domingo, 24 de noviembre de 2024

Litio y biodiesel, con dos futuros divergentes

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En los salares situados en el noroeste del país más de 60 compañías exploran por litio.

Actualmente es un producto indispensable para la creciente demanda global de baterías recargables. En las grandes extensiones de las pampas que se extienden más al sur, en cambio, el negocio del biodiesel ha comenzado a atravesar una crisis.

Nuestro país es uno de los más grandes productores del mundo de biodiesel y tiene también una de las más grandes reservas de litio, dos productos que necesita el planeta para que los futuros vehículos contaminen mucho menos. Pero mientras la minería del litio está a punto de florecer, en cuanto a biodiesel nuestro país, luego de ser el principal proveedor mundial según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, ha entrado en un capítulo negro. El litio es hoy para la energía lo que el biodiesel fue en la década pasada. Nuestro país está en condiciones de captar una gran porción de la demanda de litio porque forma parte del llamado “triángulo del litio” junto a Chile y Bolivia, la zona que reúne entre el 50% y 80% de las reservas del metal en todo el planeta. 

Aunque los pronósticos de Morgan Stanley y Macquarie sugieren que existe la posibilidad de que haya sobreoferta del mineral, los encargados de la exploración dicen lo contrario. “El mundo está entrando en una etapa donde no va a haber suficiente para satisfacer la demanda y por lo tanto los precios se mantendrán altos”, según palabras de David Sidoo, CEO de Advantage Lithium, una empresa canadiense con un proyecto en Argentina.

 Agrega que dentro del triángulo del litio, Bolivia es el país con las condiciones más duras de extracción y que Chile tiene un régimen arancelario más complejo y un proceso de aprobación más lento. Los Gobiernos nacional y provinciales de nuestro país, en comparación, han simplificado los procesos para atraer negocios. “Es más fácil trabajar aquí”, dice Sidoo.

 

Biodiésel, otra historia

En las provincias del centro se está desarrollando una historia diferente. Compañías globales de commodities como Bunge, Cargill y Glencore han invertido miles de millones de dólares en la construcción de inmensas plantas para hacer biodiesel a partir de la soja, el mayor cultivo de la Argentina y el producto de exportación más importante. Junto a Brasil y Estados Unidos, Argentina es un gran productor de soja. 

La industria viene creciendo en forma exponencial desde 2007, captando más mercados a medida que crecía el número de países que implementan el uso de su principal derivado, el biodiésel. Su capacidad instalada de 4,5 millones de toneladas por año es suficiente para satisfacer buena parte de la demanda anual en Estados Unidos, estimada en 2017 en 6,5 millones de toneladas.  Pero la industria tropezó con serios problemas. En 2012 la Comisión Europea lanzó una investigación sobre una supuesta maniobra de “dumping” del biodiesel por parte de nuestro país, lo que llevó a un aumento de los aranceles de importación que sacaron a nuestros productores del mercado. La Argentina los demandó legalmente y finalmente ganó después de cuatro años.

Mientras tanto habíamos sostenido la producción exportando a Estados Unidos, el más grande consumidor de biodiesel del mundo. Pero el año pasado Estados Unidos también impuso medidas anti-dumping contra nuestro país, argumentando que el bajo precio de nuestro biodiesel se sostiene con subsidios del Estado. Eso provocó acciones similares en la Unión Europea y en Perú, lo que podría poner fin a las importaciones de biodiesel argentino.

Una opción es incentivar la demanda interna aumentando al 20% el porcentaje de aceite de soja en el biodiesel. Eso aumentaría el consumo interno a 2,2 millones de toneladas. La mezcla en el combustible se podría llevar a 200% para micros camiones y tractores para reducir así la importación de diésel, pero ni siquiera eso sería suficiente para compensar la pérdida de mercado. 

 

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