<p>Hay dos Argentinas posibles, muy distintas, para el año del bicentenario. La primera, la que queremos todos, es un país con una democracia madura, mayor integración social e igualdad de oportunidades, menor mortalidad infantil, pleno empleo, estabilidad macroeconómica, crecimiento rápido y desarrollo de una amplia base exportadora centrada en el valor agregado.</p>
<p>La otra Argentina, no deseable pero también posible, arrastraría los actuales problemas de desempleo, exclusión social, inestabilidad macroeconómica y una inserción externa centrada en la exportación de <i>commodities</i>.</p>
<p>La llave maestra para entrar en la Argentina deseable es la calidad y la cantidad de la inversión en educación y en capacitación en los próximos diez años. Un clásico debate ha dividido a quienes piensan que todo el problema de la educación se resuelve poniendo más dinero y a quienes afirman que sólo se trata de invertir mejor los recursos disponibles. Ambas posiciones son erróneas. Los primeros olvidan que es imprescindible que el sistema educativo dé señales contundentes de su disposición a invertir mejor sus recursos. En caso contrario, el dinero no alcanzará y, como se vio en la infausta experiencia de <i>la oblea</i>, la sociedad no estará dispuesta a realizar el imprescindible esfuerzo adicional. Los eficientistas, por su parte, olvidan, por ejemplo, que la doble escolaridad rica en contenidos extracurriculares es hoy un privilegio para pocos o que la inversión por estudiante en nuestras universidades nacionales es la décima parte de la que reciben quienes estudian en Harvard, aun después de considerar las diferencias de ingreso por habitante entre la Argentina y Estados Unidos.</p>
<p>El desafío es formidable porque, lamentablemente, la brecha educativa entre ricos y pobres no ha dejado de crecer en los últimos años. También aquí hay dos Argentinas. Aunque la escolarización de los que menos tienen ha crecido casi incesantemente en los últimos años, lo ha hecho a un ritmo mucho menor que el nivel educativo de los que más tienen. La educación ha dejado, así, de jugar el papel que tradicionalmente le cupo en la Argentina como factor principal de la integración y la movilidad social.</p>
<p>La tarea que nos espera también es formidable. En educación básica necesitamos, entre otras cosas, universalizar el acceso al preescolar y al nivel medio, una nueva carrera docente basada en la excelencia, la concentración horaria para evitar la figura del <i>profesor taxi</i>, la atención preferencial a las 5.500 escuelas prioritarias a las que asisten las chicas y los chicos con más carencias socioeducativas, posibilitar la autonomía de las escuelas, con directores líderes y proyectos pedagógicos fuertes.</p>
<p>En educación superior, es imperioso asignar los presupuestos universitarios sobre la base de la equidad, la eficiencia y la excelencia, fortalecer a las disciplinas núcleo de todas las carreras, desarrollar nuevos instrumentos de evaluación de la calidad y buscar modos más equitativos de financiamiento universitario. A todo esto ayudará muchísimo el portal de la educación argentina <i>educ</i>.<i>ar</i>, que estará en la Red el próximo 11 de septiembre, y que ayudará a conectar a todas las escuelas y otros centros de enseñanza a la Red.</p>
<p>El gobierno del presidente Fernando de la Rúa está totalmente comprometido con estos objetivos. Ahora nos encontramos en la ardua pero apasionante tarea de formar los consensos necesarios para construir entre todos esa otra Argentina posible, que por ahora soñamos.</p>
<p><i>Juan Llach fue Ministro de Educación.</i></p>
Dos Argentinas
La primera Argentina posible es un país con una democracia madura, mayor integración social e igualdad de oportunidades, menor mortalidad infantil, pleno empleo, estabilidad macroeconómica, crecimiento rápido y desarrollo de una amplia base exportadora centrada en el valor agregado.
Por Juan Llach