¿Qué harían los fondos de alto riesgo en una crisis?

Sin duda, los fondos de cubertura son debatibles. En un extremo, sus críticos los estiman peligrosos y poco regulados. En el otro, se los ve como la mayor innovación desde los seguros (“ese timo legalizado”, decía Alfred Marshall en 1896).

21 julio, 2006

Esas carteras tienen una característica alarmante: al depender de futuros, opciones e instrumentos derivativos, son intrínsecamente volátiles. Su proliferación permite evadir el circuito bancario y financieros, pues esos fondos permiten a una banca –por ejemplo- prestar a Ford Motors pero transferir los riesgos de bancarrota a otro canal, los derivados.

Los adherentes a la operatoria (hoy eso incluye los grandes intermediarios en Nueva York y Londres) creen que esa mecánica añade estabilidad al mercado y reduce la frecuencia de crisis potenciales. Un punto clave es que quienes prosperan merced a esos fondos identifican el mercado con la economía real.

Técnicamente, existe en la actualidad recursos para cubrirse de casi toda clase de riesgos y apostar por cuanto se le ocurra al cliente. Originalmente, era un millonario ludópata. Pero, en los últimos años, el virus viene infectandos los fondos jubilatorios y, en el proceso, ha generados un par de escándalos de campanillas en Estados Unidos.

Estos mecanismos “innovadores” pueden eventualmente reducir volatilidad, confiriendo liquidez a ágiles inversores, en constante búsqueda de “anomalías” en los precios de mercado, que compran lo que está fuera de favor y vende lo que está en boga. Por supuesto, esto nada tiene que ver con la economía física ni la vida real.

Ahora bien ¿qué ocurriría en caso de un cimbronazo financiero o bursátil? ¿lo transformará esos fondos en una catástrofe general? Dicho de otro modo ¿no habrá menos explosiones, pero de mayor alcance, de ésas que arrasan economías enteras y no sólo un grupito de especuladores apalancados?

Es buen momento para plantear esos interrogantes, pues va borrándose la memoria del descalabro bursátil de 1987 o de la crisis sistémica internacional de 1997/8. En este caso, el cese de pagos ruso y el colapso de Long Term Capital Management (fondo de cubertura manejado por dos inexplicables Nobel económicos, 1997) dejaron un tendal alrededor del planeta.

Cuando se olvidan cosas como ésas, surge la autocomplacencia, como suelen decir George Sörös, Warren Buffett, Joseph Stiglitz o Jeffrey Sachs. Justamente algo así sucede desde hacen algunos años pero, ahora, la larga pausa de dinero fácil y tasas reales negativas amagan con un cambio en el clima inversor, de esa clase que suele acabar desembocar en severas convulsiones.

En otro siglo, crisis significaba colapso de bancos. Varios analistas creen que eso no pasaría en esta etapa, pues los bancos comerciales gozan se mejor salud que hace quince o veinte años. También funcionan mecanismos regulatorios capaces de prevenir desastres; justamente, lo que el universo deritativo no tiene y se niega a tener.

Pero los bancos constituyen una porción cada vez más chica del negocio financiero global, Si un banco no quiere dar crédito, otra clase de entidad lo hará. El paño dominante en el nuevo casino son, claro, los fondos de cubertura, en realidad apenas mesas de dinero que operan en bancas de inversión, aseguradores imprudentes, fondos jubilatorios y hasta fundaciones benéficas, Cuando no, como ha sucedido en Rusia, en remotas chozas siberianas. Por lo común, estos audaces actores creen que operar con acciones y bonos está pasado de moda.

Por tanto, existe un gran temor: el de que estos ludópatas –cuyos jóvenes managers ganan más que el CEO de Citicorp-, en general muy apalancados, desencadenen una estampida si algo anda mal. Si, además, muchos de ellos han hecho apuestas similares (verbigracia, comprando bonos turcos de enorme rindes), probablemente traten de escapar por la misma, estrecha puerta.

Lógicamente, el activo en crisis de hará trizas por falta de compradores y éstos, estado apalancados, empezarán a malvender más tenencias, con lo cual la depreciación y el pánico consiguientes se pasarán a otros mercados. En verdad, los instrumentos de especulación financiera pueden haber cambiado, pero el colapso de burbujas y manías sigue igual al de los tulipanes holandeses (siglo XVII). Esto lo explicaba perfectamente Charles Kindleberges hace dos décadas.

En ciertos aspectos, los colapsos especulativos serán como los clásicos. En otros, podrían ser mucho peores. Apostadores grandes y chicos –más los que han apostado y aún no lo saben- descubrirán algunas cosas. Primera: sus posiciones no serán tan fáciles de liquidar como suponían. Segunda: varias colocaciones serán un “riesgo de cotización errónea”, o sea no haber cobrado lo suficiente por un activo a término. Tercera: ciertos modelos computerizados para evaluar complejas operaciones personalizadas resultarán incorrectos (hoy bancas y operadores pueden asignar precios diferentes a la misma transacción) Cuarta: una papelería mal hecha puede impedir calcular cuánto debe qué a quién.

Para bien o para mal, los gobiernos centrales no hacen mucho para afrontar estos problemas, en buena medida por la influencia de poderosos cabildeos ligados a la intermediación de valores (por ejemplo, el secretario norteamericano es un millonario proveniente de Goldman Sachs, algo que no debiera ocurrir). Tampoco están adecuadamente preparados para un mundo donde la regulación termina en fronteras nacionales o regionales y donde los bancos comunes no son un peligro.

