Corán y finanzas: ¿cuál es la mayor banca musulmana?

Aunque parezca mentira, el muy norteamericano Citigroup, primero del mundo. Entonces ¿Nueva York es el centro financiero del Islam? No. Ese papel lo cumple Londres. Así revela un detallado estudio difundido por Internet.

9 mayo, 2005

En el nombre de Alá, prosperan negocios canalizados con preferencia vía Citi, HSBC (antes, Hong Kong & Shanghai Banking Corporation), Société Générale. Deustche Bank, BNP Paribas o ABN Amro. En conjunto, es una torta evaluada en US$ 200.000 millones reciclados por año; en su mayor parte. compuesta por fondos provenientes de feudos árabes alrededor del golfo Pérsico.

Surgen en este punto algunos rasgos típicos de esos negocios. Uno es su carácter familiar: los recursos no pertenecen a estados, sino a feudos y su producido vuelve a ellos en una pequeña parte. El resto se invierte en plazas donde no impera la Shari’á, o sea la ley islámica. Ésta, como el Talmud, veda la especulación financiera. Pero, según señala la secular historia de las bancas judías en Europa, la ortodoxia religiosa no es obstáculo (que lo digan, si no, Edmond Safra o Mariano Perel).

Como en los otros dos monoteísmos, hay teólogos que, como el gran muftí –comendador- del Cairo-, han declarado “lícita” la renta financiera, o sea prestar cobrando intereses. Esto calma los escrúpulos de organizaciones como el Islamic Bank of Britain (IBB), fundado en noviembre de 2004, 80% de cuyo capital social (US$ 100 millones) pertenece a jeques del golfo o sus familias, bajo máscara empresaria.

Esos autócratas multimillonarios pagan guías espirituales que los tranquilicen, inclusive cuando derrochan U$S 3.000 millones para construir un rumboso hotel en el desierto, mientras dos tercios de los musulmanes del mundo viven en extrema pobreza y una parte todavía en esclavitud (islámicos fueron los primeros traficantes y son los que subsisten en África).

Otro rasgo del sistema: el directorio del IBB esta dominado por respetables financistas británicos, sin ningún nexo perceptible con el Islam. Un último factor resulta de los anteriores: se calcula que 15% de los fondos transados cada año mediante grandes bancos occidentales en Londres es de origen musulmán.

“¡Oh creyentes que teméis a Alá, renunciad, si realmente lo sois, a las ganancias de la usura y os salvaréis”, reza el versículo 279 de la II surá. No figura entre los “satánicos” del indio Salmán Rushdie que, en cambio hacen a la diosa madre al-Lat (Lilit en hebreo, Neit en libio), demonizada por el machismo coránico. Claro, como en el cristianismo, los caminos del señor son innumerables y algunos llevan al infierno.

La prohibición sobre la ‘ribá (usura) se sortea introduciendo el concepto de coparticipación –“mud’arabá”- en riesgos y beneficios financieros. Dicho de otro modo, colocar dinero en un banco no implica ser cliente, sino accionista en una sociedad en comandita. Una variante, la “musha’raká”, crea una SRL donde el accionista aporta el capital. Existen otras cosméticas para ganar intereses sin afrontar los aullidos de Iblís, el diablo.

Lejos están los tiempos cuando el régimen saudí, adalid de la ortodoxia wajjabí desde fines del siglo XVIII, rechazaba el dinero y la especulación financiera. Sus lejanos descendientes, en la persona del príncipe Abdullá –heredero, si antes no lo borran la despiadada interna de la tribu o su rival, el clan yemení bin Laden-, llegan al extremo de faltar a reuniones internacionales si no hay un hotel por lo menos diez estrellas.

Al fin de cuentas, la historia demuestra que el dinero no tiene cara ni dios. Hace más de veintitrés siglos, el reino de Judá perdía -junto con el hebreo- todo escrúpulo respecto de las finanzas (Jesús lo recordó en la parábola del denario romano). Ya en el segundo milenio de la era actual, los católicos mandaban al desván a Pablo de Tarso o Agustín de Hipona y masacraban a los “poveretti” franciscanos, que predicaban el rechazo a las riquezas terrenales y a la ostentación vaticana. En pleno siglo XVI, un rey francés y su títere papal quemaron a los templarios… para quedarse con sus tesoros.

