja puntocom y quienes no. Los primeros creían vivir en una “nueva economía” donde ni siquiera existía el valor en libros. Se juzgaba el éxito en términos de tecnología, ciberespacio, visitas frecuentes a sitios <em>web</em>, etc. A tal punto llegó esa ilusión que, en el paroxismo de la burbuja, muchas compañías de la “vieja economía”, sin duda más rentables, bajaban en la bolsa, aunque las puntocom más buscadas no diesen ganancias reales. <br /><br /> Pero otra era la realidad exterior, donde las utilidades sí eran pertinentes. Finalmente, los inversores internos se dieron cuenta de que los precios de las puntocom no estaban convalidados en activos tangibles. Por supuesto, la burbuja estalló.<br /><br /> Sin embargo, los autores no creen que las burbujas sean del todo perniciosas y, por el contrario, brindan beneficios a cierta gente en cierto lapso. Algunas acciones puntocom fueron redituables, así como algunas hipotecas de baja calidad mejoraron la vida de los deudores.<br /><br /> Si una burbuja dura generaciones, sería difícil imaginar alternativas. Lo malo es que, en algún momento, las tensiones e inconsistencias entre el interior de la burbuja y la vasta realidad exterior hacen crisis. Ninguna de esas anomalías puede expandirse en forma indefinida <br /><br /> La era industrial constituye, en cierto modo, una especie de burbuja que duró más de dos siglos y, por ende, cabía esperar que siguiese reciclándose. Sus efectos positivos eran innegables: las expectativas de vida se doblaron desde mediados del siglo 18 y la alfabetización (en las economías centrales y sus dependencias) pasó de 20 a 90%.<br /><br /> Pero la industrialización tenía su lado dañino. Éste abarcaba crisis ambientales, desechos tóxicos, agotamiento de combustibles fósiles, exclusión social y exaltación del consumo. Los dos últimos factores ensanchaban la brecha entre los ricos y el resto. En cuanto a la burbuja industrial, su exterior es lo que el biólogo Edward Wilson llama “real realidad”.<br /> </p><p><strong>Visión del futuro</strong><br /><br /> En esa perspectiva y pese a los resultados positivos de la industrialización, los costos eventuales pueden tornar insostenible la secular burbuja. Ya hay señales de que inversiones y esfuerzos no rendirán, en el futuro, los resultados de generaciones anteriores. Fuera de la burbuja, la realidad es diferente, más promisoria, pero requiere olvidar concepciones y prácticas del pasado. <br /><br /> El cambio climático global es apenas uno de los efectos indeseados de la industrialización, pero tiene dos aspectos peculiares. Primero, los costos actuales y futuros son enormes. Segundo, ofrece indicadores concretos de hasta qué punto cunde el desequilibrio hombre-naturaleza y exige reajustes antes de que sea demasiado tarde. Desde ese ángulo, el efecto invernadero es una señal temprana de alarma: se acaba una era. <br /><br /> Otros signos se encuentran en una amplia gama de modelos computados y pueden resumirse en un hecho básico: los niveles de emisiones causadas por la actividad humana (monóxido y dióxido de carbono, ahora también trifloruro de nitrógeno) han ido subiendo exponencialmente desde fines del siglo 19. Hoy el nivel de dióxido (CO2) es 35% superior al de cualquier momento en los últimos 500 años.<br /> La diferencia clave es entre cantidad de CO2 existente en la atmósfera y el flujo anual de emisiones adicionales. Esto ha confundido a quienes suponen que estabilizar ese flujo (como prescribe el protocolo de Kyoto, 1997) alcanza para resolver el problema. Pero el presente flujo anual orilla los 8.000 millones de toneladas. O sea, más de 2,5 veces el monto (3.000 millones de tm) extraído vía biomasa (árboles, plantas, plancton) o disuelto en el océano. <br /><br /> La diferencia entre infusión y efusión atmosféricas de CO2 sugiere que, en algún punto, la contaminación será irreversible. Nadie puede fijar aún ese punto, pero el derretimiento de glaciares o casquetes polares y la catastrófica inestabilidad climática son síntomas claros.<br /><br /> Muchos riesgos podrían prevenirse reduciendo rápidamente las emisiones al mismo o a superior ritmo de infusión. Para lograrlo, se requiere disminuir 60 a 80% de emisiones entre 2009 y 2028. Ése el desafío que el futuro plantea a la sociedad posindustrial; por ende, a líderes políticos y directivos empresarios. <br /><br /> Ahora bien ¿qué éxito han tenido los intentos de afrontar la crisis climática? En 2000, fin del siglo 20, los combustibles fósiles consumidos en Estados Unidos generaban unas cinco toneladas de CO2 por habitante y un total de 1,5 billones. China llega hoy a superar ese nivel. </p>