Esas carteras tienen una característica alarmante: al depender de futuros, opciones e instrumentos derivativos, son intrínsecamente volátiles. Su proliferación permite evadir el circuito bancario y financieros, pues esos fondos permiten a una banca –por ejemplo- prestar a Ford Motors pero transferir los riesgos de bancarrota a otro canal, los derivados.

Los adherentes a la operatoria (hoy eso incluye los grandes intermediarios en Nueva York y Londres) creen que esa mecánica añade estabilidad al mercado y reduce la frecuencia de crisis potenciales. Un punto clave es que quienes prosperan merced a esos fondos identifican el mercado con la economía real.

Técnicamente, existe en la actualidad recursos para cubrirse de casi toda clase de riesgos y apostar por cuanto se le ocurra al cliente. Originalmente, era un millonario ludópata. Pero, en los últimos años, el virus viene infectandos los fondos jubilatorios y, en el proceso, ha generados un par de escándalos de campanillas en Estados Unidos.

Estos mecanismos “innovadores” pueden eventualmente reducir volatilidad, confiriendo liquidez a ágiles inversores, en constante búsqueda de “anomalías” en los precios de mercado, que compran lo que está fuera de favor y vende lo que está en boga. Por supuesto, esto nada tiene que ver con la economía física ni la vida real.

Ahora bien ¿qué ocurriría en caso de un cimbronazo financiero o bursátil? ¿lo transformará esos fondos en una catástrofe general? Dicho de otro modo ¿no habrá menos explosiones, pero de mayor alcance, de ésas que arrasan economías enteras y no sólo un grupito de especuladores apalancados?

Es buen momento para plantear esos interrogantes, pues va borrándose la memoria del descalabro bursátil de 1987 o de la crisis sistémica internacional de 1997/8. En este caso, el cese de pagos ruso y el colapso de Long Term Capital Management (fondo de cubertura manejado por dos inexplicables Nobel económicos, 1997) dejaron un tendal alrededor del planeta.

Cuando se olvidan cosas como ésas, surge la autocomplacencia, como suelen decir George Sörös, Warren Buffett, Joseph Stiglitz o Jeffrey Sachs. Justamente algo así sucede desde hacen algunos años pero, ahora, la larga pausa de dinero fácil y tasas reales negativas amagan con un cambio en el clima inversor, de esa clase que suele acabar desembocar en severas convulsiones.

En otro siglo, crisis significaba colapso de bancos. Varios analistas creen que eso no pasaría en esta etapa, pues los bancos comerciales gozan se mejor salud que hace quince o veinte años. También funcionan mecanismos regulatorios capaces de prevenir desastres; justamente, lo que el universo deritativo no tiene y se niega a tener.

Pero los bancos constituyen una porción cada vez más chica del negocio financiero global, Si un banco no quiere dar crédito, otra clase de entidad lo hará. El paño dominante en el nuevo casino son, claro, los fondos de cubertura, en realidad apenas mesas de dinero que operan en bancas de inversión, aseguradores imprudentes, fondos jubilatorios y hasta fundaciones benéficas, Cuando no, como ha sucedido en Rusia, en remotas chozas siberianas. Por lo común, estos audaces actores creen que operar con acciones y bonos está pasado de moda.

Por tanto, existe un gran temor: el de que estos ludópatas –cuyos jóvenes managers ganan más que el CEO de Citicorp-, en general muy apalancados, desencadenen una estampida si algo anda mal. Si, además, muchos de ellos han hecho apuestas similares (verbigracia, comprando bonos turcos de enorme rindes), probablemente traten de escapar por la misma, estrecha puerta.

Lógicamente, el activo en crisis de hará trizas por falta de compradores y éstos, estado apalancados, empezarán a malvender más tenencias, con lo cual la depreciación y el pánico consiguientes se pasarán a otros mercados. En verdad, los instrumentos de especulación financiera pueden haber cambiado, pero el colapso de burbujas y manías sigue igual al de los tulipanes holandeses (siglo XVII). Esto lo explicaba perfectamente Charles Kindleberges hace dos décadas.

En ciertos aspectos, los colapsos especulativos serán como los clásicos. En otros, podrían ser mucho peores. Apostadores grandes y chicos –más los que han apostado y aún no lo saben- descubrirán algunas cosas. Primera: sus posiciones no serán tan fáciles de liquidar como suponían. Segunda: varias colocaciones serán un “riesgo de cotización errónea”, o sea no haber cobrado lo suficiente por un activo a término. Tercera: ciertos modelos computerizados para evaluar complejas operaciones personalizadas resultarán incorrectos (hoy bancas y operadores pueden asignar precios diferentes a la misma transacción) Cuarta: una papelería mal hecha puede impedir calcular cuánto debe qué a quién.

Para bien o para mal, los gobiernos centrales no hacen mucho para afrontar estos problemas, en buena medida por la influencia de poderosos cabildeos ligados a la intermediación de valores (por ejemplo, el secretario norteamericano es un millonario proveniente de Goldman Sachs, algo que no debiera ocurrir). Tampoco están adecuadamente preparados para un mundo donde la regulación termina en fronteras nacionales o regionales y donde los bancos comunes no son un peligro.

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