La geopolítica de la transición energética: lo que hay que saber

Cambios fundamentales están teniendo lugar a escala global en materia de seguridad energética, los que a su vez tendrán importantes implicancias geopolíticas. El equilibrio geopolítico cambiará, y las relaciones entre países también se transformarán.

21 febrero, 2022

Por Christian Bruch (*)

El mundo que finalmente surgirá de la transición energética renovable será muy diferente al construido sobre la base de los combustibles fósiles.

Hoy en día, el cambio climático es el mayor reto al que se enfrenta la humanidad. Y hemos llegado a un punto de inflexión, ya que la atmósfera de la Tierra se está calentando más rápido que nunca. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ha alertado que la temperatura media mundial podría aumentar más de 1,5 grados antes de 2030. Nos dirigimos hacia los 3,5 grados si no actuamos ahora. El sector energético es la clave para evitar un desastre climático.

Como resultado, la ponderación de los combustibles fósiles y de las energías renovables se está desplazando. En pocas palabras, estamos pasando gradualmente de un orden mundial basado en el petróleo, a uno en el que los electrones serán más importantes que el carbón en la cadena global de suministro de energía.

El uso de la electricidad ya está aumentando, y si bien en la actualidad proporciona alrededor del 20% de la energía, tendrá que aumentar hasta el 50% en 2050 si los países quieren cumplir sus compromisos climáticos.

Consecuencias geopolíticas

 El mundo energético que se viene tendrá un fuerte impacto en los mayores países productores de petróleo y gas del mundo. Según un estudio de Bloomberg, los diez países que más dependen actualmente de exportaciones de petróleo se encuentran en las regiones geográficas con mayor riesgo de inestabilidad política.

Habrá tres formas para que los países ejerzan su influencia en el nuevo sistema. Una será exportando electricidad o combustibles verdes. Los países con abundancia de energía renovable de bajo costo podrán convertirse en productores de hidrógeno verde.

Otra será controlando las materias primas utilizadas para las tecnologías de energía limpia, como el litio y el cobalto. La tercera, será ganando ventaja en tecnologías, como por ejemplo en baterías para vehículos eléctricos.

“Ganadores” de esta transformación serán aquellos países que puedan producir grandes volúmenes de energía verde de bajo costo, incluyendo el Oriente Medio, África, Estados Unidos o América Latina. Con la caída en costos de las energías renovables, es probable que el mapa geopolítico emergente muestre una creciente regionalización en las relaciones energéticas.

Las energías renovables pueden desplegarse en todos los países, y estos países pueden transportar electricidad renovable a otros. Este nuevo panorama dará lugar a toda una nueva constelación de mercados y relaciones comerciales bilaterales: veremos surgir una nueva clase de exportadores de energía.

Una nueva economía energética

Si se diseña y aplica correctamente, la transición energética facilitará el progreso hacia los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. También aumentará la independencia energética de la mayoría de los países, por lo que es probable que disminuya el número de conflictos relacionados con su abastecimiento. Y también promoverá la prosperidad y la creación de empleo, mejorando así la sostenibilidad y la equidad.

Pero tenemos que entender que la transición energética es un tema increíblemente complejo. Un abandono de los combustibles fósiles demasiado rápido podría crear un shock financiero.

La transición energética se está produciendo a diferentes velocidades en todo el mundo. Cada país tiene su propio punto de partida, y no hay “una” tecnología que haga que la transición energética sea un éxito, ni tampoco ninguna “bala de plata”, como suelo decir.

Para que una transición energética sea exitosa, es esencial alcanzar la aceptación social, logrando el apoyo de la gente y las sociedades. Para ello, precisamos hacer cinco cosas a la vez:

  1. Pensar y “actuar” globalmente: el cambio climático es un problema global. Las temperaturas no dejarán de subir en Múnich o París si las emisiones no disminuyen en Nueva Delhi o Irak. Por eso, los gobiernos de todo el mundo deben desarrollar objetivos comunes, compartir conocimientos y garantizar que las tecnologías innovadoras desarrolladas en un país se transfieran rápidamente a otros. La cumbre de la ONU sobre el clima, celebrada en Glasgow, fue un hito importante en este sentido, aunque se tradujo en compromisos que apenas van más allá de los pasos ya dados. Ahora pueden y deben tener un seguimiento concreto. El Club del Clima del G7 previsto por el gobierno alemán es un paso esencial en esta dirección.
  2. Impulsar y escalar las innovaciones climáticas: parte de las emisiones mundiales puede reducirse con tecnologías ya existentes. Por ello hay que seguir ampliando masivamente las energías renovables y cambiar carbón por gas lo más rápidamente posible. La ampliación de las redes eléctricas es también una pieza esencial de este rompecabezas que debemos armar, así como también el aumento de la eficiencia y la electrificación en los sectores difíciles de descarbonizar. También tenemos que escalar las tecnologías disruptivas, fundamentales para llegar al Net Zero.
    Estas incluyen soluciones de eficiencia energética, combustibles basados en hidrógeno, la captura de carbono, y el almacenamiento.
    Aquí, el sector público puede, además, aprovechar su poder de compra para impulsar la demanda. Tenemos que crear incentivos para que científicos e inventores desarrollen alternativas competitivas sin carbono, así como para que los consumidores las puedan comprar.
  3. Liberar el poder financiero: se necesitarán alrededor de 50 billones de Euros de aquí a 2050 para que la economía mundial pase a tener emisiones netas nulas. El 70% por ciento del gasto adicional requerido será en los países en desarrollo. Debemos encontrar formas creativas de financiar las tecnologías y los proyectos climáticos, reuniendo el capital público y el privado.

Aquí, el apoyo rápido y específico de los gobiernos es fundamental. Debería centrarse en incentivos y programas a largo plazo, recompensando a quienes introduzcan innovaciones en una fase temprana. Y al mismo tiempo, deberían financiar proyectos de transición energética en países de bajos ingresos.

  1. Asumir una mayor responsabilidad empresarial: las empresas deben declarar la sostenibilidad como un principio fundamental de sus acciones. Los gobiernos sólo podrán alcanzar sus objetivos climáticos si las empresas reducen su propia huella de carbono e incluyen a sus cadenas de suministro en el proceso. Por ello, el hecho de tener objetivos claros y planes de aplicación concretos debería ayudar a determinar el valor de las acciones de una empresa en el futuro.
  1. La cooperación intersectorial es clave: hoy, más que nunca, debemos trabajar juntos para encontrar soluciones. La tecnología no es el problema cuando se trata de la seguridad energética. Existen hoy cantidades significativas de dinero para investigación y desarrollo. De lo que sí tenemos que asegurarnos es de tener la configuración adecuada para evitar la duplicación y hacer el mejor uso de los recursos. Para eso necesitamos crear alianzas o redes para la innovación. La creación de un ecosistema de conocimientos y recursos puede ayudar a reducir los costos de las tecnologías climáticas.

A pesar de los desafíos, la seguridad energética hará avanzar al mundo en la dirección correcta. Hará que la mayoría de los países sean energéticamente independientes y proporcionará a los mercados emergentes los recursos que necesitan para desarrollar sus economías, al tiempo que evitará que la temperatura global aumente más de 2 grados. El mayor reto de nuestro tiempo, entonces, será la rapidez y la equidad de esta transición energética. Razón de más para empezar a actuar ya.

(*) Presidente y CEO global de Siemens Energy, en el marco de la “Munich Security Conference”.

 

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