Kenneth Lay, presidente ejecutivo de Enron, promovía activamente entre el personal la compra de acciones un mes antes de saberse que el grupo afrontaba un derrumbe que, después, sería fuente de escándalos. El último data del viernes 18 y hace referencia a 900 firmas off-shore fantasmas, al parecer establecidas por directivos de la empresa tejana para desviar fondos o vender papeles en forma encubierta.
Todavía en septiembre, Jay aseguraba a los empleados que las finanzas de Enron eran sólidas y no había problemas contables. Similar mensaje se transmitía a accionistas, inversores, clientes y proveedores. Pero, en este caso, también pesaba la tolerancia de auditores (Arthur Andersen, hoy viviendo su propia crisis) y reguladores, tanto en escala federal como estadual.
“El III trimestre viene espectacular”, afirmaba Lay en una conferencia interna difundida por Internet 26 de septiembre, pocas semanas antes de anunciar una demoledora pérdida por US$ 638 millones en el balance trimestral. “Calculo que, en diez años, nuestros ingresos netos sextuplicarán los actuales y nuestro valor bursátil será diez veces mayor”, sostemía el CEO.
Preguntas incómodas
El 2 de diciembre, la acción Enron empezó a caer y, a mediados de enero, valía apenas un 93vo. del precio al 30-XI. “Pero señor ¿qué pasa si ciertas maniobras contables que conocemos salen a luz?”, preguntó un empleado. No hubo respuesta.
Hasta noviembre la séptima empresa por tamaño en Estados Unidos, Enron protagoniza la mayor quiebra privada no bancaria en la historia del país. Miles de personas se han quedado sin trabajo y el fondo mutual de pensión –que no pudo vender acciones debido a un bloqueo impuesto por el directorio- ha quedado prácticamente vaciado.
Obviamente, la pregunta de aquel empleado se originaba en el extenso memorándum que la experta Sherron Watkins había elevado a Lay a mediados de agosto. Amén de “excesiva creatividad contable”, el informe mencionaba aquellas casi 900 sociedades fantasmas y a los altísimos honorarios abonados a ejecutivos de Enron para armarlas y manejarlas.
Las cosas no acaban allí. El viernes 18, en Houston, investigadores de la comisión de Energía y Comercio (cámara baja federal) y sus colegas tejanos se reunieron con Rick Causey, director contable de Enron. Mientras, en Nueva York, otro equipo enviado por los representantes deliberaba con Michael Odom, el socio operativo de AA en Houston (que acababa de perder el puesto), responsable de haber ordenado la destrucción de documentos clave.
Ramificaciones
Por cuerda separada, Eli Gottesdiener –abogado del personal en Washington- y el fondo mutual radicaban pleitos por lucro cesante y quebrantos financieros causados por el directorio de Enron a los ahorros de la gente, colocados en acciones de la firma. En este caso, el litigio involucra la cláusula k del artículo 401 de la ley general para fondos de inversión; o sea el famoso 401 (k).
Al momento, el derrumbe de Enron afecta a activos por cerca de US$ 63.400 millones, sin contar indemnizaciones, multas, punitorios, etc. Es un monto enorme, aun en relación con el PBI estadounidense, proyectado en alrededor de US$ 9,8 billones (millón de millones) a fines de 2000. Estas magnitudes explican que muchos analistas independientes teman pérdidas ulteriores asociadas a la menor confianza del público y los inversores hacia el sector y, en general, las acciones privadas (justamente mientras, por otros motivos, los expertos aconsejan pasarse a bonos, tanto en EE.UU. como en la Unión Europea).
La quiebra de Enron significa una suma casi tan alta como las de las dos “superbancarrotas” previas. Una le cupo al mismo sector (Texaco Inc., 1987, US$ 35.900 millones), otra a Financial Corporation of America (US$ 33.850 millones, 1988). Ahora, el mundillo bursátil debe ver cómo se desenvuelve la crisis interna en la Securities & Exchange Commission (SEC, comisión federal de valores) antes de pensar en la venta de la propia Enron; sea en bloque, sea en partes.
