¿Otro desastre?: los fondos jubilatorios juegan al riesgo puro

Estimulados por un dato algo ficticio, el aumento de futuros retiros, los fondos de pensión colocan miles de millones en un agujero negro: las alianzas con fondos de riesgo, sin regulación, originalmente para millonarios. No para jubilados.

8 diciembre, 2005

La motivación básica deriva de una maniobra estadística, hecha para sustentar el proyecto de jubilación privada que trató de imponer –sin éxito- George W.Bush. Su clave era postular un aumento geómétrico de futuros retirados y la consiguiente contracción de aportantes jóvenes, factor por ahora sin asidero real.

Sea como fuere, los planes jubilatorios y otras grandes instituciones afines habrán invertido, hacia 2008, unos US$ 300.000 millones en fondos de cubertura (aseguran reducir riesgos futuros jugando con volátiles instrumentos derivativos). Hacia 1996, ese monto no pasaba de US$ 5.000 millones y, aun así, hace dos años esa franja generó un escándalo que involucraba administradoras de fondos jubilatorios estimados en US$ 7,3 billones.

Las proyecciones para 2008 provienen de Bank of New York y la consultoría Casey, Quirk & Associates. Las mismas fuentes indican que, a mediados de 2005, los fondos de pensión representaban alrededor de 40% del dinero invertido por canales institucionales. Hace pocas semanas, el comité inversor del fondo jubilatorio para empleado públicos de Nuevo Jersey resolvió colocar parte de su dinero (o sea, el de los aportantes) por vez primera en un fondo de riesgo. Por ahora, son “apenas” US$ 600 millones de ahora a junio.

En tanto la mayoría de planes jubilatorios tienen aún pocas colocaciones en fondos de cobertura, algunos han invertido más de 20% de sus activos líquidos. El fondo de la papelera Weyerhäuser tiene casi 40% puesto en ese segmento. Entretanto, el influyente cabildeo de la actividad presiona al congreso para dictar una enmienda que permita a los fondos de riesgo manejar mayores proporciones de capitales jubilatorios. Ello sin necesidad de cumplir la ley federal que gobierna los fondos de pensión.

Ejecutivos y técnicos de ese segmento –de formación apenas contable-, angustiados ante mercados volátiles y déficit persistentes, se ven seducidos por los espejos de colores que despliegan esos fondos: retornos altos y duraderos. Pero consultores y analistas independientes aconsejan cautela. Mucha cautela. Se subraya, en esos círculos, que los fondos de cobertura afrontan riesgos difíciles de mensurar hasta que es demasiado tarde. Por ende, no son canales apropiados para fondos jubilatorios, cuyo único objeto –prescribe la ley- es proporcionar determinados beneficios y prestaciones a los futuros retirados.

Esos beneficios son tan relevantes que se hallan garantidos: las bancarrotas de fondos de pensión en el sector privado quedan cubiertas por la Pension Benefict Guaranty Corporation (PBGC, sigla exótica en Wall Street y otros reductos especulativos), En cuanto a falencias en el sector público (federal, estadual, municipal), las cubre el propio fisco. Dado que las prestaciones se abonan según cronogramas rígidos, no es sensato confiar en inversiones cuyos retornos sean impredictibles, manejadas por especuladores que no suelen informar sobre sus negocios y cobran las comisiones más altas del mercado.

Los fondos de cobertura realizan cuantiosas y complejas operaciones, basándose en la premisa de “navegar contra la corriente”, para superar las ganancias de otros segmentos. Estos fondos se hicieron famosos en los años 90, cuando aventureros como Michael Steinhardt, George Sörös o Warren Buffett jugaban a lo loco y, a veces, obtenían retornos superiores a 30%. Pero eran multimillonarios y, en todo caso, nunca hablaban de sus pérdidas.

Más tarde, los fondos de riesgo continuaron en las noticias, pero por sus fracasos. El más sonado le cupo a Long-Term Capital Management (LTCM), entre cuyos directivos figuraban dos recientes premios Nobel de economía. En verdad, fue uno de los Nobel más absurdos: los ganadores no eran economistas, sino “magos de las matemáticas”, que habían perfeccionado sistemas de ecuaciones para armar derivativos, herramienta típica de aquellos fondos.

En 1998, tras la crisis sistémica mundial iniciada en el sudeste asiático (1997), LTCM debió suspender operaciones, al borde del colapso. Sus activos se habían esfumado, porque eran de aire: 50 dólares por cada dólar de sustento. Pero lo peor fue que el Sistema de Reserva Federal y el Banco de Inglaterra piloteasen un costoso salvamento de multimillonarios (los clientes de LTCM), sólo porque los responsables del colapso eran premios Nobel. Nadie los obligó a devolverlo, porque eso habría desencadenado una investigación sobre los intereses creados en torno de los inefables y ricos “académicos” escandinavos. Por supuesto, llegada la próxima crisis, los jubilados no contarán con defensores tan poderosos.

