No alcanzó con la declaración de la Reserva Federal de los EEUU en agosto pasado para mantener de por sí el quizás exagerado entusiasmo de los mercados y del nivel de actividad. Ello se debió a los retrocesos y rebrotes de la pandemia y a vacunas que se hacen desear más de lo esperado y, ahora a denuncias sobre lavado de dinero de muchos grandes bancos.
Es un combate bravo para las políticas de estímulo y para las tasas de interés salvo, tal vez, que estas fueran nominalmente negativas, como lo intentaron en su momento Alemania, Japón y otros países, con suerte variada.
Consecuencia de estos retrocesos en la lucha contra la COVID-19, los datos económicos de agosto fueron más variados que los de julio. En los EEUU, la construcción residencial, tanto en permisos como en inicio de obras, mostraron señales contradictorias; las ventas mayoristas tendieron a declinar, pero las minoristas aumentaron y lo propio ocurrió con el comercio exterior en julio.
En Europa predominaron señales positivas en el sentimiento económico y en las expectativas de empleo, mientras la confianza de los consumidores se mantuvo. En China, la producción industrial creció un saludable 5,6% en agosto y las encuestas a los gerentes de compras lograron un promedio de 54,5; bien por encima del valor neutro de 50.
En consonancia con estos datos, el índice accionario global MSCI se mantuvo en valores altos –sólo un 5,3% por debajo del máximo histórico- aunque menores que los registrados el 23 de enero, al inicio de la cuarentena en Wuhan.
Aun en este contexto de optimismo moderado es bueno recordar que, en su informe de junio, el FMI castigó el crecimiento proyectado para el 2020, parcialmente compensado con aumentos para el 2021. Mientras se aguardan
las nuevas proyecciones del FMI -para la primera quincena de octubre próximo- la CEPAL, un mes después del FMI, pronosticó una mayor caída para la Argentina en 2020 (de -9,9 a -10,5), también, levemente, la de Brasil (de -9,1 a -9,2) y, en cambio, mejoró la proyección de México (de -10,5 a -9,0%).
Mientras el mundo y los emergentes crecerían en 2021 contra 2019 (2,9%), LATAM perdería 4,3 puntos porcentuales, una preocupante tendencia que se observa a lo largo de este siglo.
La depreciación del dólar se moderó significativamente en los últimos treinta días, luego de su fuerte depreciación en junio y julio, no sólo respecto del euro y del oro, sino también de muchas otras monedas y de las commodities, estas últimas aun en pie en lo concerniente al cobre y muchos de los granos.
Como venimos diciendo, por el imprevisible camino de la pandemia, ha venido a realizarse nuestro pronóstico de 4 años atrás, que otorgaba alta probabilidad a la desvalorización del dólar estadounidense.
También decíamos, y lo mantenemos, que la flojedad del dólar se mantendría sólo si se agravaba la pandemia COVID-19 o si fallaban los pronósticos sobre la vacuna. Sin embargo, y pese la abundancia de esta moneda, el dólar de los EE.UU. sigue siendo el penúltimo refugio (el último es, todavía, el oro).
El hecho es que las últimas señales de la pandemia no han sido tan buenas como se esperaba, con más rebrotes en Europa, y también en la Argentina y otros países de nuestra región y, por otro lado, las vacunas parecen demorar más de lo esperado.
Estas dudosas señales de la COVID-19 atemperaron la marcha triunfal de los mercados. El dólar dejó de desvalorizarse, el petróleo cayó, lo mismo que las bolsas latinoamericanas. Esta flojedad sorprende un poco por las antedichas razones; y fuertes, alzas en los granos, en especial la soja, y también en el cobre.
Junto a la suba del nuevo índice del riesgo país de la Argentina, son signos para seguir de cerca, más aún por haber ocurrido tan poco después del anuncio del acuerdo de la Argentina con el grupo más significativo de acreedores. Estas claras señales de desconfianza en el país, deben ser tenidas muy en cuenta por las autoridades nacionales en su toma de decisiones, so pena de arriesgarse a perder buena parte de los efectos positivos la recuperación de las materias primas y de los mercados emergentes, y así se evidenció también en la mala recepción a las últimas medidas cambiarias del BCRA.
(*) Economista y docente del IAE