Kenneth Lay, presidente ejecutivo de Enron, promovía activamente entre el personal la compra de acciones un mes antes de saberse que el grupo afrontaba un derrumbe que, después, sería fuente de escándalos. El último data del viernes 18 y hace referencia a 900 firmas off-shore fantasmas, al parecer establecidas por directivos de la empresa tejana para desviar fondos o vender papeles en forma encubierta.
Todavía en septiembre, Jay aseguraba a los empleados que las finanzas de Enron eran sólidas y no había problemas contables. Similar mensaje se transmitía a accionistas, inversores, clientes y proveedores. Pero, en este caso, también pesaba la tolerancia de auditores (Arthur Andersen, hoy viviendo su propia crisis) y reguladores, tanto en escala federal como estadual.
“El III trimestre viene espectacular”, afirmaba Lay en una conferencia interna difundida por Internet 26 de septiembre, pocas semanas antes de anunciar una demoledora pérdida por US$ 638 millones en el balance trimestral. “Calculo que, en diez años, nuestros ingresos netos sextuplicarán los actuales y nuestro valor bursátil será diez veces mayor”, sostemía el CEO.
Preguntas incómodas
El 2 de diciembre, la acción Enron empezó a caer y, a mediados de enero, valía apenas un 93vo. del precio al 30-XI. “Pero señor ¿qué pasa si ciertas maniobras contables que conocemos salen a luz?”, preguntó un empleado. No hubo respuesta.
Hasta noviembre la séptima empresa por tamaño en Estados Unidos, Enron protagoniza la mayor quiebra privada no bancaria en la historia del país. Miles de personas se han quedado sin trabajo y el fondo mutual de pensión –que no pudo vender acciones debido a un bloqueo impuesto por el directorio- ha quedado prácticamente vaciado.
Obviamente, la pregunta de aquel empleado se originaba en el extenso memorándum que la experta Sherron Watkins había elevado a Lay a mediados de agosto. Amén de “excesiva creatividad contable”, el informe mencionaba aquellas casi 900 sociedades fantasmas y a los altísimos honorarios abonados a ejecutivos de Enron para armarlas y manejarlas.
Las cosas no acaban allí. El viernes 18, en Houston, investigadores de la comisión de Energía y Comercio (cámara baja federal) y sus colegas tejanos se reunieron con Rick Causey, director contable de Enron. Mientras, en Nueva York, otro equipo enviado por los representantes deliberaba con Michael Odom, el socio operativo de AA en Houston (que acababa de perder el puesto), responsable de haber ordenado la destrucción de documentos clave.
Ramificaciones
Por cuerda separada, Eli Gottesdiener –abogado del personal en Washington- y el fondo mutual radicaban pleitos por lucro cesante y quebrantos financieros causados por el directorio de Enron a los ahorros de la gente, colocados en acciones de la firma. En este caso, el litigio involucra la cláusula k del artículo 401 de la ley general para fondos de inversión; o sea el famoso 401 (k).
Al momento, el derrumbe de Enron afecta a activos por cerca de US$ 63.400 millones, sin contar indemnizaciones, multas, punitorios, etc. Es un monto enorme, aun en relación con el PBI estadounidense, proyectado en alrededor de US$ 9,8 billones (millón de millones) a fines de 2000. Estas magnitudes explican que muchos analistas independientes teman pérdidas ulteriores asociadas a la menor confianza del público y los inversores hacia el sector y, en general, las acciones privadas (justamente mientras, por otros motivos, los expertos aconsejan pasarse a bonos, tanto en EE.UU. como en la Unión Europea).
La quiebra de Enron significa una suma casi tan alta como las de las dos “superbancarrotas” previas. Una le cupo al mismo sector (Texaco Inc., 1987, US$ 35.900 millones), otra a Financial Corporation of America (US$ 33.850 millones, 1988). Ahora, el mundillo bursátil debe ver cómo se desenvuelve la crisis interna en la Securities & Exchange Commission (SEC, comisión federal de valores) antes de pensar en la venta de la propia Enron; sea en bloque, sea en partes.