<p>Ya este año y por vez primera desde los años 30, las economías centrales se contraerán en términos de producto bruto interno. En algunos sentidos, la crisis es internacional pero –pese al optimismo de Gary Becker- no existen remedios en esa escala. Joseph Stiglitz (Nobel 2001) o Paul Krugman (2008) lo temen así.</p>
<p>El primer problema es frenar la espiral descendente y reimpulsar las economías golpeadas. Durante colapsos como el de bienes raíces japoneses (1991, aun no resuelto) o la crisis cambiaria iniciada en el sudeste asiático (1997/8, que golpeó a Rusia, Turquía, Argentina, etc.), el crecimiento de Occidente permitió una recuperación bastante veloz.</p>
<p>Pero, ahora, la difusión de derivativos, surgidos en 1971 al desaparecer la convertibilidad oro/dólar- y una extrema desregulación (países periféricos en los 90, luego Gran Bretaña, Irlanda, Islandia, Europa oriental) multiplicaron riesgos sistémicos graves. Según el Banco Asiático de Desarrollo, por ejemplo, la contracción de activos financieros globales llegó a US$ 50 billones (millones de millones) en 2008, vale decir el PB mundial del mismo año.</p>
<p>Si bien la banca en casi toda Asia había eludido los instrumentos especulativos creados por la codicia anglosajona, sus economías dependen bastante de exportaciones a Occidente. Los bancos centrales de China, Japón, Surcorea y Formosa financian a un Estados Unidos adicto al endeudamiento por falta de ahorro interno.</p>
<p>Por eso, Washington, apoyado por el sindicalismo mundial, volverá a pedir este mes al grupo de los 20 elevar gastos y déficit. Cuanto más coordinada sea la respuesta, mayores serán los estímulos en juego y menor peligro habrá de recaer en soluciones nacionales o excluyentes. Por ejemplo, el “grupo de dos” conformado a fin de julio por China y EE.UU.</p>
<p>A la sazón, el Fondo Monetario Internacional ha propuesto destinar 2% de cada PBI a planes de estímulo. Pero, hasta mediados de año, las economías prósperas han asignado en promedio apenas 1,3%, menos que las emergentes, señala un estudio de la Organización Internacional de Trabajo.</p>
<p>Barack Obama conminó a triplicar el capital del FMI. Sin embargo, su burocracia técnica insiste en imponer condiciones que actúan como contraestímulos. Entre ellas, recortes presupuestarios y salariales, despidos, menor gasto social y alza de tasas, similares a las que desataron la violencia en Indonesia (1997/2000). El organismo debe desprenderse de equipos vinculados a la gran banca privada. Lo mismo vale para el Banco Mundial.</p>
<p>Nada funcionará bien si el sector financiero norteamericano no se pone en orden. El plan de subsidios fiscales funciona, pero con lentitud. No obstante, aun si estímulos más consistentes y banca saneada superasen la recesión, la crisis ya cumplió su obra. Demostró que el modelo anglosajón de capitalismo (basado en el monetarismo neoclásico de Milton Friedman) está agotado.</p>
<p>“Se vino abajo otro dios trivial”, sostuvo el <em>Financial Times</em>, aludiendo al neoconservadurismo promovido denodadamente por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los años 80. Ahora, alguien como Jack Welch (ex presidente ejecutivo de General Electric) reniega de una frase suya –“las empresas deben dedicarse promover dividendos para los accionistas”- y la califica como “la más idiota del mundo”. El sistema partía de una falacia: “los mercado libres son siempre eficientes y racionales” (Friedman, Robert Lucas). Este mito se hizo trizas con las economías que mandó a pique. </p> <p>Aparte de detener una licuación mayor de activos, el mundo (no sólo el grupo de los 20) deberá replantear el capitalismo. A diferencia de los años 30, cuando existían alternativas socialistas, comunistas o macrocíclicas, en la actualidad faltan opciones tan fuertes. El negocio financiero ha ido eliminando debates y cooptando académicos. </p> <p>A la izquierda, surge empero una especie de “neokeynesianismo verde”. Como las propuestas del inglés John Maynard lord Keynes (18831946) o del Nobel 1982 John Tobin (1910/2000), la nueva iniciativa requiere mayor regulación –y tributación- internacionales sobre operaciones financieras, severo control de multinacionales y un desarrollo ambientalmente equilibrado, incluyendo derechos laborales. </p> <p>Esta clase de propuestas abarca coordinación entre estrategias nacionales o regionales. Los acuerdos de Bretton Woods (1944), obra de Keynes, produjeron casi treinta años de crecimiento socioeconómico. Esto acaba cuando, en enero de 1971, EE.UU, abandona la convertibilidad oro-dólar y cede ante las presiones para desregular los mercados. Poco después, estallan dos crisis petroleras (1973/4, 1979/81). </p> <p>El modelo se cayó y debieran darse tres pasos para reconstruir el mundo: regular en serio los mercados financieros, corregir desequilibrios (económicos, sociales, ambientales) y armonizar políticas macro. En 2008 y 2009, varias cumbres del G-20 –la próxima es el 25 de septiembre- insisten en un nuevo marco mundial. Por ejemplo, urge disciplinar paraísos fiscales, derivados y fondos especulativos. </p> <p>Sin duda, ese tipo de esquemas será arduo de aplicar mundialmente. Un hombre de Harvard, Daniel Rodrik, estima factible combinar una modesta regulación global con legislaciones locales enérgicas. Los países grandes no cederían soberanía. Cualquier omnirregulador podría equivocarse tanto como ha venido haciéndolo desde 1971.</p>