La globalización está desafiada por los nuevos vientos proteccionistas. Sin embargo, sigue siendo la fuerza predominante en la dinámica del capitalismo. El número de pobres en relación a la población ha disminuido, aunque es cierto que la distribución del ingreso se ha vuelto más regresiva.
El crecimiento experimentado por las economías asiáticas ha influido en este proceso: se basó en la apertura comercial para favorecer las exportaciones, en elevadas tasas de ahorro interno, en inversiones externas para impulsar la producción y en aumentos de la productividad a partir de una mayor calidad educativa.
Esta experiencia debe ser tenida en cuenta por nuestro país si se pretende alcanzar el estilo de crecimiento de estas economías avanzadas. Es decir, se debe tener presente que sus grandes avances se lograron a partir de una mayor inserción global. Para sacar provecho de esta mayor inserción es necesario orientar la producción a las necesidades que se esperan para el futuro. Actualmente la producción debería orientarse a satisfacer la demanda por bienes de calidad que surgirá de la nueva clase media en ascenso de China e India, entre otros países emergentes. Será esencial a tal fin acumular capital humano para producir con más valor agregado. En este sentido, los commodities deberían ser una plataforma de lanzamiento y no una mera meta de llegada.
La globalización también ha dado lugar a una creciente competencia que ha generado fuertes presiones sobre el mercado laboral. En este contexto los trabajadores menos capacitados sufren la amenaza de quedar excluidos del crecimiento. El diferencial de salarios entre estos y quienes poseen mayor calificación se ha ensanchado. Para combatir esta inequidad, resulta fundamental que los gobiernos fortalezcan sus inversiones en materia de educación.
El fuerte crecimiento de las exportaciones de algunos países en desarrollo y la creciente contratación internacional de servicios ha generado temores en los demás países de ser desplazados del mercado internacional eliminando así una importante fuente de trabajo.
Una visión más optimista, sin embargo, reconocería que el crecimiento de India y China (entre otros países) genera por un lado la oportunidad para otros países de aumentar sus exportaciones y por el otro, al aumentar el nivel de salarios en estos países; permite a las economías de bajos ingresos dedicarse a actividades que requieren poca capacitación. Que el impacto de la globalización sea positivo o negativo dependerá de las medidas tomadas por cada país.
En la región
América Latina es la región con mayores niveles de desigualdad en la distribución del ingreso. La experiencia ha demostrado que el crecimiento no es suficiente para combatir la pobreza. Para ello es de vital importancia que mejore la distribución de capital humano para que los pobres puedan obtener ingresos más elevados y más estables en el tiempo.
Por otra parte, no debe dejar de tenerse en cuenta la perpetuación de la pobreza. La educación tiene la capacidad de reducir parcialmente la vulnerabilidad de estos grupos.
Surge también la necesidad de reformar el sistema educativo. Éste se encuentra organizado de forma verticalista y centralizada a través de un modelo burocrático. El gasto en educación, al tener que sostener una estructura excesiva, pierde efectividad y sobre todo calidad. Dado que las familias con mayores ingresos pueden enviar a sus hijos a escuelas privadas, se acentúan las desigualdades.
Nuevas alternativas apuntan a una mayor descentralización del sistema educativo a través de una fuerte presencia del director y de una mayor presencia de las familias.
Es importante que se siga valorando la relevancia de bajar barreras para favorecer el intercambio comercial de bienes y de servicios. Nuestra región que está en la fase final para aspirar a pasar de renta media a países desarrollados, quizás en 20 años, debe impulsar estos procesos y reafirmarlos desde los bloques de integración regional.
(*) Economista del IAE Business School