viernes, 22 de noviembre de 2024

Futuro de la industria farmacéutica argentina

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Más allá de la pasión por el fútbol y el amor por Messi, la Argentina es uno de los pocos países en donde la industria farmacéutica nacional supera ampliamente a la multinacional. Los científicos argentinos se destacan por sus logros de alto impacto para toda la humanidad.

Por Eduardo Spitzer (*)

 

Tres Premios Nobel en ciencias nos hablan de un merecido reconocimiento.

Los factores que explican este fenómeno son múltiples, pero seguramente todo comenzó con una fuerte inmigración calificada a principios de los años 40 que permitió generar una masa crítica inicial en ciencias duras, y continuó a partir del desarrollo de un robusto sistema de salud,  la inversión privada, un ambiente competitivo, una oferta académica única en Latinoamérica y el ingenio criollo.

La evolución de la ciencia nos ha permitido desarrollar las llamadas terapias biológicas o medicamentos biotecnológicos. Estas moléculas, que datan de principios de los años 80, han cambiado el curso de una gran cantidad de enfermedades y, sin darnos cuenta, se han introducido en la vida cotidiana de pacientes que sufren diabetes, artritis reumatoidea, falla renal crónica, esclerosis múltiple, hepatitis, infertilidad, lupus, cáncer y una gran cantidad de patologías que antes no poseían tratamiento.

Los medicamentos tradicionales son fabricados mediante procesos de síntesis químicas y poseen estructuras químicas simples. En cambio, los medicamentos biotecnológicos son fabricados utilizando microorganismos tales como bacterias, levaduras, o células de mamífero, a los cuales se les re-programa su código genético (ADN) y se les introducen instrucciones  para  producir moléculas terapéuticas a escala industrial.  El éxito de esta tecnología fue tal que en la última década se han introducido al mercado más de 80 moléculas terapéuticas que se suman a las más de 200 ya existentes a escala global.

Las estrellas del segmento son los  “anticuerpos monoclonales”. Se trata de productos farmacéuticos muy parecidos a los anticuerpos producidos por nuestro sistema inmunológico, pero diseñados en el laboratorio específicamente para que actúen sobre blancos moleculares presentes en la patología a tratar. Estamos hablando de moléculas que  tienen un costo en tratamientos crónicos de hasta $ 200.000 mensuales y son el  “Gold Standard” en oncología, reumatología y otras enfermedades de alto impacto.

Su complejidad estructural, así como los procesos de fabricación y control, hacen que lamentablemente estas moléculas tengan un costo muy elevado: entre 30 y 60 veces el costo de un fármaco tradicional. La situación se agrava aún más debido a la existencia de patentes que lejos de estimular la competencia sostienen en el tiempo precios altísimos que los sistemas de salud no pueden asimilar. 

Pero a medida que lentamente comienzan a expirar algunas de estas patentes, se desarrollan los llamados medicamentos biosimilares, que no son otra cosa que alternativas farmacéuticas con mismo perfil de calidad, seguridad y eficacia que el producto  “innovador” y a un menor costo. Estos biosimilares son desarrollados de acuerdo a normativas farmacéuticas internacionales, con los más altos estándares de calidad, lo que asegura su uso de manera equivalente al del innovador. Pueden ser considerados biogenéricos, biocomparables o bioequivalentes. 

En la Argentina, actualmente hay varios laboratorios nacionales con gran trayectoria que producen biosimilares de fabricación nacional  como Biosidus, Elea, pharmADN de Grupo Insud, Amega y Bagó. Estos fármacos suelen ser hasta 40 % más económicos que el producto importado.

Lógicamente, el lanzamiento comercial de estos medicamentos biosimilares a menor costo ha revolucionado al mercado farmacéutico y a todos los actores del sistema de salud. Subyace por un lado, una comprensible tensión motorizada básicamente por las compañías multinacionales que hasta hace poco disponían de una posición privilegiada con productos “monopólicos” importados y ahora deben enfrentar una feroz competencia.

Pero por otro lado hay una realidad insoslayable: la llegada de los biosimilares asegura el acceso a terapias de última generación a muchísimos más pacientes, y marca un antes y un después en la industria farmacéutica.

(*) Director Científico de Elea.

 

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