sábado, 28 de diciembre de 2024

Gazprom, punta de lanza para el neoimperialismo ruso

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Vladyímir Putin sigue construyendo una especie de “unión soviética”, pero económica y mayor que la original. Más sagaz que Estados Unidos o la OTAN, su arma no son ojivas nucleares, sino hidrocarburos. Mientras le duren.

Por supuesto, el monopolio estatal Gazprom es clave en esos planes, especialmente su proyección al oeste de la frontera byelorrusa-ucraniana. Días atrás, la compleja estrategia moscovita dio otro paso en esa dirección: el proyecto conjunto entre su empresa y el itálico Ente nazionale idrocarburi (ENI).

Se trata de un gasoducto troncal que cruzará el centro sur de Europa y, claro, aumentará el control directo de Gazprom sobre el abasto de fluido a una región que, en realidad, nunca fue un continente sino la mayor península eurasiática. El mapa lo confirma: Asia atraviesa los Urales y desemboca en la línea Tallinn-Odyessa.

En esta oportunidad, los gobiernos de Moscú y Roma subscribieron, junto con ambas compañías –más sagaz que la Argentina de los 90, Italia conserva ”empresas testigos” en sectores claves-, el compromiso para tender un gasoducto de 900 kilómetros capaz de transportar hasta 30.000 millones de m3 anuales atravesando, primero, el mar Negro. Una vez cumplidas exigencias regulatorias, las obras comenzarán en 2008.

Sin duda, el convenio presupone serias implicancias para la Unión Europea. Bruselas tiene urgencia en hallar fuentes adicionales de gas natural. Su curva de demanda es preocupante: hacia 2015, la zona –para el caso, incluye Suiza- precisará alrededor de 220.000 millones de m3 anuales. Eso representa 60% por encima de las importaciones en 2006.

Ubicar esos insumos y tender ductos es un doble desafío, que aumenta en virtud de la feroz competencia mundial alrededor de hidrocarburos. Una enorme fuente potencial, Saudiarabia y los emiratos que controla en la península, queda por detrás del conjunto Siberia-Cáucaso-Asia central. Pero, en ciertos aspectos, Riyadh es casi tan “estatista” como Moscú. Además, en lo geopolítico Estados Unidos ya no lo cuenta entre sus fieles aliados (papel que, el Levante, sólo cumplen hoy los pequeños Israel, Kuweit y Jordania.

Los dirigentes de la UE afrontan un feo dilema político, cifrado en la creciente dependencia de Rusia para el futuro abastecimiento gasífero. El año pasado, esa fuente cubría ya 25% del consumo occidental. Por otra parte, la estructura y la mecánica de Gazprom se oponen totalmente a la filosofía libremercadista –bastante ajada, como se ve- de Bruselas o Londres (plaza de futuros petroleros, pero sólo crudos nórdicos en extinción). Como se sabe, Gazprom vende a mayoristas y empresas termoeléctricas, que luego revenden a usuarios locales. No obstante, hace algunos meses empezó a sondear la demanda al detalle, por intermedio de su máximo gestor de negocios externos, el ex canciller alemán Gerhard Schröder.

Los políticos conservadores de la UE y sus correligionarios en la comisión europea tienen motivos para desvelarse. Si, aparte del sistema mayorista, Gazprom controlase el minorista, su control efectivo del mercado occidental sería intolerable para las normas y los ideólogos de Bruselas. No escapa a nadie la carga geopolíca del asunto. Pocos creen, verbigracia, que la holandesa Neelie Kroes -comisaria de competencia- logre obligar a Gazprom a acatar la derregulación en energia y combustibles que empieza este julio en la UE.

Amén de que el ambicioso esquema ya ha generado “brotes nacionalistas” en España, Francia, Italia y Polonia. No parece fácil que los rusos se allanen a revender activos en la región. Tampoco será fácil que Italia deje de tener “compañías testigos”, aunque algunos empresarios peninsulares –tras haberlas aprovechado durante decenios- las combatan en Latinoamérica. Aparte, la UE no es homogénea. Verbigracia, Francia se desentiende de esos problemas pues depende mayormente de usinas nucleares.

Mientras ENI se declaraba socia estratégica de Gazprom (ante el silencio de Luca Cordero Montezemolo, dirigente empresario con aspiraciones políticas “a lo argentino”), British Petroleum era forzada a vender su parte en un enorme yacimiento gasífero siberiano, Kovytka. A Gazprom, claro. Hace seis meses, Royal Dutch/Shell perdió el manejo de otro gigantesco proyecto, Sajalin 2, orientado a su vecino inmediatamente al sur, Japón (que no movió un dedo para defender a la angloholandesa). Ahora, la experiencia oriental pasa al oeste e, irónicamente, lleve nombre en inglés: “south stream”, corriente del sur.

