Conjunción entre ciencia e industria

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Crece la relevancia del desarrollo científico y tecnológico como herramienta de cambio social. En el área de salud, como se hace en el Primer Mundo, el Estado propició que las instituciones académicas, que son las mayores generadoras del conocimiento, y las empresas, que son responsables de hacerlo llegar al mercado, compartan proyectos de nivel internacional.

Por Osvaldo L. Podhajcer (*)

La ciencia es importante para todas las naciones, en especial para aquellas en las cuales sus economías están en vías de desarrollo, porque permite generar conocimientos que pueden ser trasladados a la población. 
Es indudable la relevancia de la formación de personal técnico capacitado para el manejo de tecnología que otros han generado. Sin embargo, limitar el apoyo solo a ese aspecto (como en algún momento sorprendió con sus declaraciones un ministro de Economía, al cual la ciencia no le parecía apropiada para la Argentina) implica inevitablemente la pérdida de un valor de enorme significación cual es el desarrollo de conocimiento y tecnologías en beneficio del país: en una primera etapa se genera y en la segunda, se transforma en cosas tangibles en beneficio de la sociedad de la que uno forma parte.
La Argentina tiene una fuerte tradición agropecuaria y obviamente eso ha impulsado un gran desarrollo tecnológico innovador en el sector. 
Lo mismo se puede decir del sector nuclear con fines pacíficos. En el ámbito de la salud humana, que es el espacio del cual soy parte, existen otro tipo de condiciones específicas del sector que hacen que el conocimiento que se genera sea relevante a escala global. Sin embargo, sí hubo particularidades en su desarrollo en la Argentina; la comunidad científica iba por un camino y el empresariado, en paralelo, por otro: ambos crecían pero sin acercamiento. Lo que cambió en los últimos años, y en esto creo que todos los científicos (al igual que los industriales) coincidiremos, fue la fuerte decisión política, y en mi opinión estratégica del Gobierno, de impulsar el desarrollo científico y tecnológico como una prioridad de Estado. 
No solo potenciando la generación de conocimiento innovador, ya una premisa histórica de la Argentina (avalada por tres premios Nobel), sino que por primera vez el Estado buscó la conjunción público-privada, es decir, hacer coincidir en proyectos conjuntos a las instituciones académicas, que son las mayores generadoras del conocimiento, junto a las empresas que son responsables de que ese conocimiento llegue al mercado. Algo inédito en la Argentina pero muy común en las economías del Primer Mundo. En los últimos tres a cuatro años se creció muchísimo en todas las áreas en esa conjunción academia-empresa, no únicamente, pero sí en particular en el ámbito de la salud.

Mesa de expertos 
Los lineamientos generales de esta política están contenidos en el Plan Nacional de Ciencia y Tecnología “Argentina Innovadora 2020”. Tuve la gran responsabilidad de coordinar una mesa de expertos en el área de la salud conformada por representantes del Ministerio de Salud, miembros de la comunidad científica, representantes de universidades, de farmacéuticas nacionales y multinacionales, de cámaras farmacéuticas, que trabajó en identificar lo que el ministerio denominó núcleos socioproductivos estratégicos (NSPE), que resultaron de cruzar las prioridades del sector con las tecnologías de propósito general, como las nanotecnología, biotecnología y tecnología de la información y las comunicaciones representadas por expertos que participaron de los encuentros. Este proceso adquirió un aspecto federal al incorporarse representantes de las provincias. 
Fue de suma importancia para todos confirmar que este proceso, que se inició con las Mesas en el segundo semestre de 2011, se está ejecutando. Uno de los NSPE había sido la creación de plataformas tecnológicas de última generación (de costos muy altos), necesarias tanto para la comunidad científica como para la industria farmacéutica en general, hospitales, empresas del sector agro­industrial y otros. 
Al día de hoy se están instalando plataformas que permiten secuenciar genomas para su uso en predicción de enfermedades, respuestas a fármacos, mejoramiento de plantas o semillas; podemos estudiar estructuras de proteínas que permiten diseñar medicamentos a medida; plataformas de alto rendimiento para analizar decenas de miles de medicamentos en poco tiempo y otros. Otro aspecto que surgió de estas mesas era el hecho de que ciertos fármacos que necesitaban los enfermos de Chagas se habían dejado de producir. Entonces, desde el ministerio se promovió un consorcio para producirlos localmente.

