EE.UU.: tasas de corto y largo plazo, en peligrosa alza

A 4,66% anual, las letras de Tesorería marcan un máximo en diecisiete meses, mientras la tasa de cortísimo plazo está en 4%. En Londres, la interbancaria a 180 días también roza 4,51%. Esto refleja errores de ambos bancos centrales.

4 noviembre, 2005

Los tres guarismos son síntomas inflacionarios y, en el caso norteamericano, señalan que los papeles de deuda federales –contracara del rinde- siguen perdiendo precio. No obstante, las bolsas de Wall Street y Londres se aferran a una “semieuforia” puramente especulativa. Esta conducta es estimulada por el propio Alan Greenspan.

Naturalmente, inclusive los medios adictos a ambos mercados admiten que, al actual ritmo de ascenso, el costo del dinero y del crédito empezará a sentirse en el público norteamericano, las empresas y las economías en desarrollo. Bastó, el jueves, un informe módicamente positivo sobre el sector servicios y un mensaje de Greenspan, tan optimista como insubstancial, para empujar la tasa a diez años y prolongar una “onda feliz” en Wall Street.

A criterio de observadores independientes, el todavía jefe de la Reserva Federal está “operando” ya contra su sucesor, Benjamin Bernanke. Su pecado: insistir en metas inflacionarias explícitas como instrumento de política monetaria. Greenspan prefiere “recursos políticos”, como las declaraciones del jueves, a medida de los mercados.

“Si hubiese apelado a las herramientas propugnadas por Bernanke, Greenspan no habría logrado disimular sus fracasos de los últimos años. En cambio –apunta Robert Kuttner desde Boston-, las opiniones sin gran asidero técnico sirven para cualquier cosa. Por ejemplo, apoyar la reelección de George W.Bush hablando de una reactivación que no se refleja en el empleo y, sí, en burbujas como la inmobiliaria. Greenspan la censura, claro, pero no mueve un dedo para desactivarla”.

A esta altura, “no es posible dar marcha atrás –decía al ‘Wall Street Journal’ Gerald Lucas, estratega jefe en BankAmerica Securities-, pues cada alza subsiguiente será, con seguridad, más pronunciada”. En poco más de dos meses, en efecto, la T-10 ha pasado de 4,02 a 4,66%. Este tipo de analistas cree que “la fortaleza económica hace bajar el precio de los bonos, eleva rindes e induce a que inversores y especuladores exijan retornos paulatinamente más altos”.

Dejando de lado la relatividad del repunte en la económía real (Detroit y los exportadores no lo ven por ningún lado), la presión del mercado financiero simplemente realimenta el brote inflacionario. En ese plano, el tiempo quizá haga trizas el “legado” de Greenspan, algo que no le ocurrió a su antecesor, Paul Volcker.

El síndrome de tasas firmes explica que, con el costo del crédito hipotecario también en ascenso (pasó de 5,7 a 6,2% desde inicios de septiembre, para operaciones a treinta años), no ceda la burbuja de especulación inmobiliaria. Los apuros de Freddie Mac y Fannie Mae, intermediarios paraestatales en el sector, ilustran el punto con rara perfección.

Mientras, el mercado de riesgo se siente feliz porque, según la Bond Market Association, los inversores esperan que la T-10 alcance 4,75% antes de marzo. Si Bernanke lo permite.

Los tres guarismos son síntomas inflacionarios y, en el caso norteamericano, señalan que los papeles de deuda federales –contracara del rinde- siguen perdiendo precio. No obstante, las bolsas de Wall Street y Londres se aferran a una “semieuforia” puramente especulativa. Esta conducta es estimulada por el propio Alan Greenspan.

Naturalmente, inclusive los medios adictos a ambos mercados admiten que, al actual ritmo de ascenso, el costo del dinero y del crédito empezará a sentirse en el público norteamericano, las empresas y las economías en desarrollo. Bastó, el jueves, un informe módicamente positivo sobre el sector servicios y un mensaje de Greenspan, tan optimista como insubstancial, para empujar la tasa a diez años y prolongar una “onda feliz” en Wall Street.

A criterio de observadores independientes, el todavía jefe de la Reserva Federal está “operando” ya contra su sucesor, Benjamin Bernanke. Su pecado: insistir en metas inflacionarias explícitas como instrumento de política monetaria. Greenspan prefiere “recursos políticos”, como las declaraciones del jueves, a medida de los mercados.

“Si hubiese apelado a las herramientas propugnadas por Bernanke, Greenspan no habría logrado disimular sus fracasos de los últimos años. En cambio –apunta Robert Kuttner desde Boston-, las opiniones sin gran asidero técnico sirven para cualquier cosa. Por ejemplo, apoyar la reelección de George W.Bush hablando de una reactivación que no se refleja en el empleo y, sí, en burbujas como la inmobiliaria. Greenspan la censura, claro, pero no mueve un dedo para desactivarla”.

A esta altura, “no es posible dar marcha atrás –decía al ‘Wall Street Journal’ Gerald Lucas, estratega jefe en BankAmerica Securities-, pues cada alza subsiguiente será, con seguridad, más pronunciada”. En poco más de dos meses, en efecto, la T-10 ha pasado de 4,02 a 4,66%. Este tipo de analistas cree que “la fortaleza económica hace bajar el precio de los bonos, eleva rindes e induce a que inversores y especuladores exijan retornos paulatinamente más altos”.

Dejando de lado la relatividad del repunte en la económía real (Detroit y los exportadores no lo ven por ningún lado), la presión del mercado financiero simplemente realimenta el brote inflacionario. En ese plano, el tiempo quizá haga trizas el “legado” de Greenspan, algo que no le ocurrió a su antecesor, Paul Volcker.

El síndrome de tasas firmes explica que, con el costo del crédito hipotecario también en ascenso (pasó de 5,7 a 6,2% desde inicios de septiembre, para operaciones a treinta años), no ceda la burbuja de especulación inmobiliaria. Los apuros de Freddie Mac y Fannie Mae, intermediarios paraestatales en el sector, ilustran el punto con rara perfección.

Mientras, el mercado de riesgo se siente feliz porque, según la Bond Market Association, los inversores esperan que la T-10 alcance 4,75% antes de marzo. Si Bernanke lo permite.

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