Bonos en baja, tasas firmes y volatilidad amenazan el repunte en EE.UU.

Hay ciclotimia en Wall Street y el rinde de bonos sigue a los máximos de un año (4,09 a 4,21% esta semana). Si no cede, trabará el suave repunte económico. Además, se acentúan factores especulativos en ese y otros mercados relevantes.

26 julio, 2003

Sin duda, van surgiendo síntomas positivos. Así, el mayor aumento, este año, en bienes durables pedido a fábrica (2,1% en junio), se combinó con algunos buenos balances trimestrales e hizo repuntar quizás excesivamente a Wall Street. En realidad, el primer factor es lo importante, pues sugiere que hay empresas están reequipándose o reconstruyendo “stocks” de insumos. En cuanto a los estados financieros, los difundidos ahora han sido mejores de lo que esperaban los analistas (bastante ciclotímicos, últimamente). Un tercer indicador –las ventas de viviendas nuevas subieron 4,7% a una proyección anual récord, 1.160.000 unidades- sólo reflejan la exigüidad de las tasas hipotecarias y la peligrosa adicción al endeudamientos entre el público.

“Quienes invierten en fondos de inversión norteamericanos se preguntan hoy si no estará agotándose el tiempo de las ganancias”, señalaba el “Wall Street Journal”. Hasta hace algunos días, en efecto, la rebaja de tasas referenciales (el Sistema de Reserva Federal las llevó a 1% anual, piso desde 1958) beneficiaba a carteras colocadas en bonos federales largos, en particular a diez años. Por el contrario, los fondos accionarios vienen acumulando rindes negativos desde mediados de 2000. Pero las contradicciones de Alan Greenspan –pesimismo primero, luego temores deflacionarios y, ahora, optimismo han servido al mismo fin: reducir tipos básicos- generan aprensiones sobre el futuro de los bonos.

“El colapso de las acciones, iniciado hace tres años y todavía no compensado, anticipa lo que puede ocurrirles a los bonos. El mercado actual se parece bastante a 1999”. Así opinan un fondo como FPA New Income y una consultora como Lipper Inc, subrayando un síntoma: en junio, las nuevas colocaciones en bonos cedieron 25% respecto de mayo y, con US$ 6.500 millones, fueron el menor flujo desde octubre.

Precisamente mientras surgen más indicadores positivos, los bonos son una amenaza, pues la baja de precios produce una abrupta alza de las tasas a largo plazo. Resulta irónico que estos tipos –simétricos opuestos a los precios para bonos de Tesorería, en baja- sean impulsados por el mismo “élan” especulativo. Si no aflojasen, la tendencia pasaría a las tasas hipotecarias, el crédito al consumo y, naturalmente, a lo que pagará el estado federal por su creciente endeudamiento nuevo. A su vez, fruto de un déficit fiscal de US$ 455.000 millones, el mayor de la historia a precios corrientes.

Esos efectos pueden revertir el auge de la vivienda -una de las pocas actividades reales que sustenta la moderada reacción económica- y afectar el refinanciamiento de deudas hipotecarias (la de Freddie Mac no mejora el panorama). Todo esto puede combinarse con un aumento de costos en tarjetas de crédito.

Sólo durante julio, los bonos federales a diez años han descendido 8%, lo cual explica picos de rentabilidad en 4,2% anual. Es más: desde mediados de julio 2002 al lunes 21, el rinde había trepado 35%. ¿Qué motivos hay tras estos vaivenes? En primer lugar, uno puramente psicológico: inversores, especuladores e intermediarios de Wall Street habían apostado a que, en junio, el Sistema de Reserva Federal rebajase las tasas referenciales de 1,25 0,75% anual. Cuando el emisor las redujo a 1% -igualmente, las menores en 45 años-, los operadores se desilusionaron.

En apariencia, 0,75% no se diferencia tanto de 1%, especialmente por la brecha entre ambos niveles y las tasas largas. Pero el componente especulativo del repunte económico actual y la sombra del déficit federal hace que los tipos de interés obsedan a los mercados de riesgo. Igual efecto tiene una masa de nuevas hipotecas sin precedentes (US$ 300.000 millones en un año), reflejo de otro peligroso fenómeno básico: los norteamericanos vive endeudándose –como el gobierno- por escasez de ahorro interno.

Hasta mediados de julio, gurúes y analistas no veían mal el avance de tasas, porque imaginaban que ello favorecería las acciones y acentuaría el tímido repunte. Surje acá una paradoja: el aumento de intereses puede socavar una reactivación que tantos dan por segura. En este marco, el tenaz optimismo de Alan Greenspan y otros directores del SRF desecha la prudencia y se pliega al clima relectoralista alrededor de George W.Bush.

De una forma u otra, si la tendencia se mantiene sobre 4% anual, la proyección de crecimiento –producto bruto interno- cedería de 3,80 a 3,6% anual para este semestre. El ritmo de endeudamiento público y privado requiere 4% anual de expansión, además, reducir tanto el monto como el costo de la futura deuda federal emitida en títulos. Este contradictorio marco sugiere una distorsión de fondo: los vaivenes accionarios no reflejan ya realidades económicas, distorsión antes típica de plazas menores (Buenos Aires, Montevideo, Madrid, etc.).