La motivación básica deriva de una maniobra estadística, hecha para sustentar el proyecto de jubilación privada que trató de imponer –sin éxito- George W.Bush. Su clave era postular un aumento geómétrico de futuros retirados y la consiguiente contracción de aportantes jóvenes, factor por ahora sin asidero real.

Sea como fuere, los planes jubilatorios y otras grandes instituciones afines habrán invertido, hacia 2008, unos US$ 300.000 millones en fondos de cubertura (aseguran reducir riesgos futuros jugando con volátiles instrumentos derivativos). Hacia 1996, ese monto no pasaba de US$ 5.000 millones y, aun así, hace dos años esa franja generó un escándalo que involucraba administradoras de fondos jubilatorios estimados en US$ 7,3 billones.

Las proyecciones para 2008 provienen de Bank of New York y la consultoría Casey, Quirk & Associates. Las mismas fuentes indican que, a mediados de 2005, los fondos de pensión representaban alrededor de 40% del dinero invertido por canales institucionales. Hace pocas semanas, el comité inversor del fondo jubilatorio para empleado públicos de Nuevo Jersey resolvió colocar parte de su dinero (o sea, el de los aportantes) por vez primera en un fondo de riesgo. Por ahora, son “apenas” US$ 600 millones de ahora a junio.

En tanto la mayoría de planes jubilatorios tienen aún pocas colocaciones en fondos de cobertura, algunos han invertido más de 20% de sus activos líquidos. El fondo de la papelera Weyerhäuser tiene casi 40% puesto en ese segmento. Entretanto, el influyente cabildeo de la actividad presiona al congreso para dictar una enmienda que permita a los fondos de riesgo manejar mayores proporciones de capitales jubilatorios. Ello sin necesidad de cumplir la ley federal que gobierna los fondos de pensión.

Ejecutivos y técnicos de ese segmento –de formación apenas contable-, angustiados ante mercados volátiles y déficit persistentes, se ven seducidos por los espejos de colores que despliegan esos fondos: retornos altos y duraderos. Pero consultores y analistas independientes aconsejan cautela. Mucha cautela. Se subraya, en esos círculos, que los fondos de cobertura afrontan riesgos difíciles de mensurar hasta que es demasiado tarde. Por ende, no son canales apropiados para fondos jubilatorios, cuyo único objeto –prescribe la ley- es proporcionar determinados beneficios y prestaciones a los futuros retirados.

Esos beneficios son tan relevantes que se hallan garantidos: las bancarrotas de fondos de pensión en el sector privado quedan cubiertas por la Pension Benefict Guaranty Corporation (PBGC, sigla exótica en Wall Street y otros reductos especulativos), En cuanto a falencias en el sector público (federal, estadual, municipal), las cubre el propio fisco. Dado que las prestaciones se abonan según cronogramas rígidos, no es sensato confiar en inversiones cuyos retornos sean impredictibles, manejadas por especuladores que no suelen informar sobre sus negocios y cobran las comisiones más altas del mercado.

Los fondos de cobertura realizan cuantiosas y complejas operaciones, basándose en la premisa de “navegar contra la corriente”, para superar las ganancias de otros segmentos. Estos fondos se hicieron famosos en los años 90, cuando aventureros como Michael Steinhardt, George Sörös o Warren Buffett jugaban a lo loco y, a veces, obtenían retornos superiores a 30%. Pero eran multimillonarios y, en todo caso, nunca hablaban de sus pérdidas.

Más tarde, los fondos de riesgo continuaron en las noticias, pero por sus fracasos. El más sonado le cupo a Long-Term Capital Management (LTCM), entre cuyos directivos figuraban dos recientes premios Nobel de economía. En verdad, fue uno de los Nobel más absurdos: los ganadores no eran economistas, sino “magos de las matemáticas”, que habían perfeccionado sistemas de ecuaciones para armar derivativos, herramienta típica de aquellos fondos.

En 1998, tras la crisis sistémica mundial iniciada en el sudeste asiático (1997), LTCM debió suspender operaciones, al borde del colapso. Sus activos se habían esfumado, porque eran de aire: 50 dólares por cada dólar de sustento. Pero lo peor fue que el Sistema de Reserva Federal y el Banco de Inglaterra piloteasen un costoso salvamento de multimillonarios (los clientes de LTCM), sólo porque los responsables del colapso eran premios Nobel. Nadie los obligó a devolverlo, porque eso habría desencadenado una investigación sobre los intereses creados en torno de los inefables y ricos “académicos” escandinavos. Por supuesto, llegada la próxima crisis, los jubilados no contarán con defensores tan poderosos.

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