<p>De hecho, los variopintos movimientos opositores tan súbitos como fuertes (fatales para Zin ben Alí, Hosni Mubarak o Muhammar Ghadafi) dejan al margen dos puntales del credo sostenido por Osama bin Laden y Aimán az-Zawahirí. A saber, violencia gratuita y fundamentalismo. <br /> <br /> Los jóvenes manifestantes a lo largo del arco rebelde –desde Marruecos hasta el golfo Pérsico- apelan a la fuerza en forma defensiva, predican democracia o reformas y ponen el Islam en segundo, tercer plano. Lo contrario de la sunní al-Qaeda o los aya tollas shiítas. Tanto para esos dos sectores como para una política internacional estadounidense atada a amenazas nunca cristalizadas, estas revoluciones (y su uso de redes sociales) plantean dilemas.<br /> <br /> ¿Acabarán las redes terroristas sumiéndose en la irrelevancia? ¿O encontrarán maneras de explotar el caos (Bahrein), la guerra civil (Libia) o las inevitables desilusiones que producen las revoluciones cuando no deparan los resultados que se esperan al principio? Una mayoría de especialistas en Levante afirma que los actuales acontecimientos son un desastre sin atenuantes para al-Qaeda (y los pasdarán iraníes). Los corifeos de la jihad se han reducido a meros espectadores, mientras las juventudes musulmanas escriben una historia que excluye al terrorismo.<br /> <br /> “Por ahora, al menos –señala Paul Pillar, ex experto de la CIA en la región-, el panorama para bin Laden es desalentador. Los contextos abiertos, fluidos o democráticos son letales para estas organizaciones. Cuanto más pacíficos sean los canales que la gente elija para expresarse y protestar, habrá menos proclividad a la violencia”<br /> <br /> Si la conducción terrorista pretendía aprovechar el momento, “ha tenido reacciones lentas, fuera de lugar. Bin Laden optó por el silencio, en tanto su ladero egipcio az-Zawahirí difundía tres declaraciones confusas desde el reducto en la faja fronteriza Afganistán-Pakistán”. Ni siquiera mencionó la caída de Mubarak, que lo hizo torturar en los 90.</p>
<p>“Liquidar al autócrata fue casi una obsesión durante veinte años”, recuerda Brian Fishman, experto de la New American Foundation. “Ahora, un movimiento no violento, no religioso y prodemocrático la manda al exilio interno en un par de semanas”. Por supuesto, estos analistas no advierten que, junto con al-Qaeda o Irán, han quedado malparadas la CIA y otras agencias que mantienen a tantos analistas adictos.<br />
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Naturalmente, las “revoluciones árabes” continúan siendo procesos en marcha. Lo muestran la tozudez de Ghadafi, su colega yemenita Alí Abdullá Saleh, el sultán de Omán (Qabbús as-Saíd) y las desprolijidades en Túnez. Pero, por sobre todo –subraya Steven Simon (NAF)-, la actual escena musulmana representa una derrota estratégica para el concepto mismo de guerra santa. Como sucedía o sucede bajo autócratas laicos estilo libio, sirio, egipcio, tunecino, iraquí o argelino, la religión viene en declive y los nuevos rebeldes profundizan ese sesgo”.</p>
<p>Pero quienes tratan de mantener en vigencia el espectro fundamentalista no se quedan quietos. Así, Michael Scheuer –jefe en los 90 de la división al Qaeda, CIA- sostiene que el entusiasmo revolucionario no descarta brotes terroristas. A su juicio, “muchos especialistas occidentales se equivocan al cifrarlos</p>