Por supuesto, el monopolio estatal Gazprom es clave en esos planes, especialmente su proyección al oeste de la frontera byelorrusa-ucraniana. Días atrás, la compleja estrategia moscovita dio otro paso en esa dirección: el proyecto conjunto entre su empresa y el itálico Ente nazionale idrocarburi (ENI).

Se trata de un gasoducto troncal que cruzará el centro sur de Europa y, claro, aumentará el control directo de Gazprom sobre el abasto de fluido a una región que, en realidad, nunca fue un continente sino la mayor península eurasiática. El mapa lo confirma: Asia atraviesa los Urales y desemboca en la línea Tallinn-Odyessa.

En esta oportunidad, los gobiernos de Moscú y Roma subscribieron, junto con ambas compañías –más sagaz que la Argentina de los 90, Italia conserva ”empresas testigos” en sectores claves-, el compromiso para tender un gasoducto de 900 kilómetros capaz de transportar hasta 30.000 millones de m3 anuales atravesando, primero, el mar Negro. Una vez cumplidas exigencias regulatorias, las obras comenzarán en 2008.

Sin duda, el convenio presupone serias implicancias para la Unión Europea. Bruselas tiene urgencia en hallar fuentes adicionales de gas natural. Su curva de demanda es preocupante: hacia 2015, la zona –para el caso, incluye Suiza- precisará alrededor de 220.000 millones de m3 anuales. Eso representa 60% por encima de las importaciones en 2006.

Ubicar esos insumos y tender ductos es un doble desafío, que aumenta en virtud de la feroz competencia mundial alrededor de hidrocarburos. Una enorme fuente potencial, Saudiarabia y los emiratos que controla en la península, queda por detrás del conjunto Siberia-Cáucaso-Asia central. Pero, en ciertos aspectos, Riyadh es casi tan “estatista” como Moscú. Además, en lo geopolítico Estados Unidos ya no lo cuenta entre sus fieles aliados (papel que, el Levante, sólo cumplen hoy los pequeños Israel, Kuweit y Jordania.

Los dirigentes de la UE afrontan un feo dilema político, cifrado en la creciente dependencia de Rusia para el futuro abastecimiento gasífero. El año pasado, esa fuente cubría ya 25% del consumo occidental. Por otra parte, la estructura y la mecánica de Gazprom se oponen totalmente a la filosofía libremercadista –bastante ajada, como se ve- de Bruselas o Londres (plaza de futuros petroleros, pero sólo crudos nórdicos en extinción). Como se sabe, Gazprom vende a mayoristas y empresas termoeléctricas, que luego revenden a usuarios locales. No obstante, hace algunos meses empezó a sondear la demanda al detalle, por intermedio de su máximo gestor de negocios externos, el ex canciller alemán Gerhard Schröder.

Los políticos conservadores de la UE y sus correligionarios en la comisión europea tienen motivos para desvelarse. Si, aparte del sistema mayorista, Gazprom controlase el minorista, su control efectivo del mercado occidental sería intolerable para las normas y los ideólogos de Bruselas. No escapa a nadie la carga geopolíca del asunto. Pocos creen, verbigracia, que la holandesa Neelie Kroes -comisaria de competencia- logre obligar a Gazprom a acatar la derregulación en energia y combustibles que empieza este julio en la UE.

Amén de que el ambicioso esquema ya ha generado “brotes nacionalistas” en España, Francia, Italia y Polonia. No parece fácil que los rusos se allanen a revender activos en la región. Tampoco será fácil que Italia deje de tener “compañías testigos”, aunque algunos empresarios peninsulares –tras haberlas aprovechado durante decenios- las combatan en Latinoamérica. Aparte, la UE no es homogénea. Verbigracia, Francia se desentiende de esos problemas pues depende mayormente de usinas nucleares.

Mientras ENI se declaraba socia estratégica de Gazprom (ante el silencio de Luca Cordero Montezemolo, dirigente empresario con aspiraciones políticas “a lo argentino”), British Petroleum era forzada a vender su parte en un enorme yacimiento gasífero siberiano, Kovytka. A Gazprom, claro. Hace seis meses, Royal Dutch/Shell perdió el manejo de otro gigantesco proyecto, Sajalin 2, orientado a su vecino inmediatamente al sur, Japón (que no movió un dedo para defender a la angloholandesa). Ahora, la experiencia oriental pasa al oeste e, irónicamente, lleve nombre en inglés: “south stream”, corriente del sur.

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