 

Masa crítica
El nivel con el que se está trabajando en el país en ciencia relacionada con la salud humana es excelente. Tanto mi visión como la de mis colaboradores extranjeros son coincidentes en ese sentido. Muchos argentinos han tenido o tienen posiciones importantes en instituciones de Estados Unidos y Europa. La diferencia esencial –más allá de que los presupuestos en valores absolutos sean muy diferentes y de la crisis actual que atraviesan esos países–, pasa por la masa crítica, que para que crezca en nuestro país es imprescindible que se sostenga una inversión en I+D+i (investigación + desarrollo + innovación). 
Debemos lograr masa crítica en áreas de enorme relevancia a escala mundial como genómica, células madres, diseño racional de fármacos, y otros donde lamentablemente es poca todavía la gente con el “expertise” necesario en nuestro país. Seguramente, y en la medida en que estas políticas continúen, esta masa crítica irá creciendo. 
Existe un dato adicional del cambio que se está gestando en el Sistema Científico Argentino. La mayor parte de los que lo integramos somos miembros del Consejo Nacional de Investigación Científico y Técnico (Conicet). Históricamente, el Conicet consideraba, a los efectos de la evaluación de los científicos, únicamente sus publicaciones en revistas de la especialidad. A partir de este año, y este es un hito histórico promovido desde el ministerio, se empieza a considerar también el tema de patentes generadas por los científicos a partir de sus investigaciones.
Pasa a tener tanta relevancia una patente otorgada como una publicación en una revista de primer nivel. Es decir que el máximo organismo que nuclea a los científicos argentinos (que depende del ministerio) ha tomado la decisión de otorgarle valor a la aplicación del conocimiento. 
La existencia de una patente no siempre implica que del otro lado aparezca automáticamente una empresa interesada en llevar adelante el proyecto, en parte porque en el área de los desarrollos en salud humana los tiempos son relativamente largos; pero se ha generado una herramienta imprescindible como para que un industrial se sienta interesado en el posible desarrollo de un producto a partir de la protección del conocimiento generado a través de patentes. Y le permite al científico dedicación, cosa que en el pasado no era posible por el tiempo que demanda y el hecho de que esta dedicación no era considerada por Conicet.

Cambio global
El contexto geopolítico mundial está cambiando. Se están perdiendo las hegemonías históricas y crecen varios polos de influencia (o confluencia) a escala global (China, India) y regional (Unión Europea, Mercosur, Unasur). Si bien la ciencia no está al margen de esta nueva visión, todavía en nuestro ámbito, como en quizás otras disciplinas, el liderazgo a escala mundial sigue estando en Estados Unidos, ya que de allí proviene la mayor parte de la generación de conocimiento (mensurable en términos de porcentaje de PBI dedicado a la ciencia, publicaciones y patentes por ciudadanos, etc.). 
Lo que permite que Estados Unidos sea aún hoy una potencia en generación de conocimiento y patentes. La llamada ley Bay-Dohle abrió a las universidades beneficiarias de fondos federales la posibilidad de patentar invenciones y licenciar a empresas. A partir del patentamiento de las invenciones se genera la necesidad inmediata de vinculación tecnológica con la industria. Solo a fines de los 90, los países de Europa, especialmente Alemania, Gran Bretaña, Francia y algunos de Asia como Japón, comienzan a promover a nivel académico el impulso a la protección de la propiedad intelectual. 
En términos de innovación no es tan fácil romper esa hegemonía, pero para intentarlo hay que aplicar políticas de estímulo al patentamiento, que no es más que proteger el conocimiento generado en beneficio de nuestra sociedad. 
Esto de ninguna manera se contrapone con el estímulo a la generación de conocimiento universal, la “raison de etre” de la ciencia. Las patentes permiten preservar ese conocimiento y su potencial aplicación. La ley Bay-Dohle tuvo un gran impacto a escala mundial en salud, promoviendo políticas similares en otras partes del mundo. En otras áreas existe un desarrollo muy importante como India, un centro de relevancia a escala mundial en informática, lo que demuestra que los polos de hegemonía están cambiando. Ya los famosos tigres asiáticos vinieron aplicando una fuerte política de desarrollo tecnológico y desde hace varios años generan estímulos muy fuertes a la I+D+i, sobre todo Corea del Sur y Singapur.

