En
la celebración del último Día Internacional de
del Envejecimiento de
puso de manifiesto que para 2017 los mayores de 65 años serán más que los
menores de 5 y que para el 2050 una de cada cuatro personas tendrá más de 60
años.
-¿Cómo se afronta una realidad
como esa desde lo previsional, social asistencial y sanitario?
-Paradójicamente,
si bien la primera estrategia debería consistir en destinar presupuesto para
las políticas públicas que permitan sostener estos desafíos, otro organismo internacional, el FMI, ha lanzado este año como lema: los ancianos
como objetivo del ajuste del sistema fiscal mundial.
De este modo,
quiénes trabajaron toda su vida
pasan a la categoría de enemigos de la estabilidad económica: resultan una
carga para la sociedad a cuyo sustento contribuyeron en sus días anteriores. Más aún, la
mayor expectativa de vida alcanzada, es significada por dicho organismo como el
¨Riesgo de longevidad¨. En
efecto, según el FMI es “esencial” permitir que la edad de
jubilación aumente tanto como la longevidad esperada, a causa del riesgo
financiero que supone el envejecimiento de la población. El organismo multilateral apunta a que los gobiernos deberían imponer la
medida: ¨Si no es posible incrementar las contribuciones o subir la edad de
jubilación, posiblemente haya que recortar las prestaciones“.
-Serían
considerados como en “La guerra del cerdoâ€, la novela de Bioy Casares…
–En este contexto político–económico, lo que debería ser
una conquista de la humanidad y la concreción del deseo de larga y fecunda
vida, se va transformando en un problema. Uno de cuyos
efectos dramáticos es el suicidio de jubilados en diversos países europeos, de
lo cual no estuvimos exentos en similares circunstancias. Desde nuestra prospectiva
gerontológica, si no hacemos nada, también estaremos construyendo nuestro
futuro, esta vez por inacción.
– ¿Tiene
conciencia la generación activa de hoy, principalmente nuestra clase dirigente,
del futuro demográfico en cuestión como para hacer algo al respecto?
-Más
allá de estas presiones globales, nuestra clase dirigente demuestra, en áreas
de salud y de desarrollo social, tener conciencia de este futuro demográfico,
pero en su mayor parte esto se trasunta en acciones más que nada declamatorias:
es escaso el presupuesto, cuando no inexistente, que se destina a contener los
requerimientos que no solo se avecinan, sino que ya son hoy un hecho,
especialmente en nuestro país, uno de los más envejecidos de la región.
Si
bien se habla acerca de la necesidad de contar con programas adecuados desde
las políticas públicas o desde la iniciativa social, la inmensa mayoría de las
personas que los necesitan reciben los cuidados a través del sistema informal
de atención y, dentro de éste, de la familia, con un peso abrumador sobre las
mujeres, que siguen siendo las cuidadoras principales. Las políticas públicas
dan por supuesto que las familias deben asumir la provisión de los cuidados.
– ¿Están
preparadas actualmente las familias para afrontar los cambios?
-Al tiempo que se incrementa el porcentaje de
personas mayores de 80 años, creciendo así de manera exponencial la demanda de
cuidados, disminuye la posibilidad real de atenderlos dentro del contexto
familiar, debido a la caída de la fecundidad (menos hijas e hijos por cada
persona mayor) y a la progresiva incorporación de las mujeres al mundo del
trabajo. En
un futuro muchas menos mujeres tendrán que cuidar a muchos más ancianos.
Por
otra parte, está ampliamente demostrado que
cuidar a una persona mayor, sobre todo si tiene enfermedades o trastornos cuya
atención es compleja (demencias, por ejemplo), exige contar con conocimientos
adecuados para hacerlo de manera correcta. No sólo eso, sino que también se
requiere entrenamiento en habilidades para el autocuidado (“cuidar al
cuidador/aâ€). Es que están muy estudiados los
efectos negativos que el hecho de cuidar comporta para los familiares:
sobre su propia salud, sobre su vida
afectiva y vincular, en su desempeño laboral.
-¿Cómo
sería eso de cuidar al cuidador?
-A la hora de diseñar programas de intervención, se
deberían tener en cuenta los requerimientos de la población cuidadora y disponer
servicios de soporte para complementar el esfuerzo familiar, priorizando los
servicios que permiten a las personas permanecer en su domicilio y en su
entorno, mediante una planificación individualizada de los casos: ayudas
técnicas, intervenciones en la vivienda, ayuda a domicilio, centros de día,
programas de formación y de apoyo a familiares.
Se
debe considerar además, que 20% de la población cuidadora de ancianos tiene más
de 65 años. Se trata muchas veces de personas muy mayores que se ven forzadas a
asumir una carga desmedida para sus posibilidades reales. También hay casos en
los que la calidad de los cuidados realizados por las familias no está
garantizada e, incluso, se detectan malos tratos debidos, unas veces, a las
malas relaciones familiares preexistentes y, otras, al estrés y sobrecarga del
cuidador.
-¿Usted habla de
educarlos?
-Debemos
tomar en cuenta que las necesidades de cuidados prolongados que tienen las
personas mayores son, en ocasiones, de gran complejidad. Para desarrollarlos de
manera correcta, es preciso contar con formación suficiente y hacerlo bajo la
supervisión y con el apoyo de profesionales adecuados. Esto
nos lleva a cuestionar, no sólo el presupuesto que se destina a la atención de
la salud de esta franja poblacional, sino también el presupuesto que se destina
a programas educativos.
-¿Cómo encaran
la preparación para el envejecimiento es transversal a todos los niveles
educativos, desde la niñez, hasta la vejez, pasando por la formación de
técnicos y profesionales?
-A
partir del Censo 2001, en el que notábamos la perspectiva del envejecimiento
poblacional como consecuencia de la disminución de la fecundidad y del incremento de la longevidad y previendo
que la franja etárea que más crecería sería la de 80 y más, dimos inicio en
del Envejecimiento de
además de la formación de cuidadores y geriatras, al dictado de carreras
novedosas a escala mundial: de grado (Licenciatura en Gerontología) y de
posgrado: Especialización y Maestría en Psicogerontología.
La
perspectiva era que para el 2015 esa franja crecería 62.25 %, lo cual se ve ampliamente
confirmado en la actualidad. Si en ese momento concebíamos nuestras carreras
como carreras de futuro, hoy en día ya se transformaron en carreras de
requerimiento presente. Es que no sólo hay que preparar profesionales para
atender a esa franja etárea, sino que también es imperioso que incorporen el
enfoque preventivo para ayudar a la gente, desde edades jóvenes, a prepararse
para esa perspectiva de vida longeva, a fin de que el proceso transcurra de un
modo óptimo.
-¿La longevidad
requiere inversiones en capacitación más especializada para prever y acompañar?
-Además de requerirse capacitación para coordinar
programas y talleres en hospitales, centros de salud, hogares de día y centros
universitarios y comunitarios de todo tipo, hay otras situaciones que, a medida
que avanza la edad y por el grado de dependencia que implican, amplían la
demanda de personal formado.
Desde la dirección de una residencia geriátrica
hasta la supervisión de los cuidadores, pasando por la creación de nuevos
modelos de atención y el asesoramiento a los familiares, se requiere de
profesionales con visión interdisciplinaria. Estos programas cuentan con un
desarrollo incipiente en el plano estatal y privado, pero es mucho más lo que
se requiere, así como destinar presupuesto a incorporar profesionales expertos
en estos temas. Una sociedad previsora debe prepararse para dar cumplimiento a
los diversos roles que se deben desempeñar en la atención al fenómeno del
estallido de la longevidad.