Sin duda, van surgiendo síntomas positivos. Así, el mayor aumento, este año, en bienes durables pedido a fábrica (2,1% en junio), se combinó con algunos buenos balances trimestrales e hizo repuntar quizás excesivamente a Wall Street. En realidad, el primer factor es lo importante, pues sugiere que hay empresas están reequipándose o reconstruyendo “stocks” de insumos. En cuanto a los estados financieros, los difundidos ahora han sido mejores de lo que esperaban los analistas (bastante ciclotímicos, últimamente). Un tercer indicador –las ventas de viviendas nuevas subieron 4,7% a una proyección anual récord, 1.160.000 unidades- sólo reflejan la exigüidad de las tasas hipotecarias y la peligrosa adicción al endeudamientos entre el público.

“Quienes invierten en fondos de inversión norteamericanos se preguntan hoy si no estará agotándose el tiempo de las ganancias”, señalaba el “Wall Street Journal”. Hasta hace algunos días, en efecto, la rebaja de tasas referenciales (el Sistema de Reserva Federal las llevó a 1% anual, piso desde 1958) beneficiaba a carteras colocadas en bonos federales largos, en particular a diez años. Por el contrario, los fondos accionarios vienen acumulando rindes negativos desde mediados de 2000. Pero las contradicciones de Alan Greenspan –pesimismo primero, luego temores deflacionarios y, ahora, optimismo han servido al mismo fin: reducir tipos básicos- generan aprensiones sobre el futuro de los bonos.

“El colapso de las acciones, iniciado hace tres años y todavía no compensado, anticipa lo que puede ocurrirles a los bonos. El mercado actual se parece bastante a 1999”. Así opinan un fondo como FPA New Income y una consultora como Lipper Inc, subrayando un síntoma: en junio, las nuevas colocaciones en bonos cedieron 25% respecto de mayo y, con US$ 6.500 millones, fueron el menor flujo desde octubre.

Precisamente mientras surgen más indicadores positivos, los bonos son una amenaza, pues la baja de precios produce una abrupta alza de las tasas a largo plazo. Resulta irónico que estos tipos –simétricos opuestos a los precios para bonos de Tesorería, en baja- sean impulsados por el mismo “élan” especulativo. Si no aflojasen, la tendencia pasaría a las tasas hipotecarias, el crédito al consumo y, naturalmente, a lo que pagará el estado federal por su creciente endeudamiento nuevo. A su vez, fruto de un déficit fiscal de US$ 455.000 millones, el mayor de la historia a precios corrientes.

Esos efectos pueden revertir el auge de la vivienda -una de las pocas actividades reales que sustenta la moderada reacción económica- y afectar el refinanciamiento de deudas hipotecarias (la de Freddie Mac no mejora el panorama). Todo esto puede combinarse con un aumento de costos en tarjetas de crédito.

Sólo durante julio, los bonos federales a diez años han descendido 8%, lo cual explica picos de rentabilidad en 4,2% anual. Es más: desde mediados de julio 2002 al lunes 21, el rinde había trepado 35%. ¿Qué motivos hay tras estos vaivenes? En primer lugar, uno puramente psicológico: inversores, especuladores e intermediarios de Wall Street habían apostado a que, en junio, el Sistema de Reserva Federal rebajase las tasas referenciales de 1,25 0,75% anual. Cuando el emisor las redujo a 1% -igualmente, las menores en 45 años-, los operadores se desilusionaron.

En apariencia, 0,75% no se diferencia tanto de 1%, especialmente por la brecha entre ambos niveles y las tasas largas. Pero el componente especulativo del repunte económico actual y la sombra del déficit federal hace que los tipos de interés obsedan a los mercados de riesgo. Igual efecto tiene una masa de nuevas hipotecas sin precedentes (US$ 300.000 millones en un año), reflejo de otro peligroso fenómeno básico: los norteamericanos vive endeudándose –como el gobierno- por escasez de ahorro interno.

Hasta mediados de julio, gurúes y analistas no veían mal el avance de tasas, porque imaginaban que ello favorecería las acciones y acentuaría el tímido repunte. Surje acá una paradoja: el aumento de intereses puede socavar una reactivación que tantos dan por segura. En este marco, el tenaz optimismo de Alan Greenspan y otros directores del SRF desecha la prudencia y se pliega al clima relectoralista alrededor de George W.Bush.

De una forma u otra, si la tendencia se mantiene sobre 4% anual, la proyección de crecimiento –producto bruto interno- cedería de 3,80 a 3,6% anual para este semestre. El ritmo de endeudamiento público y privado requiere 4% anual de expansión, además, reducir tanto el monto como el costo de la futura deuda federal emitida en títulos. Este contradictorio marco sugiere una distorsión de fondo: los vaivenes accionarios no reflejan ya realidades económicas, distorsión antes típica de plazas menores (Buenos Aires, Montevideo, Madrid, etc.).

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