Desarrollos público-privados 
El modelo argentino parece estar afianzándose en un sistema híbrido (o heterodoxo parafraseando a los economistas) entre las experiencias de Estados Unidos y Europa, por un lado, y las de los países asiáticos. Noto una fuerte apuesta a la innovación científica- tecnológica con una visión de mediano y largo plazo y una política de más cercano plazo tendiente a la sustitución de importaciones, por ejemplo de medicamentos, promoviendo desarrollos público-privados locales o regionales. 
En este sentido cobran relevancia los proyectos conjuntos en el área de la salud con Brasil. Toda innovación en el área de la salud humana debe ponerse en el contexto de la nueva ley de medicamentos que entró en vigencia en nuestro país con el nuevo milenio, la cual permite proteger la innovación, y seguramente impulsa a las empresas nacionales a promover la investigación intramuros y a buscar asociaciones naturales con los generadores de conocimiento, las instituciones académicas. 
Otro aspecto interesante del cambio global, que evidencia que en nuestro país se están haciendo las cosas en la dirección correcta, es que las farmacéuticas multinacionales comienzan a observar qué se hace en ciencia en nuestra región. Por ejemplo, una de las farmacéuticas acordó con autoridades de la Argentina y Brasil el apoyo conjunto para ofrecer subsidios a la investigación. 
Lo interesante es que no son (como uno supondría) subsidios para investigación aplicada, sino que en la mayoría de los casos terminan apoyando proyectos que tienen que ver con problemas endémicos de nuestros países, como por ejemplo, Chagas, dengue, Leshmaniasis, etc. Este programa ha sido tan exitoso que después de Brasil y la Argentina se aplica en África. Es un cambio de paradigma muy importante.

Conciencia ciudadana
En líneas generales, el ciudadano muestra un mayor interés en la investigación científica como motor de cambio, percibe el impulso que el Gobierno le da, la repercusión de descubrimientos científicos en los medios audiovisuales y gráficos, la existencia de un ministerio, –también de Tecnópolis–; pero creo que aún falta para que perciba realmente que el apoyo a la ciencia puede generar cambios que se traduzcan en beneficios para la población. Supongo que esto tiene que ver con que preocupan las cosas del día a día y que están reflejadas habitualmente en los titulares de medios. Y los progresos de la ciencia deben ser vistos en perspectiva. 
En el ámbito de la salud humana, desde el inicio de un proyecto de investigación hasta que eventualmente esa idea pueda transformarse en un producto en la farmacia, pasan entre 10 y 12 años, que muchas veces se reducen a través de acuerdos previos de licencia de usos o desarrollos. Con la salvedad de las empresas (farmacéuticas y biotecnológicas) que sí lo hacen en nuestro país (que no son muchas) estas apuestas de alto riesgo, a diferencia de lo que uno observa en países desarrollados, no son frecuentes en el ámbito empresarial. 
En la comunidad científica sí se percibe un cambio importante que se está dando paulatinamente en muchas universidades e instituciones científicas. Históricamente el concepto predominante fue el de generar conocimientos universales, sin que se considerara la posibilidad de la aplicación de estos o su protección en forma de patentes. Hoy, cada vez más estudiantes que están haciendo doctorados piensan en encarar emprendimientos tecnológicos, lo cual debe generar satisfacción.

(*) Osvaldo Podhajcer es director del Laboratorio de Terapia Molecular y Celular del Instituto Leloir e investigador principal de Conicet.

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