En el nombre de Alá, prosperan negocios canalizados con preferencia vía Citi, HSBC (antes, Hong Kong & Shanghai Banking Corporation), Société Générale. Deustche Bank, BNP Paribas o ABN Amro. En conjunto, es una torta evaluada en US$ 200.000 millones reciclados por año; en su mayor parte. compuesta por fondos provenientes de feudos árabes alrededor del golfo Pérsico.

Surgen en este punto algunos rasgos típicos de esos negocios. Uno es su carácter familiar: los recursos no pertenecen a estados, sino a feudos y su producido vuelve a ellos en una pequeña parte. El resto se invierte en plazas donde no impera la Shari’á, o sea la ley islámica. Ésta, como el Talmud, veda la especulación financiera. Pero, según señala la secular historia de las bancas judías en Europa, la ortodoxia religiosa no es obstáculo (que lo digan, si no, Edmond Safra o Mariano Perel).

Como en los otros dos monoteísmos, hay teólogos que, como el gran muftí –comendador- del Cairo-, han declarado “lícita” la renta financiera, o sea prestar cobrando intereses. Esto calma los escrúpulos de organizaciones como el Islamic Bank of Britain (IBB), fundado en noviembre de 2004, 80% de cuyo capital social (US$ 100 millones) pertenece a jeques del golfo o sus familias, bajo máscara empresaria.

Esos autócratas multimillonarios pagan guías espirituales que los tranquilicen, inclusive cuando derrochan U$S 3.000 millones para construir un rumboso hotel en el desierto, mientras dos tercios de los musulmanes del mundo viven en extrema pobreza y una parte todavía en esclavitud (islámicos fueron los primeros traficantes y son los que subsisten en África).

Otro rasgo del sistema: el directorio del IBB esta dominado por respetables financistas británicos, sin ningún nexo perceptible con el Islam. Un último factor resulta de los anteriores: se calcula que 15% de los fondos transados cada año mediante grandes bancos occidentales en Londres es de origen musulmán.

“¡Oh creyentes que teméis a Alá, renunciad, si realmente lo sois, a las ganancias de la usura y os salvaréis”, reza el versículo 279 de la II surá. No figura entre los “satánicos” del indio Salmán Rushdie que, en cambio hacen a la diosa madre al-Lat (Lilit en hebreo, Neit en libio), demonizada por el machismo coránico. Claro, como en el cristianismo, los caminos del señor son innumerables y algunos llevan al infierno.

La prohibición sobre la ‘ribá (usura) se sortea introduciendo el concepto de coparticipación –“mud’arabá”- en riesgos y beneficios financieros. Dicho de otro modo, colocar dinero en un banco no implica ser cliente, sino accionista en una sociedad en comandita. Una variante, la “musha’raká”, crea una SRL donde el accionista aporta el capital. Existen otras cosméticas para ganar intereses sin afrontar los aullidos de Iblís, el diablo.

Lejos están los tiempos cuando el régimen saudí, adalid de la ortodoxia wajjabí desde fines del siglo XVIII, rechazaba el dinero y la especulación financiera. Sus lejanos descendientes, en la persona del príncipe Abdullá –heredero, si antes no lo borran la despiadada interna de la tribu o su rival, el clan yemení bin Laden-, llegan al extremo de faltar a reuniones internacionales si no hay un hotel por lo menos diez estrellas.

Al fin de cuentas, la historia demuestra que el dinero no tiene cara ni dios. Hace más de veintitrés siglos, el reino de Judá perdía -junto con el hebreo- todo escrúpulo respecto de las finanzas (Jesús lo recordó en la parábola del denario romano). Ya en el segundo milenio de la era actual, los católicos mandaban al desván a Pablo de Tarso o Agustín de Hipona y masacraban a los “poveretti” franciscanos, que predicaban el rechazo a las riquezas terrenales y a la ostentación vaticana. En pleno siglo XVI, un rey francés y su títere papal quemaron a los templarios… para quedarse con sus tesoros.

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