Petróleo: altos precios, aunque Wall St. mire a otro lado (20-8)

Como viene pasando, los crudos llegan a un pico diario –el viernes, US$ 49,40 para el WTO- y terminan algo por debajo (48,90). Pero cada cierre supera al anterior y los US$ 50 parecen inevitables, aunque Wall Street vea todo color de rosa.

20 agosto, 2004

Los factores determinantes tampoco cambian. Ahora, la pertinaz resistencia shi’i en Irak y las compras chinas e indias se notan más que las crecientes incertidumbre sobre el destino de Yukos y el descenso de reservas estratégicas en los depósitos norteamericanos.

Por una parte, los crudos livianos aflojaban de US$ 49,40 a 48,90 en Nueva York. Por otra, en Londres el Brent nórdico rozaba US$ 45,15 antes de ceder a 44,70. Por el contrario, Wall Streer subía entre 0,54 y 1%, mientras Google inflaba una burbuja: a US$ 103,35, la acción gana 21,6% en dos días.

Al revés de la doble crisis vivida en los 70, ahora la demanda sube pese a los precios. En realidad, los impulsa. Por ende, algunos expertos temen que semejante estado de cosas se torne crónico hasta alcanzar niveles críticos.

Mientras los valores se acercan a US$ 50 el barril, tomando crudos tejanos a 30 días en Nueva York, surge una diferencia con los años 79: esta crisis es menos aguda, pero puede llegar a ser crónica. Analistas franceses creen que recién empezará a desinflase en 2005, cuando las cotizaciones rocen US$ 80. Pero dos o tres transnacionales estiran la apuesta hasta US$ 113; o sea, el equivalente a dólares constantes del pico logrado al fin de la crisis 1979/81.

En efecto, los US$ 73 de hace 23 años serían hoy, justamente, 113, muy por encima de los US$ 48,70 registrados el jueves. Por otra parte, ésa crisis y la anterior (1973/5) provocaron dos sacudones recesivos y acá viene el punto ambiguo. De un lado, los apóstoles de la reactivación (grandes empresas, equipos de George W.Bush, conservadores en general) sostienen que el impulso económico no cede y tampoco hay riesgos inflacionarios.

En el bando opuesto, advierten que un constante aumento de hidrocarburos acabará presionando sobre todos los precios de las economías centrales dependientes de la importación. Por ende, el brote inflacionario acabará deteriorando la demanda y eso llevará al estancamiento inflacionario (estanflación).

Ambos extremos admiten que los países líderes y algunos “emergentes” –pero no el resto del mundo- están produciendo y vendiendo bienes y servicios a pleno. Pero, en tanto los optimistas paran ahí, los observadores más sistémicos van más allá se preguntan (a) hasta que punto aumentarán los combustibles sin frenar su propia demanda, (b) hasta qué momento podrá aumentar la oferta, si las reservas cubicadas o disponibles también tienen límite.

Una consultora allegada al negocio lo dice sin ambages. “Si el mundo pudiera recobrar el equilibrio entre oferta y demanda en corto plazo, habrían suministros suficientes”, señala PFC Energy, Washington. LA clave, entonces, reside en las propias disponibilidades de hidrocarburos y es una cuestión de tiempo. No de especulaciones sobre una prosperidad tan geográficamente parcial como el mito de la nueva economía.

Los factores determinantes tampoco cambian. Ahora, la pertinaz resistencia shi’i en Irak y las compras chinas e indias se notan más que las crecientes incertidumbre sobre el destino de Yukos y el descenso de reservas estratégicas en los depósitos norteamericanos.

Por una parte, los crudos livianos aflojaban de US$ 49,40 a 48,90 en Nueva York. Por otra, en Londres el Brent nórdico rozaba US$ 45,15 antes de ceder a 44,70. Por el contrario, Wall Streer subía entre 0,54 y 1%, mientras Google inflaba una burbuja: a US$ 103,35, la acción gana 21,6% en dos días.

Al revés de la doble crisis vivida en los 70, ahora la demanda sube pese a los precios. En realidad, los impulsa. Por ende, algunos expertos temen que semejante estado de cosas se torne crónico hasta alcanzar niveles críticos.

Mientras los valores se acercan a US$ 50 el barril, tomando crudos tejanos a 30 días en Nueva York, surge una diferencia con los años 79: esta crisis es menos aguda, pero puede llegar a ser crónica. Analistas franceses creen que recién empezará a desinflase en 2005, cuando las cotizaciones rocen US$ 80. Pero dos o tres transnacionales estiran la apuesta hasta US$ 113; o sea, el equivalente a dólares constantes del pico logrado al fin de la crisis 1979/81.

En efecto, los US$ 73 de hace 23 años serían hoy, justamente, 113, muy por encima de los US$ 48,70 registrados el jueves. Por otra parte, ésa crisis y la anterior (1973/5) provocaron dos sacudones recesivos y acá viene el punto ambiguo. De un lado, los apóstoles de la reactivación (grandes empresas, equipos de George W.Bush, conservadores en general) sostienen que el impulso económico no cede y tampoco hay riesgos inflacionarios.

En el bando opuesto, advierten que un constante aumento de hidrocarburos acabará presionando sobre todos los precios de las economías centrales dependientes de la importación. Por ende, el brote inflacionario acabará deteriorando la demanda y eso llevará al estancamiento inflacionario (estanflación).

Ambos extremos admiten que los países líderes y algunos “emergentes” –pero no el resto del mundo- están produciendo y vendiendo bienes y servicios a pleno. Pero, en tanto los optimistas paran ahí, los observadores más sistémicos van más allá se preguntan (a) hasta que punto aumentarán los combustibles sin frenar su propia demanda, (b) hasta qué momento podrá aumentar la oferta, si las reservas cubicadas o disponibles también tienen límite.

Una consultora allegada al negocio lo dice sin ambages. “Si el mundo pudiera recobrar el equilibrio entre oferta y demanda en corto plazo, habrían suministros suficientes”, señala PFC Energy, Washington. LA clave, entonces, reside en las propias disponibilidades de hidrocarburos y es una cuestión de tiempo. No de especulaciones sobre una prosperidad tan geográficamente parcial como el mito de la nueva economía.

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