Es curioso que haya pasado casi desapercibido en la vorágine de acontecimientos que disputan la atención de la opinión pública. Pero a mediados de marzo, millares de manifestantes en Francfurt (es Alemania, no Grecia o Italia) marcharon violentamente contra la sede del Banco Central Europeo, intentaron prenderle fuego y dejaron muchos daños a su paso, autos incendiados y un tendal de heridos, entre ellos varios policías.
El clamor era que la pobre respuesta a la profunda crisis financiera, había traído más pobreza y desempleo. Fue más grave, inclusive, que las protestas de 2011 en Wall Street, contra la secuela de la tremenda crisis de 2008 (la verdadera gran depresión, como le llamaron entonces).
Curiosamente esto ocurrió cuando los gobiernos europeos creían que había pasado lo peor. La nueva estrategia del Banco Central Europeo (quantitive easing como lo hizo antes intensamente Estados Unidos) es inyectar cada mes € 60 mil millones vendiendo títulos públicos y retirando efectivo de circulación.
La primera consecuencia es que el euro se fue en picada frente al dólar (ahora 1€ vale US$ 1,05, un valor impensable hace pocos meses). Eso significa que crecerán rápido las exportaciones europeas que a partir de ahora son mucho más baratas. La recuperación económica está a las puertas, con algo más de inflación pero con fuerte reactivación.
Sin embargo, a pesar del consenso entre los analistas, la percepción de la opinión pública es negativa: resulta difícil digerir la caída importante en el valor de la divisa europea.
La contracara es que Estados Unidos advierte este desarrollo – a pesar de un dólar superfuerte- como una clara amenaza, que puede herir de muerte la recuperación de la economía en marcha. Lo que implica que muy pronto subirán las tasas de interés internas, y eso cambiará el escenario local y global.
Para entender, una breve historia. Desde la crisis global de 2008 (en verdad, desde un poco antes), el dólar comenzó a perder terreno frente al entonces poderoso euro y también frente a otras divisas. Luego comenzó un largo esfuerzo conocido como quantitative easing o facilidades extendidas a través del cual la Reserva Federal estadounidense compraba mensualmente US$ 85.000 millones para ir recomprando la deuda en manos de empresas y privado.
Ello significó que durante una década, los intereses financieros estuvieron casi en cero, mientras la economía estadounidense pugnaba, lentamente, por recuperarse, y su divisa perdía terreno frente a las principales monedas del mundo.
Consecuencia: no era negocio invertir en dólares dentro de EE.UU. Así fue como se conoció la era sostenida de enorme disposición de capitales externos para inversión en todo el mundo emergente. Buena parte de la prosperidad de esos años en la región se debe, además del mejor precio de los productos básicos, a esta circunstancia (que lamentablemente se desaprovechó en la Argentina). Menor crecimiento global, baja en el precio de las materias primas, y ahora en especial en el del petróleo, ayudaron a revalorizar el dólar.
Entre tanto. Europa seguía acosada por la deflación, el mayor problema económico del momento. La novedad: desde el año pasado, en Londres se opera también con el renminbi. Es que también China hace esfuerzos por liberarse del dólar como divisa global.
Menor crecimiento global, baja en el precio de las materias primas, y ahora en especial del petróleo, ayudan a revalorizar el valor del dólar.
Estemos en claro: el deporte nacional en nuestro país es seguir diariamente los avatares del dólar, pero el tema empequeñece cuando se advierte las dimensiones del problema en todo el mundo, tanto grandes economías como países emergentes.