Wall Street: exceso de dividendos en efectivo, mal síntoma

No sólo en Argentina hay reticencia a invertir. Este año, las firmas que integran la cartera Standard & Poor’s 500 prefieren enriquecer a los accionistas en vez de hacer gastos de capital.

1 diciembre, 2005

Esta tendencia crea inquietud entre los analistas, aun los más allegados al negocio bursátil, pues compromete las posibilidades de expansión en la economía real. Durante los primeros tres trimestres de 2005, ese conjunto de empresas repartió dividendos o recompró acciones por alrededor de US$ 375.000 millones, lo cual equivale a una proyección anual de medio billón.

Ambas cifras representan 30% de aumento sobre 2004 –año récord- y el cálculo para todo 2005 equivale a US$ 1.700 por habitante de Estados Unidos. Cabe acotar, empero, que la S&P 500 es una cartera global, no exclusivamente norteamericana.

Esta lluvia de liquidez deriva de las enormes utilidades en varios sectores, especialmente hidrocarburos e intermediación financiera (que es un servicio, no una industria). Resulta curioso que, entretanto, el promedio Dow-Jones industrial recién ahora se acerque el nivel registrado a fin de 2004. Quizá por influencia de acciones tan devaluadas como la de General Motors (-22%).

Por otro lado, en octubre, veintitrés componentes del S&P 500 han aumentado dividendos. En particular, empresas como General Electric, bancas y firmas de valores. De enero a octubre, 275 cotizantes de la misma cartera han elevado dividendos y apenas ocho los han disminuido. En demasiados casos, alza de dividendos y recompra de papeles responden a presiones de accionistas institucionales. O sea, fondos de todo tipo, interesados en rápidas ganancias, no en la suerte a mediano o largo plazo de la economía.

Existen ejemplos tan negativos como los del megaespeculador Carl Icahn, que ha “matoneado” públicamente a Time Warner, Blockbuster y otras para recomprar acciones, a fin de ganar todavía más. Pero esta polìtica deteriora los presupuestos de capital, claves para el crecimiento de cualquier empresa o sector (salvo el financiero). Kirk Kerkorian hizo lo mismo con General Motors, tiempo antes, y hoy no sabe qué hacer con esos papeles, salvo echar a Richard Wagoner y ver si saca a la compañía del actual atolladero.

Se trata de síntomas poco tranquilizadores en cuanto a cómo se emplean las ganancias: cada vez más para enriquecer especuladores (los fondos) y menos para reinvertir en las compañías. Si esto sigue, será un retroceso a una época -supuestamente superada- cuando los dividendos constituían gran parte de los retornos. Esta regresión y la tendencia a eliminar empleo para recobrar rentabilidad fueron, hace décadas, anticipados por Peter Drucker y no como señales positivas.

Aun dejando ese factor a un lado, el exceso de efectivo podría surtir efectos inconvenientes, pues el solo hecho de que las empresas duerman sobre un colchón de liquidez trasluce desconfianza en las perspectivas de economías centrales, particularmente la norteamericana. Al acumular caja, las empresas sugieren que no hallan canales rentables de reinversión. O sea, están devolviendo dinero a los accionistas porque, entretanto, tampoco atinan a asumir riesgos colocándolo en actividades productivas o innovadoras.

Al presente, las firmas no financieras del S&P 500 (las financieras necesitan mantener grandes reservas) tienen más de US$ 630.000 millones en efectivo. Eso equivale a 7% de su capitalización en mercado y es la cifra más alta desde 1988. En ese contexto, varios analistas temen que la distribución de dividendos posterior a los balances de 2005 sea de mal agüero y comprometa posibilidades de crecimiento real en el futuro. Máximo si el gobierno estadounidense, ahogado en déficit y con un presidente sin reelección delante, imite a tantos otros países e intente absorber esos superávit para cubrir vencimientos de deuda pública.

Esta tendencia crea inquietud entre los analistas, aun los más allegados al negocio bursátil, pues compromete las posibilidades de expansión en la economía real. Durante los primeros tres trimestres de 2005, ese conjunto de empresas repartió dividendos o recompró acciones por alrededor de US$ 375.000 millones, lo cual equivale a una proyección anual de medio billón.

Ambas cifras representan 30% de aumento sobre 2004 –año récord- y el cálculo para todo 2005 equivale a US$ 1.700 por habitante de Estados Unidos. Cabe acotar, empero, que la S&P 500 es una cartera global, no exclusivamente norteamericana.

Esta lluvia de liquidez deriva de las enormes utilidades en varios sectores, especialmente hidrocarburos e intermediación financiera (que es un servicio, no una industria). Resulta curioso que, entretanto, el promedio Dow-Jones industrial recién ahora se acerque el nivel registrado a fin de 2004. Quizá por influencia de acciones tan devaluadas como la de General Motors (-22%).

Por otro lado, en octubre, veintitrés componentes del S&P 500 han aumentado dividendos. En particular, empresas como General Electric, bancas y firmas de valores. De enero a octubre, 275 cotizantes de la misma cartera han elevado dividendos y apenas ocho los han disminuido. En demasiados casos, alza de dividendos y recompra de papeles responden a presiones de accionistas institucionales. O sea, fondos de todo tipo, interesados en rápidas ganancias, no en la suerte a mediano o largo plazo de la economía.

Existen ejemplos tan negativos como los del megaespeculador Carl Icahn, que ha “matoneado” públicamente a Time Warner, Blockbuster y otras para recomprar acciones, a fin de ganar todavía más. Pero esta polìtica deteriora los presupuestos de capital, claves para el crecimiento de cualquier empresa o sector (salvo el financiero). Kirk Kerkorian hizo lo mismo con General Motors, tiempo antes, y hoy no sabe qué hacer con esos papeles, salvo echar a Richard Wagoner y ver si saca a la compañía del actual atolladero.

Se trata de síntomas poco tranquilizadores en cuanto a cómo se emplean las ganancias: cada vez más para enriquecer especuladores (los fondos) y menos para reinvertir en las compañías. Si esto sigue, será un retroceso a una época -supuestamente superada- cuando los dividendos constituían gran parte de los retornos. Esta regresión y la tendencia a eliminar empleo para recobrar rentabilidad fueron, hace décadas, anticipados por Peter Drucker y no como señales positivas.

Aun dejando ese factor a un lado, el exceso de efectivo podría surtir efectos inconvenientes, pues el solo hecho de que las empresas duerman sobre un colchón de liquidez trasluce desconfianza en las perspectivas de economías centrales, particularmente la norteamericana. Al acumular caja, las empresas sugieren que no hallan canales rentables de reinversión. O sea, están devolviendo dinero a los accionistas porque, entretanto, tampoco atinan a asumir riesgos colocándolo en actividades productivas o innovadoras.

Al presente, las firmas no financieras del S&P 500 (las financieras necesitan mantener grandes reservas) tienen más de US$ 630.000 millones en efectivo. Eso equivale a 7% de su capitalización en mercado y es la cifra más alta desde 1988. En ese contexto, varios analistas temen que la distribución de dividendos posterior a los balances de 2005 sea de mal agüero y comprometa posibilidades de crecimiento real en el futuro. Máximo si el gobierno estadounidense, ahogado en déficit y con un presidente sin reelección delante, imite a tantos otros países e intente absorber esos superávit para cubrir vencimientos de deuda pública.

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